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El universo plural de Octavio Paz

 

El universo plural de Octavio Paz

Octavio Paz

La voz de Octavio Paz, eco nunca acallado, en el primer centenario de su nacimiento

Ana Alejandre

Desde que descubrí la obra de Octavio Paz hace más de veinte años y comencé a ser una lectora apasionada de la misma, sentí que había llegado a un universo literario, a una dimensión fundamental en la que la literatura, la filosofía, la sociología y la historia se daban la mano en la monumental, rica, profunda y deslumbrante obra octaviana, universo singular y único no sólo en la literatura mexicana y latinoamericana, sino uno de los más importantes y complejos de la literatura mundial.

Haría falta para poder entrar a bucear en su prodigiosa obra la visión lúcida de Cioran, o de Roger Caillois para poder definir todo el significado de la inmensa obra de Octavio Paz -esa casa de la presencia-, a pesar que desde su fallecimiento, hace ya dieciséis años, se han prodigado los estudios, comentarios y ensayos sobre esta figura y su excepcional significación en el mundo literario, tratando de encuadrar su obra en algún movimiento, estilo o tendencia; además de intentar definirlo o constreñirlo en una de sus muchas facetas como poeta -aunque son más bien pocos los que así le consideran-, los más, como ensayista y, algunos, le tachan de simple divulgador de la cultura mexicana y poeta de segunda fila. Todo ello en un alarde de cínica ignorancia, propia de quienes sólo conocen superficialmente su obra, su riqueza creativa que se derrama como el agua que rebasa el cauce y anega las sedientas tierras limítrofes, en un prolongado y vivificador baño de conocimiento, profundidad y belleza deslumbrante, de cuya fluyente vida aún nos llegan sus ecos cristalinos y sonoros que refrescan el árido panorama literario y cultural en el que los best-sellers dictados por la moda y los intereses editoriales se han convertido en iconos de una sociedad que adora la superficialidad y la banalidad más absolutas en literatura y en arte.

El universo literario y personal de Octavio Paz se nutrió de diversas fuentes tanto culturales como vivenciales, propias de un poeta y pensador que nació en 1914, en plena Revolución Mexicana, y vivió en el convulso siglo XX en el que se produjeron las dos grandes guerras mundiales, el horror del nazismo y el surgimiento del comunismo y su propagación por una gran parte del mundo y la aparición de las dictaduras militares, tanto en Latinoamérica como en otras latitudes. Todas estas cuestiones le marcaron profundamente en su larga trayectoria humana y literaria, y acompañaron en sus viajes y destinos a lo largo y ancho del mapa mundial. Por su irrenunciable defensa de lo que consideraba justo, manifestando lo que pensaba sin cortapisas ni componendas, le hizo ganar enemigos y detractores por doquier, sobre todo entre aquellos que, siendo incapaces de pensar por sí mismos y estar esclavizados por una sola idea, no admitían la libertad de pensamiento de todo intelectual sólo comprometido con la defensa de la verdad.

Una de sus preocupaciones esenciales fue la soledad del individuo, del hombre moderno, tanto del que vive apiñado en grandes ciudades como en parajes solitarios. Pero la soledad terrible no es la que provocan las multitudes entre las que el individuo se siente perdido e indefenso, sino la que nace de sentirse solo y aislado de unas creencias, de unas ideas que no comparte pero que son mayoritarias en la sociedad en la que vive. Las creencias religiosas de Paz se fueron debilitando con el tiempo en cuanto a lo que significa el dogma de cualquier religión, pero siguió inmerso en una profunda espiritualidad, aunque siempre ajena a todo tipo de teología. Las diversas teologías sólo le interesaron como manifestaciones evidentes del mundo de las ideas y de los sentimientos ante el enigma que representa para el hombre la posible existencia de un más allá que le atemoriza y, al mismo tiempo, le crea la esperanza de que todo no acaba en este mundo. Sin embargo, a pesar de ese interés hacia las distintas religiones, no por ello se vio abocado a creer, sino a pensar, a reflexionar sobre el fenómeno religioso que surge del deseo de inmortalidad del ser humano y su miedo a la muerte. Su escepticismo moderado, cercano al de Montaigne, nutrió su obra poética y filosófica, aunque no se le puede considerar un filósofo en el estricto sentido de la palabra, ni se sentía atraído por la historia de la filosofía ni por el lenguaje estrictamente filosófico, inextricable para los profanos. Sin embargo, en el discurso de Paz, a lo largo de toda su obra, se advierte un pensador, un hombre que reflexiona y busca incansablemente la verdad allá donde se encuentre, lo que es, en definitiva, la verdadera búsqueda de todo filósofo.

