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Javier Reverte

 

Javier Reverte

Javier Reverte

por Ana Alejandre

Javier Martínez Reverte, verdadero nnombre del escritor Javier Reverte (Madrid, 1944) que es, además, periodista y viajero, hermano del también escritor y periodista Jorge. M. Reverte (1948) e hijo del periodista Jesús Martínez Tessier.

Realizó estudios de Filosofía y Periodismo. Fue durante más de 30 años corresponsal en Londres (1971-1973), , París (1973-1977) y Lisboa (1978) y estuvo como enviado especial en numerosos países de todo el mundo. También, y siempre dentro del ámbito periodístico, ha realizado diversos trabajos entre los que se cuentan su actividad como articulista, cronista político, editorialista, entrevistador, redactor-jefe de mesa, reportero del programa En portada de TVE y subdirector del desaparecido diario Pueblo. Además, y siguiendo su vocación literaria, ha trabajado como guionista de radio y televisión y es autor de una extensa obra literaria en la que se cuentan novelas, poemarios y libros de viaje.

Es su actividad literaria es en el género de la literatura viajera donde ha cosechado sus más sonados éxitos que le han permitido poder dedicarse a la literatura, dejando su actividad periodística para ciertas colaboraciones ocasionales con diversos medios, pero siempre en sus artículos se encuentran las referencias a temas viajeros que son su especialidad. Es en sus libros dedicados a los viajes donde ha podido volcar sus propias experiencias de viajero incansable. Quizás, el éxito de sus libros de viajes se basa en el hecho de que consigue acercar al lector con claridad, naturalidad y siempre comprensión y respeto hacia los lugares, pueblos, historias y culturas que el propio escritor ha llegado a conocer, pero haciendo siempre profundas reflexiones sobre la historia de ese país, pueblo y lugar concreto que presenta al lector como escenario y telón de fondo que le permite a este situarse perfectamente en el lugar visitado, además de ofrecerle múltiples y valiosas reflexiones filosóficas, sociales y políticas.

Unos de los títulos más famosos de los que ha escrito son los que forman la trilogía dedicada a Àfrica y que está formada por los volúmenes El sueño de Àfrica (1996), Vagabundo en África (1998) y Los caminos perdidos de África (2002). Dicha trilogía representa la combinación de sus propias vivencias de viajero con las referencias históricas sobre los países y lugares por él visitados, y en cuyas narraciones trata de explicar y comprender, a través del pasado, la situación presente de dichas tierras de las que habla en cada ocasión, al igual que hizo Joseph Conrad con su libro El corazón de las tinieblas.

Pero no solamente le ha llamado la atención de su espíritu viajero el viejo continente africano, ya que otras latitudes han sido visitadas y comentadas en sus libros como son los que forman la Trilogía de Centroamérica, formada por las novelas I.- Los dioses bajo la lluvia (1986, Nicaragua) II.- El aroma del Copal (1989, Guatemala) III.- El hombre de la guerra (1992, Honduras).

También es autor de las novelas Todos los sueños del mundo (1999) , y La noche detenida (2000, Premio Ciudad de Torrevieja); así como de los libros de viajes El corazón de Ulises (1999, que transcurre en Grecia, Turquía y Egipto), y El río de la desolación. Un viaje por el Amazonas (2004) obra inspirada en un viaje por el Amazonas, en el que atravesó por una circunstancia adversa como fue enfermar de malaria, situación que puso en grave peligro su vida.

Además de los libros de viajes ya citados, es autor de La aventura de viajar. Historias de viajes extraordinarias (2006), obra de carácter ecléctico, pero con tintes biográficos evidentes, en la que narra sus viajes a lo largo de su vida, empezando por las excursiones infantiles, pasando por sus viajes como corresponsal de guerra que le llevaron a viajar por todo el mundo, e incluyendo sus muchas experiencias de viajero mochilero que le permitieron visitar los lugares más lejanos y exóticos, sin conexión con el mundo occidental.

