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Almudena Grandes

 

Almudena Grandes

Almudena Grandes, escritora

Ana Alejandre

Escritora española, (Madrid, 1960). Cursó Geografía e Historia en la Universidad complutense, e inició su etapa en el mundo editorial escribiendo textos para enciclopedias.

Su primera novela fue Las edades de Lulú (1989), que obtuvo el XI premio La Sonrisa Vertical de novela erótica. La novela es una historia de iniciación y aprendizaje .Ha sido la novela ganadora de este premio con mayor acogida del público en la trayectoria de estegalardón literario ya desaparecido. Ha sido traducida a 21 idiomas y ha vendido más de un millón de ejemplares. Esta novela fue llevada al cine por el director Bigas Luna, en 1990

El titulo siguiente fue en fue Te llamaré viernes (1991, de temática no erótica que pasó desapercibida. La consagración le vino con su obra Malena es un nombre de tango (1994) que tiene como telón de fondo la etapa de la Transición española, y narra la adolescencia y madurez de Malena Fernández de alcántara, una joven de familia acomodada, que transcurre a lo largo de tres década, y cuya vida estaba fuertemente marcada por su relación con su hermana melliza. Esta obra fue muy bien acogida por la crítica y traducida a varios idiomas. Fue llevada al cine por el director Gerardo Herrero, quien también llevó a la pantalla otra novela de Grandes, Los años difíciles (2002), novela que recibió el premio Arzobispo Juan de San clemente.

Siguió publicando novelas que tenían como común denominador estar protagonizadas por mujeres, como son Atlas de geografía humana (1998), que denotaba su madurez como escritora. En ella cuatro mujeres narran en primera persona sus propias vidas, en una época confusa políticamente, y todas ellas marcadas por la crisis personal y generacional. También fue llevada al cine por la directora Azucena Rodríguez

.A ese título le siguieron Castillos de cartón (2004), que transcurre a caballo entre el final del siglo XX y principios del XXI, y narra la vida cotidiana de personajes de esos años. A continuación, publicó El corazón helado (2007), que la propia autora considera su obra más lograda. Es una extensa narración de más de novecientas páginas, en la que reflexiona sobre las consecuencias de la Guerra Civil y su influencia en la sociedad actual a través de la historia de dos familias españolas, desde la posguerra hasta el presente. Dicha obra obtuvo el VII Premio Fundación Lara.

A las novelas anteriores le siguieron otras como son Inés y la alegría (2010) primera novela de la serie "Episodios de una guerra interminable"; El lector de Julio Verne (2012), segundo título de dicha serie; a la que le siguió Las tres bodas de Manolita (2014) tercera novela de la serie mencionada. Sus dos últimas novelas, por ahora, son Los besos en el pan (2015) y Los pacientes del doctor García (2017), cuarta novela de la serie "Episodios de una guerra interminable".

Además de su producción novelística, Almudena Grandes ha publicado otras obras como es la recopilación de cuentos Modelos de mujer (1996) que reúne siete relatos publicados anteriormente en varias revistas y periódicos, de los que uno de ellos, El lenguaje de los balcones, está inspirado en un poema de su marido, Luís García Montero, poeta y catedrático de Literatura. Dicho relato también se convirtió en película, con el título de Aunque tú no lo sepas (2000), de Juan Vicente Córdoba.

Otra obra ajena a la narrativa es la que lleva el título de Mercado de Barceló,(2003) que está formada por una selección de artículos publicados en El País Semanal, entre 1999 y 2003. A este volumen de ralatos le siguió Estaciones de paso (2005), compuesto por cinco narraciones cortas que son otras tantas historias de adolescentes que viven circunstancias extremas que le ayudarán a formar su personalidad de adultos.

En cuanto a los premios recibidos a lo largo de su carrera literaria numerosos galardones que se detallan en el espacio correspondiente.

