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Las mujeres de la Reconquista
La Rendición de Granada
Las mujeres de la Reconquista
LAS OLVIDADAS MUJERES DE LA RECONQUISTA ESPAÑOLA
VIVIAN DE ACUERDO CON LOS FOROS DE CADA CIUDAD.
SU VIDA NO FUE FACIL PORQUE ERAN LA RESISTENCIA DE LOS CONQUISTADORES
Laura lópez-Ayllón
Las mujeres que poblaron las villas que de norte a Sur fueron formándose en la península según avanzaban las fronteras de la reconquista, habitaron tierras muchas veces improductivas y despobladas y siempre se rigieron por los Fueros de cada ciudad.
El investigador Heath Dillard nos dice que los historiadores tienen por costumbre pasar por alto la participación de las mujeres en la formación de la sociedad medieval cristiana entre otras cosas porque no aparecen en los documentos importantes conservados.
A partir de la unión de Castilla y León, el avance hacia el sur de hombres y mujeres promovió la creación de villas, pero la actividad que había en ellas y la vida de las mujeres que las habitaron no fue recogida en los textos de historia hasta el siglo XIV. Hoy se puede saber por medio de las cartas de asentamiento y de los fueros de cada villa por los que rigieron sus vidas.
Los fueros de los siglos X al XIII explican las obligaciones de los habitantes y constan de entre 50 y 60 disposiciones en el caso de los núcleos pequeños y de casi 1000 en el caso de los grandes y eran siempre confirmados luego por el rey o el señor del que dependían, hasta que posteriormente fueron recogidos en el Fuero Real de Alfonso X.
Nos dice Heath Dillard que la mayoría de las mujeres eran decididas e indomables, aunque hubiera de todo en cuanto a su actividad, y que la mayor parte eran cristianas y seglares, aunque también habían judías y musulmanas. Algunas fueron esclavas, otras sirvientas de mujeres de clase alta, otras concubinas, madres solteras…..Resalta el investigador tuvieron gran importancia porque eran herederas de propiedad y podían transmitirla a sus hijos.
El estudio de este investigador nos dice que su forma de vida nos revela cosas curiosas como en que trabajaban, como vestían, como gastaban su dinero, donde se reunían, como celebraban las bodas…etc.
Aparte de los fueros, los villanos promulgaron ordenanzas sobre la colonia, en los que se establecía la división de tierras y como debían ser construidas las fortificaciones, calles, plazas, molinos, corrales de ganado, viviendas y todo tipo de construcciones que afectaban a la vida. Dillard nos acerca también a los aspectos de su vida cotidiana, a como se alimentaban, que vestían y que actitudes debían regular las relaciones entre ellos y los forasteros que pasaban por la villa o intentaban quedarse.
La unidad residencial se llamaba “casa poblada” y en ella la mujer era vecina cuando era dueña de esa casa y “moradora” cuando moraba una casa alquilada, mujer “villana” si vivía en una villa y mujer “aldeana” si lo hacía en una aldea del alfoz o entorno.
Si la mujer se casaba sin el consentimiento familiar podía ser desheredada, porque para la vida de la villa las mujeres casadas significaban permanencia y estabilidad y entre ellas existían diferentes categorías, de las que más importancia tenía era la conocida como “madre de las campanas”.
El matrimonio entre hijos de dos familias de una villa era una forma de conseguir amigos ante las dificultades, pero, en cualquier caso, era importante que la familia tuviera el control y decidiera con quien debía casarse, pues todo era diferente si lo hacia con un vecino, un emigrante honrado o un emigrante que la llevara a vivir a otro lugar fuera de su villa.
Los recién casados solían quedarse a vivir en la casa familiar de la mujer. A las muchachas no casadas se las llamaba ”mancebas en cabellos”, mientras que las casadas, las solteras añadas o viudas llevaban tocas en la cabeza. Otra residente de la villa era “la barragana” o concubina de un sacerdote, de un soltero o de un casado, mientras que “el amigo” era el amante de una mujer.
En el momento de la muerte de un casado, se tenía que dar cuenta de los regalos recibidos en el momento del matrimonio como vestidos, ropa de cama, platos y otros objetos y las mujeres tenían derecho a una parte de las propiedades. En las villas vivían también judías y musulmanas, pero mientras las judías eran libres, las musulmanas eran en general esclavas o cautivas, esperando el rescate.
Para poblar algunas villas, en Sepúlveda se eximió a los colonizadores de sus crímenes pasados y se les animó a que llevaran mujeres, aunque fueran secuestradas.
