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Crítica literaria
La posibilidad de una isla, Michel Houellebecq
La posibilidad de una isla
Michel Houellebecq
Alfaguara, 2018
La nueva novela de Houellebecq es una reflexión crítica sobre el llamado pensamiento políticamente correcto y la deshumanización de la sociedad actual.
Ana Alejandre
La nueva novela de este autor sigue la línea de todas las anteriores obras suyas, es decir, es una vuelta de tuerca a su crítica constante al llamado pensamiento políticamente correcto y a la deshumanización de la sociedad actual, pero sin perder el humor cáustico, irreverente, ácido en ocasiones y, en algunos momentos, puede resultar agobiante e, incluso, repugnante para el lector que no deja de sentirse subyugado y desconcertado, por igual, ante una lectura que le deja sin aliento.
La historia la protagoniza, alternativamente, Daniel 1, un hombre actual y sus dos clones, Daniel 24 y Daniel 25 (que viven dos mil años después de su antepasado clonado en su calidad de neo-humnos), quienes, a pesar de su naturaleza inmortal, carecen de algo tan necesario como es la capacidad de reír y de sentir cualquier tipo de emociones, que limita sus propias existencias a un nivel casi robótico. En un determinado momento, encuentran los diarios del ser humano del que son clónicos, Daniel 1, que ofrece en su diario una imagen totalmente aséptica, fría, desapasionada y despiadada de la existencia.
Daniel 1 es un cómico, que ganó la fama por sus monólogos cínicos, y siempre provocadores que tratan de las bajas pasiones humanas. Cuando consigue amasar una fortuna, contrae matrimonio con una redactora de revistas para quinceañeras. Pero su esposa, Isabelle no es demasiado proclive al sexo y está obsesionada por el paso del tiempo y la pérdida de la juventud, lo que le provoca un estado de ansiedad insoportable. El matrimonio fracasa y Daniel 1 se jubila con tan solo cuarenta y siete años, que coincide con la edad del autor. Después, conoce a una actriz porno con la que entabla una relación basada en el sexo, aunque ella no cree en el amor. Todo esto sirve de punto de partida para desarrollar la historia paralela de Daniel 1 y sus clonados, cuando estos van leyendo el diario del primero y lo contrastan con sus vidas desprovistas de esa humanidad basada en las emociones, en el placer y en el sufrimiento.
Daniel 25 va leyendo las confesiones de su donante biológico, que lo desconciertan y sobrecogen, al comprobar el dolor profundo de su antecesor, lo que le cuestiona si la inmortalidad de la que gozan es verdaderamente un don, o un castigo que los aprisiona en una aparente vida sin sentido, sin finalidad y sin la necesaria y humana capacidad de sentir, sufrir y gozar, que son los elementos fundamentales de cualquier vida que aspire a algo más que la propia subsistencia biológica.
Con este armazón argumental, Houellebec, intenta hacer una reflexión sobre el sentido de la existencia humana, sobre la naturaleza del deseo y el papel que juega en la propia vida, y la importancia fundamental de que todos nos demos cuentas de la importancia de lo que tenemos y que podemos perderlo por no saber valorarlo y cuidarlo lo suficiente.
Toda la novela se alza como una elegía del mundo actual que se encuentra en peligro evidente de desaparecer por ese espíritu de libertad, exigente y excluyente, que lo impregna todo. Este nos va deshumanizando paulatinamente, pero de forma imparable, tendiendo cada vez más muros entre el “yo” y el “otro”, y encerrando a cada individuo en la propia espiral de su propio egoísmo desafiante y defensivo.
En una palabra, esta obra es una reflexión sobre la idea que impera en el mundo actual como es el miedo, esa emoción que aísla cada vez más, y que separa a cada persona del resto de los seres humanos. En este mundo, en el que las emociones se van diluyendo en el piélago frío y tecnológico de las comunicaciones a distancia, internet, las redes sociales y los móviles, en el que cada individuo se siente vivir, cada vez más, en un mundo virtual y no real, en el que perecen las emociones genuinas, las relaciones humanas a distancias cortas y la realidad como experiencia y no como simulación de esta.
