José Ángel Valente

 

José Ángel Valente

José Ängel Valente, poeta

Ana Alejandre

Poeta, ensayista y traductor español, nacido el 25 de abril de 1929 en Orense, Galicia. Cursó estudios de Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela y obtuvo la licenciatura en Filología Románica en la Universidad Complutense.

Formó parte del Departamento de Filología hispánica de la Universidad de Oxford. Posteriormente, se trasladó a Ginebra, ciudad en la que residió entre 1958 y 1980 y donde ejerció de traductor para la ONU.

Más tarde, vivió sucesivamente en Ginebra, París y Almería. Fue sometido a Consejo de Guerra, en 1972, por alusiones ofensivas al ejército contenidas en su cuento “El uniforme del general”.

Se le considera miembro del llamado Grupo poético de los 50, o Generación del medio siglo. Su obra poética fue evolucionando, especialmente desde 1966, con el tiempo hacia un cierto misticismo, por lo que su obra recuerda a la de Edmond Jabés o Paul Celan, porque posee también notas de un existencialismo lírico radical , muy influenciado por la mística sincrética, tal como la cábala judaica, el sufismo y el misticismo cristiano (en especial, por las figuras de San Juan de la Cruz o Miguel de Molinos).además del taoísmo y el budismo zen. A pesar de esta influencia mística, no acepta la idea de una divinidad personal ni, tampoco, ningún dogma religioso. Esta evolución poética le hizo ser encuadrado, posteriormente, en la llamada “Poesía del silencio”

Dicho acercamiento al misticismo fue influenciado por la figura y obra de María Zambrano, y por la asimilación de diversas doctrinas filosóficas y tradiciones culturales históricas, tanto en poesía como en prosa como a través de la música y pintura. Todas estas influencias, matizadas por el talento poético de Valente, convierten a su obra en una de las más profundas y valiosas de la literatura española contemporánea, a juicio de Gérard de Cortanze.

Continúa la línea de la tradición mística española, por lo que muestra su obsesión por la inefabilidad, el vacío y la nada, pero sin aproximarse a la náusea existencial sartriana. Entre los temas de sus obsesiones se cuentan también el lenguaje y la materia, que también son próximas a su sensibilidad que le aproxima a la mística. La materia se le representa como permanente creadora de formas; y, el lenguaje, al que el poeta intenta librar de su uso netamente instrumental para darle un mayor significado, son dos formas para llegar a la comprensión del misterio que representa la vida.

Entre sus obras de ensayo, se pueden destacar los títulos sobre literatura, La piedra y el centro, y Variaciones sobre el pájaro y la red, a modo de meditaciones sobre Miguel de Molinos, santa Teresa y los pintores El Bosco, o Matthías Grünewal.

Después de fallecer Valente, se publicó su libro La experiencia abisal, obra recopilatoria de sus ensayos escritos entre 1978 y 1999. También, se editaron sus textos críticos sobre arte que lleva por título Elogio del calígrafo. Su diario anónimo (2011) que reúne muchas notas de gran interés, y observaciones personales de cuestiones biográficas y literarias. Salió publicado, en 2002, su libro Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000), escrito en colaboración con los poetas Eduardo Milán, Sánchez Robayna y Blanca Varela.

Las obras completas de Valente fueron editadas por Sánchez Robayna y las forman dos volúmenes, Poesía y prosa (2006) y Ensayos (2008), publicadas por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.

Como todo escritor, con independencia de los géneros que cultive, tanto en su obra poética y en sus ensayos críticos se advierte la fuerte relación intertextual que existe entre una y otros, en cuanto se refiere a sus reflexiones sobre la naturaleza del arte, del origen de la vida, del ser humano y de todas las criaturas.

Su poesía trasciende hacia lo primigenio, lo inmanente y lo inefable. Es una mirada la suya que se enfrenta a la visión materialista de la sociedad actual, ahondando en la memoria, tanto personal como colectiva, para llegar hasta sus profundidades donde se encuentra la verdad pura, la esencia del ser a la que no puede tapar las veladuras de la apariencia. Publicó toda su poesía con el título de Punto cero (1972 y 1980), volumen en el que incluyó Treinta y siete fragmentos, no publicado suelto hasta 1989. Posteriormente, apareció Material memoria, que recoge su obra poética a partir de 1979.

Entre sus trabajos de traducción poética se cuentan entre otros, las que realizó de autores como Constantino Cavafis, Celan, John Donne, Manley Hopkins, Jabès, John Keats, Eugenio Montale, Benjamin Péret, Dylan Thomas) que fueron recopiladas en Cuaderno de versiones(2002). Tradujo también El extranjero de Albert Camus (Alianza Editorial)

Su exquisita sensibilidad y atracción por el arte le llevó a colaborar. para escribir algunas obras. con pintores como es el caso de Antonio Saura (Emblemas, 1978), Antoni Tapies (El péndulo inmóvil, 1982), Paul Rebeyrolle (Desaparición Figuras, 1982) o Jürgen Partenheimer (Raíz de lo cantable, 1991), al igual que con la fotógrafa Jeanne Chevalier (Calas, 1980).

