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Rosa Montero

 

Rosa Montero

Rosa Montero

Ana Alejandre

Escritora y periodista muy conocido por el gran público, nació en Madrid el 3 de enero de 1951, en el populoso barrio de Cuatro Caminos. Hija de un banderillero que abandonó el mundo taurino para probar fortuna como empresario de una fábrica de ladrillos, cuando Rosa sólo tenía cinco años.

En su infancia enfermó de tuberculosis, enfermedad muy común en aquellos años, por lo que tuvo que guardar reposo absoluto durante cuatro años sin poder ir al colegio. Cuando recibió el alta médica, cursó estudios en el Instituto Beatriz Galindo de Madrid. Posteriormente, empezaría sus estudios universitarios con tan sólo diecisiete años, cuando se matriculó, en 1968, en la Facultad de Filosofía y Letras, aunque pasó a la Facultad de Periodismo en 1969. A partir de entonces, comenzó su carrera periodística, colaborando en numerosas publicaciones de diversas tendencias como son: Bocaccio, Pueblo, Arriba, Garbo, Hermano Lobo, Jacaranda, El indiscreto semanal o Fotogramas, hasta llegar al diario El País, con el que comenzó su colaboración, y del que fue nombrada directora del suplemento de El País Semanal, en 1980, permaneciendo en dicho puesto hasta 1981.

Esta autora continúa trabajando en el diario El País y está reconocida como una de las más importantes representantes del nuevo periodismo por su estilo en el que se aúnan la información y la literatura,

También colabora de forma habitual en diversos periódicos latinoamericanos como son los diarios Clarín (Argentina) o El Mercurio (Chile), y ha colaborado en otros medios como Stern (Alemania), Libération (Francia), La Montagne (Francia) o The Guardian (Reino Unido).

Su interés no solamente se ceñía al mundo del periodismo sino, también y, sobre todo, a la literatura, que compaginaba con el periodismo, publicando su primera novela en 1979, Crónica del desamo. Fue a partir de publicar Te trataré como una reina (1983), cuando consiguió el éxito entre los lectores.

El Primer Premio Primavera de Novela le fue concedido en abril de 1997, con su novela La hija del caníbal, que se convirtió en el libro más vendido en España en 1997.

Estuvo casada con el también periodista, Pablo Lizcano, fallecido en 2009.

Su interés por el arte y la cultura también la llevó a colaborar con grupos de teatro independiente como Canon o Tábano, con los que estrenó, en 1970, la famosa obra Castañuela 70.

Su importante labor como entrevistadora se traduce en más de 2.000 entrevistas que ha realizado a personajes tan dispares como al Ayatolá Jomeini, Yassir Arafat, Olof Palmer, Indira Gandhi, Richard Nixon, Julio Cortázar o Malala, entre otros. Destaca en dichas entrevistas su técnica entrevistadora que ha sido motivo de estudio en las facultades de periodismo tanto españolas como de Latinoamérica.

También sus artículos son usados en la docencia en la enseñanza secundaria y aparecen en las pruebas de Selectividad. Igualmente, sirven de estudio en el extranjero, lo que le ha valido el premio de AFDE (Association pour la Diffusion de L´Espagnol), que le fue concedido, en 2012, en Francia, por ser su obra también utilizada como material de enseñanza del idioma español en el país galo.

Entre otros galardones periodísticos, le han sido concedidos los siguientes premios, entre otros: el Premio Mundo de Entrevistas, en 1980, el Premio Nacional de Periodismo Literario y, en 2005, el Premio de la Asociación de la Prensa de Madrid a toda una vida profesional, entre otras distinciones profesionales.

