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JOSÉ HIERRO
José Hierro
Ana Alejandre
José Hierro, poeta nacido en Madrid el 3 de abril de 1922, hijo de un empleado de Telégrafos. La familia se trasladó a Santander, ciudad natal de su madre, cuando tenía dos años, por cambio de destino de su padre.
Cursó estudios en el Colegio de los Salesianos y, posteriormente estudió peritaje electromecánico en la Escuela de Industrias. La Guerra Civil le impidió terminar dichos estudios.. Sus primeros versos de juventud fueron publicados en varias publicaciones cercanas al frente republicano.
Pasó los años de la contienda en Santander con su familia. Su padre fue encarcelado al comenzar la guerra y, también, el poeta pasó parte de la guerra en la cárcel por pertenecer a una "organización de ayuda a los presos políticos", pasando por las cárceles de Comendadoras (Madrid), Palencia, Santander, Porlier y Torrijos (Madrid), Segovia y Alcalá de Henares. Fue procesado dos veces y condenado a doce años y un día de reclusión, aunque estuvo en prisión cuatro años en total. Esta experiencia vital le marcó profundamente y cuya huella aparece reflejada en su obra poética posterior.
Fue miembro activo de la fundación de la revista Proel, en 1942, junto a su gran amigo José Luis Hidalgo al que conoció al principio de la guerra. Se trasladó a Valencia en 1946. El 3 de febrero de dicho año falleció José Luís Hidalgo en el Sanatorio de Chamartín.
Publicó sus dos primeros poemarios, el primero de ellos fue "Tierra sin nosotros" (1947), en el que utiliza metáforas otoñales para describir la situación de España como la de un país que se encuentra en ruinas; el segundo, "Alegría" (1947), fue un punto de inflexión del anterior, pues su visión se hace más optimista y esperanzada, insistiendo en la siempre necesaria esperanza para construir un futuro mejor, pero sin dejar, por ello, un tono en el que se advierte cierto pesimismo y amargura. Por este último poemario recibió el Premio Adonais de Poesía. Estas dos visiones de la realidad circundante se fue decantando, en sus siguientes obras, en un evidente escepticismo y angustia existencial lo que se advierte en títulos como "Con las piedras, con el viento" (1950), publicada por Proel; y "Quinta del 42" (1952).
Hierro, regresó a Santander donde realizó diversos trabajos de mera supervivencia: listero tornero, conferenciante en las bibliotecas de la provincia, redactor-jefe de las revistas de la Cámara de Comercio y de la Cámara Sindical Agraria, entre otros,
Se instaló definitivamente en Madrid en 1952, donde empezó a trabajar en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en el Ateneo, dirigiendo la Sala de Santa Catalina, y en la Editora Nacional. Fue colaborador en Radio Exterior de España y Radio 3.
Le fue otorgado el Premio Nacional de Poesía en 1953, momento en el que la crítica comenzó a reconocerle como una voz poética de singular valor y, desde ese momento, fue distinguido con los más prestigiosos premios de la poesía española.
Fue a partir de la década de los cincuenta cuando inició la escritura más comprometida con los temas sociales, pero sin abandonar, por ello, las cuestiones puramente formales, lo que se evidencia en su poemario "Cuanto sé de mí" (1957).
El propio autor explica en el prólogo de su antología completa de sus poemas que apareció con el título "Cuanto sé de mí" (1974), la distinción que hace entre dos tipos de composiciones poéticas: las llamadas "crónicas" que tratan el tema poético de forma directa y narrativa, pero siempre con una velada emoción y ritmo intrínseco; y las denominadas "alucinaciones", escritas de forma más hermética y en las que se aúnan la imaginación, el recuerdo y, en ocasiones, evidentes elementos surrealistas. Por ello, su poesía se instala en un equilibrio constante entre los dos extremos que son, por una parte, el deseo testimonial y, por el otro, el intimismo, lo que dota a su obra poética de una constante tensión dramática que se refleja en la propia relación existente entre ambos polos antagónicos que el poeta resuelve, como un alquimista de la palabra, de forma que sus vivencias y experiencias personales las transmuta en experiencias colectivas, pues considera, y así lo expresa, que los problemas personales son siempre compartidos por el resto de los demás seres humanos que viven en una misma sociedad y en una misma época como era la española, sumida en una crisis total, después de la contienda fratricida.