Otro libro de viajes fue El río de la luz (2009), que refleja su viaje por Alaska y Canadá, siguiendo la ruta de los buscadores del oro y las aventuras vividas por autores como Jack London.

Dos años más tarde publicó Un viaje al Ártico (2011), libro en el que narra su viaje a través del Paso del Noroeste, la ruta marítima del norte canadiense que une los océanos Atlántico y Pacifico por medio de las aguas árticas.

Posteriormente, publicó Carta Irlanda. Un viaje por la Isla Esmeralda (2014), narración de su apasionado viaje por Irlanda, siguiendo especialmente la ruta de los lugares mencionados en las diferentes biografías de los grandes escritores irlandeses, alguno de los que fueron mitos en los años de su juventud. No sólo escribe sobre los lugares, países y ciudades que visita, sino que como en otros libros de viajes, hace referencias y comentarios sobre las personas del lugar y habla de las leyendas e historia irlandesas, utilizando como recurso narrativo la lista de canciones del país. Incluye, además, referencias a los hechos históricos de los que fue testigo presencial en su labor de periodista en los viajes que realizó a Irlanda del Norte.

Otras obras de diferentes géneros son los poemarios Metrópoli (1982) y El volcán herido (1985). Igualmente, es autor del ensayo histórico titulado Dios, el diablo y la aventura (2001), dedicado a Pedro Páez, misionero jesuita en su estancia en Etiopía en el siglo VXII.

Le concedieron el Premio Fernando Lara, en 2010, por su obra Barrio Cero.

Actualmente, continua en la plataforma Seguir creando, por iniciativa suya y dell recién desaparecido forges, en defensa de que los escritores jubilados puedan compatibilizar su pensión y el cobro de sus derechos de autor, como sucede en todos los países europeos. En esa lucha están empeñados todos los escritores jubilados y quienes pueden estar pronto en esa situación.


 

 

Contra los creadores

Javier Reverte, escritor

Javier Reverte
(El País, 17 May 2016)

En plena batalla de Inglaterra, con los cielos londinenses infestados de aviones nazis, los ministros del Gobierno británico plantearon a su premier Winston Churchill la necesidad de recortar múltiples partidas presupuestarias para que todos los esfuerzos se concentrasen en la guerra. Churchill era un político del sector más conservador de su partido y un absoluto defensor de la lucha contra Hitler; pero cuando uno de sus ministros sugirió reducir los presupuestos de la cultura —palabra que a los nazis les provocaba deseos de sacar la pistola, según unas famosas palabras de Goering—,brincó de su sillón y bramó: “Y entonces, ¿para qué combatimos?”.

Traigo a colación la anécdota para poner en cuestión la idea tan generalizada en España de que la cultura está ligada a la izquierda política y que es incompatible con la derecha conservadora. No es así: Ortega, Unamuno e, incluso, Azaña, por citar algunos casos, no eran precisamente unos revolucionarios. Y en el mundo hay muchos otros ejemplos. Pero una cosa es derecha conservadora y otra muy distinta lo que en nuestro país conocemos como la caverna. Cavernícola es, por ejemplo, reducir los presupuestos culturales hasta niveles irrisorios, como lo es dejar sin apenas fondos a las bibliotecas, recortar las ayudas a los programas culturales de las escuelas y otras tropelías que han culminado con una campaña contra las pensiones de los creadores, orquestada desde el departamento de Trabajo y Seguridad Social de la ministra Fátima Báñez.

Este último tema es conocido y no precisa muchas explicaciones. En síntesis, supone que a un jubilado no le está permitido realizar obras de creación o trabajos que le procuren un beneficio superior al del salario mínimo, so pena de perder su pensión. Y ya son un buen puñado los artistas a los que el Gobierno del PP les ha privado de ella y multado por continuar empeñados en crear. El Gobierno, para legitimar esa tarea, se acoge a leyes que, en su mayoría, resultan ambiguas, en particular en lo referido a los derechos de autor.