La narrativa de Grandes está definida por un tema recurrente como es el de la mujer y su papel en el complejo mundo de hoy, así como por las consecuencias de la Guerra Civil en la sociedad española. Todo ello marcado fuertemente por su propia ideología política que atrae a cierto sector de lectores. Su estilo literario está basado en el realismo descriptivo, que se pone de manifiesto también en su labor como articulista.

 

 

Bibliografía

Almudena Grandes

Novela:
Las edades de Lulú (1989)
Te llamaré Viernes (1991)
Malena es un nombre de tango (1994)
Atlas de geografía humana (1998)
Los aires difíciles (2002)
Castillos de cartón (2004)
El corazón helado (2007)
Inés y la alegría (2010) primera novela de la serie "Episodios de una guerra interminable"
El lector de Julio Verne (2012), segunda novela de dicha serie.
Las tres bodas de Manolita (2014) tercera novela de la serie mencionada
Los besos en el pan (2015)
Los pacientes del doctor García (2017) cuarta novela de la serie "Episodios de una guerra interminable"

Relato:

Modelos de mujer (1996)
Mercado de Barceló (2003)
Estaciones de paso (2005)


PREMIOS:

XI Premio La Sonrisa Vertical (1989)
Premio NH Relatos (1996)
Premio Sindicato UGT Julián Besteiro de las Artes y las Letras (2002)
Público del Premio Salambó (2003)
Premio de los lectores de la cadena de librerías Crisol (2003)
Premio Literario Arzobispo Juan de San Clemente (2004)
Premio al Libro del Año 2007 del Gremio de Libreros de Madrid (2008)
VII Premio de Novela José Manuel Lara Hernández (2008)
Premio La Sonrisa Vertical 1989 por Las edades de Lulú.
Premio a la Coherencia 2002 (otorgado anualmente por la Asamblea Local de Izquierda Unida (España)) de Guardo, Palencia).
Premio Julián Besteiro de las Artes y de las Letras 2002 por el conjunto de su obra.
Premio Cálamo al Mejor Libro del Año 2002 por Los aires difíciles.
Premio Crisol 2003 por Los aires difíciles.La biblioteca municipal de Azuqueca de Henares, inaugurada en octubre de 2006, lleva su nombre.
Premio Cálamo al Mejor Libro del Año 2002 por Los aires difíciles.
Premio Crisol 2003 por Los aires difíciles.
La biblioteca municipal de Azuqueca de Henares, inaugurada en octubre de 2006, lleva su nombre.
Premio Fundación José Manuel Lara 2008 por El corazón helado.
Premio del Gremio de Libreros de Madrid 2008 por El corazón helado.
Premio de la Crítica de Madrid 2011 por Inés y la alegría.
Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2011 por Inés y la alegría.5
Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2011 por Inés y la alegría.
El Centro de Educación Infantil y Primaria (CEIP) del barrio de Las Morillas (Málaga) lleva su nombre.
Premio Liber 2018 al autor hispanoamericano más destacado, otorgado por la Federación del Gremio de editores.
Premio Nacional de Narrativa (2018), convocado por el Ministerio de Cultura,16 por Los pacientes del doctor García.
Premio Fundación José Manuel Lara 2008 por El corazón helado.
Premio del Gremio de Libreros de Madrid 2008 por El corazón helado.
Premio de la Crítica de Madrid 2011 por Inés y la alegría.
Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2011 por Inés y la alegría.
Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2011 por Inés y la alegría.
El Centro de Educación Infantil y Primaria (CEIP) del barrio de Las Morillas (Málaga) lleva su nombre.
Premio Liber 2018 al autor hispanoamericano más destacado, otorgado por la Federación del Gremio de editores.
Premio Nacional de Narrativa (2018), convocado por el Ministerio de Cultura, por Los pacientes del doctor García.

