Ediición nº 20 Julio/Septiembre de 2012

Las llamadas armas blancas

por José Luis Muñoz

Una de las secuencias más impactantes del “Drácula” de Ford Coppola nos muestra a Gary Oldman pasándose el filo de un afilado cuchillo ensangrentado por la boca, rozando su lengua. Años antes Polanski se había reservado un pequeño papel en su película “Chinatown” para rajar el orificio de la nariz de Jack Nicholson. Son imágenes impactantes, pero que no llegan a desbancar a la navaja sajando el ojo de la muchacha en “El perro andaluz” de Buñuel, ante la que es difícil mantener el ojo abierto sin sentir un escalofrío, como si el ojo de la pantalla fuera el propio. Ejemplos de la fascinación, y el horror, que nos produce el cuchillo y sus variantes. Pero viene de lejos.
En “El carro de heno” de Hieronymus Bosch destaca una figura que degüella a su víctima caída que nos obliga a contener el aliento. En “El triunfo de la muerte” de Brueghel El Viejo un ejército de esqueletos pasa a cuchillo a los vivos. El pintor romántico Eugene Delacroix nos muestra en “La muerte de Sardanápalo” al monarca asirio contemplando impasible como un esbirro, por orden suya, acuchillo a una de las hermosas mujeres de su harén. El cuchillo presente en la pintura, como elemento cultural de primer orden.
Aunque tienen un uso domestico y los manejamos a diario en cosas tan anodinas como cortar lonchas de jamón, no podemos evitar, cuando los empuñamos, cierta inquietud, como si la mano armada con el cuchillo pudiera jugarnos una mala pasada, y de hecho esos comunes cuchillos de nuestras cocinas han causado no pocas víctimas en trifulcas domésticas.

La prolongación de la mano
Antiguamente pasaban a cuchillo a poblaciones enteras para escarmentarlas. Hoy se sigue haciendo, incluso en guerras modernas, y en Europa, en la muy reciente de la ex-Yugoslavia, y en la cercana Argelia: mujeres, niños, ancianos, pasados a cuchillo. Una de sus variantes, el machete, entre el cuchillo y la espada, especialmente indicado para cortar caña de azúcar o partir cocos, fue el arma empleada para uno de los mayores genocidios de la época actual: Ruanda.
En los campos de batalla el cuchillo ha tenido un papel importante siempre como arma homicida, para rematar lo que la espada había empezado: cortaba gargantas, se hundía en estómagos o buscaba certeramente el corazón de los caídos con una precisión que la espada no lograba, y su uso no desapareció ni cuando llegaron las armas de fuego: la bayoneta es una adaptación a ellas.

El cuchillo como tótem sexual masculino
La afilada arma está presente en el primer largometraje de Roman Polanski en su Polonia natal, “El cuchillo en el agua” que transcurre toda ella a bordo de un velero. El arma, la amenaza, se instaura entre el trío protagonista formado por el profesor, su joven e insatisfecha esposa y el joven trotamundos a quien recogen, y el cuchillo se clava en la cubierta de la embarcación premonitoriamente como lucha por la posesión sexual de la mujer.
Al cuchillo siempre le ha acompañado una connotación fálica. Cuando un hombre mata a una mujer, el arma predilecta suele ser el cuchillo. Jorge Sanz lo usa en la película “Amantes” de Vicente Aranda para asesinar a la desvalida Maribel Verdú en el banco de la plaza mientras nieva. ¿Qué hace la punta de tan cortante arma cuando se hunde en la carne sino penetrar? ¿No es un pene salvaje el cuchillo que se hunde una y otra vez en el cuerpo de una víctima femenina y el arma que utilizan los violadores cuando el cuchillo de carne que tienen entre las piernas les falla? ¿Cuchillo-pene o pene-cuchillo?
Si el cuchillo ha perdido su función de afirmación de la masculinidad en las sociedades occidentales y sólo se utiliza para fines tan inocuos como cortar un filete, no podemos decir lo mismo de sociedades más tradicionales que perviven en nuestros tiempos. Los sij de la India siguen yendo a todas partes con su puñal curvo al cinto, porque así se lo ordena su religión, y el puñal es una ornamentación más de muchos pueblos árabes que miman y ornan sus armas porque son una forma de exteriorizar su masculinidad.

