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Fallece John Ashbery, el último poeta moderno.

John Ashbery , poeta estadounidense

Ana Alejandre

Fallece John Ashbery, el último poeta moderno.

John Ashbery (Rochester, Nueva York; 28 de julio de 1927-Hudson, Nueva York; 3 de septiembre de 2017), poeta, escritor, crítico de arte y periodista estadounidense, ha fallecido en Hudson (Nueva York) a la avanzada edad de 90 años.

Es autor de casi 30 libros de poemas. Traductor de Rimbaud y de Pierre Martory al inglés. También, fue un ensayista insólito. Uno de los más destacados miembros de la Escuela de Nueva York, muy volcada al experimentalismo, y proclive al ruidismo.

Vivió en París en la década de los 60, experiencia que le transformó no sólo su visión del mundo y, por ende, su escritura. También tuvo una experiencia que le dejó una fuerte impronta en su viaje a España, junto al poeta Frank O'Hara, rumbo a Tánger. En nuestro país trató a quien sería su anfitrión, el escultor Martin Chirino y a otros artistas del grupo El Paso.

Su extensa obra poética está compuesta por poemarios como Turandot y otros poemas (1953), Ríos y montañas (1966) El doble sueño de la primavera (1970), Autorretrato en un espejo convexo (1975), Tres poemas (1977), A los que le siguen Como sabemos (1979),Una ola (1984), La Tormenta de hielo. (1987), Organigrama (1991),Hotel Lautréamont (1992). Y las estrellas estaban brillando (1994) Niñas en acción (1994). ¿Oyes, pájaro?, publicado en 1995 y en español en1999)En alerta (1998) y Pon tu nombre aquí (2000). Los últimos fueron Como los paraguas siguen a la lluvia (2000), Susurros chinos (2002) Donde iré a vagar (2005) y Un país mundano (2007).

En la poesía de Ashbery se encuentra el eco de esa idea de fugacidad, de collage, de algo fraccionado y breve que dan la escritura de unos poemas escritos como si fueran conversaciones fragmentadas, la búsqueda muchas veces infructuosa del sentido de ese todo que conforma la realidad, y es esa misma búsqueda la raíz de las reflexiones que surgen en su formulación. Este poeta desdibujó la línea recta de la poesía anterior escrita sobre la solidez de los conceptos y la ortodoxa búsqueda de la expresión poética. Ël, como Picasso, podía afirmar que no buscaba, sino encontraba algún que otro destello que lo deslumbraba fugazmente, pero siempre alzándose hacia esa luz desde el trampolín de su sentimiento desmedido que no quiere encontrar más límites que los que le niega su propia emoción desatada. Sólo cuando la escritura termina y el poema ya está acabado, es cuando puede meditar sobre lo buscado a través de la emoción poética y sopesar lo hallado.

En una lectura de poemas programada en Nueva York, en 1963, Ashbery conoció a Andy Warhol , del que ya había escrito con anterioridad críticas favorables. En su faceta de crítico, le fascinaba por igual el clasicismo, el expresionismo abstracto y la Factory de Warhol y, por lo tanto, el arte pop.

Fue galardonado en muchas ocasiones con diversos premios. Rector de la Academy of American Poets, y coniderado un prestigioso profesor universitario. Aunque lo más importante de su trayectoria es su dedicación a la poesía. En ese difícil arte poético supo crear un espacio personal propio en el que construyó ese mágico territorio y le tomó el pulso a su época desengañada, en la que se sucedían las diversas vanguardias, extraviadas en los diferentes ismos, y el fin de las grandes ideologías, de las utopías, Todo ello influye en el ánimo colectivo no sólo de EE.UU. sino también de todo Occidente que camina desorientado.

