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Crítica literaria

 

Los desayunos del café Borenés, Luís Mateo Díez

Los desayunos del café Borenes, Luís Mateo Díez, Galaxia Gütemberg, septiembre 2015

Los desayunos del café Borenes,
Luís Mateo Díez,
Galaxia Gütemberg, septiembre 2015

Ana Alejandre
Luís Mateo Díez en esta nueva obra reúne dos textos que son complementarios. El primero que lleva el mismo título, narra los diversos encuentros de un novelista con sus amigos que asisten a los desayunos en el café de una ciudad literaria de las que pueblan su obra y que el escritor califica como “ciudades de sombra”, quienes conversan y reflexionan en dichos desayunos sobre la realidad y la ficción y el papel que juega en sus vidas esta última.
El protagonista de esta parte primera, Lezama Vela, que no es otro que el trasunto o alter ego del propio mateo Díez, en estas distendidas y, a veces, acaloradas conversaciones con sus amigos, hace toda una declaración de principios cuando dice que el mayor y más firme compromiso del arte es con la vida, la que siempre es una gran deudora de aquel, y la ficción que forma parte del arte, es la siempre insoslayable y salvadora plasmación de aquel en forma de obra literaria, porque su esencia es la imaginación, la fantasía y la capacidad creadora del hombre que sin ellas estaría desnudo de toda esperanza, atrapado en la ramplona, muchas veces sórdida y triste realidad en la que habitamos.
El segundo texto llamado Un callejón de gente desconocida es más personal, en cuanto que exhibe su pensamiento literario y contiene su propio ideario poético sobre lo que es y para qué debe servir la literatura como medio de expresión y de visión del mundo y la realidad que la inspira. Esta segunda parte está inspirada en una afirmación de Irene Nemirovsky -escritora de origen ucraniano, nacionalizada francesa y que escribía en francés, que murió en el campo de exterminio de Auschwitz, a consecuencia del tifus, en 1942-, quien decía que toda gran novela es un callejón llena de gente desconocida, lo que sugiere el título de esta segunda parte.
El simple hecho de que esta obra esté compuesta de dos partes o mitades, no se debe entender como si ambas se opusieran entre sí en una confrontación dialéctica entre las opiniones vertidas en la primera parte, de todos y cada uno de los asistentes a los desayunos, y las opiniones personales del autor, aunque esta diversidad de opiniones sirve también al lector para contrastar las diferentes ideas que sobre la literatura y el papel que desempeña en la vida de cada uno tiene, en cuanto a ser la proyección de la ficción, la fantasía y la imaginación, para crear otras realidades literarias que son imprescindibles para poder entender la verdadera y compleja realidad en la que vivimos.
Todas esas opiniones, tanto en lo que coinciden como en lo que difieren, van definiendo y perfilando como un fiel reflejo a la sociedad confusa y degradada en la que vivimos, en la que la verdadera y gran literatura va perdiendo terreno, lo que demuestra la variedad de supuestos productos literarios en forma de libros, en papel o electrónicos, que llenan el mercado y que no son más que el resultado de la improvisación, la falta de exigencia de una mínima calidad y de profesionalidad de sus autores, porque parecen estar escritos por quienes carecen del talento y oficio del auténtico escritor y son producto de la mercadotecnia, de la exigencia de novedades en las librerías, y de la banalidad que parece demandar un tipo mayoritario de supuestos lectores que no buscan calidad literaria, sino libros para leer y olvidar fácilmente, porque no exigen nada más al lector que pagar su precio y ofrecen a cambio sólo una fácil manera de matar el tiempo o el aburrimiento.
Mateo Díez no intenta enfrentar los dos textos a modo de pugilato literario en la que predomine una sobre otras, aunque sí consigue que el lector pueda apreciar, sopesar y juzgar toda la variedad de ideas que, sobre la ficción literaria y el oficio de escritor, tienen todos los personajes que la pueblan. Él mismo declara que, como escritor, se define como un creador de personajes y la trama es para él la tramoya –o perchero-, que sustenta y rodea a estos para que puedan así mostrar, a través de sus diálogos, actos y pensamientos, la verdad sobre ellos mismos, que es, en definitiva, la verdad sobre la naturaleza humana encarnada en las múltiples variedades que ofrece el amplio abanico de temperamentos e idiosincrasias. Es esta supremacía de los personajes sobre la trama la que demuestra fielmente esta obra, pues los verdaderos protagonistas son los diferentes y variados personajes que, a través de sus diálogos, van poniendo de manifiesto lo que para ellos es la función de la literatura y el papel que representa en sus vidas y, por ende, también para la variedad de lectores que existen.
Una de las notas más destacadas de Luís Mateo Diez en toda su obra es la excelente prosa, clara diáfana como el más puro cristal, dotada de un ritmo que le da cadencia y sonoridad a toda la narración que se convierte casi en un concierto coral en el que todos los personajes hablan y se expresan con libertad, pero sin perder en todo momento un tono que varía, según el hablante, entre el humor y la nostalgia de un tiempo ya perdido, el humor y la ironía desencantada, o la lucidez y el pesimismo ante el futuro de un mundo en el que el amor a la buena literatura se vaya apagando, sustituyendo torpemente por otras manifestaciones pseudo culturales ramplonas, banales y adocenadas para intentar llenar el gran vacío que deje aquélla.
Los desayunos del Café Borenes es una obra muy interesante que ofrece el propio ideario literario de un autor que es un claro exponente de la buena literatura española actual del siglo XX.