Su obra ha sido traducida al francés, portugués, italiano, inglés, alemán, checo, y otras muchas lenguas. Su obra poética ha sido publicada en diferentes antologías, y ha sido objeto de estudio en distintos congresos, seminarios y coloquios tanto en España como en el extranjero.

Falleció en Ginebra /Suiza8, el 18 de julio del 2000.

 

 

bIBLIOGRAFÍA DE jOSÉ äNGEL vALENTE

José Ängel Valente, poeta

BIBLIOGRAFÍA

A modo de esperanza (1955)
Poemas a Lázaro (1960)
Sobre el lugar del canto (1963)
La memoria y los signos (1966)
Siete representaciones (1967)
Breve son (1968)
El inocente (1970)
Presentación y memorial para un monumento (1970)
Punto cero, B., Barral (1972)
Material memoria (1979)
Estancias (1980)
Tres lecciones de tinieblas (1980)
Sete cántigas de Alén (1981)
Mandorla (1982)
Nueve enunciaciones (1982)
Tránsito (1982)
El fulgor (1984)
Nueve poemas (1986)
Al dios del lugar (1989)
Treinta y siete fragmentos (1989)
No amanece el cantor (1992)
Fragmentos de un libro futuro (2000)

PREMIOS
Premio Adonais de poesía (1954)
Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1988)
Premio de la Fundación Pablo Iglesias (1984)
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1993)
Premio de la Crítica (1960) (1980)
Premio Nacional de Literatura (2000)

ENLACES
http://amediavoz.com/valente.htm
http://www.poesi.as/Jose_Angel_Valente.htm
http://www.ucm.es/info/especulo/numero16/valente.html
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2387
http://www.enfocarte.com/6.27/valente.html
http://www.analitica.com/va/arte/actualidad/9665433.asp
http://www.babab.com/no27/valente.php
http://www.barcelonareview.com/22/s_jav.htm
http://www.fundacion.telefonica.com/at/valente.html
http://www.residencia.csic.es/bol/num8/valente.htm

 

 

Poemas de José ángel Valente

Ahora, amiga mía...

Ahora, amiga mía
que una flor de papel preside el aire,
que el aire se deshace en dulces pétalos
de jadeante miel en tus rodillas,
ahora que no hablamos del otoño
ya nunca más
para no tropezar con tu mirada,
ahora que te adentras por la vida,
ligera, según dices,
desposeída al fin de prejuicios,
ideas recibidas, tiempo estéril,
incomprensibles normas y principios,
ay -ahora
que la virginidad navega todavía
como un barco vacío por oscuros telares,
por intactos desvanes y sueños sin sentido,
qué hacer en medio de la tarde,
cómo entregarse sin terror de pronto
y cómo confesar que detrás de tu lecho
odiosa la inocencia,
inservibles los claros pensamientos,
traicionan palabras aprendidas
en revistas de moda, tópicos de vanguardia,
digo, tópicos que tan libre te hacen,
aunque no de ti misma,
aunque no de tu vientre inopinado
donde súbito baja,
feroz y sofocante, el duro golpe
del corazón.

Qué tierna insensatez la de estar solos,
la del estremecimiento vergonzoso
ante la voz del hombre
Y el no estar a la altura de las propias palabras
con esfuerzo aprendidas,
pues ahora
bien sencillo sería el acto del amor
sin aquel eco
soez de sumergidas tradiciones
no expurgadas a tiempo,
ahora que la misma indiferencia
de las frases audaces y ante oídas
del loro varonil tan propicia parece,
si la conversación no fuera ya pretexto,
argumento de un miedo mal oculto
a no saber qué hacer en este trance.

Demasiado tarde vuelves
a recaer en frases y agudezas,
mientras escondes el temblor que sube,
absurdamente provinciano y burdo,
de niña de agua dulce,
desusada y antigua, hasta tus labios,
mientras repites al pic-up la misma
canción francesa que nos gusta tanto,
que nos hace sentir más al corriente,
casi no necios ni burgueses tristes.

