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Edición nº 4 - Septiembre Octubre de 2008

Los generales de Falndes, de Juan Carlos Losada, Planeta.

LOS TERCIOS DE FLANDES

porLaura López-Ayllón.


El ejército español de los siglos XVI y XVII, los famosos Tercios, son poco conocidos por muchos jóvenes españoles, muchos de los cuales los descubrieron a través de las novelas y la película del capitán Alatriste. En los últimos años, varios libros de historia y algunas novelas históricas, han dado a conocer no sólo su formación, su estructura, sus jefes, sino también el famoso “camino” por el que se desplazaban a Flandes ( Los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, y otras que hoy pertenecen a Francia y Alemania).
Esta parte de la historia de España, que nos ha dejado refranes como “Poner una pica en Flandes”, es decir, casi conseguir un imposible, tiene sus grandes figuras, como el duque de Alba, Alejandro Farnesio, Ambrosio de Spínola, Don Juan de Austria, o Fernando de Austria, pero en general fueron antepasados nuestros, soldados anónimos valientes y cobardes, mal pagados y mal alimentados, que enfermaban en las trincheras y cuya paga era en ocasiones el botín, mientras los nobles disponían de buenos alimentos y tiendas confortables. Parece que también hubo caballeros, aunque según le cuenta a Don Quijote el que viaja a Italia:
“A la guerra me lleva mi necesidad;
Si tuviera dineros no fuera en verdad.
Para entender los Tercios, creados por Carlos V, es preciso partir de la guerra de Granada y de las campañas italianas del gran militar español Rodrigo Fernández de Córdoba, conocido como “El Gran Capitán”, el militar que supo incorporar a sus ejércitos las últimas novedades militares antes de que pasaran al resto de Europa. De alguna manera podemos decir que las armas de fuego, en coordinación con los piquetes, desterraron la caballería medieval. Por otra parte el uso masivo de la pólvora y el avance de la artillería se sumaron al perfeccionamiento de la técnica de excavación de túneles y obligaron en el siglo XVI a crear construcciones que resistían esta nueva forma de combatir.
Contaba cada tercio, al menos, con 3.000 hombres, divididos en compañías, banderas o capitanías y muy profesionales, pues eran reclutados de forma voluntaria y por tiempo prolongado. Su forma de actuar combinaba piqueros, arcabuceros y mosqueteros que se disponían en torno a los piqueros en pequeñas unidades. Esta disposición dotaba al Tercio de una gran capacidad, que era defensiva frente a la caballería pesada y ofensiva frente a la infantería.
Entre los grandes militares de los Tercios destacan dos personajes muy distintos entre sí tanto por su origen, pues Alejandro Farnesio era nieto de Carlos V y del Papa Pablo III, mientras que Ambrosio Spinola, de alta familia genovesa, fue nombrado maestre de campo tras ofrecer a Felipe III hacerse cargo de dos Tercios que se necesitaba enviar a Flandes.
Alejandro Farnesio, que residió en España desde los diez años, era sobrino de Felipe II como hijo de su hermanastra Margarita, hija de Carlos V. Está considerado el mejor general de su tiempo y fue un seguidor de las innovaciones militares del momento. Acudió a Flandes al frente de los tercios de Italia llamado por su pariente y amigo Don Juan de Austria, al que también acompañó en Lepanto. Combatió contra Guillermo de Orange y reconquistó para España Gante, Bruselas. Malinas y Anvers.
Ambrosio de Spínola, militar genovés al servicio de la Monarquía Española en tiempos de Felipe III y Felipe IV, formó a sus expensas un ejército de 9.000 hombres con los que ayudó al archiduque Alberto, casado con la hija de Felipe II, Isabel Clara Eugenia, y tomó Ostende en 1604. Tras ser nombrado maestre general de las tropas de Flandes, intentó cortar las comunicaciones de los protestantes, pero no lo consiguió al amotinarse las tropas al no recibir la paga. Entre sus triunfos se encuentra la toma de Breda, que Cervantes inmortalizó en el cuadro conocido como “Las Lanzas” o “La rendición de Breda”.
Pero los tercios tenían que llegar a Flandes lo más rápidamente posible, pues no es lo mismo llevar un correo o unas mercancías que trasladar un ejército de miles de hombres y, para poder hacerlo, contaron con un “camino”, más o menos habilitado, para el paso de las tropas, en el que tuvieron lugar incidentes de todo tipo.
En realidad existieron varias arterias de comunicación, unas marítimas y otras terrestres, aunque la más representativa fue la que accedía a Flandes desde Génova, conocida como “el camino español”. En ella, aunque fue la ruta más frecuentada de todas las que abastecían militarmente a a Europa, había que superar desfiladeros, vadear ríos, atravesar bosques infestados de ladrones……
Aunque también fue utilizado el camino para el transporte de mercaderías, el ejército fue su usuario principal y contaba con sitios preparados para descansar, túneles, y puentes. Cada expedición era precedida por una cuadrilla de vanguardia que inspeccionaba que las condiciones de la ruta fueran las correctas para el paso del ejército, iba acompañada de un caballero de la región, y contaba por una cadena de puntos fijos obligados.
Se elaboraban mapas lo más detallados posible en los que figuraban todo lo que el ejército debía conocer como los puentes, los ríos, los bosques, los caminos y las ciudades, pero el problema principal era el alojamiento de las tropas y los que les acompañaban, caso de lacayos o de mujeres, así como los víveres que debían proporcionar al ejército. Una de las posibilidades era el requisar ambas cosas en los pueblos por los que pasaban, con o sin indemnización. Pero, a veces, no existía alojamiento para todos y los soldados debían hacer noche bajo setos o chozas improvisadas, conocidas como “barracas”.
Esta situación dio lugar en ocasiones a la comisión de múltiples delitos como los robos, la quema de pueblos enteros, o los destrozos de moradas o graneros….., por lo que las poblaciones hicieron todo lo posible para que los ejércitos no pernoctaran en sus pueblos.
Los tercios continuaron sus victorias hasta el enfrentamiento de Rocroi, en el que el duque de Enguien, hijo de Enrique II de Francia, venció a las tropas españolas mandadas por el portugués Francisco de Melo. Ambos generales eran bisoños, pero el francés tuvo luego una brillante carrera militar, mientras que Melo, que el año anterior había ganado una importante batalla, no estuvo muy acertado y abandonó al ejército.
Hoy se sabe que Francia “doró” su victoria, tanto en el aspecto táctico como estratégico, y que las bajas españolas no fueron tan numerosas –varios de los tercios llegaron al final sin rendirse- como se dijo en un principio, sino similares a las francesas, pero fue una señal de la decadencia militar española que se avecinaba.

