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Un cuento de Nochevieja

Un cuento de Nochevieja

Antonio Machado Sanz

Esa Nochevieja de 1870 hacía más frío del habitual en Madrid, llevaban varios días cubiertas de nieve sus calles. De hecho nadie salía de sus casas, los charcos del deshielo reflejaban las amarillas luces de las farolas de gas.

Por la calle del Turco, ahora Marqués de Cubas, solamente caminaban dos figuras vestidas como correspondía a esa época, de chulapos a la moda, e iban cubiertas por unos enormes gabanes de piel, que no permitían ver sus piernas.

Al llegar al cruce de la calle de Alcalá, uno de ellos recordó el hecho acaecido cuatro días antes justamente en ese lugar, el atentado al General D. Juan Prim i Prats, todavía quedaban restos de la nevada caída el día 27 y aún se veían en la pared de aquella vieja taberna alguno de los balazos que hirieron al héroe de la batalla de Wad-Ras.

Al llegar a la esquina del Banco de España se encontraron con otros dos personajes de apariencia similar. Cuando se saludaron oyéronse unos extraños ruidos.

Los cuatro individuos se dirigieron por la acera del Paseo de Recoletos hasta el Café Gijón en donde penetraron con gran sorpresa de los camareros, dado el infernal tiempo de aquella noche. Se sentaron y solicitaron cuatro chocolates.

Al verse reflejados en un espejo, sonrieron los cuatro y se dijeron:

“¿No habrá más lugares en donde nos representen?

-Si, en la Capitanía General de Sevilla hay una réplica exacta de vosotros dos, pero no os importe,
-dijo uno de ellos- sois los genuinos.

Lo que nos resulta penoso y aburrido
–comento otro de ellos- es que nos tengan separados, mirando cada uno para el lado contrario y no se nos permita enviarnos, por lo menos, miradas amorosas.

Lo que más nos molesta
–continuó este último- es que solamente a los que estáis delante del carro de la Cibeles, se os nombre correctamente, Hipomenes y Atalanta; porque a nosotros, encima, el pueblo y las autoridades nos han bautizado como Daoiz y Velarde, cuando nuestros nombres son los mismos que los vuestros, y sufrimos, al igual que vosotros, el castigo impuesto por la Diosa a la que transportáis, porque nos amamos en su templo como humanos.

Por si hubiera algo peor que el castigo impuesto,
-siguió hablando Hipomenes/Velarde- a esta le llaman Daoiz en lugar de Atalanta, a pesar de faltarle los atributos masculinos. ¡La gente no repara en tan enorme detalle!

El escultor D. Ponciano Ponzano –remató Hipomenes- que nos creó con el bronce de los cañones que el General Prim tomó en la Guerra de Marruecos, para indicar la femineidad de Atalanta omitió los testículos, sin poder quitar la melena que nos adorna por representar la fiereza de nuestra especie.

Una vez terminada la colación abandonaron el café. Envueltos en sus abrigos de pieles vagaron por las heladas y solitarias calles del Prado y alrededores.

Nadie reparó en dos parejas de chulapos, que, del brazo, habían ido a tomar chocolate al Café de Gijón, aquella Nochevieja del año 1870 y se amaron durante horas como madrileños enamorados.

Hubo gente, aquella noche, que cuando pasó por Cibeles o por el Congreso, observó que el semblante de los leones había perdido su esencia.

¡Qué pena que sólo unos pocos podamos, de vez en cuando, descubrir cómo les cambia la expresión a los leones de las Cortes!

 

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