De instrumento de sacrificio a arma del delito
No siempre los cuchillos han sido de acero, pero han existido incluso en aquellas sociedades primitivas que no conocían los metales. Sólo hay que remontarse al México azteca para corroborar la aseveración. Los sacerdotes, en sus bárbaros sacrificios humanos, utilizaban el pedernal para abrir los pechos de sus víctimas y arrancarles el corazón.
El cuchillo ha sido de siempre un arma querida por los delincuentes por cuanto es fácil esconderlo dado su reducido tamaño. Julio César sufrió la muerte a manos de los senadores que ocultaban sus dagas bajo sus ropajes y acribillaron su cuerpo. La emperatriz Sissi fue asesinada en Suiza por un anarquista a puñaladas. Dos muestras de su uso como arma política. Y el cuchillo lo han utilizado los sicarios para liquidar silenciosamente a sus víctimas o los miembros de la mafia para sus rituales ajustes de cuentas como una forma más sacralizada de proporcionar la muerte que la fría e impersonal del disparo.
De hecho es el arma favorita de los psico-killers por cuanto éstos necesitan de forma imperiosa el contacto con la sangre de su víctima que no se lo proporciona el arma de fuego, la muerte a distancia y mecánica, y sí el cuchillo y algunas de sus variantes, como el cuchillo eléctrico o la motosierra, por ejemplo, que resultan más aterradores que los cuchillos convencionales por cuanto aportan el furor incontrolado de la técnica en su función de sajar carne en lugar de troncos de árbol o embutidos como muy gráficamente lo filmó Tobe Hooper en “la matanza de Texas”, uno de los títulos claves del cine gore.

La aportación hispana: la navaja
España ha aportado al mundo su especial versión del cuchillo en forma de navaja, arma popular que utilizaron los patriotas madrileños en su levantamiento contra el invasor francés en el Dos de Mayo y como arma complementaria del trabuco con que asaltaban los bandidos de Sierra Morena a las diligencias. Navajas las hay de muchísimos tamaños, desde las que caben en los bolsillos hasta las que parecen casi espadas, y hasta no hace mucho eran utilizadas por los peluqueros para afeitar los gaznates de sus clientes que no podían reprimir un escalofrío de inquietud cuando la hoja afilada resbalaba por sus pescuezos. En una escena de una película sobre la mafia, el peluquero es sustituido por un sicario que rebana el cuello del infeliz hombre que se estaba afeitando. Una navaja barbera era la que utilizaba la bella Catherine Deneuve para asesinar al casero que trata de insinuársele en “Repulsión” de Polanski, sobre el que cae una lluvia de tajos.

Cosa de machos
A puñaladas dirimían Capuletos y Montescos sus diferencias en “Romeo y Julieta” de William Shakespeare y lo mismo hicieron en el West End neoyorquino las pandillas enfrentadas por el territorio mucho siglos después El cuchillo es un arma tabernaria, de pelea, cuando los matones, con tanto alcohol en las venas como para ensombrecer sus pensamientos, se desafían airadamente y su brillo pone una nota dramática a reyertas que empiezan por motivos anodinos. Arma portuaria, arrabalera, como el tango argentino, o gitana. Arma del pobre, del apasionado de sangre caliente, su capacidad letal depende de la habilidad de la muñeca que lo maneje y la lucha a cuchillo tiene aires de ballet. Cuchillos de hoja automática, que expelen su mortífera hoja con sólo apretar un botón y se amagan tras dispensar heridas de muerte. Rectos, de uno o de dos filos, romos, de aguda punta, de rica empuñadura, simples sirlas, puñales, punzones que actúan como cuchillos en las reyertas carcelarias, su esencia es la capacidad por cortar, por hacer daño. Los colmillos que la naturaleza nos negó.

*José Luis Muñoz es escritor. Su última novela publicada es Patpong Road (La Página Ediciones, 2012)

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