 

...Y todo lo que es misterio, Andrés Sorel

…Y todo lo que es misterio Andrés Sorel Akal, 2015

…Y todo lo que es misterio
Andrés Sorel
Akal, 2015

Novela que narra la relación sentimental del poeta Paul Celan con
la escritora Ingerborg Bachmann, supervivientes del horror nazi que se debaten entre el amor, la angustia y la culpa.

Ana Alejandre

Andrés Sorel, un autor con una prolífica obra novelística, biográfica y ensayística, sorprende con esta novela en la que la atmósfera narrativa está sumida en la sensualidad, la ternura y la angustia del amor del poeta y la escritora, a quienes también une el recuerdo del sufrimiento vivido, la pérdida de una vida ya irrecuperable y la búsqueda de un nuevo lenguaje que no estuviera corrompido por el lastre dejado por la ideología nazi, lenguaje que no era otro que el alemán que ambos hablaban como lengua natal y de las que se sentían proscritos voluntariamente.

La novela es un escenario en el que el amor y el sexo, arropados por la más conmovedora sensualidad, transcurren entre sus 293 páginas, en las que el autor va narrando paralelamente, además de la historia de amor de los dos desdichados escritores, la de Tristán y Alma, una pareja española que van hablando en un diálogo interminable sobre la relación amorosa de Celan y Bachmann, en la que encuentran similitudes y coincidencias asombrosas que les hace sentirse unidos a aquellos en la semejanza de unos sentimientos, ideologías y sucesos que compartieron en tierras tan lejanas entre sí como son Rumanía, país donde nació Celan, Austria, país natal de Bachmann, Alemania, Francia, Italia, todos los escenarios que se suceden en la novela, y Alcañiz (Teruel) en España, en la que sobrevivieron a los bombardeos de los aviones italianos, en la Guerra Civil Española, los dos personajes españoles, de los cuales Tristán también fue superviviente de Auschwitz.

A lo largo de toda la narración se muestran los versos de Celan –especialmente de sus poemarios Fuga de la muerte (1948) y Amapola y memoria (1952) cuyo título ilustra la imagen de portada de esta novela-, y también de Bachmann, que era una extraordinaria poeta, así como fragmentos de las cartas que ambos de escribían. Todo ello va ilustrando los diferentes momentos narrativos, dándoles sentido, valor y coherencia a la historia, a la que acomapaña como música de fondo el sonido de unos versos en los que se aprecian los estados emocionales de sus autores y que se manifiestan en palabras desgarradas, ardientes, amorosas, tiernas, o bien, críticas o despechadas, según el momento de la narración, en la que fluctúan los encuentros y desencuentros de los enamorados, al igual que les sucedía a la pareja española que actúan como narradores de la novela, hablando siempre en primera persona sucesivamente, a la par que van contando su propia historia en un paralelismo que se acentúa en cada episodio narrativo..

Celan muestra a lo largo de la obra su estado anímico que fluctúa continuamente entre la felicidad que le depara el amor de Bachmann, la angustia y la culpa por un pasado del que no podía escapar, porque le seguía la negra sombra de la culpa y el remordimiento por no haber muerto también con sus padres. Se debate entre el amor a Bachmann, sus prejuicios sobre la vida liberal y mundana de ella, su religiosidad vehemente que busca respuestas en textos religiosos judíos; y el sentimiento de culpa por su adulterio y, sobre todo, por no haber seguido a su padres cuando fueron llevados al campo de exterminio de Auschwitz donde murieron, como dos víctimas más que se sumaron a los millones de seres que fueron aniquilados en los campos de concentración nazis, en lo que estos llamaron la “solución final”.

También, se percibe en su vida y su obra el desarraigo de todo exiliado, el sentimiento de persecución que en todo judío, como era Celan, permanece siempre en esa continua huida imposible del recuerdo del Holocausto, lo que le hacía pensar que los ataques que recibía su obra, acusada de plagio por la viuda del poeta franco-alemán Yvan Goll, la periodista francesa llamada Claire Aissmann, quien después tomaría el apellido de su marido, que le acusaba de haber plagiado la obra de su marido que había mantenido gran amistad con Celan. Todo para él era producto del sentimiento antisemita que anidaba en la sociedad europea después de la II Guerra Mundial.

En esta obra de atmósfera asfixiante y densa, por las fuertes personalidades de sus personajes, las terribles vivencias que vivieron y que se van desgranando, capítulo a capítulo,, en una secuencia temporal continuada que van llevando a la narración a través del oscuro túnel del tiempo en el que se imbrican las dolorosas vivencias de quienes no aceptaban el nuevo mundo nacido de la II Guerra Mundial, porque todo lo que había en él les resultaba igual de viejo, caduco, inútil y falso en sus promesas de cambio y de un nuevo amanecer para la Humanidad, promesas en las que no creían porque estaban ya heridos de muerte en su capacidad de regenerar la esperanza como tabla de salvación.