Qué fácil fuera ahora desnudarse,
dejar caer el velo simplemente
sin el terror oscuro que te ata
a los núbiles senos,
qué fácil fuera acaso si no fuera
por la flor jadeante de papel amarillo
que preside la tarde,
por el desasosiego súbito que oprime
hasta el dolor tu tímida cintura
por la imposible confesión aciaga
de tu añeja inocencia,
por el urbano gesto
de loro aclimatado a otras regiones
con que el varón disfraza su animal procedencia,
por los pasos de alguien que se acerca,
por el timbre que suena
como un ángel guardián ( te ruboriza
sin poder evitarlo el pensamiento )
y la ocasión disuelve, mientras tú más segura
recuperas ingenio y frases hechas,
piensas que, al fin y al cabo, volverá a repetirse,
prefabricada como es, y entonces
no dudarás en entregarte,
entonces-
es decir, sin que llegue
el deseo a pasión ni la pasión a amor
ni el hálito terrible del amor
al abrasado borde de tu cuerpo.


Ahora no tienes, corazón, el vuelo...

Ahora no tienes, corazón, el vuelo
que te llevaba a las más altas cumbres.

Lates, reptante, entre las hojas secas
del amarillo otoño.

¿Y hasta cuándo en la secreta larva de ti?

¿ Volverás a nacer en la mañana,
a respirar la frialdad del aire
donde hay un pájaro?
¿Lo oyes?

Canta arriba, en las cimas,
como tú, como entonces.

Tú eres sólo latir cobijado en lo oscuro.

Al pájaro que fuiste dedicas este canto.

(El vuelo)


Análisis del vientre

Aquel vientre era para ser observado con lupa,
pues bajo el cristal cada pequeño pliegue,
cada rugosidad se hacía
multiplicado labio.

El amor, demasiado brutal,
jamás repararía,
el petulante de la viril pasión
que el aire agota de un solo trago inútil
jamás repararía.

Mas nosotros, mi amiga, analicemos
con la frialdad habitual a la que sólo
el poema se presta
la difícil pasión de lo menos visible.


Anónimo: versión

Cima del canto.
El ruiseñor y tú
ya sois lo mismo.


Cae la noche

Cae la noche.
El corazón desciende
infinitos peldaños,
enormes galerías,
hasta encontrar la pena.
Allí descansa, yace,
allí, vencido,
yace su propio ser.

El hombre puede
cargarlo a sus espaldas
para ascender de nuevo
hacia la luz penosamente:
puede caminar para siempre,
caminar...
¡Tú que puedes,
danos nuestra resurrección de cada día!

"Poemas a Lázaro" 1960


Cerqué, cercaste....

Cerqué, cercaste,
cercamos tu cuerpo, el mío, el tuyo,
como si fueran sólo un solo cuerpo.
Lo cercamos en la noche.

Alzose al alba la voz
del hombre que rezaba.

Tierra ajena y más nuestra, allende, en lo lejano.

Oí la voz.
Bajé sobre tu cuerpo.
Se abrió, almendra.
bajé a lo alto
de ti, subí a lo hondo.

Oí la voz en el nacer
del sol, en el acercamiento
y en la inseparación, en el eje
del día y de la noche,
de ti y de mí.
Quedé, fui tú.
Y tú quedaste
como eres tú, para siempre
encendida.

Cómo se abría el cuerpo del amor herido...

Cómo se abría el cuerpo del amor herido
como si fuera un pájaro de fuego
que entre las manos ciegas se incendiara.

No supe el límite.

Las aguas
podían descender de tu cintura
hasta el terrible borde de la sed,
las aguas.

De "Material memoria"


Cuando te veo así, mi cuerpo, tan caído...

Cuando te veo así, mi cuerpo, tan caído
por todos los rincones más oscuros
del alma, en ti me miro,
igual que en un espejo de infinitas imágenes,
sin acertar cuál de entre ellas
somos más tú y yo que las restantes.
Morir.
Tal vez morir no sea más que esto,
volver suavemente, cuerpo,
el perfil de tu rostro en los espejos
hacia el lado más puro de la sombra.

El adiós

Entró y se inclinó hasta besarla
porque de ella recibía la fuerza.

(La mujer lo miraba sin respuesta.)

Había un espejo humedecido
que imitaba la vida vagamente.
Se apretó la corbata,
el corazón,
sorbió un café desvanecido y turbio,
explicó sus proyectos
para hoy,
sus sueños para ayer y sus deseos
para nunca jamás.

(Ella lo contemplaba silenciosa.)

Habló de nuevo. Recordó la lucha
de tantos días y el amor
pasado. La vida es algo inesperado,
dijo. (Más frágiles que nunca las palabras.
Al fin calló con el silencio de ella,
se acercó hasta sus labios
y lloró simplemente sobre aquellos
labios ya para siempre sin respuesta.

"A modo de esperanza" 1955


El amor está en lo que tendemos...

El amor está en lo que tendemos
(puentes, palabras ).

El amor está en todo lo que izamos
(risas, banderas).

Y en lo que combatimos
(noche, vacío)
por verdadero amor.

El amor está en cuanto levantamos
(torres, promesas).

En cuanto recogemos y sembramos
(hijos, futuro).

Y en las ruinas de lo que abatimos
(desposesión, mentira)
por verdadero amor.