Sin embargo, en las semanas anteriores a la disolución de las Cortes, tanto la ministra Báñez como todos los grupos parlamentarios surgidos del 20-D, incluido el PP, mostraron a los integrantes de la plataforma Seguir Creando su desacuerdo con la ley y su voluntad de reformarla en la próxima legislatura. Pero a diferencia de los otros grupos parlamentarios, que pidieron la paralización inmediata de la campaña, el PP y la ministra afirmaron que no es posible detenerla porque no hay Gobierno ni hay Parlamento, y que, por lo tanto, la norma debe seguir siendo aplicada.

Tal argumento no es sólo embustero, sino también perverso. Porque el Gobierno en funciones ha tomado decisiones como prolongar sesenta años el contrato a una industria papelera contaminante en la ría de Pontevedra, o dado marcha atrás en algunos aspectos de la ley de educación del señor Wert, o, más recientemente, tratado de llegar a acuerdos con Bruselas sobre el espinoso asunto del déficit. Nuestro Ejecutivo puede gobernar. Pero tan sólo cuando le conviene.

Y es una triquiñuela perversa porque el Gobierno pone por delante el respeto a una ley, que reconoce injusta, a los principios de la ética, olvidando que la primera es hija de la segunda. Imaginemos un país en donde la legislación establece la pena de muerte, y los partidos, incluso el que ejerce el poder ejecutivo, llegan al acuerdo de derogarla. Pero, al tiempo, ese Gobierno considera que, hasta que no haya una nueva legislación que la invalide, la norma debe cumplirse y los condenados han de ser ejecutados. En su esencia, eso es lo que viene a hacer el PP privando a los creadores de sus pensiones y reclamándoles cantidades millonarias por lo cobrado hasta ahora.

Por otra parte, la injusticia con los creadores llega a niveles éticamente insostenibles. Por ejemplo: los derechos de la obra de un artista vencen a los 70 años de su muerte y pasan a ser de “dominio público”; no así las fincas de la Casa de Alba o un taller de carpintería fundado hace siglos por los antepasados de sus actuales dueños. El de los derechos de autor es el único caso en España en que una propiedad deja de pasar a sus descendientes en un plazo de tiempo concreto.

Churchill y nuestros Ortega, Unamuno y Azaña representaban un conservadurismo culto. Pero no así, desdichadamente, el del PP de los Wert y Báñez, que remite a las honduras cavernarias de nuestra historia.

En plena batalla de Inglaterra, con los cielos londinenses infestados de aviones nazis, los ministros del Gobierno británico plantearon a su premier Winston Churchill la necesidad de recortar múltiples partidas presupuestarias para que todos los esfuerzos se concentrasen en la guerra. Churchill era un político del sector más conservador de su partido y un absoluto defensor de la lucha contra Hitler; pero cuando uno de sus ministros sugirió reducir los presupuestos de la cultura —palabra que a los nazis les provocaba deseos de sacar la pistola, según unas famosas palabras de Goering—, brincó de su sillón y bramó: “Y entonces, ¿para qué combatimos?”.

Traigo a colación la anécdota para poner en cuestión la idea tan generalizada en España de que la cultura está ligada a la izquierda política y que es incompatible con la derecha conservadora. No es así: Ortega, Unamuno e, incluso, Azaña, por citar algunos casos, no eran precisamente unos revolucionarios. Y en el mundo hay muchos otros ejemplos. Pero una cosa es derecha conservadora y otra muy distinta lo que en nuestro país conocemos como la caverna. Cavernícola es, por ejemplo, reducir los presupuestos culturales hasta niveles irrisorios, como lo es dejar sin apenas fondos a las bibliotecas, recortar las ayudas a los programas culturales de las escuelas y otras tropelías que han culminado con una campaña contra las pensiones de los creadores, orquestada desde el departamento de Trabajo y Seguridad Social de la ministra Fátima Báñez.

Este último tema es conocido y no precisa muchas explicaciones. En síntesis, supone que a un jubilado no le está permitido realizar obras de creación o trabajos que le procuren un beneficio superior al del salario mínimo, so pena de perder su pensión. Y ya son un buen puñado los artistas a los que el Gobierno del PP les ha privado de ella y multado por continuar empeñados en crear. El Gobierno, para legitimar esa tarea, se acoge a leyes que, en su mayoría, resultan ambiguas, en particular en lo referido a los derechos de autor.