El deterioro psíquico de Celan va en aumento y de forma imparable, lo que le lleva a ser internado en centros psiquiátricos en varias ocasiones y a agredir a su esposa también; a pesar del sincero amor de Bachmann y de su entrega total, cuya generosidad sin límites y lealtad hacia Celan engrandece su figura y le dota de una gran dignidad. A pesar de ello, tampoco ella sale indemne de este relación apasionada y terrible que atrapa al lector, pero le hace tener que dejar la lectura por momentos, por la carga emocional, trágica y desesperanzada que se advierte en ella, y que Sorel ha querido mostrar en todo su más profundo y evidente patetismo, porque las vidas de esos dos grandes escritores estaban desde el principio marcadas por la tragedia y sin posibilidad de salvación alguna.

En la novela aparecen personas de la importancia del filósofo Heidegger, Hannah Arendt, que fue amante en su juventud del famoso filósofo y después se convirtió en una famosa politóloga en EE.UU., Max Frisch, dramaturgo y novelista suizo en lengua alemana que fue amante de Ingeborg Bachamann en las temporadas de desencuentro con Celan; Thomas Bernhard, el famoso poeta, dramaturgo y novelista austríaco, por citar sólo unos pocos, personajes que no son simples nombres citados, sino que tuvieron relación directa por diversas causas con Celan y forman también parte de la narración.

Esta novela, pues, no es una obra de ficción, sino una biografía novelada de cuatro vidas, en las que destaca las de Celan y Bachmann como punto de partida y reflexión que les sirve a Tristán y Alma – ¿ Acaso es Tristán es el trasunto de Andrés Sorel que conoció a Celan en la realidad?-, para ir relatando la suya, aún sabiendo que ellos pueden contar su pasado y sus múltiples desventuras, pero los dos tienen un presente en el que hablan de su propia historia mientras van desgranando la de Paul y de Ingeborg que quedaron atrapados en sus propios dramas personales, en su dolor sin remisión ni cura que les llevó hasta la muerte cuando ya estaban lejos uno del otro, pues Celan se arrojó al Sena el 20 de abril de 1970, una vez ya separado de su mujer, ahogado antes de morir en el río por las oscuras aguas de la culpa que siempre le acompañó y la imposibilidad de olvidar el horror vivido. Ingeborg falleció a causa de las quemaduras sufridas en un incendio en su habitación, el 17 de octubre de 1973. Dejó su tetralogía inacabada cuyo primer libro Malina es autobiográfico y habla de la destrucción paulatina y psicológica de una mujer por parte de su amante.

La novela…Y todo el misterio es una obra que entra en el género tan en boga de biografías noveladas, en la que se muestra toda la intensidad de las heridas que el tiempo y la memoria abren en el corazón del ser humano, atrapado en una vida en la que el amor puede ser la única salvación siempre que, a su vez, no se convierta también en una forma de destrucción y tiranía. Novela escrita con un lenguaje depurado y con una gran dosis poética, porque en él la poesía tiene una gran carga que delimita los tiempos narrativos y le presta la sonoridad de esos versos oscuros y simbolistas de Paul Celan, en los que se vierte todo el dolor de quien no pudo asumir su propia y honda soledad interior, la que le llevó hasta los brazos de Ingeborg Bachmann, buscando en ellos su propia redención de hombre que ha perdido la capacidad de encontrar la paz y el olvido. Bachmann, a su vez, es el bálsamo que cura la herida de Celan, pero va abriéndose a su vez la suya propia que se debate en la soledad y la incomprensión del hombre amado que tiene mujer e hijo, mientras a ella sólo le queda el recuerdo de los momentos que vivieron juntos en un presente veloz que le devuelve después a la soledad más amarga.

Esta novela es un texto que muestra a un Sorel en el que sensualidad, el amor, la capacidad poética para plasmarlos se pone de manifiesto en toda su plenitud, en un ejercicio estilístico que puede resultar confuso para algunos lectores, en ciertos momentos, cuando los narradores se dirigen el uno al otro y desaparece del primer plano la historia de fondo que contaban, quizás como recurso narrativo para aliviar durante unos momentos la atmosfera densa, asfixiante y dramática que pone de manifiesto el sufrimiento de los protagonistas y su incapacidad para cerrar las heridas que el tiempo vivido les ha dejado en la memoria y que aún sangra, sobre todo ante el recuerdo de un pasado de horror que se enfrenta, en una dualidad dramática que los confunde, a un presente en el que ambos se encuentran y viven la epifanía del amor en plenitud y fugacidad, ajenos al devenir futuro lleno de amargura y reproches.

Esta obra, pues,, es la radiografía literaria de una época, de unos personajes, y de un mundo que aparenta ser nuevo, llevando bajo su máscara las cicatrices del horror que asoló Europa, y que enfrenta a cada uno a la verdad que hay en el corazón humano cuando se enfrenta a otro, desnudo de toda falsedad , encontrando en esa profunda verdad el misterio insondable que existe en cada alma y la imposibilidad de llegar hasta ese recóndito lugar donde habita en la más absoluta e inalienable soledad.

