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Dickens y Andersen: una convivencia imposible

CHARLES DICKENS Y HANS CHRISTIAN ANDERSEN

 

Dickens y Andersen: una convivencia imposible que rompió su amistad y admiración mutua.


Ana Alejandre

En el mes de septiembre pasado se subastó una carta de Charles Dickens dirigida al por entonces Primer Ministro, Lord John Russell, hablándole de Hans Crhistian Andersen que, junto al remitente, eran dos figuras relevantes de la literatura del siglo XIX. Dicha subasta tuvo lugar en la casa de subastas Lacy Scott & Knight of Suffolk y se pagó la suma de un poco más de cinco mil libras por la mencionada carta.

Hasta ahí no tendría mayor valor literario la citada carta aunque sea inédita y su remitente sea un escritor de fama universal, si no fuera porque en ella se descubren los verdaderos motivos que hizo saltar por los aires la gran amistad y admiración mutua que se profesaron ambos autores desde junio de 1847, cuando Dickens y Ardensen asistieron como invitados a una velada en la mansión de la condesa de Blessington. Parece ser que pasaron toda la noche dedicándose elogios mutuamente, en un pugilato verbal para demostrar al otro que la admiración sentida era mayor que la que su interlocutor le profesaba. Andersen dijo que se le saltaban las lágrimas cuando hablaba con Dickens y le llegó a decir a este que era “el escritor más grande de su época”.

Pero como todo lo humano es proclive a no resistir la convivencia y el desgaste que provoca en las relaciones de cualquier tipo: familiar, amistosa o sentimental, la relación de amistad entre ambos escritores no pudo superar la convivencia con Andersen en el domicilio de Dickens, al que había invitado a pasar un par de semanas en su casa de Kent, en el verano de 1857, y que Andersen amplió hasta cinco semanas, no sin advertir a su anfitrión, con anterioridad a su llegada cuando le respondió emocionado a la invitación recibida, que no le causaría ninguna molestia mientras durase su estancia,

Está buena intención expresada por Andersen, parece que no correspondió a la realidad, o, por lo menos, eso fue lo que pensó Dickens al que le enojaban muchas de las costumbres del autor danés, lo que se trasluce en lo que le cuenta al destinatario de su carta cuando le hablaba de Andersen, afirmando que este «Hablaba francés como “Peter the Wild Boy” (el niño salvaje alemán) e inglés como el “Deaf and Dumb School” (una escuela para sordomudos) (...) No podía pronunciar el nombre de su propio libro “The Improvisatore” en italiano; y su traductor parece dar a entender que no sabe hablar danés».

La ´decada de amistad que mantuvieron ambos escritores parece tocar fin a raíz de la larga estancia del danés en casa de Dickens. Las primeras quejas del invitado fue por el excesivo frío en la casa su anfitrión, y por el hecho de que no tenía a nadie que le cuidara la barba, según los cánones de la tradición danesa.

La hija de Dickens, Katey, comprendió que su padre llevaba razón al criticar los continuos caprichos, quejas y peticiones del escritor danés, al que Dickens llamaba un “huesudo aburrido”. La paciencia del anfitrión se acababa por momentos porque su matrimonio se resentía por la presencia del difícil invitado. Llegó a tal punto de exasperación por parte de Dickens que escribió en el espejo de la habitación de invitados, a modo de despedida y desahogo, cuando consiguió que Andersen se marchara a base de indirectas en las que le sugería que se fuera de su casa: “Hans Andersen durmió en esta habitación durante cinco semanas, que a esta familia le parecieron años”.

La mala experiencia por ambas partes aumentó el carácter depresivo de Andersen y llegó hasta grado sumo cuando le hicieron una mala crítica a uno de sus libros. A ello se sumó la ruptura de la amistad mantenida durante diez años por ambos famosos escritores, cuando fue ratificada por Dickens de forma expresa y contundente a partir de la larga estancia de Andersen en su casa, al no volver a responderle jamás a las cartas que el escritor danés le seguía escribiendo después de su marcha.

Algo tan prosaico como unas vacaciones compartidas se convirtieron en la piedra de toque en la que salió dañada la amistad de dos hombres que decían admirarse mutuamente por sus carreras literarias durante años; pero, esa admiración murió junto a la amistad por parte de Dickens cuando convivió cinco semanas con aquel molesto invitado, al que conoció en su faceta de ser humano irritante que le despojó de su aureola de famoso y admirado escritor para su anfitrión.

La literatura y los escritores también tienen sus puntos ciegos que sólo la vida puede hacer llegar a vislumbrar con toda claridad. Y eso sucedió en este caso por algo tan cotidiano como es la mera convivencia en la que desaparece el escritor, el artista, y surge el verdadero rostro del ser humano con sus, luces y sombras, grandezas y miserias y son estas últimas las que siempre aparecen y se agrandan en las distancias cortas que propicia la confianza mutua.

 

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