Sin proponérselo, Houellebecq, ingresa con esta novela en la actual corriente de la narrativa europea contemporánea, al tratar temas ya recurrentes en dicha corriente literaria como es el caso del tema del éxito del cómico que es superior al suyo como novelista, como es el caso de J.M. Coetzee. También sus reflexiones sobre el futuro de la propia Humanidad han sido temas tratados por otros autores actuales. Todo ello, en un autor que ha querido distinguirse por la constante irreverencia, por la provocación y, a pesar de ello, ha entrado de lleno en los temas actuales de la novelística contemporánea europea. Sus propias obsesiones, odios exacerbados, cinismo, filias y fobias que le han dado tanta popularidad, por estar siempre presentes en su obra literaria, han sido los que, paradójicamente, lo han llevado a un terreno común con otros autores,
También hay que señalar que su escritura adolece, como en sus obras restantes, de una cierta simplicidad en el lenguaje, que carece de una mayor depuración, de un trabajo más concienzudo y exigente. Parece que por estar dedicada su narrativa a un tipo de lectores que buscan la provocación y transgresión por encima de todo, descuida esa parte tan importante en toda obra literaria, siempre necesitada de una mayor exquisitez narrativa, pues el lenguaje es el material sobre el que el escritor, como el escultor, va esculpiendo su obra literaria.
La posibilidad de una isla ha obtenido el Premio Interallié, por su gran aceptación que ha recibido de la crítica y público. Con ella, su autor ha vuelto a demostrar que su escritura sigue igual de irreverente que siempre, la que le hizo ganar el Premio Goncourt 2010, por su obra El mapa y el territorio.
Los lectores encontrarán en esta obra la marca o marchamo de la casa, es decir, la impronta de este autor que es en esta ocasión más mordaz, crítico, irónico y provocador que nunca.
Moriría por ti y otros cuentos perdidos.
Moriría por ti y otros cuentos perdidos
F. Scott Fitzgerald,
Anagrama
2018, 512 páginas
Colección de dieciocho relatos de F. Scott Fitzgerald, de los que algunos fueron publicados en diversas revistas de la época y otros son inéditos.
Ana Alejandre
Esta recopilación de dieciocho relatos ha llegado a los lectores gracias al cuidadoso mimo que tuvo su autor para conservarlos hasta su fallecimiento, después de que, algunos fueron publicados en diversas revistas de la época y, otros, permanecieron sin publicar, por lo que nos llegan inéditos, bien por voluntad expresa de su autor o por el rechazo de los editores.
Estos relatos fueron recientemente descubiertos y, algunos de ellos, fueron rechazados de demasiadas ocasiones por los editores que querían que su autor cambiara algunas cosas o, por el contrario, que suprimiera algunos párrafos, ante la negación sistemática de Fitzgerald que no aceptaba tales cambios a su obra que imponían quienes no aceptaban que el escritor intentara nuevos estilos y temas diferentes a los que le habían convertido en un escritor estrella, en los locos años veinte. Muchos de esos temas, como era frecuente en este autor, están inspirados en sus propias vivencias personales, como son los relatos Qué hacer, Ciclón en la tierra muda, o Pesadilla.
En muchos de estos relatos se encuentran un gran número de referencias cinematográficas que recuerdan la faceta de guionista de Fitzgerald. También, se encuentran en ellos todo un despliegue de los recursos narrativos que muestran al autor brillante, algunas veces satírico, su capacidad de agudeza como dialoguista en que se despliegan sus réplicas y contrarréplicas que muestran un ingenio destellante; sin olvidar su destreza narrativa para mostrar los tintes oscuros en temas como el de la locura que tanto conocía Fitzgerald de primera mano por la enfermedad mental de su esposa, Zelda; así como el desgarro del suicidio o la crueldad infinita de la guerra, y el tema sempiterno del amor y desamor.
Todos los claroscuros que ofrecen estos relatos desdibujaban la figura de un escritor de éxito y rodeado de glamur que no aceptaba el servilismo demandado por las editoriales. Nunca aceptó las imposiciones de los editores y lo pagó con el olvido de estos y el rechazo de sus escritos que no se ajustaban a la idea preconcebida de lo que Fitzgerald representaba para la gran masa de lectores.