 

 

Dinero, demogresca y otros podemonios

Dinero, demogresca y otros podemonios Juan Manuel de Prada Temas de Hoy Barcelona, 2015, 265 pp.

Dinero, demogresca y otros podemonios
Juan Manuel de Prada
Temas de Hoy
Barcelona, 2015, 265 pp.

Obra de reflexión sobre la crisis de valores de la España actual y sus causas.

Ana Alejandre

Juan Manuel de Prada se califica a sí mismo como escritor “a contracorriente”, por eso no puede extrañar el contenido de esta colección de artículos, en los que realiza una constante crítica de esta sociedad, concretamente la española, a la que califica como un pandemónium, lo que se puede interpretar en su doble sentido o acepciones: primero como capital imaginaria de reino infernal y, segundo, como lugar donde hay mucho ruido y confusión.

Aparecen los nuevos líderes de facciones políticas con ínfulas de supuestos libertadores de la sociedad, encarnados en políticos de extrema izquierda, los que proclaman la ruptura de toda tradición como única forma de encontrar la libertad absoluta que debe regir la vida de todo ser humano, pero, según el autor, a costa de perder sus raíces, sus ideales y, por supuesto, toda visión espiritual de la vida que se convierte sólo en una simple existencia en la que la búsqueda constante del éxito material y el goce puramente venal y egoísta son los motores que mueven al individuo, en una vida desarbolada de otras perspectivas más enriquecedoras y trascendentes.

Hablar en esta época de valores morales o religiosos es entrar en un camino tortuoso en el que pocos seguidores encontrará y sí muchos detractores que, o bien se burlarán de las ideas expuestas o, peor aún, se convertirán en enemigos feroces que despreciaran a quien proclama tales ideas fueras de la realidad sociológica del momento y le combatirán de forma sistemática y feroz.

Pero sus ataques también van dirigidos a la corruptela de todos los partidos políticos a los que llama los “negociados de izquierdas o derechas”, a los que ataca con virulencia por su búsqueda desenfrenada de cotas de poder donde conseguir un enriquecimiento personal, y también de los aliados, lo más rápido posible, además de ofrecer a los ciudadanos la única vía posible de salvación que sólo puede venir de la prosperidad económica, como valor en alza y exclusivo de toda sociedad moderna, en la que brillan por su ausencia los valores morales, la ética y la más absoluta decencia particular y colectiva.

Sorprende, sin embargo, y aun conociendo la trayectoria literaria de este escritor singular, que afirme que esta falta de horizontes espirituales y morales proviene de que la sociedad ha olvidado la realidad del pecado original y, por ello, la inclinación humana al mal, lo que justificaría, o explicaría, la corrupción humana que se pone de manifiesto en la política de forma más ostentosa y evidente.

Según de Prada, el pecado original es la principal causa de los males que nos quejan y dice: “Hoy esta realidad humana y teológica de evidencia incontestable se niega desde dos posturas en apariencias antitéticas, pero íntimamente coincidentes: por un lado, se afirma que el hombre es bueno por naturaleza y que le basta dejarse conducir por su naturaleza para comportarse con rectitud; por otro, se sostiene que la naturaleza humana está irremisiblemente corrompida y que al hombre no le queda otro remedio sino sobrevivir como una alimaña en medio de alimañas” (pág. 37). Así, la moral clásica alentaba a la pobreza y al repudio de los bienes materiales, pero a lo largo de la Historia la moral cambió y de ahí proviene el nuevo concepto antropológico y ontológico de la naturaleza humana. Todo ello debido al declive paulatino del concepto del pecado original, lo que hizo que las normas morales que lo sostenían se hicieron incomprensibles e innecesarias.

El escritor afirma que ambas visiones sobre el hombre coinciden en darle prioridad a la autonomía humana. Sin embargo, el hombre actual, al haber perdido toda fe en Dios, convierte al Dinero en un nuevo dios al que hay que rendirle toda reverencia y, por ello, se convierte la búsqueda de la prosperidad material en el fin que justifica los medios para alcanzarlo y la propia existencia. Toda esa nueva moral se convierte así en la nueva religión y los seres humanos, en vez de buscar su camino espiritual, se dedican a buscar el camino más corto que le lleve hasta la prosperidad o riqueza como finalidad última de la propia vida.

Todas estas consideraciones pueden resultar un tanto extrañas o incómodas para muchos lectores que no aceptan que la religión, cualquiera que fuere, les condicione su vida con preceptos y mandamientos. En una sociedad laica en la que se proclama la libertad de conciencia y culto, tener como meta de actuación de cualquier político lo que dice el dogma religioso -que en España es mayoritaria y tradicionalmente católico-, sería como instalar la teocracia como sistema de gobierno, lo que es impensable en una sociedad en la que se respeta cualquier creencia, siempre que no imponga sus normas a los ciudadanos que libremente no tienen fe en tal doctrina, haciendo uso de su propia libertad para creer o no creer y no dejarse imponer creencias religiosas o ideológicas que no acepta como válidas para sí mismo, aunque respete que otros las tengan y las vivan en libertad.