"Breve son" 1968

El ángel

Al amanecer,
cuando la dureza del día es aún extraña
vuelvo a encontrarte en la precisa línea
desde la que la noche retrocede.
Reconozco tu oscura transparencia,
tu rostro no visible,
el ala o filo con el que he luchado.
Estás o vuelves o reapareces
en el extremo límite, señor
de lo indistinto.
No separes
la sombra de la luz que ella ha engendrado.


El círculo

Estaba la mujer con sus dos senos,
su única cabeza giratoria,
la longitud de su sonrisa, el aire
de estar y de alejarse sabiamente fingido.

Estaba rodeada de sí misma,
de admiración opaca y compartida,
bajo la oscura luz de las miradas.

La complacencia del estar henchía
de estólida ternura los objetos cercanos.

Estaba en pie sumándose a su cuerpo.
Las palabras sonaban conllevando sentidos
superfluos y crasos.

Giraba la mujer.

Rebasaba su órbita
como un pronunciamiento
de todo lo que es bello,
vacío, ritual, sonoro, triste.


El deseo era un punto inmóvil...

Los cuerpos se quedaban del lado solitario del amor
como si uno a otro se negasen sin negar el deseo
y en esa negación un nudo más fuerte que ellos mismos
indefinidamente los uniera.

¿Qué sabían los ojos y las manos,
qué sabía la piel, qué retenía un cuerpo
de la respiración del otro, quién hacía nacer
aquella lenta luz inmóvil
como única forma del deseo?


El fulgor

XXVI

Con las manos se forman las palabras,
con las manos y en su concavidad
se forman corporales las palabras
que no podíamos decir.

XXXIII

Ya te acercas otoño con caballos heridos,
con ríos que rebasan el caudal de sus aguas,
con sumergidos párpados y vientres sumergidos,
con jardines que bajan descalzos hasta el mar.

Ya llegas con tambores enormes de tiniebla,
con largos lienzos húmedos y manos olvidadas,
con hilos que deshacen en aire la mañana,
con lentas galerías y espejos empañados,
con ecos que aún ocultan lo que ha de ser voz.

Y de sí desatado el cuerpo envuelto en oros
desciende oscuro al fondo oscuro de tu luz.


XXXVI

Y todo lo que existe en esta hora
de absoluto fulgor
se abrasa, arde
contigo, cuerpo,
en la incendiada boca de la noche.

El pecado

El pecado nacía
como de negra nieve
y plumas misteriosas que apagaban
el rechinar sombrío
de la ocasión y del lugar.

Goteaba exprimido
con un jadeo triste
en la pared del arrepentimiento,
entre turbias caricias
de homosexualidad o de perdón.

El pecado era el único
objeto de la vida.

Tutor inicuo de ojerosas manos
y adolescentes húmedos colgando
en el desván de la memoria muerta.

El temblor

La lluvia
como una lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz,
bajar,
lamer el eje vertical,
contar el número de vértebras que me separan
de tu cuerpo ausente.

Busco ahora despacio con mi lengua
la demorada huella de tu lengua
hundida en mis salivas.

Bebo, te bebo
en las mansiones líquidas
del paladar
y en la humedad radiante de tus ingles,
mientras tu propia lengua me recorre
y baja,
retráctil y prensil, como la lengua
oscura de la lluvia.

La raíz del temblor llena tu boca,
tiembla, se vierte en ti
y canta germinal en tu garganta.


En muchos tiempos...

En muchos tiempos
tu cabeza clara.

En muchas luces
tu cintura tibia.

En muchos siempres
tu respuesta súbita.

Tu cuerpo se prolonga sumergido
hasta esta noche seca,
hasta esta sombra.


Esta imagen de ti

Estabas a mi lado
y más próxima a mí que mis sentidos.

Hablabas desde dentro del amor,
armada de su luz.
Nunca palabras
de amor más puras respirara.

Estaba tu cabeza suavemente
inclinada hacia mí.
Tu largo pelo
y tu alegre cintura.
Hablabas desde el centro del amor,
armada de su luz,
en una tarde gris de cualquier día.

Memoria de tu voz y de tu cuerpo
mi juventud y mis palabras sean
y esta imagen de ti me sobreviva.


Estabas desleída en la dulzura...

Estabas desleída en la dulzura
de los secretos jugos de tu cuerpo
y te llevaba el agua
como a una larga cabellera verde
engendrada en los limas
obstinados del fondo.

Era tu forma ese deshacimiento.
Brotar.
Fluir.
Abandonarse.
Bajaba el aire hasta los límites
perfectos de tu piel.
Blancura.
Y ya oblicuo, el poniente la encendía
para nacer de ti aquella tarde
de qué lugar, qué tiempo, qué memoria.