Los temas que se dibujan más importantes en la obra de José Hierro son el paso inevitable del tiempo, al que examina desde el recuerdo para aprehender al pasado y con ello se apropia de todo aquello que conforma su memoria y forma parte del imaginario colectivo como son la amistad, la juventud ya perdida, el paso del tiempo, la tierra de Santander, la naturaleza y siempre como fondo, el mar. En toda su obra se advierte que el recuerdo sirve como bálsamo al poeta para poder superar el presente desolado con la emoción y el dulzor de sus recuerdos. El espíritu apasionado del poeta está presente en toda su obra poética, su vitalismo, su amor a la vida a pesar de todos los pesares, y en todo ello siempre está presente su visión desolada del presente, sin olvidar el análisis intimista e introspectivo. Lo uno y lo otro nunca se separan en la poesía de Hierro.
Formalmente, Hierro usa un lenguaje sencillo, claro y austero, huyendo de todo lo alambicado y del lenguaje rebuscado por lo que emplea palabras sencillas, del lenguaje corriente, pero a las que dota de una belleza y significación especial el propio contexto poético. No usa metáforas, porque no cree en la belleza de las palabras en sí mismas, sino en la oportunidad de su uso, en su justa adecuación al momento poético. Utiliza varios tipos de métrica, con diferente modelos de estrofas y el verso libre. Sin renunciar a ninguna variante de expresión poética.
Su obra en la que se encuentran mejor expresadas y con mayor altura sus preocupaciones estéticas y formales fue "Libro de las alucinaciones" (1964), obra en la que los elementos mágicos, el exquisito interés por la imagen justa, el cromatismo a través de la adjetivación, la ruptura con el espacio y el tiempo y el interés por hallar los elementos más velados y genuinos del poema, encuentran su mejor y más pura expresión.
Después de un larguísimo silencio, publicó "Agenda" (1991) y "Cuaderno de Nueva York" (1998), extraordinario poemario en el que se conjugan la constante tensión lírica con la más profunda emoción y ternura, siempre en tono narrativo.
José Hierro está encuadrado en la primera generación de la posguerra, y en la llamada poesía desarraigada o existencial. Su poesía está vinculada a la evocación, al recuerdo y al tiempo. Aunque sus principios poéticos fueron reivindicativos y testimoniales, como las memorias de un niño de la guerra, aunque no se le puede considerar un poeta social, ya que su poesía se fue decantando hacia un tono más existencial y colectivo. Por los valores de su obra que es, al mismo tiempo, intimista y testimonial, su poesía es apreciada como una de las importantes y consolidadas de la llamada poesía española de posguerra.
Su obra poética fue galardonada con los más prestigiosos premios como el Príncipe de Asturias (1981) y el Cervantes (1998). Recibió, en 1995, el IV Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más importante del ámbito poético español. En ese mismo año fue investido doctor honoris causa por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Fue elegido miembro de la Real Academia Española de la Lengua El 8 de abril de 1999.
Falleció el 21 de diciembre del 2002 en Madrid.