Vientos de intriga

“VIENTOS DE INTRIGA” RECUERDA LOS MESES PREVIOS AL DOS DE MAYO


por Laura López-Ayllón


El historiador José Calvo Poyato, especialista en el tránsito del siglo XVII al XVIII, acerca en su novela “Vientos de intriga” los sucesos que precedieron a la histórica jornada del Dos de Mayo, el que se produce una amenaza de cambio de poderes en la Corte y un levantamiento popular que llevó al Dos de Mayo.
“Vientos de intriga” es la historia de las conspiraciones previas, cuando Carlos IV y su esposa María Luisa de Parma descubrieron en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial que su hijo, Fernando VII, príncipe de Asturias, está conspirando para derrocarlos. En la historia interviene como no puede ser menos Godoy, un personaje mimado y favorito de los reyes.
El libro recoge también no sólo las luchas del palacio sino las de la calle, desde el motín de Aranjuez en marzo de 1808 hasta el levantamiento del Dos de Mayo de 1808, en el que se produce la revuelta popular contra el gobierno que ha instaurado en España Napoleón.
La novela del historiador Calvo-Poyato nos cuenta como se reúnen un grupo de personajes para comentar los sucesos políticos que están convulsionando la vida de los españoles y como una misteriosa organización, La Fraternidad de San Andrés, y un asesinato sirven de detonante para una trepidante aventura.
“Vientos de intriga” es también el retrato de una aristocracia sin rumbo y de un clero fanático, pero sobretodo de un pueblo que supo ponerse en pie y luchar, recorriendo unos meses de la historia de España llenos de conspiraciones, enfrentamientos y motines, sin perder los hechos históricos que tan bien conoce.
José Calvo Poyato, es Catedrático de Historia y especialista en el tránsito del XVII al XVIII, en la etapa del último rey de los Austrias, Carlos II, y del primer Borbón, Felipe V, y en ella ha centrado varios de su ensayos como “La guerra de Sucesión”, “Así vivían en el Siglo de Oro” o “Carlos II el Hechizado y su época”.
Es autor también de varias novelas históricas, caso de “Conjura en Madrid”, “La Biblia negra” o “Jaque a la reina”.