(Orillas del Sar)

Graal

Respiración oscura de la vulva.

En su latir latía el pez del légamo
y yo latía en ti.
Me respiraste
en tu vacío lleno
y yo latía en ti y en ti latían
la vulva, el verbo, el vértigo y el centro.


Hay una leve luz caída...

Hay una leve luz caída
entre las hojas de la tarde.
Dame
tu mano y cruza
de puntillas conmigo
para nunca pisarla,
para no arder tan tenue
en sus dormidas brasas
y consumirte lenta
en el perfil del aire.

(Octubre)

Hoy andaba debajo de mí mismo...

Hoy andaba debajo de mí mismo
sin saber lo que hacía.

Hoy andaba debajo de la pena
con risa inexplicable.

Hoy andaba debajo de la risa
con todo el llanto a cuestas.

Hoy andaba debajo de las aguas
sin que fuese milagro comparable.

Hoy andaba debajo de la muerte
y no reconocía sus cimientos.

Andaba a la deriva por debajo del cuerpo
confundiendo los dedos con los ojos.

Hoy andaba debajo de mí mismo
sin poder contenerme.

"Breve son"1968

Iluminación

Cómo podría aquí cuando la tarde baja
con fina piel de leopardo hacia
tu demorado cuerpo
no ver tu transparencia.

Enciende sobre el aire
mortal que nos rodea
tu luminosa sombra.
En lo recóndito
te das sin terminar de darte y quedo
encendido de ti como respuesta
engendrada de ti desde mi centro.

Quién eres tú, quién soy,
dónde terminan, dime, las fronteras
y en qué extremo
de tu respiración o tu materia
no me respiro dentro de tu aliento.

Que tus manos me hagan para siempre,
que las mías te hagan para siempre
y pueda el tenue
soplo de un dios hacer volar
al pajarillo de arcilla para siempre.

La adolescente

Ya baja mucha luz por tus orillas,
nadie recuerda la invasión del frío.

Ya los sueños no bastan para darle
razón de ser a todos los suspiros.

Tú cantas por el aire.

Ya se ponen de verde los vestidos.
Ya nadie sabe nada.
Nadie sabe
ni cómo ni por qué ni cuándo ha sido.


La blanca anatomía de tu cuello...

La blanca anatomía de tu cuello.
Subí a la transparencia.
Tallo de soberana luz, tu cuello.

Podría estar exento,
ser sólo así en la naturaleza,
tallo de una cabeza no existente.
Cuello. Tallo de luz. Exento.

Para inventar de nuevo
tu mirada y tu irrealidad.
Para soñar de nuevo el mismo sueño.

La mujer estaba desnuda...

La mujer estaba desnuda.

Llegó un hombre,
descendió a su sexo.
Desde allí la llamaba
a voces cóncavas,
a empozados lamentos.
Pero ella
no podía bajar
y asomada a los bordes sollozaba.

Después, la voz, más tenue
cada día,
ya se iba perdiendo en remotos vellones.

La mujer sollozaba.

Tendió grandes pañuelos
en las lámparas rotas.

Vino la noche.

Y la mujer abrió de par en par
sus inexhaustas puertas.

La víspera

El hombre despojóse de sí mismo,
también del cinturón, del brazo izquierdo,
de su propia estatura.

Resbaló la mujer sus largas medias,
largas como los ríos o el cansancio.

Nublóse el sueño de deseo.
Vino
ciego el amor
batiendo un cuerpo anónimo.
De nadie
eran la hora ni el lugar
ni el tiempo de los besos.

Sólo el deseo de entregarse daba
sentido al acto del amor,
pero nunca respuesta.

El humo gris.
El abandono.
El alba
como una inmensa retirada.
Restos
de vida oscura en un rincón caídos.
y lo demás vulgar, ocioso.
El hombre
púsose en orden natural, alzóse
y tosió humanamente.
Aquella hora
de soledad. Vestirse de la víspera.
Sentir duros los límites.
Y al cabo
no saber, no poder reconocerse.


Latitud

No quiero más que estar sobre tu cuerpo
como lagarto al sol los días de tristeza.

Se disuelve en el aire el llanto roto,
al pie de las estatuas
recupera la hiedra
y tu mano me busca
por la piel de tu vientre
donde duermo extendido.

El pensamiento melancólico
se tiende, cuerpo, a tus orillas,
bajo el temblor del párpado, el delgado
fluir de las arterias,
la duración nocturna del latido,
la luminosa latitud del vientre,
a tu costado, cuerpo, a tus orillas,
como animal que vuelve a sus orígenes.

Luego del despertar....

Luego del despertar
y mientras aún estabas
en las lindes del día
yo escribía palabras
sobre todo tu cuerpo.

Luego vino la noche y las borró.
Tú me reconociste sin embargo.

