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Pagodenburg, el pabellón de los hombres

Pagodenburg, el pabellón de los hombres,

Pagodenburg, el pabellón de los hombres, o El baile de las identidades., de Susan Nash

 

Pagodenburg, el pabellón de los hombres, o El baile de las identidades.

Susan Nash

Fue/es uno de tantos espacios imaginados. Aunque, en el fondo, no se trataba de los hombres, sino en todo caso de cierta creación del imaginario colectivo, la fantasmagoría de las identidades. La idea nació del encuentro de una tela memorablemente absurda con una foto encontrada en un libro-regalo de promoción suministrado por un amigo que trabajaba por aquel entonces en un concesionario de coches Toyota. La obra central, de la que surgieron las demás, era una instalación, una tienda al estilo “Jeque” de Rudolph Valentino, hecha de telas vaporosas estampadas con imágenes de diminutos hombres públicos, casi todos militares o prelados. Mi intención, sin embargo, iba más en la dirección de un divertimento que de una denuncia. Buscaba una tela con hombres, y ésta es la única que encontré. Pero como no pretendo hablar de verdades eternas ni de identidades profundas, sino de imágenes y fabulaciones (sin olvidar, es cierto, el sigiloso poder que tienen éstas para dirigir nuestras vidas), no rechacé la que me salió al encuentro. Dentro de este recinto protegido por velos, una pagoda emitía en Morse (lenguaje de ausencias, romántica aún antes de su desaparición del mundo práctico) el mensaje: “El señor Okubo quita cuidadosamente el polvo a su pagoda todos los días” (en español e inglés). Una fotografía borrosa documenta este hecho real aunque desaparecido hace ya mucho. Un hilo de luz con movimiento baja de la pagoda y serpentea por el suelo. El conjunto pabellón/pagoda, con los discos de cristal color jade y los huesos redondos y huecos que la completan, es de naturaleza ambigua y hermafrodita. Las obras que rodeaban esta instalación apuntan hacia la ausencia, la lejanía, lo fantasmal, pero por mucho que puedan tener un toque de melancolía, creo que carecen absolutamente de la “grávitas” de la tragedia. No renuncian a su lado ridículo. Son insustanciales.

 

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