A pesar de que no participaron en el avance militar, las mujeres si tuvieron que cuidar de los heridos cuando la guerra llegaba a su villa y ahora se conoce como se celebraban los preparativos cuando la tropa de cada población debía participar en una batalla importante como ocurrió ante la convocatoria de la batalla de las Navas de Tolosa, o el grupo militar de su población se lanzaba a incursiones en el territorio enemigo para conseguir botín, ganado o prisioneros de ambos sexos quemando tierras, villas y cultivos.
El matrimonio era el acontecimiento más importante en la vida de una mujer y le permitía dirigir la casa, cuidar de los hijos y ocuparse de la organización de las faenas de la casa cuando el marido estaba ausente.
A los solteros se les incentivaba a contraer matrimonio en una villa para que formaran parte de ella y permanecieran allí gran parte del año. De ese modo estaban a disposición de la comunidad y podían aspirar a los privilegios que se concedían por residir en la villa.
Si en Guadalajara se otorgó exención fiscal en 1219 a los que se casaban por primera vez, en Alfambra la exención se otorgaba a los hombres y mujeres que ya habían estado casados con anterioridad.
El matrimonio, que solía celebrarse tras la primera menstruación de la mujer, constaba de tres etapas, el consentimiento de la pareja y de otras personas, los esponsales y el rito nupcial en la iglesia. Los esponsales iniciaban el matrimonio y la bendición de la iglesia era un requisito conveniente, aunque no indispensable. A finales del siglo XII los matrimonios clandestinos (intercambio consensuales entre la pareja) adquirieron validez aunque no hubiera celebración pública, pero posteriormente en 1215 la iglesia decidió en Concilio que sería necesario un matrimonio eclesiástico con declaraciones públicas y explicitas de consentimiento.
Se estableció también la obligatoriedad de celebrar las amonestaciones por si hubiera algo que impidiera el matrimonio, pero no obstante se mantuvieron los matrimonios clandestinos, aunque se imponían penas a los que los celebraban. En cualquier caso no se podía obligar a ninguna mujer soltera o viuda a que se casara en contra de su voluntad o la de sus padres.
El antiguo rito de esponsales incluía la presentación, la bendición, el intercambio de la carta de arras y de los dos anillos, que se colocaban en los dedos de la mano derecha antes de la bendición final.
Aunque variaba según los sitios, la mujer que se casaba sin el consentimiento familiar era desheredada y su marido considerado proscrito por haberla secuestrado. El padre era quien daba en matrimonio a su hija pero, si había ya muerto, era la madre o varones de la familia como hermanos o tíos.
En cualquier caso, se consideraba que era preciso proteger a las villanas y a sus familias de los maridos poco escrupulosos, incompetentes o indeseados pues trataban de entrar en familias establecidas y conseguir una buena posición mediante el matrimonio con una muchacha residente en la villa.
Si alguno de los contrayentes se retractaba antes de la boda, las penas eran las mismas para el hombre y para la mujer. Si el se volvía atrás por cambio de sentimientos, la pena era mucho menor que si se hubiera “acostado” o “juntado con su prometida. En Zamora y en Soria la mujer afligida por abandono podía quedarse con los regalos recibidos tanto si habían mantenido relaciones sexuales como si no.
Si una mujer era abandonada por el pretendiente y había mantenido relaciones sexuales, podía esconder los hechos, o acusarlo ante la ley, si el novio no abandonaba pero moría, la novia debía devolver todos los regalos, pero solo la mitad si ya la había besado.
La viuda sin embargo no necesitaba consentimiento familiar para casarse por segunda vez, pero no estaba bien visto que la viuda se volviera a casar muy pronto tras la muerte del marido.
El novio estaba obligado a pagar el banquete de bodas y vestidos nuevos para la novia. En el Madrid de siglo XIII, por ejemplo, el novio no debía gastar más de 50 maravedíes en una doncella de la villa, 25 en una viuda o una muchacha aldeana y 15 en una viuda aldeana, Con ellos se compraban ropa, zapatos, calzas, pan y vino.
El ajuar consistía en objetos para la casa y pertenencias personales obsequiadas por los padres. En el caso de las novias ricas, un inventario de una boda toledana nos cuenta que el novio dotó a su futura mujer con la décima parte de sus propiedades y la novia tenía en su ajuar vestidos de seda y tafetán, capas forradas de piel, vestidos y blusas bordadas, joyas de oro, plata y perlas y 36 tocas, algunas sencillas y otras con remates de oro. También tenía ollas, calderas, vajilla, ropa de cama y otros objetos del hogar como esclavos.
Las bodas se consideraban ocasiones festivas en una comunidad y los festejos duraban varios días con celebraciones privadas y públicas con festines, desfiles, torneos y otras diversiones. La novia y sus damas de honor acudían a la iglesia montadas a caballo y tras la ceremonia desfilaban por las calles con el que ya era su esposo.
En los antiguos ritos, el sacerdote esparcía sal por la cámara nupcial para purificarla y bendecirla y en las segundas bodas los ritos eran más sencillos y con oraciones especiales.
