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La iglesia de San Antonio de los Alemanes

La iglesia de San Antonio de los Alemanes

Interior de la iglesia de San Antonio de los Alemanes
Interior de la iglesia de San Antonio de los Alemanes
Exterior de la iglesia de San Antonio de los Alemanes
Exterior de la iglesia de San Antonio de los Alemanes
Cúpula dela iglesia de San antonio de los Alemanes
Cúpula dela iglesia de San antonio de los Alemanes

 

La iglesia de San Antonio de los Alemanes

Antonio Machado Sanz

La mañana invitaba al paseo diario de los dos jubilados, después del desayuno habían acordado que se acercarían hasta la Iglesia de San Antonio de los Alemanes, en la Corredera Baja de San Pablo.

Al llegar a la puerta de la Hermandad del Refugio, recordaron, la frase de “Si pasa, no pasa” que pronunciaban los hermanos mientras medían con un calibre, una plancha de madera con una oquedad, los huevos que entregaba la Ronda, con objeto de mantener el prestigio de la Cofradía que presidían los Reyes de España. Costumbre que llega hasta nuestros días.

Mencionaron que meses atrás habían conversado sobre las filas de mendigos que se formaban al atardecer a sus puertas y, también que primeramente existió en un solar aledaño, una pequeña capilla hospital para la primitiva Hermandad.

En 1624, al acrecentarse la fama de la Comunidad, iniciaron la construcción de la iglesia llamada en aquellos tiempos como San Antonio de los Portugueses, terminándose nueve años más tarde el edificio aún existente.

Al independizarse Portugal en el año 1640, la viuda de Felipe IV, madre de Carlos III, Mariana de Austria, cedió su utilización a su corte de católicos, peregrinos y enfermos que le habían acompañado desde Alemania, cambiando por ese motivo su denominación por la de San Antonio de los Alemanes. Nombre con el que es conocida la iglesia en nuestros días.

En la esquina con la calle de la Puebla, miraron su portada de piedra, y sobre ella la imagen de San Antonio de Padua con el niño, en un edificio de inmensa sobriedad con un exterior de fábrica de estilo madrileño, combinando ladrillo rojo y sillería de piedra en zócalos y ventanas.

Penetraron al interior del templo, un bello y abrumador óvalo barroco, creado por los afamados en su tiempo, Don Pedro Sánchez, arquitecto jesuita, por Don Juan Gómez de la Mora, constructor también de innumerables templos, entre ellos el Monasterio de la Encarnación, y por el maestro de obra Don Francisco Seseña.

El ambiente que se respira en la nave del templo se apoderó de su espíritu y, asombrados, nuestros amigos no dejaban de fijarse en los frescos de escenas religiosas, los trampantojos, arquitecturas fingidas que circundan el óvalo con escenas de la vida de San Antonio, decorado por Luca Giordano, así como en los retratos de santos y reyes pintados por Juan Carreño Miranda y Francisco Rizi, retocadas por Lucas Jordán.

Y boquiabiertos se extasiaron bajo la cúpula, también ovalada, diseñada por Coloma y Mitali y con la espectacular escena del Apoteosis de San Antonio pintada por los antes citados, Careño Miranda y de Rizi.

Después de admirar la colección de imágenes que se entremezclan con los murales, se dieron cuenta que existían unos balconcillos con celosías, preguntaron su origen y les informaron que desde ellos los miembros de la Hermandad asistían a los oficios religiosos.

Fascinados, repararon en el retablo del Altar Mayor, del siglo XVIII, con la autoría de Miguel Hernandez, ya que el original resultó arruinado en un incendio. Está presidido por otro San Antonio con el Niño, escultura, como la de la portada, realizada por el portugués Manuel Pereira en el XVII y está rodeado por una gloria de ángeles de Francisco Gutiérrez Arribas.

Al salir, en el pequeño atrio, observaron una puerta que daba paso a una escalera por la que descendieron a una cripta con un pequeño altar y unos sepulcros, en donde yacen los restos de dos infantas de Castilla, que fueron llevados allí en el año 1869, desde el demolido Convento de Santo Domingo el Real, eran los de Doña Berenguela de Castilla, fallecida en 1300, hija de Alfonso X el Sabio y su esposa Violante de Aragón y los de Doña Constanza de Castilla, muerta en 1310, hija de Fernando IV de Castilla y su consorte Constanza de Portugal.

Y desde 2006 existe, también, una estatua de San Pedro Poveda, (1874-1936), fundador de la Institución Teresiana.

El conjunto fue declarado Bien de Interés Cultural en el año 1976.

Ambos sonrieron felices por haber hecho realidad la idea que tuvieron en aquel paseo de algunos meses atrás











 

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