Sin embargo, en las semanas anteriores a la disolución de las Cortes, tanto la ministra Báñez como todos los grupos parlamentarios surgidos del 20-D, incluido el PP, mostraron a los integrantes de la plataforma Seguir Creando su desacuerdo con la ley y su voluntad de reformarla en la próxima legislatura. Pero a diferencia de los otros grupos parlamentarios, que pidieron la paralización inmediata de la campaña, el PP y la ministra afirmaron que no es posible detenerla porque no hay Gobierno ni hay Parlamento, y que, por lo tanto, la norma debe seguir siendo aplicada.

El de los derechos de autor es el único caso en España en que una propiedad deja de pasar a sus descendientes en un plazo de tiempo concreto

Tal argumento no es sólo embustero, sino también perverso. Porque el Gobierno en funciones ha tomado decisiones como prolongar sesenta años el contrato a una industria papelera contaminante en la ría de Pontevedra, o dado marcha atrás en algunos aspectos de la ley de educación del señor Wert, o, más recientemente, tratado de llegar a acuerdos con Bruselas sobre el espinoso asunto del déficit. Nuestro Ejecutivo puede gobernar. Pero tan sólo cuando le conviene.

Y es una triquiñuela perversa porque el Gobierno pone por delante el respeto a una ley, que reconoce injusta, a los principios de la ética, olvidando que la primera es hija de la segunda. Imaginemos un país en donde la legislación establece la pena de muerte, y los partidos, incluso el que ejerce el poder ejecutivo, llegan al acuerdo de derogarla. Pero, al tiempo, ese Gobierno considera que, hasta que no haya una nueva legislación que la invalide, la norma debe cumplirse y los condenados han de ser ejecutados. En su esencia, eso es lo que viene a hacer el PP privando a los creadores de sus pensiones y reclamándoles cantidades millonarias por lo cobrado hasta ahora.

Por otra parte, la injusticia con los creadores llega a niveles éticamente insostenibles. Por ejemplo: los derechos de la obra de un artista vencen a los 70 años de su muerte y pasan a ser de “dominio público”; no así las fincas de la Casa de Alba o un taller de carpintería fundado hace siglos por los antepasados de sus actuales dueños. El de los derechos de autor es el único caso en España en que una propiedad deja de pasar a sus descendientes en un plazo de tiempo concreto.

Churchill y nuestros Ortega, Unamuno y Azaña representaban un conservadurismo culto. Pero no así, desdichadamente, el del PP de los Wert y Báñez, que remite a las honduras cavernarias de nuestra historia.

https://elpais.com/elpais/2016/05/11/opinion/1462972388_150426.html

 

¿Por qué debe ser gratis la literatura?

Javier Reverte
(El País, 16 SEP 2009)


La mañana del 24 de abril de 1916 un joven poeta, Pádraic Henry Pearse, en nombre de un gobierno provisional presidido por él, leía la declaración de independencia de Irlanda en la puerta de la Oficina Central de Correos de Dublín, mientras que algo más de 1.500 voluntarios, organizados en batallones, ocupaban diversos puntos estratégicos de la ciudad.

Se iniciaba así el Eastern Rising, el alzamiento de Pascua, principal hito de la lucha por la independencia irlandesa frente a la Gran Bretaña. El ejército inglés reprimió con dureza la revuelta, ahogándola en menos de una semana, y los siete firmantes de la proclamación fueron fusilados en la prisión de Kilmainham.

Lo que interesa ahora de aquel suceso es reseñar que, del grupo de hombres que proclamaron la independencia irlandesa en la Oficina de Correos dublinesa, tres eran poetas, dos de ellos también profesores de lengua y el tercero dramaturgo; un cuarto era periodista y autor de letras de canciones; y un quinto, instrumentalista de gaita y profesor de gaélico. De modo que sólo dos no tenían que ver con actividades artísticas o intelectuales.