ENLACES
http://www.almudenagrandes.com/
http://www.20minutos.es/noticia/206585/l/
http://www.youtube.com/watch?v=N-6cDzmMy3A
http://www.20minutos.es/noticia/815603/0/entrevista/almudena/grandes/
http://www.diariosur.es/v/20100919/cultura/almudena-grandes-escritora-filon-20100919.html

 

 

La voz de mi madre

Almudena Grandes

ALMUDENA GRANDES
EL PAÍS 25 NOV 2018)-

Todos los años, a finales de noviembre, los viejos versos de un villancico rural y andaluz se apoderan de mí como una agridulce maldición

ANTES DE que termine noviembre, empieza la Navidad. Las calles se llenan de luces, las tiendas de ofertas y los escaparates de tentaciones. Algunas personas, rebosantes de espíritu navideño, empiezan a decorar sus casas. Otras, cargadas de razón, se resisten a la edulcorada orgía que se nos viene encima. Yo no hago ni una cosa ni la otra. A finales de noviembre, ya necesito toda mi energía para resistir el recuerdo de la voz de mi madre.

Ella no tenía una voz fabulosa, pero entonaba bien y, sobre todo, cantaba mucho. Mientras hacía la comida, en los viajes en coche, en las tardes perezosas del verano le gustaba cantar. Recuerdo sus canciones favoritas, muchas coplas populares, rancheras mexicanas y otras melodías más raras, que no he vuelto a oír desde que dejé de escuchar su voz. Ella me enseñó que en el Barranco del Lobo hay una fuente que mana sangre de los españoles que murieron por la patria, y que ya estamos llegando a Pénjamo, ya brillan allá sus cúpulas, de corralejo, parece un espejo mi lindo Pénjamo, y hasta el himno del Metropolitano, rey de la furia española, club altivo y generoso, eres de España aureola y del fútbol el coloso, pero a lo largo de mi vida he podido seguir cantando todas esas canciones sin que la memoria de su voz ahogue la mía. Hasta que empiezan a sonar los villancicos.

Por fortuna, su favorito no es hoy muy popular. Nunca lo he oído en las recopilaciones navideñas que atruenan en grandes almacenes y centros comerciales, y aunque es andaluz, como mi bisabuela Isabel, tampoco ha generado, que yo sepa, versiones aflamencadas. Sin embargo, supongo que si lo oyera en una voz ajena no me impresionaría tanto. Tal vez no me impresionaría en absoluto, porque lo que me duele de verdad es cantarlo. En el instante en que empiezo, madre, en la puerta hay un niño, más hermoso que el sol bello, y dice que tiene frío porque viene medio en cueros, ya sé que no voy a llegar entera al estribillo. No sé por qué me pasa, ni por qué sólo me pasa a mí, pero sé que mi madre sobrevive en esa canción, en esa letra, en esa música, con mucha más intensidad, más contundencia, que en cualquier otra imagen, recuerdo, objeto o palabra suya. No hay nada en este mundo que tenga el mismo poder de devolvérmela intacta, viva siempre, a pesar de su muerte y de mis lágrimas.

La voz humana es el instrumento musical más extraordinario que existe, porque conecta directamente con el corazón de quien la escucha, de quien la recuerda. En la voz de mi madre, que no oigo desde hace más de 30 años y sin embargo suena en mis oídos casi todos los días, quepo yo a lo largo de todos los años que he vivido, las arrugas que ella nunca vio en mi cara, las canas que me tiño, y mis hijos, a quienes nunca conoció, esos mismos que cantan cada año su villancico y apuestan entre ellos a ver quién me hace llorar primero. Ni siquiera sus fotografías, esas viejas imágenes que no creo haber visto nunca cuando alguien me las envía, me devuelven su rostro, su cuerpo, su sonrisa, con tanta nitidez, porque en su voz estamos las dos, porque en sus fotos está ella sola. Por eso sus canciones, las que más le gustaban, no suenan igual en otras voces. Por eso mi voz, mucho más fea y menos entonada que la suya, es capaz de resucitarla hasta cuando no quiero. Y aunque no quiera, todos los años, a finales de noviembre, mientras la Navidad se cierne sobre mi cabeza como un destino inexorable, los viejos versos de un villancico rural y andaluz se apoderan de mí como una agridulce maldición. Ni siquiera sé si preferiría no recordarlos, porque si un año de estos el niño dejara de entrar, y de sentarse, si la patrona no volviera a preguntarle de qué tierra y de qué patria, yo ya no sería yo. Sería otra mujer, no sé si mejor o peor, pero, sin duda, otra distinta.

