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Matar al ogro

Matar a Carrero: La conspiración, Jose Luís Cebrián, Plaza y Janñes

MATAR AL OGRO
José Luis Muñoz

El periodista Manuel Cerdán acaba de publicar Matar a Carrero: la conspiración, un libro sobre uno de los misterios sin dilucidar del tardofranquismo: el asesinato del delfín del Caudillo, el almirante Luis Carrero Blanco, golpe maestro del terrorismo etarra que dejó sin sucesión al régimen franquista y sobre el que, a día de hoy, existen multitud de dudas.
Carrero Blanco no gozaba de las simpatías de los miembros más aperturistas del régimen que lo consideraban un estorbo para los intentos de liberalización cuando el general Franco muriera. Carrero Blanco representaba el ala adura e inmovilista de un sistema político desfasado y autoritario que no tenía fácil encaje en la Europa democrática para las que España y Portugal eran dos antiguallas. Un escollo que los terroristas de ETA dinamitaron, aparentemente, con una impensable impunidad y facilidad que resultó siempre muy sospechosa.
Cómo, durante las semanas anteriores a la preparación de tan concienzudo atentado, las fuerzas de seguridad del estado fueron incapaces de detectar a un número considerable de etarras en la capital del estado, es una de las preguntas que todo el mundo se hizo. Cómo pudieron hacerse con una mina antitanque, un artilugio explosivo difícil de encontrar en el mercado y vinculado al ámbito exclusivamente militar, otra de las cuestiones. Argala, Wilson, Atxulo, Marquin, Josu y Zigor, los alias de los seis etarras del comando magnicida, alquilaron un piso en Claudio Coello y desde él excavaron un túnel. Las costumbres metódicas del almirante y su, aparente, confianza, jugaron en su contra. Carrero Blanco era piadoso y acudía siempre a la misma hora para asistir a misa en una iglesia, la de San Francisco de Borja, que estaba en el camino en donde los terroristas de ETA sepultaron la mina antitanque que elevó un buen número de metros el coche blindado de Carrero Blanco y lo hizo saltar por encima de los edificios próximos. La mina estalló en la confluencia de Claudio Coello con Maldonado y se llevó la vida de otras dos personas. Se consumaba la Operación Ogro, así bautizada por el aspecto físico del asesinado, y se cerraba con ese bombazo la sucesión de Franco.
De la autoría material no hay duda, pero sin lugar a dudas hubo quien actuó a la sombra, o no actuó, permitiendo el magnicidio. Si inconcebible resulta que las fuerzas de seguridad del estado no descubrieran a un comando que estuvo operando un buen número de días en Madrid, más chocante resulta que el responsable de ese sonado fracaso, como ministro de la Gobernación que era, Arias Navarro, fuera aupado al puesto que dejaba vacante Carrero Blanco. Se premiaba así un error garrafal de su departamento. Parece, por otra parte, bastante aceptado por los investigadores, que esa operación terrorista de envergadura, la mayor que ha llevado ETA en toda su triste historia de terror, era conocida por algunos servicios secretos, la CIA, entre otros, que se cuidaron mucho de informar al gobierno español de lo que sabían. Para la política norteamericana Carrero Blanco también era un estorbo, porque se oponía a la renovación de los acuerdos de las bases estadounidenses sobre suelo español, y veían con buenos ojos su eliminación, más si la hacían otros a los que sólo tenían que dejar actuar.
El misterio que rodeó ese asesinato, como el de casi todos los magnicidios de la historia, no se ha dilucidado y, como en una buena novela de misterio, la verdad de los hechos nunca llegará a conocerse con exactitud para alimentar todo tipo de especulaciones. Una confluencia de intereses, quizá no buscados, unos por activa, y otros por pasiva, mirando hacia otro lado, llevó a que Luis Carrero Blanco, hijo predilecto de Santoña, volara por los aires un 20 de diciembre. Años más tarde, un comando de marinos justicieros volaba, en venganza, el coche de Argala en Francia, el etarra liberado tras ser amnistiado, aplicando el ojo por ojo, diente por diente al que consideraron el autor material del magnicidio y jefe del comando asesino.
Mirándolo fríamente, con la perspectiva de la historia y el devenir de los años, este atentado, el que segó la vida de Carrero Blanco, allanó el camino a la democracia que emprendió Adolfo Suárez, aunque ésa seguramente no fuera la intención de la banda que siguió asesinando a mansalva durante el primer gobierno de la UCD con intención de desestabilizarla y provocar una involución, lo que estuvieron a punto de conseguir el 23F. Los involucionistas salieron derrotados del abortado golpe de estado, consecuencia positiva de la intentona que ha sostenido hasta su muerte el general Alfonso Armada, el elefante blanco invocado por el teniente coronel Tejero; los etarras tardaron muchos más años en correr la misma suerte. La Transición fue todo menos un camino de rosas.

*José Luis Muñoz es escritor. Sus últimas novelas son La invasión de los fotofóbicos (Atanor Ediciones, 2012), La doble vida (Suburbano Miami, 2013), El secreto del náufrago (Ediciones del Serbal, 2013) y Ciudad en llamas (Neverland, 2013)

 

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