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El vampirismo

El vampirismo

María José Moreno
Sin tener que entrar en cuestiones de patología es constatable que la mayoría de las personas sienten una gran ambivalencia por el tema vampírico, de ahí su éxito. Se movilizan sentimientos en las clásicas bipolaridades amor-odio, atracción-repulsión, deseo-temor. El vampiro es un ser omnipotente que vuelve de entre los muertos; y la muerte, uno de los mayores problemas del hombre.

La inmortalidad es un deseo humano, burlar a la muerte, terminar con la finitud que contingenta su realización personal. Además, el deseo de que los muertos vuelvan con nosotros se genera por tres tipos de sentimientos: por amor, odio o culpa. Mientras elaboramos cualquier pérdida, nuestro afecto se mueve entre esos sentimientos. Quien ama a una persona, la odia en la misma cuantía de ese amor (cara y cruz de la misma moneda), y la culpa acompaña siempre a nuestros deseos reprimidos de muerte hacia alguien. ¿Cuántas veces nos sentimos culpables por haber deseado la muerte de alguien cercano a nosotros? ¿Cuántas veces hemos sentido miedo cuando nuestra fantasía ilimitada de deseo de muerte se cumple y pensamos que vendrán desde el más allá para vengarse?

E.T.A. Hoffman (1776-1822) influyó en la literatura por su capacidad para impresionar a los autores románticos alemanes y franceses —entre otros Baudelaire, Nerval, Gautier— y, posteriormente, Thomas Mann. Es indudable que sus visiones son un antecedente de los horrores narrados por Edgar A. Poe y Gustav Meyrink. En su célebre cuento Vampirismus, relata que Aurelia, una bella y silenciosa joven, hija de una madre terrible y prometida del conde Hipólito, acarició la idea de la muerte de aquella; y cuando, en efecto, bajo circunstancias poco comunes la baronesa muere, es estremecida por una angustia indescriptible. “¿Hay en el mundo algo más espantoso que verse reducido a odiar, a aborrecer a nuestra propia madre?” Por una parte, en su fuero interno, Aurelia consideraba la muerte de su madre como una bendición, y por otra se veía atormentada por nuevas aprensiones, hijas de la culpabilidad, que amargaron su recién adquirida y celebrada libertad: “...reveló que, justo después de este suceso, la había asaltado un espantoso presentimiento de la idea abrumadora y siniestra de que la difunta surgiría un día de su tumba para arrancarla de los brazos de su marido y arrastrarla al abismo”.

El mismo Sigmund Freud puso como ejemplo diversos cuentos de Hoffmann para explicar el concepto de lo siniestro:«Tomemos lo siniestro que emana de la omnipotencia de las ideas, de la inmediata realización de los deseos, de las ocultas fuerzas nefastas o del retorno de los muertos». Es imposible confundir la condición que en estos casos hace surgir el sentimiento de lo siniestro. Nosotros mismos, o nuestros antepasados primitivos, hemos aceptado otrora estas tres eventualidades como realidades, estábamos convencidos del carácter real de esos procesos. Hoy ya no creemos en ellas, hemos superado esas maneras de pensar; pero no nos sentimos muy seguros de nuestras nuevas concepciones, las antiguas creencias sobreviven en nosotros, al acecho de una confirmación. Por consiguiente, en cuanto sucede algo en esta vida, susceptible de confirmar aquellas viejas convicciones abandonadas, experimentamos la sensación de lo siniestro, y es como si dijéramos: «de modo que es posible matar a otro por la simple fuerza del deseo; es posible que los muertos sigan viviendo y reaparezcan en los lugares donde vivieron».

En este sentido, con ese «no muerto viviente» nos asaltarán esos ambivalentes deseos que hacen que psicoanalíticamente nos movamos en un terreno resbaladizo y por ello nos atrae tanto. Lo prohibido nos fascina, lo mismo puede decirse de la seducción que nos produce esa figura mítica, el vampiro, en la que se reúnen el mito de la inmortalidad y la eterna juventud, sin olvidar sus superpoderes, como se dice actualmente.

Y ha sido culpa de la literatura y del cine hollywoodense, que el vampiro haya pasado de ser un monstruo terrorífico a un ser enormemente erótico, con su palidez translúcida y sus grandes connotaciones sexuales. Un ser cuyo comportamiento es puro simbolismo, desde el morder hasta el lugar preferido de esa mordida, el cuello; sin olvidar lo sexys que son sus colmillos. El vampiro no ataca a las mujeres, sino que las posee y además cada vez nos los representan más humanos… Y qué decir de las vampiras, que son lo más parecido a la caracterización de la mujer fatal, con todas sus connotaciones... Este fenómeno de masas ha llevado a las editoriales a fomentar su consumo, sobre todo mezclado con el género romántico, así como a hurgar en sus fondos; por ello en los anaqueles de las librerías vemos de nuevo las novelas de Anne Rice, la creadora de Las crónicas vampíricas, o al mismísimo padre de todos ellos, el Drácula del irlandés Bram Stocker y todas las secuelas que sobre él se han escrito.

Y tú, ¿qué opinas de esta moda?

 

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