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Una historia inconclusa

Una historia inconclusa

Panorámica de Campotéjar.

Paco López Mengual
A las afueras de mi pueblo, en Campotéjar, hay un paraje que fue campo de aviación durante la Guerra Civil. Allí el gobierno de la República instaló una escuela de pilotos que, bajo el mando de oficiales soviéticos, gestionó las Brigadas Internacionales. Durante los tres años que duró la contienda, era habitual ver volar sobre nuestro suelo los míticos “Natachas”.

Aún hoy, dando un paseo por el lugar, se pueden distinguir los edificios que fueron el pabellón de pilotos, el casino de oficiales, el botiquín…; y hasta se localizan con facilidad los restos del refugio antiaéreo donde se debía esconder la población civil y los soldados ante un hipotético bombardeo enemigo.

A los pocos meses de iniciarse la contienda, llegó destinado a esta escuela de pilotos un joven matemático, con el cometido de dar clase a los futuros aviadores. Era asturiano y, pronto, entabló amistad con una muchacha de la zona. Era habitual verles dar largos paseos por los alrededores de la base. Charlando, riendo. Durante las ausencias por permiso del profesor, no cesaban de llegar pasionales cartas destinadas a la muchacha, que le leía una vecina, porque ella era analfabeta.

Pero tras muchos meses de felicidad, un día, se precipitó el final de la Guerra. En solo unas pocas jornadas, se desmanteló el aeródromo: desaparecieron los aviones, se marcharon los rusos y el matemático fue evacuado junto al resto de los militares. Se esfumaron todos, y allí quedó la muchacha, en mitad de la Murcia rural, con 16 años y embarazada.

Para los padres de la joven, una familia campesina, aquello fue un mazazo. Durante meses, ocultaron el embarazo, llegando a disimularlo envolviendo la tripa de la joven con sábanas. Cuando sólo restaba mes y medio para el parto, la familia se trasladó a la capital de la provincia y seis días después de dar a luz a una niña, la criatura fue depositada en el torno de la Casa de Expósitos.

La joven regresó con su familia a Campotéjar y no tardó en recobrar su lozanía y en conocer a un chico de una aldea cercana, con quien se casaría años después y formaría una familia en la provincia de Alicante. Del matemático, nunca más se supo.
Y ahora, 75 años después de aquellos turbulentos días, se persona en el Ayuntamiento de Molina una mujer. Contó que su infancia había sido un trasiego de hospicio en hospicio, hasta ser finalmente adoptada por un matrimonio de Elda. Tras años intentando buscar sus orígenes biológicos, todos los informes y huellas la conducían hasta Campotejar.

Con la ayuda de una funcionaria del Ayuntamiento, la mujer ha logrado saber quiénes fueron sus verdaderos padres: la pareja de enamorados, formada por un joven matemático y una muchacha aldeana; una pareja a la que el final de la Guerra Civil separó. Como era de esperar, los dos habían muerto y es casi seguro que nunca más se cruzaron sus vidas tras la finalización de la contienda. Se sabe que él llegó a ser uno de los más reputados Catedráticos de Universidad de nuestro país; y ella, una ejemplar madre.

Ahora, a sus 75 años, aquella niña que fuera depositada en el torno de la inclusa trata de entablar relación con los que, según todos los indicios, son sus hermanos biológicos; dos supuestas y distantes familias, una en el Norte y otra en el Sur, que no acaban de creerse la historia que tienen delante. Una historia, que como tantas que revolotean en el aire, aún permanece inconclusa.

 

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