Todos estos relatos ofrecen una sabia combinación de aparente calma en su superficie, aunque encierran siempre el punto de inflexión inesperado en el que la situación cambia de improviso para ofrecer una sorpresa que puede ser como un fogonazo que deslumbra o, por el contrario, sume al lector en la más absoluta oscuridad,
Se pueden encontrar en estos relatos, escritos desde 1920 hasta el año de su fallecimiento, 1940, personajes e historias de todo tipo: desde empresarios internados en un psiquiátrico, víctimas de un error atroz, hasta guionistas que devienen en vagabundos para hallar de la inspiración que los abandonó un día; desde hombres seductores que van dejando tras de sí un reguero de mujeres suicidas por su amor, hasta mujeres igualmente ricas que incapaces de encontrar el amor; chicos y chicas que se encuentran, enamoran y se desencuentran, en ese juego infinito del amor en todas sus variantes.
En todas estas narraciones la prosa de su autor se muestra, en su más absoluta desnudez, esa atmósfera en la que reina, unas veces, la más ácida ironía, en otras la crudeza exenta de toda concesión a la ternura, y en, muchas, esa mezcla de melancolía y desencanto que es el registro favorito de este escritor singular, brillante y ágil en su escritura, en la que volcaba muchos de sus demonios interiores.
Atrapado en un matrimonio desdichado que vivía oscilando entre el abismo del alcoholismo del escritor, y el infierno de la enfermedad mental de su esposa a la que nunca abandonó. Todos esos problemas personales, y el elevado costo material que le ocasionaban, fueron los que le llevaron a escribir para revistas unos relatos que no le satisfacían como autor, pero que les permitía cobrar por cada uno de ellos la enorme cantidad de 4.000 dólares de entonces que equivalen a más de 55.000 dólares actuales.
Fitzgerald fue el gran escritor que supo definir como ninguno el dolor, el sufrimiento de toda vida, la insatisfacción y amargura de la pérdida de la ilusión, del amor, de la belleza que se encontró un día en cualquier recodo y se perdió definitivamente. De la juventud que se extingue para siempre dejando a oscuras a quien aún vive recordando su luz, su exaltación y frenesí que aún resuena en la memoria de quien la vivió como el aleteo de un pájaro que se aleja en la distancia infinita,
El autor de El Gran Gatsby, el escritor que intentaba dar lo mejor de sí mismo como creador, se vio siempre sometido a la dura pugna entre la comercialidad y la calidad literaria, teniendo muchas veces que dejar que ganara la primera en sus escritos para poder tener una fuente de ingresos segura. La realidad de la vida enfrentada al arte. El desencanto y la amargura en contraposición a la vida rutilante que, tanto él como su esposa, habían conocido cuando era el escritor de moda y estrella mediática.
Todo ello se ofrece en estos relatos que parecen haber sido escritos especialmente para aquellos lectores que supieran comprenderlos y sentirse identificados en la figura de los perdedores, de los fracasados, de los que no quieren renunciar a sus sueños por mucho que cueste alcanzarlos. A todos ellos van dedicados estos relatos que nos muestran al gran escritor que fue Fitzgerald a pesar de todas las cortapisas que encontró en su camino, en su carta vida. pues murió con solo 44 años de un ataque al corazón-, la que le llevó desde el éxito y la gloria hasta la desdicha de toda derrota vital.
A fin de cuentas. Nuevo cuaderno de la vejez
A fin de cuentas. Nuevo cuaderno de la vejez
Aurelio Arteta
Taurus
Madrid, 2018, 272 pp.
Una reflexión lúcida y profunda sobre los últimos años de la existencia. Un libro sobre el amor a la vida y la aceptación serena de la muerte como punto y final de cada historia humana.
Ana Alejandre
De todos es sabido que la vejez es una etapa vital que es inevitable pasar, porque si no se llega a ella seria la peor alternativa. Por esa lógica obligatoriedad vital de llegar a la senectud, siempre es necesario reflexionar sobre ese tramo existencial para la que nadie, o casi nadie, se prepara adecuadamente, quizás por ese deseo inconsciente de no pensar en algo que, sabemos, está esperándonos, más o menos lejos, en el horizonte vital.
Para ayudarnos a pensar a todos, jóvenes y menos jóvenes, ancianos que han entrado ya en la vejez desde hace años o tienen el pie en el umbral de la senectud, el libro de Aurelio Arteta Aisa (Sangüesa, Navarra, 1945) A fi de cuentas. Nuevo cuaderno de la vejez establece un auténtico diálogo entre el autor y el lector sobre esos últimos años de vida de cualquier ser humano.