Ese sentido de la soledad fundamental humana ya aparecía reflejada en La tierra baldía (1922) de T.S. Eliot; aunque en esta obra la idea central se sustenta en que la historia humana pasa a constituir la esencia del poema, su idea generadora. Sin embargo, Paz, no estaba de acuerdo con Elliot y su respuesta al vacío existencial, ya que este último daba como válido remedio para llenar el vacío de los "hombres huecos" la solución del anglicanismo con un férreo carácter institucional. Por ello, Paz se acercó más a la respuesta poética que daba Proust en su heptalogía En busca del tiempo perdido, como única solución a la angustia existencial, porque esa respuesta no puede venir nunca desde ninguna creencia ni ideología, sino desde una obra que contiene ambas vertientes, la ética y la estética, a través de las que el ser humano puede llegar a vislumbrar débilmente esa otra parte de la realidad, la que es invisible a los sentidos, pero que se intuye que está ahí, en esa dimensión inaprensible y sólo intuida, esperando ser descubierta para darle un sentido pleno a este otro lado en el que el ser humano se siente irremediablemente perdido. Estas reflexiones le inspiran los poemas Calamidades y milagros (1937-1944) en los que muestra la terrible ausencia de Dios, su búsqueda constante y agónica por parte del hombre y la inevitable aceptación de que Dios siempre estará ausente de toda vida humana.

Ante esta situación de vacío y soledad del hombre, sólo caben dos caminos o vías no siempre compatibles: la primera es que si el hombre no puede hallar a Dios y habla consigo mismo, el hombre debe hablar con los otros hombres, es decir con la historia que han fraguado éstos y que no sólo es el pasado, sino el presente que deviene de aquel. La segunda vía es la creación de una poética en la que la imaginación se convierte en piedra angular de lo sagrado, pero no a la inversa, lo que aparece reflejado en su magna obra Piedra de sol. Si para Elliot la poesía no fue nunca la solución al vacío existencial -lo que hubiera constituido una herejía-, para Paz, aunque no era la respuesta definitiva, la poesía sí representaba una experiencia reveladora que servía de puente válido entre la realidad y los mundos sutiles e invisibles.

Otra clave en la obra de Paz es el amor hacia la naturaleza, hacia la que manifestó siempre un sentido de hermandad con todas las criaturas como afirma en su poema "Hermandad" del poemario Árbol adentro (1987), en el que proclama que todo ser vivo forma parte de ese conjunto de signos que es el Universo y quien debe leerlo, interpretarlo, no es un Dios inimaginable, sino el tiempo que nos recrea y nos destruye simultáneamente. "Ser tiempo es la condena, nuestra pena es la historia" como dijo en Pasado claro (1974), y ese tiempo nos obliga a deshacernos y a rehacernos constantemente en el presente, pero de la única forma que puede adoptar el ser en la obra octaviana y que se manifiesta en el deseo, es decir, en el hecho de querer ser, no en el hecho existencial en sí mismo.

Paz fue siempre una figura solitaria a pesar de tener innumerables amigos en todo el mundo. Su amor por la naturaleza no le impidió vivir siempre en ciudades populosas, en contacto con la vida de la calle, de las vicisitudes del ser humano atrapado en el caos de la sociedad moderna, entre el tráfago de coches, contaminación y ruido, a pesar del horror que sentía por las grandes ciudades del mundo a las que conocía bien en su continuo trasiego de un país a otro.

Además de su labor diplomática, siempre se sintió atraído por la política por influencias familiares, pues su padre y abuelo estuvieron siempre relacionados con los avatares políticos mexicanos. Aunque se acercó en un principio al mundo comunista, se desengañó pronto de esa ideología, a pesar de que asistió en Valencia al Encuentro de Escritores Antifascistas, en 1937. Posteriormente, en 1947, denunció los abusos y atrocidades de los campos de concentración soviéticos. También participó activamente en la lucha por la democracia, aunque nunca aceptó que ésta fuera un bien absoluto, sino la única posibilidad de que el ciudadano pueda defender legítimamente sus derechos y dignidad de los abusos del poder instituido.