Su obra literaria está compuesta por las novelas: Crónica del desamor (1979), La función Delta (1981), Te trataré como a una reina (1983), Amado Amo (1988), Temblor (1990), Bella y Oscura (1993), La hija del caníbal (Premio Primavera de Novela en 1997 y premio Círculo de Críticos de Chile 1997), El corazón del Tártaro (2001), La Loca de la casa (2003) que obtuvo los siguientes galardones: Premio Qué Leer 2004 al mejor libro del año, Premio Grinzane Cavour al mejor libro extranjero publicado en Italia en el 2005, Premio “Roman Primeur” de Saint-Emilion, Francia (2006); Le siguieron títulos como Historia del rey transparente (2005), Premio Qué Leer 2005 al mejor libro del año, y Premio Mandarache 2007; Instrucciones para salvar el mundo (2008), Premio de los Lectores del Festival de Literaturas Europeas de Cognac (Francia, 2011); Lágrimas en la lluvia (marzo 2011), Lágrimas en la lluvia. Cómic (octubre 2011), Premio al Mejor Cómic 2011 por votación popular (Salón Internacional del Cómic de Barcelona), La ridícula idea de no volver a verte (marzo 2013), Premio de la Crítica de Madrid (2014) y Prix du Livre Robinsonnais 2016 de la Bibliothèque du Plessis Robinson, Francia; El peso del corazón (2015) y La carne (2016).

Es autora del libro de relatos Amantes y enemigos, Premio Círculo de Críticos de Chile (1999), y dos ensayos biográficos, Historias de mujeres y Pasiones, al igual que ha escrito cuentos para niños y recopilaciones de entrevistas y artículos.

Se han realizado una decena de adaptaciones teatrales de sus novelas, varios cortometrajes, un largometraje, una ópera e instalaciones artísticas, tanto en España como en varios países europeos y americanos.

Ha ejercido la docencia como profesora visitante en Wellesley College, Boston (EE.UU.) y en la Universidad de Virginia (EE.UU.). Ha impartido minicursos de escritura creativa en la Universidad de Bingham Young, Utah, (EE. UU.) y en el Miami Dade College, Miami, (EE. UU.). Además, recibió una beca para dar conferencias de la Queen’s University de Belfast (Reino Unido). Ha dado clases de literatura y periodismo en la Escuela de Letras y en la Escuela Contemporánea de Humanidades, ambas de Madrid. También, en relación con su actividad docente, ha impartido lecciones magistrales en aperturas de curso y ceremonias de graduación en diversas universidades, como la de Salamanca, la Complutense de Madrid y la Carlos III. Ha participado en centenares de simposios, conferencias y encuentros en Europa, América, Asia y África. Ha participado en Ferias del libro como las de Guadalajara (México) o Fráncfort (Alemania) y en diversas actividades académicas en universidades como Harvard y Cornell (EE. UU.), Oxford y Cambridge (Reino Unido), Heildelberg y Gotinga (Alemania), Venecia (Italia), Pau (Francia) o Minia (Egipto), entre otras.

Es autora de los guiones de una serie de televisión, Media Naranja, que fue galardonada con el premio Martín Fierro a la mejor producción extranjera en Argentina, en 1988, y trabajó como coguionista, presentadora y entrevistadora en la serie documental argentina Dictadoras (2015).

La influencia de esta autora en el mundo cultural hispano es muy acusada. Se han publicado diez libros que tienen como objetivo a Rosa Montero, y más de sesenta en los que hay incluidos estudios sobre esta escritora. Además, su obra ha sido estudiada en más de una treintena de tesis doctorales y en 120 trabajos académicos publicados en revista críticas o actas de congresos en los que se ha analizado su obra narrativa.

Sus obras han sido traducidas a más de una veintena de idiomas. Ha sido nombrada Doctora Honoris Causa por la Universidad de Puerto Rico.

También, ha recibido el Premio Nacional de las Letras, en 2017, concedido por el Ministerio de Cultura. En ese mismo año le fue otorgado el Premio a la Trayectoria Profesional, concedido por el Club Internacional de Prensa y el Premio Internacional de Periodismo Manuel Alcántara, de la Universidad de Málaga.

 

 

La peligrosa estupidez

Rosa Montero

(El País Semanal 5/11/2017)

Decía Cipolla que un estúpido causa daño sin obtener beneficio e incluso perjudicándose. Y siempre subestimamos la cantidad de estúpidos que hay.

HACE YA CASI 30 años que el italiano Carlo Maria Cipolla, respetado historiador del pensamiento económico, sacó ese librito que le hizo mundialmente famoso, Allegro ma non troppo (Crítica), un divertidísimo ensayo sobre la estupidez. Me imagino a Cipolla echando mano del humor para sobrellevar la mordedura de los imbéciles; muy quemado tenía que estar el pobre y con razón, porque la necedad humana es insondable y letal.