John Ashbery comprende el vacío en el que naufraga el ideario occidental, y se convierte así en un poeta que quiere comprender y alzar a su propio país en su versos en los que planta la raíz humana de la solidaridad, de la fraternidad universal, que se puede crear a través del arte, la literatura y la poesía nuevos territorios imaginarios a los que el ser humano puede llegar a través de la imaginación, de la creatividad y de la fantasía. En eso se asemeja a Whitman de quien parece tomar el testigo en la larga carrera de la expresión poética para llegar a poder reescribir la realidad, a aprehender su esencia con palabras que nacen del sentimiento y de la más honda sensibilidad. Sabía en todo momento encontrar el ritmo, la melodía adecuada a lo más solemne y también a lo irreverente, y de ello nacía una poesía detallista, irónica, coloquial a veces, ácida en otras, y dialogante, casi coral, pero siempre profunda. Su necesidad de expresión no estaba sometida a una mayor claridad ofrecida al lector, sino a una necesidad imperiosa que le dictaba la emoción, la idea o, más bien, la interrogación que le inspiraba el poema. Por ello, su poesía podía resultar hermética, en unas ocasiones, en otras confusa en su caos, y en algunas meridianamente claro, comprensible y casi narrativo en su escritura.

Ashbery quiería, y sabía, ser todos los poetas reunidos en uno solo y, para ello, se servía de su profunda convicción de que la poesía sólo podía entenderse a través de los otros, los lectores, los seres humanos a los que se aproxima, reconoce y asume cuando escribe, y sus poemas forman el hilo conductor que lo lleva a la ajenidad, a la naturaleza humana de los otros que él también comparte.

Estas aspiraciones le conceden a su voz ese acento nuevo, moderno y, al mismo tiempo, el misterio que representa y el poder que le concede su cadencia, el ritmo acelerado, trepidante, que tienen sus poemas y que, muchas veces, estaba también potenciado por las obligaciones nacidas de los contratos firmados con editoriales que les exigían que escribiese sin descaso ni respiro. Su poesía parece muchas veces una excitante mezcla de la imagenería surrealista, unida al eco profundo de los poetas simbolistas. Él decía que no sabía mucho de su poesía. También afirmaba que escribía muy rápido al dictado de no sabía qué y siguiendo un impulso irrefrenable. Aunque en su obra no se aprecia una inquietud política o social, sí muestra una profunda comprensión de los otros, como ya se dice antes.

En este poeta se encuentran las influencias de muchas de las características de la poesía inglesa del último tercio del siglo pasado, como pueden ser el experimentalismo y la formalidad narrativa. Pero todo ello pasado siempre por el tamiz de la autenticidad de la expresión poética como puente que lleva hasta la emoción más genuina, la comprensión y la empatía, es decir, sentirse uno más de todos.

Desde la década de los 70, John Ashbery consiguió convertirse en el mayor exponente de una nueva forma de expresión, de lo moderno. Fue a partir de su poemario Autorretrato en espejo convexo, con el que obtuvo el Premio Pulitzer, el Premio Nacional del Libro y el de la Crítica que son los tres galardones más prestigiosos de EEUU en poesía. Fue a partir de entonces cuando su figura se hizo conocida y respetada como la de uno de los poetas más importantes del momento, cuya fama y prestigio le han acompañado hasta el día de su muerte. Para todos fue el poeta que mejor representó la idea de lo moderno, de la experimentación, pero sin disfraces ni grandes extravagancias innecesarias y contraproducentes, sino con la sencillez que marcaba su propia naturaleza cordial y dialogante, sin estridencias.

Ashbery no quería representar a ningún movimiento vanguardista y experimental, sino sólo escribir poesía que fuera la voz de su tiempo, en la que cabían todas las contradicciones, las dudas, los desencantos y los miedos del hombre actual, y en la que se insertaban las nuevas formas de expresión, la de la calle, la de la gente normal que vive en una sociedad caótica y confusa en la que muchas veces se siente perdido y necesita reencontrarse y reconocerse en sus semejantes. Esa búsqueda del otro, de los otros, de encontrar el eco ajeno fue lo que marcó la grandeza de este poeta que sólo quiso darle voz a los otros y, al hacerlo, encontró su voz propia, singular e inimitable, en la que flota la autenticidad y la verdad de un poeta genuino que quiso describir el mundo de otra forma nueva, con otro ritmo distinto en la cadencia de sus versos.

 

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