AL FUEGO DEL HOGAR
Aún no pongáis las manos junto al fuego. Refresca ya, y las mías están solas; que se me queden frías. Entonces qué rescoldo, qué alto leño, cuánto humo subirá, como si el sueño, toda la vida se prendiera. ¡Rama que no dura, sarmiento que un instante es un pajar y se consume, nunca, nunca arderá bastante la lumbre, aunque se haga con estrellas! Este al menos es fuego de cepa y me calienta todo el día.
Manos queridas, manos que ahora llego casi a tocar, aquella, la más mía, ¡pensar que es pronto y el hogar crepita, y está ya al rojo vivo, y es fragua eterna, y funde, y resucita aquel tizón, aquel del que recibo todo el calor ahora, el de la infancia! Igual que el aire en torno de la llama también es llama, en torno de aquellas ascuas humo fui. La hora del refranero blanco, de la vieja cuenta, del gran jornal siempre seguro. ¡Decidme que no es tarde! Afuera deja su ventisca el invierno y está oscuro. Hoy o ya nunca más. Lo sé. Creía poder estar aún con vosotros, pero vedme, frías las manos todavía esta noche de enero junto al hogar de siempre. Cuánto humo sube. Cuánto calor habré perdido. Dejadme ver en lo que se convierte, olerlo al menos, ver dónde ha llegado antes de que despierte, antes de que el hogar esté apagado.
CLÁVAME CON TUS OJOS ESA NUBE...
Clávame con tus ojos esa nube y esta esperanza de hombre que me queda. ¿Por dónde yo si estaba en la alameda de tus ojos mintiendo cuando estuve?
Disciplina de todo lo que sube. De lo que mira y ve, mientras se enreda su triste agilidad, como en la rueda de tus campos del cielo que no anduve.
Y es por seguir cegueras sin mancilla por lo que tanta bruma nos separa y hace del resplandor su maravilla,
su clavel mudo. ¡Y qué ajenos al daño después, cuando tus ojos son la clara locura de no verme siempre extraño!
COMO SI NUNCA HUBIERA SIDO MÍA...
Como si nunca hubiera sido mía, dad al aire mi voz y que en el aire sea de todos y la sepan todos igual que una mañana o una tarde. Ni a la rama tan sólo abril acude ni el agua espera sólo el estiaje. ¿Quién podrá decir que es suyo el viento, suya la luz, el canto de las aves en el que esplende la estación, más cuando llega la noche y en los chopos arde tan peligrosamente retenida? ¡Que todo acabe aquí, que todo acabe de una vez para siempre! La flor vive tan bella porque vive poco tiempo y, sin embargo, cómo se da, unánime, dejando de ser flor y convirtiéndose en ímpetu de entrega. Invierno, aunque no esté detrás la primavera, saca fuera de mí lo mío y hazme parte, inútil polen que se pierde en tierra pero ha sido de todos y de nadie. Sobre el abierto páramo, el relente es pinar en el pino, aire en el aire, relente sólo para mí sequía. Sobre la voz que va excavando un cauce qué sacrilegio éste del cuerpo, éste de no poder ser hostia para darse.
CÓMO VEO LOS ÁRBOLES AHORA...
Cómo veo los árboles ahora. No con hojas caedizas, no con ramas sujetas a la voz del crecimiento. Y hasta a la brisa que los quema a ráfagas no la siento como algo de la tierra ni del cielo tampoco, sino falta de ese color de vida con destino.
Y a los campos, al mar, a las montañas, muy por encima de su clara forma los veo. ¿Qué me han hecho en la mirada? ¿Es que voy a morir? Decidme, ¿cómo veis a los hombres, a sus obra, almas inmortales? Sí, ebrio estoy sin duda. La mañana no es tal, es una amplia llanura sin combate, casi eterna, casi desconocida porque en cada lugar donde antes era sombra el tiempo, ahora la luz espera ser creada.
No sólo el aire deja más su aliento: no posee ni cántico ni nada; se lo dan, y él empieza a rodearle con fugaz esplendor de ritmo de ala e intenta hacer un hueco suficiente para no seguir fuera. No, no sólo seguir fuera quizá, sino a distancia. Pues bien: el aire de hoy tiene su cántico. ¡Si lo oyeseis! Y el sol, el fuego, el agua, cómo dan posesión a estos mis ojos. ¿Es que voy a vivir? ¿Tan pronto acaba la ebriedad? Ay, y cómo veo ahora los árboles, qué pocos días faltan...
DON DE LA EBRIEDAD
Siempre la claridad viene del cielo; es un don: no se halla entre las cosas sino muy por encima, y las ocupa haciendo de ello vida y labor propias. Así amanece el día; así la noche cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda los contiene en su amor? ¡si ya nos llega y es pronto aún, ya llega a la redonda a la manera de los vuelos tuyos y se cierne, y se aleja y, aún remota, nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma, de una materia para deslumbrarla quemándose a sí misma al cumplir su obra. Como yo, como todo lo que espera. Si tú la luz te la has llevado toda, ¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca espera, y mi alma espera, y tú me esperas, ebria persecución, claridad sola mortal como el abrazo de las hoces, pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
ESPUMA
Miro la espuma, su delicadeza que es tan distinta a la de la ceniza. Como quien mira una sonrisa, aquella por la que da su vida y le es fatiga y amparo, miro ahora la modesta espuma. Es el momento bronco y bello del uso, el roce, el acto de la entrega creándola. El dolor encarcelado del mar, se salva en fibra tan ligera; bajo la quilla, frente al dique, donde existe amor surcado, como en tierra la flor, nace la espuma. y es en ella donde rompe la muerte, en su madeja donde el mar cobra ser, como en la cima de su pasión el hombre es hombre, fuera de otros negocios: en su leche viva. A este pretil, brocal de la materia que es manantial, no desembocadura, me asomo ahora, cuando la marea sube, y allí naufrago, allí me ahogo muy silenciosamente, con entera aceptación, ileso, renovado en las espumas imperecederas.
"Alianza y condena" 1965
ESTA ILUMINACIÓN DE LA MATERIA...
Esta iluminación de la materia, con su costumbre y con su armonía, con el sol madurador, con el toque sin calma de mi pulso, cuando el aire entra a fondo en la ansiedad del tacto de mis manos que tocan sin recelo, con la alegría del conocimiento, esta pared sin grietas, y la puerta maligna, rezumando, nunca cerrada, cuando se va la juventud, y con ella la luz, salvan mi deuda.
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