Concluye el historiador su breve texto definiendo las cinco leyes fundamentales de la estupidez, a saber: Primera, siempre subestimamos la cantidad de estúpidos que hay en el mundo. Segunda, la estupidez es una cualidad independiente de cualquier otra, no está asociada ni al dinero que se tenga o a la clase social o a la educación recibida, los estúpidos lo son de manera absoluta y democrática y siempre habrá en la Tierra un determinado porcentaje de imbéciles (que siempre tenderemos a subestimar). Tercera, un estúpido es alguien que causa daño a los demás sin obtener con ello ningún beneficio e incluso perjudicándose a sí mismo: y tengo la impresión de que esta ley está de rabiosa actualidad en España. Cuarta, por desgracia también subestimamos la inmensa capacidad de los estúpidos para hacer daño (sobre todo, añado yo, cuando a la estupidez se le suma redundantemente el fanatismo). Y quinta: el estúpido es, pues, el individuo más peligroso del mundo. De hecho, los estúpidos son mucho más peligrosos que los malvados.

Quienes sacaban malas notas casi siempre pensaban que lo habían hecho bien.

Andaba yo estos días recordando el libro de Cipolla, anonadada por la trágica, pavorosa mentecatez que estamos viviendo. Para peor, además, acabo de leer por pura casualidad un libro tangencial con el tema, El cerebro idiota (Planeta), del neurocientífico británico Dean Burnett, un ensayo quizá demasiado recargado de chistecillos (a veces el ansia de aligerar un texto lo entorpece) pero que explica con rigor y elocuencia no sólo el fascinante funcionamiento del cerebro, sino también los defectos de fábrica de nuestras pobres cabezas. Y resulta que del libro emerge, poderoso, el retrato robot de la esencial estupidez humana.

Habla Burnett, por ejemplo, del conocido síndrome del impostor, que padecen muchas personas inteligentes y con éxito pero que se infravaloran de manera constante (por cierto que la mayoría de quienes lo sufren son mujeres). La cuestión es que cuanto menos inteligentes son las personas, más seguras de sí mismas tienden a mostrarse, un fenómeno que recibe el nombre de efecto Dunning-Kruger, por el nombre de los investigadores de la universidad norteamericana de Cornell que lo estudiaron por primera vez. En 1999, Dunning y Kruger hicieron que una serie de sujetos contestaran unos test de inteligencia y además les pidieron que valoraran lo bien que les había salido la prueba. Pues bien, quienes sacaban malas notas casi siempre pensaban que lo habían hecho maravillosamente bien, mientras que todos los que lo hicieron bien supusieron que lo habían hecho peor. De lo que los investigadores dedujeron que los menos inteligentes no sólo eran más tontos, sino que además carecían de la capacidad de reconocer que algo se les daba mal.

Por ahora vamos más o menos bien: la prueba sólo demostraría que los necios lo son en toda su redondez y sin descanso. Pero hete aquí que diversos estudios, incluyendo los realizados por Penrod y Custer en los años noventa sobre la credibilidad de los testigos durante los juicios, han demostrado que todos los humanos, los listos, los tontos y los mediopensionistas, tendemos a creer más en aquellas personas que hablan con mayor seguridad, aunque lo que digan sea mentira. Recordemos que las personas inteligentes son las más inseguras y dubitativas, mientras que las necias son las más firmes y vociferantes (yo, que padezco en grado sumo el síndrome de la impostora, a veces discuto con estridente vehemencia, así que debo de ser a medias avispada y a medias mostrenca). Se diría, en fin, que nuestro cerebro idiota nos inclina a acatar las opiniones de los estúpidos, con lo cual el futuro de la especie estaría en grave peligro. A decir verdad, no sé ni cómo hemos llegado hasta aquí.

https://elpais.com/autor/rosa_montero/a

 

El deseo de ser otro

Rosa Montero

(El País Semanal , 8/10/2017)

Creo que la gente se puede dividir entre aquella a la que desasosiega pernoctar en un hotel y aquella a la que produce una sensación de libertad.