Entonces dije
con el aliento sólo de mi voz
idénticas palabras
sobre tu mismo cuerpo
y nunca nadie pudo más tocarlas
sin quemarse en el halo de fuego.

Mandorla

Estás oscura en tu concavidad
y en tu secreta sombra contenida,
inscrita en ti.

Acaricié tu sangre.

Me entraste al fondo de tu noche ebrio
de claridad.

Material, memoria, III

El encuentro fugaz de los amantes
en las furtivas camas del atardecer
y ya el adiós como de antes casi
de empezar el amor
y el jadeante amor
bebiendo entre tus ingles
el vientre azul de tu primer desnudo,
tus párpados
y el súbito
pulso roto de un tiempo inmemorial
largando amarras hacia adentro del tiempo.

Tú decías será de noche, amor.
Y ya caía
la luz,
mas era igual, como era igual
igual a igual
y nunca a siempre, jamás a todavía
en la sola estación
solar
de tu mirada.


Muerte y resurrección

No estabas tú, estaban tus despojos.

Luego y después de tanto
morir no estaba el cuerpo
de la muerte.
Morir
no tiene cuerpo.
Estaba
traslúcido el lugar
donde tu cuerpo estuvo.

La piedra había sido removida.

No estabas tú, tu cuerpo, estaba
sobrevivida al fin la transparencia.


No amanece el cantor

El cuerpo del amor se vuelve transparente, usado como fuera por las manos. Tiene capas de tiempo y húmedos,
demorados depósitos de luz. Su espejo es la memoria donde ardía. Venir a ti, cuerpo, mi cuerpo, donde mi cuerpo
está dormido en todas tus salivas. En esta noche, cuerpo, iluminada hacia el centro de ti, no busca el alba, no amanece el cantor.

No dejéis morir a los viejos profetas pues alzaron su voz contra la usura que ciega nuestros ojos con óxidos oscuros,
la voz que viene del desierto, el animal desnudo que sale de las aguas para fundar un reino de inocencia, la ira que despliega
el mundo en alas, el pájaro abrasado de los apocalipsis, las antiguas palabras, las ciudades perdidas, el despertar del sol como dádiva cierta en la mano del hombre.

La paciencia del sur. Sus enormes lagartos extendidos. El caparazón oscuro de la noche mordido por la sal. No llega la pregunta a convertirse en signo. Interrogar, ¿por qué? ¿Quién nos respondería desde la plenitud solar sin destruirnos?

Tenía el mar fragmentos laminares de noche. Los arrojaba al día. Para que el ave tendida de la tarde no pudiera olvidar
su origen en los terribles pozos anegados del fondo.

Y tú, ¿de qué lado de mi cuerpo estabas, alma, que no me socorrías?

Inmersión de la voz. Las aguas. Entraste en el origen. Cabeza decapitada junto al mar. Después no quedan más silencios.

Veo, veo. Y tú ¿qué ves? No veo. ¿De qué color? No veo. El problema no es lo que se ve,
sino el ver mismo. La mirada, no el ojo. Antepupila. El no color, no el color. No ver. La transparencia.

El centro es un lugar desierto. El centro es un espejo donde busco mi rostro sin poder encontrarlo. Para eso has venido
hasta aquí? ¿Con quién era la cita? El centro es como un círculo, como un tiovivo de pintados caballos. Entre las crines verdes
y amarillas, el viento hace volar tu infancia. -Detenla, dices.Nadie puede escucharte. Músicas y banderas. El centro se ha borrado. Estaba aquí, en donde tú estuviste. Veloz el dardo hace blanco en su centro. Queda la vibración. ¿La sientes todavía?

Los muslos de la mujer eran largos y húmedos. El fino vello brillaba dorado al sol. Interminable profundidad sin fondo de la piel. Cuando reía, parecía su risa estremecerle el sexo y desatar bandadas por el aire de indeclinables pájaros. Brotaba allí, me dije, como otras tantas cosas de la naturaleza.

(Jardín botánico)

What killed the dinosaurios?, preguntas mientras clavas en mi pupila tu pupila azul.
¿O quién? ¿Tú misma, un meteoro, una erupción volcánica? ¿Murieron uno a uno apuñalados
o fueron víctimas tempranas de una súbita y calculada exterminación?
(Anotación para un fin de siglo)

El oro fatigado envuelto en sangre de las tierras del sur. Los perros vagabundos llegaban hasta el límite frío de los vientos para morir. Nadie habitaba ya el lugar incierto. Óxidos. Nadie. Los luminosos cuarzos amarillos incendiaba en su rápido descenso el sol. Después, la sombra como una antorcha helada en todos los caminos que llevan al vacío. La soledad hambrienta devora las figuras. Sube el silencio contra el cielo, enorme, como un grande alarido.

a rogelio

Dedos sobre el tambor, la piel tendida, el aire que se llena de un susurro de huellas dactilares, de comienzos de oír, de oídos o silencios súbitos, plenitud del sonido, el silencio es la pura plenitud del sonido. Acelerada percusión. Los dedos. La llamada del dios. Los dedos solos sobre el puro temblor.