Juan Manuel de Prada intenta definir que los males de esta sociedad vienen por el alejamiento de Dios y de su mandamientos, aunque olvida que la conciencia individual es un lugar que no se puede avasallar intentando que quienes no son creyentes adopten y apliquen a sus vidas el ideario moral y religioso del tipo que sea, porque la fe es un sentimiento, pero nunca se puede llegar a él a través de la imposición ni del razonamiento lógico.

Hay un cierto dogmatismo en la exposición de las ideas de este escritor, -aunque bien sustentadas filosófica y teológicamente-, dogmatismo en el que impera más el deseo de demostrar que quienes no piensen igual y compartan las mismas creencias están equivocados y perdidos en su propia ignorancia de la verdad; lo que les ha llevado, y a la sociedad en su conjunto, a un callejón sin salida. Además, se observa en sus textos constantemente una actitud ciertamente despectiva de superioridad intelectual y moral que se manifiesta en muchos de los calificativos sobre el conjunto de los ciudadanos, es decir, la criticada por él palabra “ciudadanía”, que no comparte sus opiniones.

Dicha actitud que tiene poco que ver con el verdadero sentido evangélico de amor y misericordia del que hace gala el verdadero creyente, pero no dogmático ni soberbio, porque la consideración y el respeto al prójimo, tenga o no la misma opinión o creencia, prima en su conducta y en su relación con los demás. Las conciencias individuales son sagradas y en las que no se puede entrar de forma imperiosa ni dogmática, porque en el corazón del hombre está la raíz de esa libertad individual en la que se basa el libre albedrío para decidir en qué creer o qué pensar, sin imposiciones ni mandatos, aunque para otros esté cayendo en el más absoluto error.

Su animadversión a lo que llama “partitocracia” es evidente en esta obra, y que no es otro este término de nuevo cuño que la definición del régimen político en el que los partidos políticos se disputan el poder a través de las elecciones, lo que viene a ser lo mismo que la articulación fáctica de toda democracia, en la que los partidos representan las diferentes ideologías que subyacen en toda sociedad humana, y de las que los votos de los ciudadanos expresan, por la mayoría alcanzada por alguno de los partidos o por los pactos correspondientes, el deseo de que les gobierne tal o cual partido o facción de forma alternativa, pues no existe gobierno que sea definitivo en ningún país occidental y democrático, haciendo así posible que las minorías puedan estar representadas en los órganos legislativos como son el Parlamento y el Senado, pudiendo así controlar y evitar, aunque no siempre de forma efectiva, el abuso de poder de todo Gobierno mayoritario.

Sobre la “partitocracia” escribe: “Es la partitocracia la que es constitutivamente corrupta, porque en ella los políticos dejan de ser representantes políticos para convertirse en una casta cuyo fin primordial es la acumulación de poder. Pruebas manifiestas de ese mal constitutivo de la partitocracia las tenemos por doquier: así por ejemplo, en la efectiva anulación del principio de separación de poderes o en la injerencia creciente de la política en la función pública o en la incorporación de las élites partitocráticas a los consejos de administración de grandes corporaciones y empresas.”” (Página 42).

Habría que preguntarse si no recuerda este autor cuando en el Régimen franquista la Iglesia y el Estado formaban una alianza de poderes a través de los Concordatos, en la que el poder temporal (político) y el poder confesional (Iglesia) eran los únicos que ejercían el poder absoluto de forma conjunta en sus respectivos campos de acción, aunque entre ellos existía tal imbricación que era imposible separar a uno del otro. Esto provocaba que en el ejercicio político, legislativo y judicial no se admitían a quienes no fueran adeptos a la ideología política dominante o a la creencia religiosa, y sus detentadores actuaban de forma conjunta y excluyente, impidiendo que, quienes no aceptarán a la una u a la otra o a ambas, no pudieran tener ninguna posibilidad de expresar su opinión ni acceder a ningún cargo público o privado que les estaba vetado.

A pesar de los males que pueda representar la democracia con todos sus defectos -como tiene toda obra humana-, en la que es inevitable la ·”partitocracia”, producto correspondiente de la existencia de aquélla, siempre es más conveniente y deseable para toda sociedad vivir bajo un régimen democrático que bajo uno totalitario, porque el primero defiende la libertad de conciencia, de creencia e ideología, de expresión de las propias ideas, entre otras muchas libertades fundamentales del individuo, logros que ha costado muchos siglos llegar a conseguir ver legislados y reconocidos y que, en definitiva, consagra la libertad del individuo –dentro de los límites reales que la naturaleza humana tiene y que son muchos-, y siempre con respeto a la legalidad vigente, para ser, pensar y actuar en el mundo según su criterio, sus capacidades, sus ideales o sus creencias o su falta de éstas; porque la conciencia humana es un territorio acotado y el límite que nunca se debe traspasar para intentar manipular, bajo consignas de que todo se hace para el bien material, moral o espiritual de cada individuo que tiene pleno derecho a buscar por sí mismo el sentido a su vida, a su destino en este mundo o en el ultra terreno -para los creyentes-, sin imposiciones, ni exigencias de cambiar de ideas, por no ser válidas las que tenga, según el criterio de todo salvador de conciencias y vidas ajenas que quiere marcarle el camino bajo el pretexto de que, quienes no piensan o creen igual que el salvador de turno, viven en el error y en la nada.