Bibliografia de José Hierro
BIBLIOGRAFÍA
Alegría (1947)
Tierra sin nosotros (1947)
Con las piedras, con el viento (1950)
Quinta del 42 (1952)
Antología (1953)
Estatuas yacentes (1955)
Cuanto sé de mí (1957)
Poesías completas. 1944-1962 (1962)
Libro de las alucinaciones (1964)
Problemas del análisis del lenguaje moral (1970)
Cuanto sé de mí (1974)
Quince días de vacaciones (1984)
Reflexiones sobre mi poesía (1984)
Cabotaje (1989)
Agenda (1991)
Prehistoria literaria (1991)
Emblemas neurorradiológicos (1995)
Sonetos (1995)
Cuaderno de Nueva York (1998)
Guardados en la sombra (2002)
José Hierro. Poesías completas (1947-2002) (2009)
PREMIOS
Premio Adonáis (1947)
Nacional de Poesía (1953)
Premio de la Crítica (1958, 1965, 1998)
Premio de Poesía de la Fundación Juan March (1959)
Premio Príncipe Asturias de las letras (1981)
Premio Nacional de las Letras Españolas (1990)
Premio Reina Sofía de Poesía (1995)
Premio Cervantes (1998)
Premio Europeo de Literatura Aristeión (1999)
Premio Nacional de Poesía (1999)
ENLACES
http://cvc.cervantes.es/actcult/hierro/
http://cervantestv.es/2012/04/19/jose-hierro-poeta-universal/
http://www.cervantesvirtual.com/FichaAutor.html?Ref=5026
http://www.cpoesiajosehierro.org/web/
http://www.elmundo.es/encuentros/invitados/2001/03/205/
http://elpais.com/tag/jose_hierro/a/
http://www.youtube.com/watch?v=B7SQl_7mHeU
http://amediavoz.com/hierro.htm
Poemas de José Hierro
Para Franz Shubert
(Quinteto en Do mayor)
A Paca Aguirre
I
Apenas vaho sobre el cristal
con ademanes de ceniza, con estelas de niebla,
señala el mayordomo el lugar reservado
a cada uno de los comensales,
y susurra sus nombres con sílabas de ráfaga.
Franz —todos— bebe copas, copas, copas
de un oro ajado, de un resplandor marchito,
una luz madura en otras tierras
diluidas en la memoria.
¿Dónde estarán los compañeros que no ve?
Acaso fueron arrastrados por las aguas de Heráclito
hasta donde el ocaso se remansa y languidece.
Han cesado las risas. Las palabras son ascuas.
Todo es en este instante
desolación, herrumbre, acabamiento.
Huele a manzanas y a membrillos
demasiado maduros.
A través del ojo de buey
Franz contempla los días
que se aproximan navegando.
La ciudad que lo espera le saluda
con sus brazos alzados a las nubes,
enfundados en terciopelo gris.
Paralizado, congelado, el tiempo
va adquiriendo la pátina de estar atardeciendo,
otoñándose sobre el mar,
sobre la muerte, sobre el amor, sobre la música
que se libera, misteriosamente,
de nadie sabe qué prisiones.
II
Esta música lleva mucha muerte dentro.
El amor lleva dentro mucha música,
mucho mar, mucha muerte.
La muerte es un amor que habla con el silencio.
El amor es una melodía hija del mar y de la muerte:
asciende, gira, enlaza el cuerpo, lo encadena
hasta asfixiarlo despiadadamente.
III
La nave fantasmal —pero real— navega—
sobre el amor, sobre la muerte
(también sobre el olvido),
y glisa sobre el arpa de las olas,
navega sobre el agua como el laúd sobre la música
(y es que música y mar tienen el mismo origen).
Este mar lleva dentro mucha música,
mucho amor, mucha muerte.
Y también mucha vida.
IV
...Y también mucha vida.
No sólo la que testimonia
el hervor de los brazos blanquísimos de las olas
al otro lado del cristal —solar, lunar— del camarote,
sino la que agoniza en el lado de acá.
Abanicos de plumas y de oro empiezan a girar.
Giran y giran cada vez más vertiginosamente
—acelerando, siempre acelerando—
absorbidos, cautivos, reclamados por bocas abisales,
fraques azules, grises, rumor de besos y batir de alas,
ojos ennoblecidos por las lágrimas,
labios besados hondamente, que por eso
tienen más vida que quitar,
y el giro, el giro, el vértigo del vals,
el del polaco tísico
que escuchaba en la Valldemosa invernal
golpear insistente sobre el suelo la gota de agua.