BUSCANDO INFORMACIÓN en Internet para una novela que estoy escribiendo me he topado con un dato que me ha dejado turulata: cada día desa¬parecen en España alrededor de 38 personas. Lo que supone un total de 14.000 al año. De 140 de ellas no volveremos a saber nada nunca más. Desde que, en 2010, se creó el registro de PDyRH (Personas Desaparecidas y Restos Humanos: qué nombre tan ominoso), ha habido más de 121.000 denuncias; 4.000 de los casos siguen sin resolverse. ¿Cómo es posible que en esta sociedad hiperconectada puedan evaporarse tantísimas personas? Amedrenta imaginar un submundo de mafias, trata de blancas, tráfico de órganos. O trágicos accidentes y suicidios en lugares inaccesibles: montañas, acantilados. O, ya desbarrando, agujeros negros capaces de transportarte a otro universo o pingües empresas clandestinas especializadas en proporcionar nuevas identidades (a decir verdad, esto último puede que exista). Pido perdón si mis palabras parecen frivolizar un tema tan terrible como éste: pocas cosas debe de haber más dolorosas que el hecho de no volver a saber de alguien, ignorar qué ha sido de esa persona, no poder cerrar jamás la candente herida de su pérdida. Pero es que la cifra me ha parecido tan elevada que se me ha disparado la cabeza.

Supongo que en la mayoría de los casos lo que subyace es el afán de escapar de sus propias vidas. ¿Quién no ha sentido alguna vez el deseo poderoso de ser otro, de huir de uno mismo y empezar de cero? Venimos al mundo pletóricos de posibilidades, con un sinfín de caminos abiertos a nuestro alrededor; y luego el tiempo, jardinero loco, se encarga de ir podando los brotes tiernos de nuestras otras vidas potenciales, hasta dejarnos encerrados en la rama pelada de lo que somos. Ser sólo uno en ocasiones asfixia. También por eso leemos novelas, vemos películas, vamos al teatro: para experimentar de manera virtual otras existencias.

Uno de mis cuentos favoritos, Wakefield, de Nathaniel Hawthorne, expresa de manera magistral esta ansia de no seguir siendo lo que eres. Un respetable burgués del siglo XIX sale un día de casa para un recado nimio y no vuelve a ser visto en muchos años. Pero lo más grandioso es que alquila un piso enfrente de su antiguo domicilio y pasa todo ese tiempo espiando el dolor de sus familiares, el exacto contorno que ha dejado su ausencia. El relato no lo explica, por supuesto (por eso es tan bueno), pero supongo que, cuando al fin regresa, es porque ya ha conseguido convertir su antigua vida en la vida de Otro.

Yo no soy tan escapista como Wakefield, pero no puedo evitar imaginarme siendo otra persona, un salto mental que hago de manera involuntaria todo el rato y que no tiene nada que ver con el hecho de envidiar una vida bella, sino, supongo, con la necesidad de salir del encierro de ti mismo. Por ejemplo, contemplo de pasada un cartel de Se vende en un balcón de un triste edificio junto a una fea y mustia estación de tren, y de pronto me digo: ¿y si yo estuviera viviendo ahí? ¿Y si me hubiera pasado treinta años mirando pasar los trenes y escuchando su fragor hasta dejar de oírlo? O descubro en el norte de Escocia una granja remota con un hilo de humo en la chimenea, y al instante me veo en esa cocina junto al perfumado fuego de turba, protegida por fríos muros de piedra de la dura, bella y sublime soledad que atisbo cada día por el ventanuco. Seguramente por todo esto escribo novelas.

Y seguramente también por eso me gustan los hoteles. Creo que la gente se puede dividir entre aquella a la que desasosiega pernoctar en un hotel y aquella a la que eso le produce una sensación de libertad. Dormir solo en un cuarto desconocido e impersonal es la manera más fácil de ser otro, o al menos de no ser nadie. En ese espacio carente de futuro y de memoria puedes quitarte momentáneamente el peso de tu vida como quien se quita una chaqueta y, tras vivir unas breves vacaciones de ti mismo, regresar con alivio y placer a tu yo y a tu madriguera. Pero para algunos no debe de ser tan sencillo: Wakefield pasó años fuera de sí. Quién sabe, puede que los que desaparecieron para siempre estén buscando aún el camino de vuelta.

https://elpais.com/elpais/2017/10/08/eps/1507413943_150741.html

 

 

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