Es por ello que la democracia y sus muchos males siempre será mejor que un sistema de gobierno, sea el que fuere, en el que quien ostente el poder obligue a los ciudadanos a pensar de una determinada manera –lo que es completamente imposible en la realidad y sólo se consigue la ficticia adhesión que provoca el miedo-, o a prohibir todo tipo de manifestación contraria a la idea dominante, ya sea política, religiosa o de cualquier otra naturaleza. No hay que olvidar los regímenes comunistas vigentes aún en algunos países y los abusos que estos llevan a cabo sobre sus ciudadanos que son llamados disidentes. Y tampoco los terribles sucesos que protagoniza el Estado Islámico que va sembrando de terror, muerte y desolación a los países en los que ha entrado para aniquilar a todos los que no piensen y acepten el fundamentalismo islámico como su única forma de vida, pensamiento y fe.

La falta de libertad de pensamiento, o expresión del mismo, es tratar a cada ciudadano como a un menor de edad o incapaz a quien hay que llevar de la mano para indicarle cuál es el mejor camino posible para él, siempre y cuando se deje dirigir por quien se cree en posesión absoluta de la verdad, lo que es la mejor demostración de absolutismo en las ideas sin fisuras. Y todo absolutista es siempre un dictador.

El autor de esta obra apoya sus ideas y comentarios en autores como Donoso Cortés, Heidegger, George Orwell, Chesterton y un largo etcétera. De Donoso Cortés comenta que quien fue consejero de la Reina María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII, “…nos enseñaba que no hay ningún error contemporáneo que no entrañe un error teológico”. Lo que dicho así puede tener sentido para los católicos de la época en la que fue expresado, en la primera mitad del siglo XIX, pero es inadmisible para la sociedad actual tal argumento que provenía de un político cuyo pensamiento fue evolucionando desde un tibio liberalismo hasta un patente reaccionarismo con claras connotaciones ultracatólicas y místicas. Ideas que eran apropiadas para la época en la que vivía, pero resultan inviables en una sociedad moderna en la que la propia Iglesia está viviendo una profunda transformación desde el concilio Vaticano II, lo que está poniendo aún más de relieve la llegada del Papa Francisco, además de que la sociedad está cada vez más ajena a la religión y apuesta por un laicismo imparable, guste o no a los creyentes que sólo podemos y debemos respetar a los que no lo son, al igual que exigimos respeto a nuestras creencias.

Es sorprendente leer frases como esta:” Una política que reconociese la existencia del pecado original, en lugar de donarse con las plumas de pavo real de la virtud, empezaría por limitar su jurisdicción a las puras labores de representación política, en aceptación del mandato que recibe de sus representados. Y una vez limitada su jurisdicción a la pura representación política, suplicaría el auxilio divino”. Habría que preguntarse si el auxilio divino, según este autor, debería venir de los consejos de un director espiritual al dirigente político en cuestión, con lo que se afirma la idea de que así la Iglesia tendría una nueva parcela de poder en lo terrenal inapropiada en un Estado que se declara no confesional. Parece escrita la frase antes mencionada en otro tiempo, en pleno siglo XIX, en el que la sociedad tenía una mentalidad completamente diferente a la de ahora, debido a unas circunstancias sociológicas, políticas, religiosas y económicas que no tienen nada que ver con la realidad actual y la complejidad de la sociedad moderna en su conjunto.

En esta obra, también se advierte una evidente tensión, propia de quien sabe que lo que está diciendo no será aceptado por muchos, lo que parece crearle una sensación de amargura ante la ceguera de los hombres que no comprenden ni aceptan la verdad de sus palabras y, por ello, siente un total pesimismo ante el futuro de una sociedad que no le importa ir por el camino errado, a juicio del autor, para satisfacer sus deseos de placeres inmediatos, aunque para ello se conviertan en esa sociedad aborregada en la que falsos gurús le prometen la felicidad a través de la consecución del éxito material y sus falsos espejismos.

Juan Manuel de Prada posee un prosa depurada y exquisita, pero en esta colección de artículos sobre los problemas de la sociedad actual, ese virtuosismo están al servicio de una permanente y férrea convicción de que los ideales del pueblo español están subvertidos por el materialismo imperante, la falta de ideales morales y éticos que provienen de su propio laicismo y su incapacidad de reaccionar contra los males que padece y que actúan como un somnífero que acalla las conciencias; pero, olvida de Prada que la conciencia individual de todos y cada uno de los ciudadanos es territorio inexpugnable en el que sólo tiene poder y soberanía el propio individuo como manifestación de su capacidad de libre albedrío que le es consustancial a su propia naturaleza de un ser racional.. Incluso, si ese mismo libre albedrío le lleve al error y a la perdición, según otros criterios, porque es un precio obligado a pagar que revalida la libertad del individuo que es su único y más valioso patrimonio, siempre irrenunciable.

 

Madame de Staël, la baronesa de la libertad.

Madame de Staël, la baronesa de la libertad.
Xavier Roca-Ferrer.
Berenice.
Córdoba, 2015. 510 páginas

“Madame de Staël, la baronesa de la libertad”, una biografía rigurosa y exhaustiva de una importante figura cultural europea del siglo XVIII.