El vals futuro, felicidad florida
de la dinastía risueña de los vieneses
resucitados cada 1 de enero en los televisores,
supervivientes de un imperio feliz e injusto
que ya no puede ser.
Son absorbidos, chupados, esclavizados
por lo hondo tenebroso. En el embudo
caen y desaparecen gorjeos de las aves
de los bosques de Viena, huéspedes de las ramas
húmedas de los tilos y los abedules,
aroma de grosellas y frambuesas,
de fresas y de arándanos: todos aprisionados
en las redes de escarcha del otoño.
El implacable sumidero
devora tules, sedas, lámparas de luz azulada,
nubes que se suicidan arrojándose
al hueco que termina
en el corazón verde del mar,
en la hoguera sombría y helada de la nada,
en lo fatal, irreversiblemente mudo.
Los invisibles compañeros
contemplan aterrados y desamparados
ese derrumbamiento que acaba en el silencio.
V
...El silencio que surca el ataúd de caoba.
a sus desvanecidos compañeros.
Con la clarividencia del moribundo
oye su despedida, sus adioses
con voces de violines, de violas, de violonchelos.
Sonaban a diamante y penumbra.
La nave —¿o ataúd?— en que Franz llega,
irremediablemente solo, cabecea sobre las ondas,
las azota su quilla con ritmo sosegado:
—chasquido, pellizcado, pizzicatto sombrío—
entre dos nadas, entre dos nuncas.
VI
...Entre dos nuncas. El recién llegado
contempla el cielo encajonado
entre dos muros, entre dos sombras, entre dos silencios,
entre
Contratiempo
Este poema tiene un son
que no es el suyo. Imaginad
que estamos bailando un bolero.
Pero la música que suena
yo no la oigo: es otro ritmo,
otro compás, el que yo llevo.
Bailo a destiempo, a contratiempo.
Mi pareja se queja porque
la estoy pisando. ¿Cómo puedo
decirle que escucho una música
que ya sonó o no sonó nunca?
Nos sentamos. No nos mirabamos.
(No nos veríamos).
El son
de este poema no es el suyo:
llevamos músicas distintas.
Por eso el baile es imposible
y debo desistir.
Cuaderno de Nueva York (1998)
Don Antonio Machado tacha en su agenda un número de teléfono
Borra de tu memoria
este número de teléfono.
2-6-8-1-4-5-6.
Táchalo en tu agenda.
Si ahora marcaras este número que no puede escucharte,
nadie respondería. Este número sordomudo:
2-6-8-1-4-5-6.
Borra, olvídalo, tacha este número muerto:
es uno más, aunque fue único.
Las hojas de tu agenda tienen más tachaduras
que números y nombres.
Ya quedan menos a los que llamar;
apenas quedan números y nombres que te hablen
o que te escuchen: 2-6-8-1-4-5-6.
Haz todo lo que puedas para que se disuelva en tu memoria:
destrúyelo, trastuécalo:
8-6-2-4-1-5-4,
rómpele el ritmo que le correspondía:
4-5-2-6-1-8-4,
ya no lo necesitas,
no necesitas esos números, esos nombres o sombras.
2-6-8-1-4-5-6:
«¿Está Leonor?»
Y suponiendo que alguien te responda,
será otra voz la que responderá.
Baraja el número, confúndelo, desordénalo.
Así: 1-4-2-5-6-8.
«¿Está Guiomar?»
Baraja números y nombres, barájalos,
sobre todo los nombres:
«¿Está Guionor?» «¿Está Leomar?»
Silencio.
Olvida, tacha, borra, desvanece
esos nombres y números,
no intentes modelar la niebla.
resígnate a que el viento la disperse.
¡Colinas plateadas...!
(Agenda, 1991)
Acelerando
Aquí, en este momento, termina todo,
se detiene la vida. Han florecido luces amarillas
a nuestros pies, no sé si estrellas. Silenciosa
cae la lluvia sobre el amor, sobre el remordimiento.
