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Marilyn Monroe, personaje de novela negra

José Luis Muñoz

Si existe un cadáver que haya sido explotado hasta la saciedad y del que se siga hablando después de cincuenta años de su muerte, ese es de Marilyn, aunque el cuerpo no exista más que en el celuloide porque no queda más que cenizas de la sex symbol por antonomasia y actriz discutible que enamoraba tanto a la cámara como enloquecía a sus directores, paradigma de víctima de esa máquina cruel que fue el Hollywood dorado para algunos actores con un ápice de sensibilidad. Marilyn Monroe fue tan icono sexual como Che Guevara revolucionario. Dos cadáveres bellos y exquisitos.

Viajando por Estados Unidos me llega la noticia de que se reabre la investigación de su oscura muerte. Hay un refrán español que se ajusta a estos casos y lo aplico tanto a Marilyn Monroe como a los Kennedy: Piensa mal y acertarás. El teórico suicidio de Marilyn Monroe no convenció en su momento a casi nadie, pero nada se hizo por tirar de la manta. La rubia platino por antonomasia apareció muerta en la cama de su dormitorio en Brentwood, California, el 5 de agosto de 1962. La encontró su sirvienta Eunice Murray, un personaje clave en toda esta historia, por la mañana. La investigación sobre su muerte fue rápida e inconsistente: se dio rápidamente el carpetazo al caso aduciendo el carácter inestable de la actriz y su carrera de desdichas sentimentales, llegándose a la conclusión de que la rubia más deseada del planeta, la norteamericana con la que soñaban casi todos los hombres en todos los países del mundo antes de dormir, murió por una ingesta de barbitúricos. Jack Clemmons, primer oficial del departamento de policía de Los Ángeles que fue uno de los primeros en ver el cadáver, creyó desde un principio que la actriz fue asesinada. Nadie le hizo caso, claro.

La muerte de Marilyn Monroe da para una buena novela negra, pues reúne todos los ingredientes del género: sexo, violencia, desamor, corrupción, poderes políticos, mafia, chantaje... Todo hace suponer que la desaparición del cuerpo más deseado del planeta estuvo muy relacionada con el clan Kennedy. La intérprete de Niágara ejerció de amante de John Fitgerald Kennedy desde finales de los años cincuenta. Marilyn Monroe estaba al tanto de algunos turbios asuntos del católico presidente de la nación, como sus relaciones con la mafia. Llegó un punto en el que JFK vislumbró que su relación extramarital con la actriz podía traerle serios problemas y trató de alejarse de ella. No tuvo éxito. El 19 de mayo de 1962, sólo tres meses antes del suicidio de la Monroe, se escapó ésta del rodaje de Something’s Got to Give, película de George Cukor que iba a quedar inacabada, y cantó en el Madison Square Garden el ya famoso Happy birtdahy al presidente de la nación con voz orgásmica: no llevaba ropa interior debajo de un vestido tan ceñido que hubieron de cosérselo al cuerpo, y presumiblemente estaba borracha. Marilyn Monroe declaraba a la nación su relación sentimental con el hombre más poderoso del planeta y firmaba así su sentencia de muerte. Ella estaba muy enamorada de él; él, nada de ella.

Durante años JFK intentó traspasar su incómoda amante a su hermano Bob Kennedy, Fiscal General del Estado, para que todo quedara en familia y bajo control y esa relación fue más tormentosa todavía. Marilyn, por su naturaleza inestable, fue vista por el hermano del presidente como una bomba de relojería que podría explotarles en cualquier momento. Por otro parte, Edgar Hoover, el siniestro jefe del FBI, tenía pruebas de que la actriz alternaba a los Kennedy con un comunista que residía en México y que podría estar intercambiando secretos de alcoba con todos ellos.

La tarde de su muerte Robert Kennedy había estado en el apartamento de la actriz con la intención de hacerse, fuera como fuera, con el diario que llevaba como terapia personal y en donde aparecía su nombre y el del presidente. Fue una reunión tan violenta que acabó a golpes: la rubia platino atacó al Fiscal General del Estado. Para Marilyn Bob Kennedy era un macho brutal que sólo la consideraba un pedazo de carne. Ese detalle, el de que Robert Kennedy fuera el último que viera a la actriz con vida, no fue debidamente investigado. En pura lógica su estancia en el apartamento de la muerta le convertía de inmediato en el principal sospechoso. Pero era el Fiscal General del Estado y hermano del presidente.

Hubo numerosas evidencias, que se pasaron por alto en la investigación irregular de su muerte, de que la rubia platino fue asesinada presumiblemente por los Kennedy que eran los que más tenían que perder si la actriz, despechada, hablaba de la relación con los dos hermanos políticos o entregaba su diario para que fuera hecho público. La autopsia no descubrió presencia de barbitúricos en el estómago de la actriz, pero sí una herida anal producida por un enema. En su cuerpo eran visibles varios hematomas que podrían indicar un forcejeo previo a su asesinato.

Al policía Jack Clemmons, que acudió al lugar de los hechos en cuanto recibió la llamada de la sirvienta de Marilyn Monroe, no le encajó lo del suicidio desde el primer momento. La muerta sostenía un teléfono en la mano; la habitación había sido ordenada (se habían limpiado las huellas de los que habían cometido el crimen); alguien había cambiado la posición del cadáver; se habían limpiado las sábanas (presumiblemente para borrar cualquier indicio de la lavativa letal que administraron a la actriz). Al molesto Clemmons lo relevaron del caso, por supuesto, y clamó en el desierto su teoría sobre el asesinato de la actriz. Tuvo suerte de que no lo accidentaran.

