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Paseo matinal

Paseo matinal

Iglesia de la Buena Dicha, Madrid

antonio Machado Sanz

Dos amigos se juntan todos los días en el bar “El Palentino”, una institución en la calle del Pez de Madrid, esquina a la Plaza de Carlos Cambronero.

Después, muy despacito, dada su avanzada edad, recorren su barrio y rememoran sus muchas aventuras. Sobre todo las que corrieron antes de ser despedidos por el cierre definitivo del conocido diario vespertino “Informaciones” , que estaba en la cercana calle de San Roque.

Pasaron por la calle de la Madera deteniéndose en el número 8, allí han instalado un organismo oficial con un extraño nombre: Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía.

Comentaron que no podían haber caído tan bajo los locales en donde se encontraban las rotativas, en los que tantas mañanas dejaron su juventud imprimiendo su diario.

Al llegar a la Plaza de Santa María Soledad Torres Acosta uno de ellos explicó que, sus nietos no la conocían por ese nombre sino por la Plaza de la Luna, nombre de unos cines que existieron en el edificio nuevo, esquina a la Corredera de San Pablo, donde hoy están instalados un gimnasio y un restaurante.

Tomaron la calle Silva, se fijaron en un establecimiento en la acera izquierda, de fachada descuidada, y recordaron los cafés que degustaron en aquel recinto, era un Pub Irlandés, famoso en los años 80, al que acudían muchas mujeres porque era atendido por jóvenes que portaban la vestimenta típica irlandesa, con albas camisas, con sus kilts, con sus sporran colgando y las medias que les permitían lucir sus rodillas o algo más.

En el número 21 se encuentra la Iglesia de la Buena Dicha.

Uno de los paseantes expuso que Fray Sebastián de Villoslada, primer abad del Monasterio de San Martín, con otras personalidades, fundó en el año 1564 el Hospital de Ntra. Sra. de la Concepción y Buena Dicha, con el fin de acoger a doce enfermos vergonzantes de aquella parroquia, creando para su cuidado una Hermandad de Misericordia de doce sacerdotes y sesenta y dos seglares, que atendían la congregación y seguían las normas sobre la caridad que ordenaban las reglas de la misma.

La entrada principal estaba abierta en la calle de los Libreros. En su lugar, hoy, existe una curiosa fachada posterior neo mudéjar.

La trasera del Hospital daba a la calle de Silva y en ella se habilitó un pequeño terreno como cementerio.

El día 2 de mayo de 1808 fueron curados en la enfermería de la Hermandad, numerosos heridos en las refriegas contra el ejército de Napoleón.

Días más tarde fueron enterradas en su minúsculo camposanto dos heroínas de aquella gesta, Manuela Malasaña y Clara del Rey. También fue sepultado allí Esteban Santirso, otro héroe del Parque de Monteleón, aunque los restos de éste reposan en unión de otros cuarenta y dos fusilados en el Cementerio de la Florida.

Esos edificios fueron derribados a finales del siglo XIX.

En 1914 se construyó la nueva iglesia. Una placa de mármol blanco señala que fue sufragada por los Señores Marqueses de Hinojares y diseñada por el arquitecto D.Francisco García Nava. Construida en ladrillo rojo, con una mezcla de elementos arquitectónicos, resultando una curiosa amalgama de piedra, ladrillo y cristal, en un intento de estilo modernista.

A la derecha del atrio que se abre a la calle Silva, se observa la puerta metálica de una capilla de reducidas dimensiones, con dos enrejadas y acristaladas hojas, a través de las mismas se puede observar la talla de una Virgen.

Ambos paseantes recordaron que en aquellas fechas, la capillita estaba repleta de exvotos que colgaban de las paredes, piernas, brazos, cabezas, etc. Comentaron que aquella escena parecía un cuadro con despojos de una sangrienta batalla medieval.

En 1994 el edificio fue declarado Monumento Nacional (Bien de Interés Cultural) por el Gobierno.

Antes de alcanzar la Gran Vía, dirigieron sus ojos a un Club con un letrero en francés, muertos de risa recordaron muchas de las peripecias vividas en aquel local y los problemas creados por la elevada altura de la barra americana, pues para ver a las jóvenes que la atendían, había que trepar hasta el asiento de unos taburetes de largas patas. Añoraron aquellas escapadas juveniles, según cobraban su exigua paga semanal.

Retrocedieron y entraron a tomar unos chacolís en un establecimiento que todavía conserva, desde su inauguración, un batel invertido que sirve como reclamo y marquesina.

Después se despidieron y quedaron para verse al día siguiente, como siempre en “El Palentino” para degustar sus tantas veces repetida “media mañana”.

 

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