Nos besamos en carne viva. Bendita lluvia
en la noche, jadeando en la hierba,
Trayendo en hilos aroma de las nubes,
poniendo en nuestra carne su dentadura fresca.
Y el mar sonaba. Tal vez fuera su espectro.
Porque eran miles de kilómetros
los que nos separaban de las olas.
Y lo peor: miles de días pasados y futuros nos separaban.
Descendían en la sombra las escaleras.
Dios sabe a dónde conducían. Qué más daba. «Ya es hoy
—dije yo—, ya es hora de volver a tu casa».
Ya es hora. En el portal, «Espera», me dijo. Regresó
vestida de otro modo, con flores en el pelo.
Nos esperaban en la iglesia. «Mujer te doy». Bajamos
las gradas del altar. El armonio sonaba.
Y un violín que rizaba su melodía empalagosa.
Y el mar estaba allí. Olvidado y apetecido
tanto tiempo. Allí estaba. Azul y prodigioso.
Y ella y yo solos, con harapos de sol y de humedad.
«¿Dónde, dónde la noche aquella, la de ayer...?», preguntábamos
al subir a la casa, abrir la puerta, oír al niño que salía
con su poco de sombra con estrellas,
su agua de luces navegantes,
sus cerezas de fuego. Y yo puse mis labios
una vez más en la mejilla de ella. Besé hondamente.
Los gusanos labraron tercamente su piel. Al retirarme
lo vi. Qué importa, corazón. La música encendida,
y nosotros girando. No: inmóviles. El cáliz de una flor
gris que giraba en torno vertiginosa.
Dónde la noche, dónde el mar azul, las hojas de la lluvia.
Los niños —quiénes son, que hace un instante
no estaban—, los niños aplaudieron, muertos de risa:
«Qué ridículos, papá, mamá». «A la cama», les dije
con ira y pena. Silencio. Yo besé
la frente de ella, los ojos con arrugas
cada vez más profundas. Dónde la noche aquella,
en qué lugar del universo se halla. «Has sido duro
con los niños». Abrí la habitación de los pequeños,
volaron pétalos de lluvia. Ellos estaban afeitándose.
Ellas salían con sus trajes de novia. Se marcharon
los niños —¿por qué digo los niños?— con su amor,
con sus noches de estrellas, con sus mares azules,
con sus remordimientos, con sus cuchillos de buscar pureza
bajo la carne. Dónde, dónde la noche aquella,
dónde el mar... Qué ridículo todo: este momento detenido,
este disco que gira y gira en el silencio,
consumida su música...
(Libro de las alucinaciones ,1964)
Canción del ensimismado en el puente de Brooklyn
Apretó las esquirlas
de sol entre los dedos
como si modelase
la mañana con ellos.
En el puente de Brooklyn.
La luz quita a las cosas
su densidad, su peso.
Alas les da: que sean
criaturas del viento.
Luces les da: que moje
sus frentes el misterio.
En el puente de Brooklyn.
Una mujer le entrega
un periódico: «Léalo,
es importante. Mire
las aguas: llevan muertos».
¿Muertos? Mira las aguas.
Son sólo un curso negro.
En el puente de Broortos». (Pero otros muertos).
En el puente de Brooklyn.
Se entreabre el río. Muestra
las entrañas del tiempo
Revive lo vivido,
rescata lo pretérito.
«Mire los muertos. Lea
lo que dice...» (Sus muertos...,
su corazón, debajo
del agua, en el silencio...)
No ve: recuerda sólo.
Se ve a sí mismo muerto.
¿Cómo decir que ha sido
quien dio figura al fuego,
quien lloró por Aquiles,
el de los pies ligeros;
quien besara en la boca a
Julieta Capuleto?
En el puente de Brooklyn.
¿Mendigo de qué mundo?
¿Errante por qué tiempo
marchito? La mujer
se va desvaneciendo.
En el puente de Brooklyn.