Además de ellos, muchos de quienes se unieron a la revuelta ejercían actividades relacionadas con la literatura y las artes y manejaban mejor la métrica y el solfeo que el fusil. Nunca hubo una revolución tan literaria en la historia del mundo. Y quizás fue una de las razones por las que el alzamiento no triunfó. No obstante, la épica de la empresa quedó para la posteridad gloriosamente retratada: cualquier estudiante irlandés puede recitar hoy de memoria el poema que William B. Yeats dedicó al alzamiento, en el que se repiten estos hermosos versos al final de cada estrofa: All changed, changed utterly; a terrible beauty is born.

Quizás sea aquel sacrificio la razón por la que Irlanda es el país que más ama a sus creadores. No es raro, viajando por sus estrechas carreteras, encontrarse casas con los perfiles de escritores famosos pintados en sus fachadas. Yo he visto, por ejemplo, los rostros de Joyce y de Beckett decorando una pared en el condado de Kerry. Y en todas las ciudades abundan las estatuas de novelistas, poetas, pintores, músicos y dramaturgos.

Si Inglaterra ama a sus soldados, Francia a sus cocineros, Italia a sus tenores, Estados Unidos a sus actores y España a sus mártires, Irlanda ama a sus creadores y, en particular, a los escritores. No hay más que remitirse a los hechos: en 1969, a instancias de Charles Haughey, más tarde primer ministro, el Parlamento aprobó una ley, aún vigente, por la que los derechos de autor procedentes del trabajo creativo quedaban libres de impuestos.

Qué distinta nuestra historia. Cervantes fue encarcelado, Larra se pegó un tiro, Ganivet se arrojó a un lago de aguas frías, Lorca y Muñoz Seca murieron fusilados y cientos de creadores han vivido, a lo largo de nuestra tremebunda historia, la pena honda del exilio.

Nuestros políticos nunca nos han querido ni ayudado y les interesan, más que nuestras palabras, nuestras firmas en tiempos de elecciones. El resto del año sólo existen aquellos escritores y artistas que decoran los salones de los poderosos.

En estos tiempos, las leyes democráticas intentan proteger los derechos de autor y existe una organización, Cedro, que trata de evitar el uso incontrolado de los textos de los creadores. Gracias a ello, los escritores recogemos unas migajas anuales, en forma de unos cientos de euros si hay suerte, que Cedro recolecta mediante el cobro de un estipendio sobre la fotocopia o el "escaneado" -horrible palabra- de nuestras obras, eso que se conoce como "canon". No es algo que dé para vivir, ni mucho menos; pero al menos sienta un derecho que impide que te birlen en forma impune tus palabras.

Y aún así, hay voces que se alzan criticando esa limosna, que casi lo es, en nombre de un extraño principio al que llaman "gratuidad de la cultura". Y el pobre escritor se dice: ¿por qué no puedo yo vivir de lo que produzco y sí aquel que nos da de comer, o el banco que me presta dinero (cuando lo presta, claro), o quien nos cura, o quien nos representa en un Parlamento? ¿Por qué debe de ser gratis usar de la cultura y, sin embargo, pagamos por alimentarnos, por estar sanos y por ser gobernados en democracia?

¡Cuánta gente se asombra cuando un pobre poeta pretende cobrar por un pregón o una conferencia! "¿Pero no es cultura?", preguntan atónitos. Y alguien responde con miedo a que le tomen por loco: ¿y no hacen cultura Plácido Domingo, o Paco de Lucía, o Mikel Barceló cuando cobran por cantar, tocar la guitarra o pintar el interior de una catedral? ¿Qué es cultura y qué no es?

Quizás los escritores españoles tendríamos que jugarnos la vida en una revuelta insensata para que nuestros políticos nos respeten y nuestro pueblo nos ame. O nacionalizarnos irlandeses y ahorrarnos los impuestos sobre las migajas que nos caen de vez en cuando.

https://elpais.com/diario/2009/09/16/opinion/1253052005_850215.html

 

 

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