En la sociedad actual, desde las dos últimas guerras mundiales y a raíz de las grandes ideologías totalitarias (comunismo, nazismo, fascismo) que recalcaron el valor de la juventud y la infancia como edades puras a las que la cultura imperante aún no había maleado, sólo se piensa en la vejez sin la serena aceptación de siglos anteriores que la vivían como una etapa de reflexión sosiego y, por ello, siempre se la considera bajo el prisma de la decrepitud, la enfermedad y las carencias de todo tipo.
Ahora, todo aquello que representa la juventud tiene el marchamo de ser mejor, preferible y deseable por mirar al futuro, a lo que ha coadyuvado el narcisismo que se ha apoderado de esta sociedad de consumo, abocada a la búsqueda desaforada de diversión, de novedades, y siempre mirando hacia adelante en el tiempo. Por ello, se rechaza la vejez, pues en ella no hay más futuro que la muerte. La ancianidad es para este modelo de pensamiento el símbolo de lo caduco, lo decrépito, como ejemplo del pasado ya superado, y algo de lo que no se quiere hablar ni pensar en ello por ser deprimente. De ahí proviene este constante deseo de aparentar ser más joven por la imposibilidad de poder volver atrás, y se recurre a cualquier medio para volver a tener la apariencia de la juventud ya perdida para siempre (cirugía estética, sesiones de gimnasio, moda juvenil en edades avanzadas, et.,) todo ello en búsqueda de un aspecto que no corresponde a la edad real, esa que a todo coste se quiere olvidar, en una continua huida de la realidad, lo que es la prueba más evidente de la inmadurez de una sociedad en la que el único valor que prima es la juventud.
A dicha conversación a distancia, con el libro como mediador, asisten otros pensadores como son Montaigne, Spinoza, Schopenhauer, Leopardi, De Beauvoir y Canetti, entre otros, Aparecen citas inolvidables de los autores citados y otros muchos, profundas reflexiones del propio autor, recuerdos, retratos y otras cuestiones varias que convierten a esta obra en una especie de manual filosófico, pero siempre dentro de la amenidad, la claridad expositiva, que atrapa al lector y le invita a reflexionar sobre la propia actitud ante este tema para algunos desagradable o, para otros, indiferente por lejano y, para los menos, tan normal como cualquier otro aspecto relativo al ser humano.
Lo más destacable de este libro es la combinación perfecta que ofrece de amenidad, ingenio e ironía, pero sin dejar de lado el más absoluto rigor en la exposición, que habla de la condición de Arteta de Doctor en Filosofía y licenciado en Sociología, además de su experiencia en la docencia universitaria, pues ha sido Catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del País Vasco hasta su jubilación, acaecida en 2015. En su escritura se advierte la facilidad con que habla en la obra, dirigida a todo tipo de lectores, obviando todos aquellos términos relacionados con el lenguaje críptico de los filósofos, no apto para profanos, y en la que se nota la larga trayectoria de columnista, con sus artículos de opinión, en diversos periódicos de ámbito local y nacional.
Arteta no omite ninguno de los aspectos de la vejez: las enfermedades que provoca la edad, los achaques, la falta de medios económicos en la mayoría de los casos, la soledad y sus terribles secuelas, pero desdramatizando todos estos aspectos que forman parte del imaginario colectivo y se unen indefectiblemente a ese último tramo de la vida, al que la mayoría de los ciudadanos no encuentran nada positivo.
Si embargo, en esta obra su autor reflexiona sobre los aspectos gratificantes que encierra la ancianidad, desde una mayor libertad de acción, sin sujetarse a responsabilidades laborales algunas, mayor tiempo, por ende, para las actividades lúdicas para las que no se tenía tiempo años atrás como pueden ser leer, pasear, estar más tiempo con la familia y amigos, poder cultivar las diferentes aficiones, dedicar más atención a cuidar la propia salud y bienestar, y un largo etcétera, en el que no falta la referencia al humor en la vejez con que lo mira todo con mayor distanciamiento, con más experiencia y lucidez. Por otra parte, habla de la enorme vitalidad y entusiasmo de algunas personas, quienes viven la ancianidad como una etapa vital más, sin perder la curiosidad, los proyectos y el amor a la vida. Todos estos argumentos van desmontando toda la serie de prejuicios, de lugares comunes y, sobre todo, de miedo a la vejez.
