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El Presidente Alvear

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El Presidente Alvear

Por Paco López Mengual

Durante los días que permanecí en Buenos Aires me sorprendió que La Casa Rosada, el palacio presidencial donde trabaja el Jefe del Estado argentino, fuese visitable durante los fines de semana. Creo que debe de ser uno de los pocos del mundo que ofrezca ese placer al viajero.

Durante la visita, no sólo pude contemplar el despacho del Presidente o la sala donde se reúne semanalmente el Consejo de Gobierno, sino también tuve la oportunidad de salir al balcón y, con las manos apoyadas en la barandilla, imaginar a Evita, a Perón, a Maradona o al mismísimo Papa Francisco dirigiéndose desde allí a la multitud congregada en la Plaza de Mayo.

Durante el recorrido guiado por el Palacio llamó mi atención la sala con los bustos de todos los presidentes constitucionalistas que ha tenido la República Argentina y de la que fueron retiradas las esculturas con los rostros de los militares que ostentaron el cargo durante la Dictadura, así como los de Medem, De la Rua e Isabelita Perón, de los que no parecen sentirse muy orgullosos los argentinos. De todos los mandatarios que abarrotan la sala, quedé prendado de la historia personal de Marcelo Torcuato de Alvear, quien fuera Presidente de la República durante seis años, en la segunda década del XX. Hijo de un multimillonario, llevó una juventud loca que alargó hasta bien entrada la treintena, viviendo de madrugada y saltando de juerga en juerga. Una noche en Buenos Aires, en la que asistió a la ópera, se enamoró de Regina Pacini, una cantante portuguesa. Tras la actuación, se presentó en el camerino con un espectacular ramo de flores, pero la artista le dio calabazas. Marcelo era un hombre persistente y durante ocho años, viajó tras ella por el mundo asistiendo a todos sus conciertos y recibiendo sucesivas negativas a su petición de relación. Hasta que un día en Lisboa, cuando Regina salió al escenario, encontró el teatro vacío y un solo espectador sentado en la tercera fila: era Alvear, que había comprado todas las entradas para que cantara sólo para él.

A pesar de la oposición a la boda de la alta sociedad argentina, contrajeron matrimonio y el eterno calavera sentó la cabeza. A partir de entonces, inició una fructífera carrera política como diputado y embajador que concluyó como inquilino de La Casa Rosada; y cuentan que llegó a ser un buen Presidente de la República. Colorín, colorado.

 

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