Madame de Staél la mujer que fascinó a Europa y fue temida por Napoleón Bonaparte.

Ana Alejandre

Esta obra de referencia, inusual en el panorama editorial español que tan poco pródigo es en presentar estudios biográficos rigurosos y exhaustivos sobre las figuras de intelectuales extranjeros es, por dicho motivo, una obra insólita y digna de ser resaltada por el rigor que ofrece en el estudio de una figura como la de Madame de Saël, personaje femenino importante en la vida cultural del siglo XVIII.

Madame de Staël, es otro personaje dentro del mundo de la cultura y, especialmente de la literatura, muy desconocido para el gran público, y entre ellos Madame de Staël destaca por su extraordinaria personalidad y la gran influencia que tuvo en su época, cuando recibía en sus salones a los intelectuales, artistas, políticos y nobles más célebre de su época, además de por su condición de escritora de mucho éxito.

¿Pero quién fue Madame de Staël? Su verdadero nombre era Anne Louise Germaine Necker, nacida el 22 de abril de 1766 en París, hija de un financiero, Jacques Necker, de nacionalidad suiza, ministro de Luís XVI, y de Suzanne Couchod, también suiza y originaria del cantón de Vaud, quien tenía un salón literario muy concurrido. Madame de Staël mostró, desde el primer momento, una aguda inteligencia y buen criterio.

Contrajo matrimonio en 1786, con el embajador sueco en Francia, Eris Magnus, barón de Staël-Holstein, del que tuvo tres hijos. Este matrimonio no fue, sin embargo, el que la encumbró a la fama, sino que el mérito fue propio y radicaba en su gran inteligencia que destacó tanto en la literatura como en los asuntos políticos de la época, porque su salón literario se convirtió en el punto de reunión de los intelectuales y artistas franceses más afamados En 1788 escribió Carta sobre el carácter y las obras de Jean-Jacques Rousseau, por ser una lectora de los filósofos franceses del siglo XVIII...

Durante la Revolución Francesa, apoyó de forma manifiesta a Tayllerand huyó de Francia, en 1792, a raíz de caer la monarquía, para refugiarse en Suiza, país en el que creó y mantuvo un salón internacional al que asistieron numerosos personajes de la vida cultural. Se reencontró en allí con Benjamín Constant, a quien conocía de un viaje anterior, y con quien mantuvo una relación sentimental conflictiva y tormentosa que duró hasta 1808.

Cuando regresó a Francia, en 1797, conoció a Napoleón Bonaparte, por quien siente una gran fascinación que no es correspondida por aquel, ya que recelaba de una mujer que participaba de lleno en las intrigas política y palaciegas y, sobre todo, ante la que se sentía inferior en elocuencia. Además, su amante se afilió a la oposición a Napoleón, por lo que éste la condenó y, de nuevo, tuvo que abandonar París, en 1803. A todo ello se suma el revuelo producido por la publicación de su primera novela Delfine (1802), obra en la que expone la necesaria libertad de elección de pareja y se opone a las uniones de conveniencia, tan en boga por entonces, lo cual la encuadra dentro del movimiento romántico. En este mismo año, 1802, enviudó, y volvió a contraer matrimonio con un joven militar suizo, Albert de Rocca, apodado familiarmente John. Se estableció en Copper, al que trasladó su salón y al que concurrieron los personajes más famosos de su época, desde Madame Recamier a Mathieu de Montmorency hasta su propio amante. Desde allí realizó continuos viajes. Fue a Alemania, país en el que visitó a Goethe y Shiller, en Weimar y Viena, además de conocer y editar al Príncipe de Ligne. De ese viaje surgió su obra Alemania (1810), en la que se advierte lo que ella afirma como el descubrimiento de la verdadera “región del alma”. Admiraba en el ambiente alemán lo que tenía de opuesto al materialismo que reinaba en la corte imperial francesa, por lo que para ella el espíritu alemán representaba el ideal de toda magnificencia en su propia austeridad. De su obra Alemania, de la que se publicaron más de 10.000 ejemplares, Napoleón mandó que se quemaran en su totalidad, aunque tres años más tarde fue reeditada en Londres, porque algunos ejemplares escaparon inexplicablemente de la quema. Goethe escribió admirativamente sobre dicha obra, sin ningún tipo de cortapisa.

El biógrafo analiza y detalla los números amores de esta apasionada mujer y de sus muchas “amistades peligrosas” que mantuvo y el estilo punzante y agudo del autor le da un gran dinamismo dentro del análisis que realiza sobre la vida sentimental de esta apasionada mujer que no destacaba tanto por su belleza como por su gran inteligencia, encanto y atrevidos adornos en su vestimenta en los que destacaban las vistosas plumas con las que se adornaba el cabello.

Xavier Roca-Ferrer realiza una aguda crítica tanto en el análisis literario de la obra de Staël, pero no sólo en el mero ámbito literario, sino en la indagación y estudio de las relaciones amorosas apasionadas de esta insólita mujer. Es de destacar el análisis del pensamiento Madame de Staél que aparece reflejado en su obra Sobre Alemania (en tres tomos y 1.500 páginas), en relación con el ambiente político, cultural y social de su época, obra en la que aparecen las evidentes influencias recibidas grandes escritores y pensadores como fueron Goethe, B. Constant, W. Schlegel, y otros.