La sociedad de gananciales en Cuenca y otras villas era bastante ecuánime y la esposa podía reclamar la mitad del valor de cualquier propiedad –villa, molino, corral de ganado….-, mientras que en Soria, un marido solo podía reformar sus propiedades si la mujer no había contribuido a reformarlas.
Las leyes medievales sobre las herencias que aún se conservan impusieron importantes limitaciones a los maridos, y si el hombre había hecho compras que ella no había autorizado, la mujer o sus hijos podían desautorizarlas tras su muerte.
No se podía hacer gran cosa para impedir que un marido gastara el dinero a su antojo, pero se suponía que debía hacerlo con destino al economía familiar y no para sus caprichos. En Zamora la esposa no debía hacerse cargo de sus deudas de juego y en varias villas si él solicitaba un préstamo en metálico para su uso personal, era necesaria la firma de ella.
En León y otras villas cercanas no se podía acusar, procesar o vincular a una esposa cuando su marido estaba ausente y, a este fin, se las protegía al respecto, pero en otras villas como Alba de Torres si se le exigía a la esposa responsabilidad en este caso.
En León y otras villas, a la esposa de un asesino convicto o que se hubiera marchado para esquivar la ley, se les garantizaba “su mitad” y su vivienda, para que madre e hijos no fueran afectados por su conducta.
En cuanto a los castigos, el marido tenía el deber de disciplinar a su mujer si esta se rebelaba. Pegar a la mujer era bastante frecuente, y lo permitía la ley canónica, y en algunos sitios los maridos estaban eximidos si ella moría como consecuencia de las palizas. Por otra parte la mujer tenía un fuerte riesgo de morir en los partos.
Es decir, la esposa debía respetar, obedecer y ser fiel a su marido y éste, a cambio, la debía proteger, mantener y, hasta cierto punto, controlar. La esposa dirigía a las sirvientas, se ocupaba de los empleados de la granja y sustituía al marido en el tribunal.
LAS VIUDAS
La muerte del marido, colocaba a la mujer ante tres posibilidades: hacerse monja, mantenerse viuda o volverse a casar, pero si elegía el matrimonio, podía casarse tras el luto con quien quisiera y el novio no estaba obligado a realizar el mismo gasto. Por otra parte dependían más de sus propios recursos, en ocasiones derivados de su primer matrimonio. La forma de protegerla era que el primer marido la hubiera nombrado heredera en un testamento.
En Salamanca, si los bienes habían pertenecido al matrimonio, la viuda podía mantener una casa totalmente equipada –sábanas, colchas, cojines, mesa y varios cofres-, quedarse con un campo, un viñedo, un buey, o un asno, y utilizar por turnos un molino. Al mismo tiempo se permitía que para el gobierno de la casa retuviera los objetos necesarios –chimeneas, básculas, cubertería….- Si el marido era el único propietario, solo tenían derecho a la mitad.
Para la viuda los asuntos de las propiedades familiares y los derechos a reclamarlas eran muy importantes pues su situación podía variar muchísimo y era insegura. Su nivel de vida podía bajar, aunque algunas poblaciones redujeron sus obligaciones fiscales como cabezas de familia, de modo que sus obligaciones de contribuir con trabajo y pagar el alquiler y los impuestos militares eran menores que las de otros ciudadanos y moradores.
CONCUBINAS
Las concubinas o barraganas, compañeras no legítimas de solteros, viudos, sacerdotes o casados, tenían deberes y derechos civiles parecidos a los de una esposa y sus hijos eran hijos naturales.
En ocasiones para que fuera reconocido su hijo, la mujer podía reclamar la prueba del hierro candente para demostrar que decía la verdad, por lo que la barragana estaba en estos casos más protegida. En el caso de los clérigos, en Castilla se las escondía bajo el disfraz de pariente o ama de llaves.
Por otra parte a la mujer casada que era bígama se le imponía la pena de muerte en la hoguera y si tenía un amante, se le azotaba y expulsaba de la villa.
SECUESTRADAS Y CAUTIVAS
La mujer era secuestrada cuando era robada en contra de su voluntad o la de su familia y, para esta situación, existían diversas penas como la muerte si se había secuestrado a una mujer prometida.
Por otro lado estaba prohibido el matrimonio entre el raptor y su víctima, pero, si la mujer decidía seguir con él, la familia podía llegar a un acuerdo e iniciar negociaciones que validaran el vínculo.
En cualquier caso, en algunos asentamientos como San Román de Hornija, el señor Abad otorgó la inmunidad a cualquier hombre que trajera una mujer de otro lugar. Es decir, los raptores y las mujeres raptadas o que voluntariamente se habían ido con ellos encontraron refugio en las comunidades fronterizas.