En esta suma y resta de factores positivos y negativos, aparecen reflejados ambos, y aun admitiendo los aspectos más negativos de la vejez, que son el tributo que el ser humano, cada ser vivo, tiene que pagar por llegar a esos años en los que la luz, por fin, se enciende e ilumina el escenario vital, predominan los positivos a juicio de Arteta.
Así se hace evidente el contraste entre luces y sombras, se comprenden y aceptan los fallos, los fracasos y se admiten los aciertos; se valora todo lo que significaba felicidad, aunque no se diera cuenta en su momento el propio interesado. Todo lo oscuro y, también, lo luminoso conforma ese repaso final, esa mirada retrospectiva, sin olvidar ninguna faceta, alegre o triste, que conforman el retrato final de toda vida.
En A fin de cuentas, se encuentra la defensa de esa etapa vital a la que el autor considera que es la que convierte a quienes la viven en observadores de la vida, pero con la gran panorámica que da poder observar la propia existencia, desde esos años avanzados hasta el principio, y sacar las conclusiones correspondientes. Esa visión se hace otorgando, por ello, una mayor comprensión, sabiduría y serenidad a quien empieza a asumir y aprehender el hondo significado de su experiencia vital; de la trascendencia o la superficialidad de la actitud con la que se ha vivido, de la felicidad o del dolor que toda vida encierra, Del significado que tiene para cada ser humano ese examen en diferido, de contabilizar errores y aciertos, de hacer paces con el pasado del que ha nacido el presente, surge ese ajuste de cuentas con uno mismo y la propia vida, que es la idea que inspira el título de esta excelente obra.
Esta obra es, sobre todo, no un libro sobre la vejez y la decrepitud, sino una celebración de la vida, y también, la aceptación inevitable de la muerte, de esa otra cara de la moneda vida/muerte que es la que le da sentido a la existencia, valor y justificación. Pero todo ello, está impregnado de una evidente y necesaria carga de melancolía, de nostalgia, de todo lo que se pierde y nunca más se vuelve a recuperar, de todo aquello que la vida da y quita irremediablemente. Pero esa nostalgia es sólo una manifestación más del profundo amor a la vida que destila este libro que es una reflexión lúcida y profunda sobre la vejez, esa palabra tan temida por la mayoría, pero que son años que se pueden vivir con plenitud, serenidad, autoestima y respeto por quién se es ahora y quién se fue antes, en esos muchos años anteriores que son los que preparan la etapa final y le dan el poso necesario para que los últimos años sean fecundos y aporten un fruto de dignidad y respeto por quién se ha llegado a ser después de vivir muchos años.
Esto es A fin de cuentas, un gran libro que es recomendable leer a cualquier edad porque encierra mucha y profunda sabiduría y una mirada lúcida y serena sobre la edad dorada, esa a la que muchos temen porque olvidan que la cuestión principal no es alargar la vida, sino cómo vivirla, dándole sentido y no vivirla como un mal que se rechaza, o aceptarla con depresión al asumirla. Arteta afirma que no hay nada más rechazable que vivir una vejez sin sentido, sin más finalidad que la propia subsistencia biológica, sin intentar aprovechar esos años para vivirlos en plenitud, sabiendo lo que significan y la posibilidad que ofrecen de crecimiento personal, de enriquecimiento emocional e intelectual, y de reencuentro con uno mismo.
Esta obra continúa todo lo que exponía en su libro anterior A pesar de los pesares. Cuadernos de la vejez (2015), añadiéndole nuevos comentarios y experiencias y aclarando algunos conceptos. Tanto esta obra anterior como en la recién publicada tienen la misma cualidad de ser libros por los que discurre la vida, sin presentar problemas filosóficos e intelectuales, sino la verdad de un hombre que habla desde la sinceridad, en un autoexamen en el que hay mucho de aceptación de todas las dudas, incertidumbres y vacilaciones que corresponden a la edad en la que se apagan as luces exteriores pero se encienden las interiores que alumbran muchas zonas que permanecían a oscuras en el interior de cada ser humano.
Excelente obra, pues, que se resume en lo que e propio autor afirma en ella:” Solo desde el crepúsculo se adquiere una visión del día completo”. No hay mejor definición de la vejez, esa etapa final y definidora de toda vida
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