Edición nº 6 Enero/Marzo de 2009

Dos mujeres unidas en la Historia

Ana de Mendoza, princesa de Éboli

LA PRINCESA DE EBOLI/JUANA COELLO

Laura López-Ayllón

Dos mujeres del siglo XVI en el entorno de una figura que marcó “La leyenda negra”.


Siempre nos fijamos en la tan conocida figura española de la Ana de Mendoza, princesa de Éboli, la aristócrata más envidiada de su tiempo, que ya viuda, mantuvo una relación e intrigó con el secretario de Felipe II, Antonio Pérez, para acabar “encerrada” en su propio palacio de Pastrana por orden del rey.
Pero pocas veces nos acercamos a la figura de la mujer del secretario, Juana Coello, aunque, al repasar los sucesos de la “La leyenda negra”, aparece continuamente apoyando a un marido que “no lo merecía”. Al menos, desde la óptica del siglo XXI. Es la gran olvidada cuando se aborda el famoso episodio y hoy la recuperemos como lo haremos con su enemiga, la conocida princesa.
Ana de Mendoza, nacida en 1540, era hija del segundo conde de Mélito, maltratador y mujeriego, y de doña Catalina de Silva, hermana del conde de Cifuentes. La pareja nunca logró llevarse bien, hizo difícil la niñez de Ana de Mendoza y quizá forjó su difícil carácter. La Princesa de Éboli pertenecía a la más alta nobleza castellana y era bisnieta del conocido cardenal Mendoza, el famoso cardenal que fue considerado “el tercer rey de España” por su influencia con los reyes y cuyos hijos, educados en la Corte de Isabel La Católica eran llamados por la reina “los bellos pecadillos del cardenal”.
En opinión de Marañón, Ana de Mendoza heredó el ímpetu dominador del cardenal, que se manifestó también en otras dos figuras de esta familia, María de Padilla la mujer de uno de los comuneros, que mantuvo la rebelión en Toledo contra Carlos V, y la duquesa de Braganza, que intentó sublevar Portugal en tiempos de Felipe IV.
De la niñez de Ana se sabe poco, pero sí que a los doce años fue casada con Ruy Gómez de Silva, nieto de uno de los pajes que vinieron con la Emperatriz Isabel desde Portugal cuando llegó para casarse con Carlos V, y que había llegado a ser el responsable de la política exterior española. El nuevo matrimonio, que tardó cinco años en consumarse, recibió el título de Príncipes de Éboli primero y más tarde el de duques de Pastrana.
Aunque no se probará probablemente nunca, los historiadores consideran hoy que la princesa, graciosa y altiva, apasionada y resuelta, mantuvo durante parte de su matrimonio una relación amorosa con el rey, de quien era uno de sus hijos, el que fue duque de Pastrana.
La ciudad de Pastrana, donde se trasladaron cuando Ruy Gómez perdió protagonismo, sufrió un importante aumento de población cuando el duque decidió acoger en ella a los moriscos, diseminados por Castilla tras perder la rebelión de las Alpujarras, y a los que dedicó a la elaboración de seda.
El carácter de Ana, menuda pero linda según Fernández Alvarez, era fuerte y ambicioso, pero fue atemperado por su esposo y vivió en familia hasta que Ruy Gómez murió en 1573. Tras su fallecimiento, quiso profesar como monja del Carmelo, que se había establecido en Pastrana, y su comportamiento hizo que la Santa se llevara a sus religiosas del convento.
En contra de la opinión del Rey, Ana volvió a la Corte, donde usó su atractivo, que lo tenía en gran medida a pesar de su parche en el ojo, para conquistar a Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, considerado uno de los hombres más hábiles e inteligentes de su época, pero también el más corrupto.
Los historiadores consideran que el secretario y la princesa tenían muchos puntos de unión y que llevaron a cabo tráfico de influencias, negociando con secretos de Estado. Fueron descubiertos por el secretario de Don Juan de Austria, Juan de Escobedo, que les amenazó con rebelar al rey sus intrigas y su relación de pareja y que fue asesinado en un callejón de Madrid.
En esta situación comenzó el largo periodo de lo que conocemos como “Leyenda Negra” con la fuga de Pérez a Aragón primero y a Francia después y la prisión de Ana de Mendoza en su propio palacio de Pastrana, donde murió prácticamente emparedada y sin haber sido juzgada. Los historiadores dicen que no contó con el apoyo de su familia, que quizá no quiso enfrentarse al rey. Sólo una hija le acompañó parte de su encierro.

JUANA DE COELLO Y VOZMEDIANO, la mujer legítima de Antonio Pérez, es en de cierto modo el contrapunto a la figura de Ana de Mendoza, pues como matrona castellana se mantuvo enamorada de su marido durante todo el tiempo, le ayudó a escapar de prisión y afrontó su defensa ante sus hijos, a pesar de haber perdido a uno de ellos cuando la detuvieron embarazada de ocho meses en Aldea Gallega, y de sufrir rigor de cárcel con todos ellos.
Antonio Pérez tuvo una aventura juvenil con Juana, diez años más joven, y en un principio se negó a casarse con ella, a pesar de haber ya parido, pero ante el enfado de Gómez de Silva, quien algunos consideran su padre, accedió al fin a casarse en 1567. Doña Juana no era hermosa, dice Marañón, quien recuerda que no existen retratos ni alusiones a su físico cuando era lo corriente. Marañón recuerda que, cuando se da esta circunstancia, suelen sublimarse las cualidades morales y éste fue el caso porque, ante la adversidad que vino después, demostró una adhesión sobrehumana por encima de las ofensas y de la ignominia.
Casarse con doña Juana, débil de cuerpo y con ataques nerviosos, le abrió a A.Pérez las puertas de un porvenir brillante y aunque se casó por compromiso, fue lo mejor que hizo en su vida. Juana fue muy elogiada como arquetipo de amor conyugal y dice Marañón que su enamoramiento es frecuente entre las mujeres de belleza mediocre por hombres física y socialmente brillantes.
Era también muy religiosa y de conducta severa pero, en los trece años que pasaron desde el asesinato de Escobedo hasta la fuga de A.Pérez a Francia, fue la principal organizadora y sostenedora de la pugna que mantuvo su marido con Felipe II.
Cuando la justicia detuvo a Pérez en 1585, fue ella la que entretuvo a los Alcaldes para permitir a su marido saltar por el balcón y refugiarse en San Justo. En otra ocasión solicitó asistir a su marido que había sido sometido al tormento del cordel y fueron su vestido y su manto los que permitieron escapar de la prisión y poner el pie en Aragón. Escondió algunos de los documentos, mandó copiar otros y fueron numerosas las visitas que realizó en defensa de los intereses de su marido.
Fue encerrada embarazada con sus hijos en la torre de Pinto y permaneció allí nueve años, confeccionando guantes y manguitos para que su marido pudiera regalar a los que le favorecían en Francia. Sus ayudas vinieron de gente de iglesias y conventos. Sus cartas a Pérez fueron con frecuencia entre París y Madrid cosidas a las sotanas y los hábitos.Sólo al final se trasluce el desengaño aunque con el paso del tiempo, el corazón del marido se le rindió poco a poco.