Quería escribir Unter den Linden. Escribir las palabras en el mismo lugar al que designan.
Igual que los graffiti. Decir ante un simbólico público alemán Der Tod ist ein Meister aus Deutschland. Como si yo mismo fuese un campesino de esa tierra. Decirlo con amor y con tristeza. El día dos de noviembre, un día de difuntos, de mil novecientos noventa, ya casi al término del siglo, el aire es tenue aquí y frío y luminoso. Una niña cruza en bicicleta, haciendo largas eses descuidadas, los vestigios del límite aún visibles.
(Berlín)

No me dejes vivir

No me dejes vivir.
Ahógame en lo alto.
Sobre tu cuerpo enfurecido.
No me dejes vivir...

Hay navíos que abaten en el largo descenso
su arboladura amarga.


Octubre

Hay una leve luz caída
entre las hojas de la tarde.
Dame
tu mano y cruza
de puntillas conmigo
para nunca pisarla,
para no arder tan tenue
en sus dormidas brasas
y consumirte lenta
en el perfil del aire.

Oda a la soledad

Ah soledad,
Mi vieja y sola compañera,
Salud.
Escúchame tú ahora
Cuando el amor
Como por negra magia de la mano izquierda
Cayó desde su cielo,
Cada vez más radiante, igual que lluvia
De pájaros quemados, apaleado hasta el quebranto,
y quebrantaron
Al fin todos sus huesos,
Por una diosa adversa y amarilla
Y tú, oh alma,
Considera o medita cuántas veces
Hemos pecado en vano contra nadie
Y una vez más aquí fuimos juzgados,
Una vez más, oh dios, en el banquillo
De la infidelidad y las irreverencias.
Así pues, considera,
Considérate, oh alma,
Para que un día seas perdonada,
Mientras ahora escuchas impasible
O desasida al cabo
De tu mortal miseria
La caída infinita
De la sonata opus
Ciento veintiséis
De Mozart
Que apaga en tan insólita
Suspensión de los tiempos
La sucesiva imagen de tu culpa
Ah soledad,
Mi soledad amiga, lávame,
como a quien nace, en tus aguas australes
y pueda yo encontrarte,
descender de tu mano,
bajar en esta noche,
en esta noche séptuple del llanto,
los mismos siete círculos que guardan
en el centro del aire
tu recinto sellado.

Pájaro del olvido

Pájaro del olvido
jamás te tuve más cierto en mi memoria.

Vuelvo ahora
desde no sé qué sombra
al día helado del otoño en esta
ciudad no mía, pero al fin tan próxima,
donde el sol de noviembre tiene
la última dureza
de lo que ya debiera
morir.
¿Y es éste el día
de mi resurrección?

Las hojas arrastradas por el viento
apagan nuestros pasos.

Llego y ni siquiera sé muy bien quién llega
ni por qué fue llamado a este convite
tantos años después.

(Comparición)

Pero tú, única

Soledad, sí
pero tú nunca.
Ausencia,
pero tú nunca:
inmóvil luz sin término
bajo la luna fría
de la falta de amor.

Poema

Sentí real el pálpito
de tu oscura impresencia.

Supe que estabas.
Te busqué.
Ardía lento el fuego en los rincones
más secretos del ciego laberinto.


No busqué la salida, la imposible
salida.
Te buscaba.

Manifiéstate,
dije, sintiendo repentino
que ya lo habías hecho en el latido
de lo no manifiesto.

(el dios) 1° de mayo de 1997

Por debajo del agua...

Por debajo del agua
te busco el pelo,
por debajo del agua,
pero no llego.

Por debajo del agua
de tu cintura:
tú me llamas arriba
para que suba.

Para que suba al aire
de tu mirada;
mi corazón me enciende,
luego se apaga.

Te busco el pelo
por debajo del agua,
pero no llego.

Prohibición del incesto

Piedra cuadrangular.
El búho reposa
en la lubricidad del pensamiento.

Igual en el secreto envoltorio del vientre.

El cuerpo de la mujer se quiebra así
en dos formas sangrientas.
Recuerdo el parto al amanecer
como lleno de aire salino
y la fatiga de haber corrido mucho por los arenales.

Piedra cuadrangular.
El tiempo roto
en cuerpos que eran antes
y que serán después,
mientras el amante recién engendrado
entra en el cuerpo de la mujer madre
con el alarido de la posesión.
Y el mismo rito.
Y el mismo cuerpo.
Y la prohibición solar
de amar lo que hemos engendrado.

