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Instituto Italiano de la Cultura
Instituto Italiano de la Cultura
Antonio Machado Sanz
Como cada mañana los dos jubilados del Diario Informaciones quedaron para iniciar juntos su ronda.
Anduvieron hasta la Plaza de España y, después, sin prisa, miraron el Palacio Real y la Catedral de la Almudena desde la acera de enfrente.
Al encontrarse frente al busto de Mariano José de Larra uno de ellos dijo.
-¿Te apetece un cappuccino, elaborado por auténticos italianos?
-¡Maravillosa idea!, -respondió el otro.
Llegaron hasta el cruce con la calle Mayor, doblaron la esquina y, en la pequeña calle de Ntra. Sra. de la Almudena, pudieron contemplar los restos de la iglesia en honor a la segunda Patrona de Madrid, demolida en 1868, y se apoyaron, en la barandilla, junto a la estatua del hombre que mira los restos del ábside del Siglo XII, a través del cristal.
Observaron el bello Palacio de Abrantes. Hermoso edificio del Siglo XVII que construyera Don Juan de Valencia, noble que ostentaba el curioso cargo de Espía Mayor del Consejo de su Majestad.
En tiempos de Felipe IV pasó a ser propiedad de D. Antonio de Valdés y Osorio. Años más tarde pasó manos del Marqués de Alcañices.
Durante los Siglos XVII, XVIII y hasta la mitad del XIX, se modificó su interior hasta convertirse en un edificio de pequeños cuartos de alquiler.
En el año 1842 los Duques de Abrantes compraron el inmueble, renovaron la fachada y el interior. Lo vendieron en 1874 al Senador Manuel María Santa Ana, quien instaló la redacción del semanario La Correspondencia de España.
El siguiente dueño, Ignacio Escobar, lo cedió en 1888, al Gobierno Italiano, que lo convirtió en su Embajada, quienes rehicieron el edificio de tres plantas, esta vez, con aire neo renacentista, al estilo de los palacios italianos del XVI.
Durante la Guerra Civil sirvió de cuartel para los batallones italianos de las Brigadas Internacionales.
En 1939, Mussolini, ordenó que la Embajada Italiana tuviera unos hermosos jardines y su gobierno compró, por la fabulosa cantidad de veinticinco millones de pesetas, el Palacio de los Marqueses de Amboaje, que estaba en la calle Juan Bravo esquina con la de Velázquez.
Se encontraban ante el número 86 de la calle Mayor.
Penetraron en el edificio y, por una puerta a la izquierda, pasaron a través de una pequeña sala, que utilizaban para venta de libros y exposiciones temporales, y llegaron a la cafetería.
Solicitaron los cappuccino y un trozo del enorme panetonne.
Mientras paladeaban el desayuno el que había relatado la historia del edificio refirió que, una vez que se trasladó la Embajada, su Ministerio de Cultura, instaló allí su “Istituto”, para que nuestro país, tuviera posibilidades de conocer la historia y el arte italiano, con intercambios culturales, enseñanza del idioma, etc.
En los años 70 del siglo pasado, ampliaron la oferta cultural con una sala de cine, donde se proyectaban películas que los censores de aquella dictadura no permitían exhibir en los cines de España.
Muchos jóvenes de ambos sexos, aprendimos a disfrutar de sus filmes, aunque nuestro conocimiento del italiano fuera sólo un par de cursos en esa institución. Al tiempo sentíamos el temor y la emoción de acudir a unas proyecciones que en aquella época no estaban autorizadas.
En la penumbra de la sala pudimos contemplar y admirar algunas de las grandes películas del cine italiano. Por ejemplo el ciclo de Pier Paolo Pasolini, con su Trilogía de la Vida, es decir, El Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches, Teorema y la impresionante Pasión según San Mateo. Así como La Cosa Buffa de Aldo Lado, maravillosa tragedia en Venecia o la comedia de Luigi Comencini ¡Dío Mío, como sono caduta in baso!
Cómo presumíamos al día siguiente, mientras comentábamos con los amigos la trama y las escenas más escabrosas.
Entre risas, lentamente, los dos jubilados desanduvieron el camino para llegar a sus domicilios a la hora de comer.
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