No me gustan las listas. Nunca participo en las encuestas que pretenden definir los 10 mejores libros del siglo XX, las mejores canciones de mi generación, los acontecimientos que nos han marcado en la última década. No concibo una tarea más estéril. Pero si tuviera que escoger una melodía, una letra, una canción entre todas las que han existido, sí sé quién la cantaría.

Benita Hernández Alonso, mi madre. 

https://elpais.com/elpais/2018/11/19/eps/1542622912_710516.html

 

Familias

ALMUDENA GRANDES
(el País 5/NOV/2018)

Sólo quien busca una solución, con ambición y magnanimidad, sin ponerse una venda ni negar las evidencias, termina encontrándola



Ahora que tanta gente menciona la sentencia de La Manada a propósito de los líderes independentistas encarcelados, recuerdo que en aquel caso la Fiscalía pidió más de 20 años de cárcel para los acusados y se opuso a su libertad bajo fianza. Más allá de este dato, que no sirve para sostener analogías, pero establece la precipitación de casi todas las reacciones, lo que estamos viviendo recuerda mucho a ciertas crisis familiares. En casi todas las familias alguien comete un error grave antes o después. En casi todas hay un adolescente que consume drogas, una adolescente que se queda embarazada, una estudiante que se niega a entrar en la universidad, un joven atado a una videoconsola que se pasa la vida en el sofá, jugando mientras bebe cerveza. En esas circunstancias, las familias se dividen siempre en dos bandos, con suerte en tres. Por una parte gritan los que pretenden solucionarlo todo echando al culpable de casa. Por otra parte gritan los encubridores, dispuestos a culpabilizar a cualquiera para absolver a sus hijos de los errores que nadie más ha cometido. Por último, cuando hay suerte, algunos padres o madres son capaces de reconocer la naturaleza y las dimensiones del problema, sin dedicar a la revisión de las culpas ni un solo segundo del tiempo que necesitan para encontrar soluciones. La mano dura es egoísta, porque garantiza la tranquilidad de los mayores a costa de la ruina de los jóvenes. La mano blanda es estúpida, porque perpetúa el sufrimiento de unos y los errores de otros. Solo quien busca una solución, con ambición y magnanimidad, sin ponerse una venda encima de los ojos ni negar las evidencias, termina encontrándola. Y unos años después, nadie se acuerda de lo mal que lo pasaron todos. Ojalá.


https://elpais.com/elpais/2018/11/04/opinion/1541345495_066667.html

 

El tiempo, la amistad y los chipirones

ALMUDENA GRANDES
(EL PAÍSs 14/oct/2018)

Hace 30 años conocí a mi amigo Eduardo Mendicutti. Hace poco volvió a Madrid y organicé una cena para él. Desde entonces, me siento mejor

HACE TREINTA AÑOS, una huelga de Iberia me regaló el mejor amigo que he hecho en la literatura. Y en la vida.