Sé tú mi límite

Tu cuerpo puede
llenar mi vida,
como puede tu risa
volar el muro opaco de la tristeza.

Una sola palabra tuya quiebra
la ciega soledad en mil pedazos.

Si tu acercas tu boca inagotable
hasta la mía, bebo
sin cesar la raíz de mi propia existencia.

Pero tú ignoras cuánto
la cercanía de tu cuerpo
me hace vivir o cuánto
su distancia me aleja de mí mismo
me reduce a la sombra.

Tú estás, ligera y encendida,
como una antorcha ardiente
en la mitad del mundo.

No te alejes jamás:
Los hondos movimientos
de tu naturaleza son
mi sola ley.
Retenme.
Sé tú mi límite.
Y yo la imagen
de mí feliz, que tú me has dado.


«Serán ceniza...»

Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.

Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.


Siete cantigas del más allá

I
Amarillea amargo el tiempo
y no hay tiempo
para más desdecir la muerte.

Marinero que llevas
la barca del pasar,
el pájaro en la jarcia
dice aún su cantar.

Lo escucho más allá del tiempo.

II
Anhelo.

El verbo crea el movimiento
de la luz en el fondo
de las amargas aguas.

Mañana,
no poses todavía
tus pájaros dorados
sobre mi pecho herido.

III
Escucha, madre, he vuelto.

Estoy en el atrio
donde aquel día el gran cuerpo
de mi abuelo quedó.
Aún oigo el llanto.

Volví. Nunca había partido.

Alejarme tan sólo fue el modo
de quedar para siempre.

IV
El verbo.

Recomponer el mundo
para ir añadiendo
sobre una muerte otra
hasta alcanzar el tiempo
que se va por el ojo
de la luz del puente.

Banderas sumergidas.
Noche
y soledad.
Palpita el verbo.

V
Cerqué, cercaste,
cercamos tu cuerpo, el mío, el tuyo,
como si fueran sólo un solo cuerpo.
Lo cercamos en la noche.

alzose al alba la voz
del hombre que rezaba.

Tierra ajena y más nuestra, allende, en lo lejano.

Oí la voz.
Bajé sobre tu cuerpo.
Se abrió, almendra.
Bajé a lo alto
de ti, subí a lo hondo.

Oí la voz en el nacer
del sol, en el acercamiento
y en la inseparación, en el eje
del día y de la noche,
de ti y de mí.
Quedé, fui tú.
Y tú quedaste
como eres tú, para siempre
encendida.


VI

Fomos ficando sós
o Mar o barco e mais nós.
Manoel Atonio.

Despiértate en la tarde.

Fuimos
un modesto fenómeno de antaño.

Ahora se echa el viento, hermano.

No sé si fuimos.
Pues así
quedamos olvidados
de nosotros, vacíos ya
enteramente de nosotros
y sea éste al fin para nosotros
el solo tiempo de la verdad.

VII
Palidecen los sueños,
cae la noche en la noche.
Ya no hay luz que no sea
la blancura de tus senos.

Aíslame en el hálito.

Que pueda oír aún,
como Alexander Blok,
el chillido de las galaxias
cuando brille en el cielo la encendida cola
del cometa Halley y cuando todas
las señales del fin
hayan sido juntadas.
Vamos
hacia la tarde, amor, del siglo
sin saber si aún habrá
ventura saecula
o si el rostro del enigma no será
nuestro rostro en el espejo
y si todas las palabras
no se habrán,
sin saberlo nosotros, por sí mismas cumplido.

De "Siete cantigas de más allá"



Sólo el amor

Cuando el amor es gesto del amor y queda
vacío un signo sólo.
Cuando está el leño en el hogar,
mas no la llama viva.
Cuando es el rito más que el hombre.
Cuando acaso empezamos
a repetir palabras que no pueden
conjurar lo perdido.

Cuando tú y yo estamos frente a frente
y una extensión desierta nos separa.
Cuando la noche cae.
Cuando nos damos
desesperadamente a la esperanza
de que sólo el amor
abra tus labios a la luz del día.


Toda la noche me alumbres...

Toda la noche me alumbres
redonda en el silencio.
Toda la noche, luna,
alúmbresme en el cielo.

Toda la noche me alumbres,
escudo de mi pecho,
escudo de verdad
firme en el cielo negro.

Toda la noche me alumbres
desnudo contra el sueño:
con la luz que reluces
hazme más verdadero.
Con la luz que reluces
toda la noche me alumbres.

 

 

LECTURA POÉTICA DE JOSÉ ÁNGEL VALENTE

 

Lectura poética de José Ángel Valente

Lectura de poemas de José ángel Valente , en las voces de Ana Alejandre, escritora, editira y crítica literaria y Juan González, actor y director teatral.

El fondo musical del vídeo es un fragmento de de la ópera Meditación de Thais, de Jules Massenet,

 

 

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