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El hombre al que le brotaron unos cuernos

 

El asombroso caso del hombre al que le brotaron unos cuernos.

Paco López Mengual

A veces, no hace falta viajar para contemplar lugares históricos, basta con sentarte en el portal de tu casa y recrear los momentos de la historia que, a lo largo del tiempo, han pasado frente a ella. A veces, saco una silla y me siento en mi puerta a recordar. Ahora mi calle se llama Mayor, pero antes su nombre fue José Antonio Primo de Rivera; y, aún antes, Avenida 14 de Abril. Por ella, una noche primaveral del año 1931 pasó al rey Alfonso XIII y su comitiva. Eran las dos de la mañana y un barco esperaba al monarca en Cartagena para zarpar hacia un exilio del que nunca regresaría. También, en 1946, Franco y su retahíla de automóviles negros desfilaron ante mi balcón tras examinar la situación catastrófica originada por una crecida del Segura. Pero fue en el lejano abril de 1767 cuando pasó por mi puerta un señor, del que nunca supe su nombre, cuyo caso siempre me ha asombrado. Se trataba de la única persona de la que existe documentación científica de que le habían crecido unos cuernos en la frente.

El astado viajó desde Murcia, de donde era originario, hasta Madrid para ser tratado de su dolencia por el afamado doctor José Correa, un cirujano capaz de resolver de forma extraordinaria casos sorprendentes.

Cuenta en su informe el doctor Correa que cuando abrió la puerta de su gabinete médico en el barrio de La Latina para recibir al murciano, no notó nada especial: encontró a un hombre de 67 años, bien vestido, cubierto con un amplio sombrero y luciendo en el pecho la cruz que distingue a los caballeros de la Orden de Santiago. Pero cuando, tras pasar y sentarse en una silla, el paciente se desprendió del sombrero, el doctor quedó atónito. Su criada, tras santiguarse sin peder de vista las defensas que mostraba aquel señor en la cabeza, agarró un crucifijo que estaba colgado en la pared y lo interpuso entre ellos, al creer que se trataba de un endemoniado.

Los cuernos del murciano medían unos diez centímetros de longitud y presentaban una forma espiral, como la de los pequeños carneros. Tras haber visitado a varios facultativos, sin que ninguno de ellos se decidiese a amputar por el extremo riesgo de que el paciente muriese en la operación, su única esperanza para deshacerse de los adornos era la pericia del doctor Correa. Tras estudiar la frente del murciano durante días, de hacer pruebas y analizar los cuernos, el médico madrileño se decidió a amputar los salientes con una sierra con dientes especiales que mandó hacer.

El día de la intervención, ataron al caballero a una silla y, con la asistencia de otros dos cirujanos y la colaboración de dos vecinos (un barbero y un platero) que ayudaron a inmovilizar su cabeza, el doctor Correa serró de raíz las protuberancias. Al término de la operación, el paciente se asomó aliviado al espejo y sonrió al contemplarse como una persona nueva. De hecho, cuentan que fue ampliadamente generoso en el pago por los servicios del facultativo.

Yo, sentado en el portal de mi casa, lo imagino pasando feliz de vuelta a Murcia. Ahora, podría quitarse el sombrero cuando pasease por la Platería para saludar a las damas sin provocar risas ni comentarios desagradables.

En la capital de España, la noticia del asombroso caso del murciano y de la prodigiosa intervención quirúrgica del doctor Correa corrió como la pólvora, y fueron cientos los que se acercaron a la calle Cava Baja para conocer de su propia voz el asunto y contemplar los cuernos que guardaba en su gabinete.

Harto ya de recibir tantas visitas que entorpecían continuamente el desarrollo de su labor médica, Correa donó las astas al Real Gabinete de Ciencias –embrión de lo que hoy es el Museo Nacional de Ciencias Naturales-, junto a un detallado sumario del caso. Pero a lo largo del siglo XIX, la colección sufrió un exceso de traslados de sede y, en uno de ellos, junto a otras piezas de sumo valor científico, los cuernos del murciano desaparecieron, y sólo se conserva el informe. Lástima que hoy no podamos estudiar con los medios actuales la composición de los adornos ni que el documento hable de detalles que pudiesen orientarnos para desvelar el origen de aquellas dos maravillas: como si el paciente habría practicado ritos satánicos, si era casado o soltero, o si seguía alguna dieta alimenticia que le obligara a comer solo vegetales, como lo hacen las cabras, los ciervos y otros astados.

 

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