La nueva investigación que se inicia ahora, a destiempo evidente y con todos los presumibles culpables muertos — y, paradójicamente, asesinados también de forma oscura —, no va a arrojar mucha luz sobre la muerte de Marilyn Monroe que siempre apuntó a un crimen de estado. Eunice Murray, personaje clave en la sombra, murió en 1993 y se llevó con ella muchos secretos a la tumba. La sirvienta, y enfermera, fue la que abrió la puerta, presumiblemente, a los asesinos de su señora; ella fue la que tardó ocho horas en denunciar su muerte y seguramente fue testigo del crimen y cómplice necesario. Ella podría explicar qué hacía una ambulancia aparcada en las inmediaciones de la casa de la actriz, antes de que muriera oficialmente, y que fue la que trasladó sus restos mortales. Un vecino testigo dice haber visto, además, que un enfermero hundió una jeringuilla entre los pechos de la actriz muerta: para rematarla.

Marilyn Monroe sigue fascinando y haciendo correr ríos de tinta. El suyo es uno de los cadáveres más rentables de la historia de la humanidad: genera 27 millones de dólares anuales. La rubia platino que siempre se mostraba risueña y sonriente, femenina y extraordinariamente sensual, era todo lo contrario de lo que aparentaba: una prisionera de un físico impostado que le habían esculpido en su carne desgarrada a base de tijeretazos. En Mi historia, una biografía de su puño y letra, Norma Jean predijo: “Sí, había algo especial en mí y sabía de qué se trataba. Yo era el tipo de chica a la que encuentran muerta en su dormitorio con un frasco de somníferos en la mano". Ese párrafo seguramente también lo leyeron sus asesinos. Marilyn Monroe, más que un icono sexual, fue un icono de explotación sexual. Ningún hombre, salvo su primer marido, la supo querer. Los Kennedy la utilizaron para calmar su lascivia, sin más, y, presumiblemente, se deshicieron de ella cuando empezó a molestarles; el intelectual Arthur Miller no pudo o no supo quererla — regalarle el Ulises de James Joyce fue una crueldad inaudita por su parte —, pero la obsequió con el mejor papel de su vida, el de la protagonista de Vidas rebeldes de John Huston, un film crepuscular en el que la muerte levitaba sobre todos sus intérpretes: Clark Gable y Montgomey Clift también murieron a poco de terminar su rodaje.

¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo? dice Clark Gable, un poco Arthur Miller, en el film. En sus memorias Vueltas al tiempo (1988) el dramaturgo norteamericano dice de ella: “Para haber sobrevivido, ella tendría que haber sido mucho más cínica o haber estado mucho más lejos de la realidad de lo que estaba. Pero no, ella era una poeta en una esquina tratando de recitar entre una multitud que le arrancaba la ropa”.

A través del sexo la actriz de Niágara reclamaba atención sobre su persona y algo de cariño, de los que careció en sus 36 años de vida marcados por una violación en la adolescencia, una madre en un psiquiátrico y un padre ausente. La mujer con la sonrisa más encantadora del planeta era la más desdichada.

Se ha escrito mucho sobre la actriz de mirada turbia y contoneos de cadera irresistibles. Truman Capote, buen amigo suyo, le dedicó el relato Una adorable criatura; Norman Mailer escribió un libro de no ficción sobre la actriz: Marilyn, una biografía; Joyce Carol Oates utilizó a la rubia platino para su novela de 900 páginas Blonde; Marilyn Monroe, investigación sobre un asesinato, de Donald H. Wolfe, buscó luces entre tantas sombras sobre su muerte; Marilyn de Donald Spoto desmontaba todas las teorías conspirativas; Marilyn y JFK, novela de François Forestier, se centró en la relación de la actriz con el presidente norteamericano; Autobiografía de Marilyn Monroe, de Rafael Reig, desmontaba el mito y afirmaba que lo raro es que Norma Jean no hubiera muerto antes; Gregorio Morales, en su espléndida obra de teatro Marilyn no es Monroe, se acercaba con respeto y cariño a esa mujer desvalida y golpeada por la vida que fue la actriz. Pero queda pendiente una novela negra sobre la vida y muerte de la intérprete de Con faldas y a lo loco, una novela que haga justicia poética con los desalmados asesinos de Norma Jean.

La tumba de la actriz está en el Westwood Village Memorial Park Cemetery de Los Ángeles. Siempre tuvo flores frescas mientras Joe DiMaggio, su primer marido, vivió.
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José Luis Muñoz es escritor y periodista. Sus últimas novelas son Marea de sangre (Erein, 2010), La Frontera Sur (Almuzara, 2010), Llueve sobre La Habana (La Página, 2011), Patpong Road (La Página, 2012), La invasión de los fotofóbicos (Atanor, 2013) y La doble vida (Sub—Urbano Miami, 2013). Ha abordado la figura de Marilyn Monroe en dos relatos, M.M. y Mis quince minutos con Norma, incluidos ambos en La mujer ígnea (Neverland, 2010)

 

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