(Libro de las alucinaciones , 1964)
Carretera
Volví, volvía —con qué poca ilusión—
a donde tuve mis raíces, mis recuerdos, mi casa
frente al mar, y los árboles
plantados por mis manos, pisoteados por los niños,
comidos por los animales.
Mi casa junto al mar, más solariega
que otras, la que fue más hermosa que todas.
Con qué poca ilusión volvía.
Cárdenas tierras húmedas y soleadas, trigos
color de aquellos ojos, pincelada morada
sobre lo verde, allá en Vivar del Cid,
murallas de olmos negros, amapolas,
verdes sombríos por Entrambasmestas,
platas de la bahía, con qué poca ilusión
pasaba por vosotros.
Cómo se puede vaciar así
un corazón. Cómo se puede
llorar así, por dentro. Frustraciones o muertes
nada me arrancó lágrimas desde aquellos aviones
los que volaban sobre mí y arrasaban mi mundo
sin que arrojasen bombas, ni ametrallasen: sólo
con el ruido de sus motores,
demasiado terrible para mí entonces y ahora.
Qué quedó de mi vida entre sus alas.
Qué en la música oída en la noche,
la que vestía nuestra desnudez
mientras caía el agua cálida, qué gozo, el agua...
Qué se hundió por aquellas escaleras
precipitadas en la noche.
Qué congeló la luna que iluminaba las fachadas.
Qué llevó la marea en la playa de octubre.
Cómo es posible edificar,
reconstruir con tantos materiales
disueltos en el tiempo,
gastados por la lluvia que no vimos caer...
Volví, volvía como ahogado
bajo un montón de escombros
que fueron mi edificio, mi alcázar,
sin una sola lágrima —para qué— que llorar,
apoyado en el llanto de otros días,
como si sólo con lágrimas de entonces
pudiese liberarse este dolor presente
que ya no encuentra llanto.
(Libro de las alucinaciones,1964)
El mar en la llanura
¿Estarás siempre de mi parte,
adormecida entre mis brazos,
primaveral y musical,
afirmándote y afirmándonos?
¿A centenares de kilómetros,
a millares de encinas y álamos,
a millones de horas, de ríos,
de cumbres de piedra, de páramos?
Esta mañana te ha teñido
el recuerdo de vinos pálidos.
En las ramas de acacia, otoño
puso a dorar su seco manto.
Hojas crujían con la música
con que embistes acantilados.
La llanura fingió latidos,
temblores, fuegos oceánicos.
¿Tu compañía? ¿Tu nostalgia?
¿Tu esperanza?... ¿Siempre a mi lado
estarás, mar, primaveral,
afirmándote y afirmándonos?
Mar mía, ¿pase lo que pase,
aun después de lo que ha pasado?
(Libro de las alucinaciones,1964)
Apagamos las manos
Apagamos las manos. Dejemos encima del mar marchitarse la luna
y nos pusimos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Ahora ya es tarde. Las albas vendrán a ofrecernos sus húmedas flores.
Ciegos iremos. Callados iremos, mirando algo nuestro que escapa
hacia su patria remota.
(Nuestro espíritu debe de ser, que cabalga sobre las olas).
Ahora ya es tarde. Apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Hemos caído en un pozo que ahoga los sueños.
Hemos sentido la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca.
Antes, entonces, con qué gozo ardiente,
qué prodigioso encenderse de aurora
modelamos en nieblas efímeras, en pasto de brisas ligeras,
nuestra cálida hora.
Y cómo apretamos las ubres calientes. Y cómo era hermoso
pensar que no había ni ayer, ni mañana, ni historia.
Ahora ya es tarde; apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Cómo errar por los años, como astros gemelos, sin fuego,
como astros sin luz que se ignoran
Cómo andar, sin nostalgia, el camino, soñando dos sueños distintos
mientras en torno el amor se desploma.
Ahora ya es tarde. Sabemos. Pensamos. (Buscábamos almas).
Ahora sabemos que el alma no es piedra ni flor que se toca.