Tienes que ir… Antonio López Lamadrid, el mejor editor que, a su vez, habría podido soñar, me llamó para anunciarme que no podría venir a Madrid. Hay huelga en el puente aéreo, pero debes ir a apoyar a la editorial y a conocer a Mendicutti, un escritor extraordinario que te va a caer muy bien. La presentación de Tiempos mejores era en Chicote, mi primera novela no llevaba ni dos meses publicada y, como de costumbre, Toni acertó. Aquella noche conocí a Eduardo, pero lo mejor fue que Miguel García Sánchez, distribuidor de Tusquets en funciones de editor por culpa de Iberia, me invitó a cenar con él, y me lo pasé tan bien que, al despedirnos, le di las gracias. A mí, ahora, me llegan muchas invitaciones, ¿sabes?, le dije, pero no voy nunca a ningún sitio, porque como no conozco a nadie… ¡Ah!, los ojos de Eduardo se iluminaron, a mí me pasa lo mismo, que no conozco a casi nadie, así que, si quieres, podemos ir juntos. No podría haber tenido una idea más brillante que aquella que me convirtió en su pareja de hecho en todos los saraos literarios del Madrid de los noventa, un escenario donde protagonizamos muchas noches memorables, con y sin criados filipinos.

Hace 15 años, hice chipirones en su tinta para Eduardo, porque sabía que eran su plato favorito.

En aquella época, ya no solíamos ir a muchas presentaciones, ni juntos, ni por separado. Los dos nos habíamos cansado al mismo ritmo de la egomaniaca purpurina de la sociedad literaria, y yo, además, tenía una hija pequeña, pero, a cambio, organizaba muchas cenas y fiestas en mi casa. Él, que siempre ha encabezado la lista de los invitados imprescindibles, sonrió al ver la fuente repleta de bultos impregnados en salsa negra y comentó que las únicas personas que le hacían chipirones éramos su madre y yo. Y siguió pasando el tiempo, las fiestas, las cenas, los libros, la vida compartida, las presentaciones que ya no eran de otros, sino nuestras, porque he presentado muchas novelas de ese extraordinario escritor que es Eduardo Mendicutti, porque Eduardo ha sido el inmejorable presentador de muchas novelas mías y, sobre todo, porque los dos nos lo hemos seguido pasando igual de bien que la primera noche.

Hace unos cinco años, en otra cena, en la misma mesa, ante una fuente parecida, dijo algo que me impresionó.

Ahora, ya, la única que me hace chipirones eres tú, porque mi madre está muy mayor, pobrecita… Aquella frase resonó en el comedor de mi casa como un mandato moral, y en aquel momento todos los demás amigos comprendieron que estaban abocados a los chipirones, entre otras cosas, cada vez que les invitara a mi casa a cenar. El plato favorito de Eduardo se convirtió en una segunda versión de las croquetas o las tortillas de patatas que hago siempre para que mi marido, en guerra perpetua con los exotismos gastronómicos, pueda cenar algo cuando tenemos invitados. Como siempre me apetece cocinar otras cosas para los demás, los caprichos de los dos hombres de mi vida me complican mucho el menú, pero no me importa. Los chipirones en su tinta han jalonado la última etapa de mi larga amistad con Eduardo Mendicutti, pero en los últimos tiempos han cobrado una importancia capital para mi equilibrio sentimental.

Porque el verano pasado, Eduardo cerró su casa de Madrid y se instaló en Sanlúcar de Barrameda.

Intenté disuadirle con tan poco éxito como el que suelen cosechar mis consejos sobre su vida amorosa, hasta que me di cuenta de que no me impulsaba su interés, sino el mío. Perder a mi amigo más antiguo me daba pánico, aunque supiera que le vería en Madrid cada dos por tres, que en verano apenas nos separarían unos pocos kilómetros, que tenerle allí me animaría a ir a Cádiz con más frecuencia en invierno. Comprendí que el paso del tiempo me daba más vértigo que la distancia, pero el conocimiento no mejoró mi estado de ánimo. Regresar a Madrid sin él me produjo una tristeza mayor de la que yo misma habría podido calcular.

Pero antes de que empezara octubre, Eduardo volvió a Madrid, organicé una cena para él, volví a cocinar chipirones en su tinta. Desde entonces, me siento ­mucho mejor.

https://elpais.com/elpais/2018/10/08/eps/1538988954_562222.html

 

 

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