De sus viajes y exilios, Madame de Staël, va consiguiendo enriquecer su personalidad, dándole matices que unen su adhesión al romanticismo con aires más cosmopolitas, lo que la convierte en una escritora más cercana a los ideales de la Ilustración que a los propiamente románticos.

Posteriormente, en 1807, volvió a sufrir el exilio tras publicar Corinne o Italia, obra que estaba basada en la brillante carrera artística y literaria de la heroína angloamericana Corinne, fue la obra más famosa de Madame de Staël, y tuvo una gran influencia en todas las escritoras de la época, a las que sirvió de aliciente y estímulo en su búsqueda y esfuerzo de conseguir reconocimiento en sus trayectorias literarias. Además, su influencia se extendió a todo el siglo XIX que la tuvo como referente en cuanto a la narrativa se refiere.

Madam de Staël fue una evidente difusora de las teorías del romanticismo a través de sus obras, especialmente del título De la literatura (1800).en la que existe un importante capítulo que trata de las mujeres escritoras.

En su obra se advierten los ecos prerrománticos alemanes que habían llegado apenas a Francia, representados por autores como Shiller, los hermanos Schlegel, Ticek o Novalis, entre otros. Su admiración por los ideales revolucionarios franceses eran evidentes, aunque ella tenía un origen aristocrático. Sin embargo, a raíz de los sucesos que motivaron la etapa del Terror en Paris, tuvo que optar por el exilio en 1792, como ya se ha dicho anteriormente, ya que era partidaria de la monarquía constitucional.

Además, existe otra nota predominante en toda su obra, como es el intento constante de luchar por los derechos de la mujer que, en apariencia, parecían estar velados por los propios principios de la Revolución Francesa, aunque no tal en la práctica, porque los hombres seguían teniendo iguales privilegios que siempre, copando todos los puestos que detentaban el poder, negándoselos a las mujeres, quienes seguían en la misma situación de ciudadanas de segunda y a las que se les reservaba el ámbito doméstico como único escenario en el que pudieran desenvolverse..

A pesar de estas limitaciones, Madame de Staël, por su espíritu luchador y su capacidad de iniciativa, carácter que parece ser influenciado en alto grado por la enseñanza recibida de sus padres, porque no hay que olvidar que su progenitor fue destituido de su cargo de ministro de Luís XVI, por haber tenido la valentía de denunciar el derroche excesivo de la Corte, aunque el monarca le volvió a llamar para ocupar el mismo puesto, debido a las pésimas circunstancias en las que se encontraban las finanzas reales, aunque ya era demasiado tarde para conseguir arreglar el descalabro económico. Por ello, no se advierte en esta autora esa especie de derrotismo que se apreciaban en otras figuras del mundo cultural que también estaban fuertemente influenciados por el espíritu del romanticismo.

Su lema era que la libertad era necesaria, tanto en el ámbito personal y privado como en el político, aunque no siempre fue comprendida y recibió muchas críticas al respecto de personalidades de su época, como las vertidas por el propio Heinrich Heine, poeta y escritor de fama universal, que aducía que todo su afán libertario se debía a que no había sido correspondida por Napoleón Bonaparte, por lo que sus escritos contra el emperador eran sólo la consecuencia de haber sido rechazada y, por ello, escribía impulsada por el despecho, lo que dicho escritor afirma en sus Confesiones.

Esta escritora es una figura representativa y singular, impropia de una mujer de su época, que ilustra de forma extraordinaria el paso del siglo XVIII sl XIX, y va marcando el camino desde la Ilustración y el racionalismo al romanticismo, allanando el camino para poetas posteriores como fueron Baudelaire y al simbolismo representado por Rimbaud

Otras obras ensayísticas de esta autora son. De la influencia de las pasiones sobre la felicidad de los individuos y de las naciones (1796); De la literatura considerada en sus relaciones con las instituciones sociales (1800), y Consideraciones sobre los principales acontecimientos de la Revolución francesa (1818) y la obra testimonial Diez años de destierro (1821).

Esta obra es, pues, una interesante, rigurosa, amena y exhaustiva biografía, en la que la biografiada es analizada desde todos los ángulos posibles, tanto en su vida personal como literaria y social, con una gran cantidad de datos, referencias y una exhaustiva información, pero todo ello utilizado con gran soltura, estilo impecable e innegable rigor, que interesa desde el primer momento al lector, porque en esta obra la figura de Madame de Staël es la protagonista; pero teniendo como telón de fondo el apasionante mundo que le tocó vivir entre las convulsiones de la Revolución hasta la caída del imperio napoleónico y desde el racionalismo de la Ilustración al apasionado ciclo del Romanticismo, todos estos momentos claves de la Historia no sólo de Francia, sino de la Europa de entonces y que dieron paso a la sociedad europea del presente.

Apasionante vida y apasionante época que se refleja en sus luces y sombras, grandezas y miserias que conforman un rico mosaico político, cultural y social del que una importante tesela es esta mujer que fue testigo y protagonista importante de una época prodigiosa.

 

 

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