Como astros gemelos y ajenos pasamos, sabiendo
que el alma se niega si el cuerpo se niega.
Que nunca se logra si el cuerpo se logra.
Dejamos encima del mar marchitarse la luna.
Cómo errar, por los años, sin gloria.
Cómo aceptar que las almas son vagos ensueños
que en sueños tan sólo se dan, y despiertos se borran.
Qué consuelo ha de haber, si lograr una gota de un alma
es pretender apresar el latir de la tierra, desnuda y redonda.
Estamos despiertos. Sabemos. Como astros
(Con las piedras, con el viento..., 1950)ios, caídos,
sentimos la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca
Alucinación
Amanece. Descalzo he salido a pisar los caminos,
a sentir en la carne desnuda la escarcha.
¡Tanta luz, tanta vida, tan verde cantar de la hierba!
¡Tan feliz creación elevada a la cima más alta!
Siento el tiempo pasar y perderse y tan sólo por fuera de mí se detiene.
Y parece que está el universo encantado, tocado de gracia.
¡Tanta luz, tanta vida, tan frágil silencio!
¡Tantas cosas eternas que mellan al tiempo su trágica espada!
¡Tanta luz, tan abiertos caminos!
¡Tanta vida que evita los siglos y ordena en el día su magia!
Si la flor, si la piedra, si el árbol, si el pájaro;
si su olor, su dureza, su verde jadeo, su vuelo entre el cielo y la rama.
Si todos me deben su vida, si a costa de mí, de mi muerte es posible su vida,
a costa de mí, de mi muerte diaria...
¡Tanta luz, tan remoto latir de la hierba...!
(Descalzo he salido a sentir en la carne desnuda la escarcha).
¡Tanta luz, tan oscura pregunta!
¡Tan oscura y difícil palabra!
¡Tan confuso y difícil buscar, pretender comprender y aceptar,
y parar lo que nunca se para.
(Alegría, 1947)
Canción de cuna para dormir a un preso
La gaviota sobre el pinar.
(La mar resuena.)
Se acerca el sueño. Dormirás,
soñarás, aunque no lo quieras.
La gaviota sobre el pinar
goteado todo de estrellas.
Duerme. Ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
No hay más que sombra. Arriba, luna.
Peter Pan por las alamedas.
Sobre ciervos de lomo verde
la niña ciega.
Ya tú eres hombre, ya te duermes,
mi amigo, ea...
Duerme, mi amigo. Vuela un cuervo
sobre la luna, y la degüella.
La mar está cerca de ti,
muerde tus piernas.
No es verdad que tú seas hombre;
eres un niño que no sueña.
No es verdad que tú hayas sufrido:
son cuentos tristes que te cuentan.
Duerme. La sombra toda es tuya,
mi amigo, ea...
Eres un niño que está serio.
Perdió la risa y no la encuentra.
Será que habrá caído al mar,
la habrá comido una ballena.
Duerme, mi amigo, que te acunen
campanillas y panderetas,
flautas de caña de son vago
amanecidas en la niebla.
No es verdad que te pese el alma.
El alma es aire y humo y seda.
La noche es vasta. Tiene espacios
para volar por donde quieras,
para llegar al alba y ver
las aguas frías que despiertan,
las rocas grises, como el casco
que tú llevabas a la guerra.
La noche es amplia, duerme, amigo,
mi amigo, ea...
La noche es bella, está desnuda,
no tiene límites ni rejas.
No es verdad que tú hayas sufrido,
son cuentos tristes que te cuentan.
Tú eres un niño que está triste,
eres un niño que no sueña.
Y la gaviota está esperando
para venir cuando te duermas.
Duerme, ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
Duerme, mi amigo...
Ya se duerme
mi amigo, ea...
(Tierra sin nosotros, 1947)
Cumbre
Firme, bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo;
no como entonces, cuando a cada instante
te levantabas de mi sueño.
Ahora puedo tocar tus lomas tiernas,
el verde fresco de tus aguas.