El desengaño de los ideales comunistas, le hizo comprender que esta ideología entroniza a un nuevo dios que sustituye al de los creyentes, y en este caso ese dios omnipotente es el propio Partido que tiene derecho sobre vidas y bienes, por lo que representa el error de todas las ideologías modernas, ya que demuestra que la historia es la pena, no la solución, porque no da nunca respuestas válidas a las preguntas esenciales que se hace la Humanidad desde sus inicios. Si Paz siempre fue crítico con todo monoteísmo (cristiano, judaico o islámico), lo fue más aún con el marxismo, con el que tuvo un continuo enfrentamiento dialéctico, pues notaba que éste representaba la misma imagen de fanática intolerancia que las religiones monoteístas. Buen conocedor de la India y sus creencias, tampoco aceptaba ni creía en la tolerancia hindú, porque le repugnaba la exclusión social y el rechazo de los parias.

Por eso la historia, por su incapacidad para dar respuestas válidas para el ser humano, es rechazada por Paz por ineficaz, y de ahí proviene su rechazo a la tradición hegeliana, ya que aunque acepta que los seres humanos somos seres históricos, sin embargo, niega que seamos sólo historia. Por eso, la unión de democracia y socialismo en las sociedades actuales le parece también un proyecto fallido desde su inicio, ya que la historia es tiempo sucesivo y lineal. Contra esa magnitud temporal fluyente combate la poesía en su intención de retorno, de volver a ser pero de forma diferente, como algo nuevo que se renueva constantemente, ya que, según Paz, no existe la Obra en concreto, sino obras, al igual que no puede existir una sola respuesta, sino múltiples respuestas que tratan de explicar lo indefinible de la existencia, llenar su vacío de significado. Y esta dimensión temporal de la que vuelve y retorna convertida la obra en otra cosa siendo la misma, la explica como la esencia de la dimensión cíclica de la poesía o de lo meramente espiritual, lo cual viene a ser la pureza genuina de la poesía que contradice la historia. Por eso, se aleja de la llamada poesía social que intenta convertir a la poesía en una categoría histórica. Aunque también, y a pesar de su aproximación al simbolismo en una cierta etapa, se sintió muy lejos de Mallarmé y de la tradición simbolista, porque ésta expulsó a la historia. Paz admite que la historia es nuestra pena, pero la reivindica como el espacio donde podemos hablar con los otros y en el que podemos lograr nuestra libertad o crear nuestra propia cárcel.
Una de sus mayores preocupaciones era el vacío que en Occidente había creado la desaparición de la metafísica y, por ende, la resurrección maléfica de las ideologías que intentaban ocupar su lugar. Paz buscó, por ello, en la poesía y el erotismo un sentido ético y una percepción de este mundo, ya que no del otro; no una concepción del Uno, sino la percepción consciente aunque confusa del Dos, en cuanto se refiere a la pareja en el espacio amoroso, y de la otredad múltiple presente en las innumerables presencias que la encarnan.

Estas reflexiones le inspiraron una de sus obras fundamentales El laberinto de la soledad (1950), ensayo que retrata de forma singular la sociedad mexicana y la idiosincrasia de sus habitantes y como respuesta a la dimensión ahistórica tanto del nacionalismo como del relativismo histórico, pues venía a decir que la historia de México es contemporánea de todos los hombres y por ese motivo puede hablar con los otros pueblos, mirar en el espejo de la otredad esa imagen que nos recuerda siempre a otros cuando sólo es nuestro propio reflejo. Fue contrario al nacionalismo y al resurgir de este fenómeno al que considera ahistórico, porque todo nacionalista fanático niega su contemporaneidad y semejanza con los otros hombres sólo por su identidad étnica exclusiva y excluyente.

La obra de Paz en su conjunto, pero especialmente su poesía, se podría considerar plena de un rico caudal de belleza lírica que transforma la realidad y la dota de un nuevo sentido que el poeta le otorga a las palabras como artífices de su mundo poético en el que no sólo se encuentra la belleza honda de sus versos, sino un mundo rico de resonancias en las que se encuentran fundidas las voces de otros mundos, de éste y del otro lado de la realidad, en un diálogo constante y fructífero entre el "yo" y el "otro", propio de un poeta que a su personal universo de creación supo aunar otros muchos a los que sirvió de eco, nunca acallado y siempre sonoro, con su voz que fluye como un manantial siempre inagotable en el caudaloso cauce de la historia.

 

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