Las cautivas –a veces cuando cuidaban del rebaño fuera de la villa-convertidas en esclavas y concubinas en Al-Andalus formaban parte del botín de guerra
ACTIVIDADES
La mujer medieval trabajaba habitualmente y en primer lugar en atender a sus hijos y las tareas domésticas, excepto la aristócrata o señora de la villa.
En sus paseos por la villa tanto era testigo ante la ley de cualquier disturbio que hubiera habido tanto en el baño público, como en el río, en el horno, en la fuente o en las hiladurias o tejedurías. Acudía a la fuente a por el agua para cocinar y al río para lavar la ropa y limpiar la cabeza, llevaba trigo al molino, o las hogazas si las hacían ellas con trigo propio, iba al mercado donde un “almotacén” controlaba pesos y medidas y multaba a los que no cumplían las leyes municipales. Se reunía también en los patios para hilar y tejer vestidos con instrumentos portátiles.
Todos estos lugares de la villa y sus recorridos para ir hacia ellos les hacían encontrarse para conversar, cotillear, pero también para insultarse y hasta atacarse.
En ocasiones la villanas trabajaban en casa de la “señora de la villa” en empleos domésticos como “mancebas”, “sirvientes” y “mujeres de soldada”, lavandera o ama de llaves para guardar el sitio donde se guardaban los alimentos.
Una empleada doméstica muy importante era la nodriza, cuyo trabajo de alimentar al hijo de la familia bien solía durar tres años.
Otra tarea era la de comprar lo necesario para alimentar a los de la casa, tanto los que se encontraban próximos como los que eran traídos de Al-Andalus, así como lo necesario para los vestidos –lanas, cueros, pieles, tijeras o telas de lujo-.Si podía permitírselo, un mercader le vendería una esclava musulmana.
Entre los oficios que las mujeres podían ejercer fuera de casa figuran, además de la fabricación o distribución del pan, el de taberneras, no tan consideradas como las anteriores y con las que no se trataban las primeras o el de tenderas de productos no perecederos –cera, aceite, pimienta o pescado seco-. En Toledo existían mujeres especializadas en la venta de pescado, pollos y conejos, probablemente por la calle, aunque en otras villas no se permitía hacerlo, y debía tener lugar en el mercado semanal.
Heatah Dillard nos dice que había muchas profesiones ejercidas por mujeres en Toledo como tintoreras, peleteras, tejedoras, así como joyeras, costureras, zapateras o pañeras.
También trabajaban tejiendo materiales burdos y arpilleras, así como cofias, colchas, mantas y alfombras. En la fabricación de estos productos la mujer cobraba mucho menos que el hombre pues si éste percibía en Alcalá de Henares un maravedí por dieciocho cuerpos de alfombra y catorce de manta, las mujeres recibían lo mismo por cuarenta cuerpos de alfombra y veintitrés de manta.
En Toledo tenía principal importancia al figura de la”maestra”, y otras dirigían posadas, donde los mercaderes se alojaban y dejaban sus mercancías, lo mismo que ocurría en las poblaciones del Camino de Santiago.
Las de Toledo, donde se conserva abundante documentación, ayudaban a sus maridos en la caza de conejos, en los molinos y en los huertos, recogiendo uvas y otros productos agrícolas.
Los rumores y opiniones se transmitían en la fuente, el río, la panadería y los baños públicos, de modo que, según informa Heath Dillard, se tejía en estos lugares el tejido social de la villa, sobretodo porque los hombres estaban mucho tiempo ausentes en campañas militares.
Teniendo en cuenta que en la Reconquista hubo escasez de mujeres, en ocasiones se animaba a raptarlas y llevarlas a las villas, así como a protegerlas de los musulmanes y de los raptores.
MUJERES EN SITUACION DELICADA
En algunas ocasiones, entre las mujeres de buena reputación y las llegadas que no contaban con ella, existieron roces y enfrentamientos con insultos como “puta, rocina(rocín vencido) y gafa o leprosa, (en alusión a deformidades físicas, enfermedades venéreas o vileza moral” .
En Laguardia era una gran ofensa quitarle la cofia y despeinar a una mujer, y en otras ciudades tirarla al suelo y dejarla tendida y despeinada sobretodo si habían tratado de violarla.
En otras comunidades del noroeste de la Península se consideró como buena solución que las violadas se casaran con sus agresores.
Es curioso que en algunas localidades tuviera que pagarse una multa mucho menos cuando la agredida era prostituta o musulmana. En Alarcón las prostitutas se agrupaban en viviendas que lindaban entre sí y al final de calles estrechas. Si a la prostituta se la encontraba fuera de casa durante el día se podía desnudarla y quedarse con la ropa y se ponía multa al que la defendiera.
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