Ahora estamos, de nuevo, frente a frente
como dos viejos camaradas.
Nueva canción con nuevos instrumentos.
Cantas, me duermes y me acunas.
Haces eternidad de mi pasado.
Y luego el tiempo se desnuda.
¡Cantarte, abrir la cárcel donde espera
tanta pasión acumulada!
Y ver perderse nuestra antigua imagen
arrebatada por el agua.
Firme, bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo.
Señor, Señor, Señor: todo lo mismo.
Pero, ¿qué has hecho de mi tiempo?
(Tierra sin nosotros, 1947)
Despedida del mar
Por más que intente al despedirme
guardarte entero en mi recinto
de soledad, por más que quiera
beber tus ojos infinitos,
tus largas tardes plateadas,
tu vasto gesto, gris y frío,
sé que al volver a tus orillas
nos sentiremos muy distintos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.
Este perfume de manzanas,
¿de dónde viene? ¡Oh sueño mío,
mar mío! ¡Fúndeme, despójame
de mi carne, de mi vestido
mortal! ¡Olvídame en la arena,
y sea yo también un hijo
más, un caudal de agua serena
que vuelve a ti, a su salino
nacimiento, a vivir tu vida
como el más triste de los ríos!
Ramos frescos de espuma... Barcas
soñolientas y vagas... Niños
rebañando la miel poniente
del sol... ¡Qué nuevo y fresco y limpio
el mundo...! Nace cada día
del mar, recorre los caminos
que rodean mi alma, y corre
a esconderse bajo el sombrío,
lúgubre aceite de la noche;
vuelve a su origen y principio.
¡Y que ahora tenga que dejarte
para emprender otro camino!...
Por más que intente al despedirme
llevar tu imagen, mar, conmigo;
por más que quiera traspasarte,
fijarte, exacto, en mis sentidos;
por más que busque tus cadenas
para negarme a mi destino,
yo sé que pronto estará rota
tu malla gris de tenues hilos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.
(Tierra sin nosotros,1947)
Entonces
Cuando se hallaba el mundo a punto
de que el prodigio sucediese.
Cuando las horas esperaban
que unas manos las exprimiesen.
Cuando las ramas opulentas
daban su sombra a nuestras frentes.
Cuando en el mundo se morían
todos los tristes y los débiles.
Cuando el soñar, el sentir hondo,
cuando el beber ávidamente
la luz, la brisa, el agua, el aire,
eran primero que la muerte.
Cuando las tardes solitarias,
cuando los árboles más verdes,
cuando las conchas de colores
a nuestras madres sonrientes,
a nuestras novias de ojos grises
como la escama de los peces.
Cuando eran pena y alegría
nuestros amables timoneles
y no existía otro paisaje
que el que alzaba su luna enfrente:
mundo que abría cada día
sus lejanías, frutalmente.
(¿Eras así, tan sin palabras
Primaverales que te expresen?
¿Tan de elementos terrenales:
arena, piedra, hierba, nieve?
¿Nombres de tiempos, de lugares
deshojados diariamente:
Piélagos, Hoces, Montes Claros,
octubre, enero, abril, noviembre?)
Yo no te pinto otros colores
que los colores que tú tienes.
¿Eras así, mi paraíso,
rumor del agua cuando llueve,
hacha que hiere la madera,
fuego que incendia la hoja verde?
Yo no me acuerdo ya de aquello.
Un día tuve que perderte.
Cuando se hallaba el mundo a punto
de que el prodigio sucediese,
Cuando tenía cada instante
un ritmo nuevo y diferente
cada estación sus ubres llenas,
rebosantes de blanca leche...
(Tierra sin nosotros, 1947)
Recital de poemas de José Hierro
Recital de poemas de José Hierro
En esta ocasión se acompaña el video del recital de poemas de José Hierro en las voces de Juan González Castejón y Ana Alejandre.
La música de fondo de este video es Nocturno en mi bemol mayor Op 9 Nº 2 de Chopin (fragmento).
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