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Crítica literaria por Ana Alejandre

 

Vivir para contarla (memorias)

Vivir para contarla Gabriel García Vázquez Mondadori 2014, 576 págs.

Vivir para contarla
Gabriel García Vázquez
Mondadori
2014, 576 págs.

Ana Alejandre

Toda autobiografía siempre corre el peligro de convertirse en una obra de ficción, porque la memoria gasta malas pasadas y tiende a suavizar los tonos negros, dándoles una mayor claridad, suavizando perfiles y matizando contrastes. Todo está bien en una obra de ficción, pero no cuando se trata de escribir la propia biografía, porque la verdad desnuda debe primar sobre la imaginada, aunque siempre la memoria y la imaginación en el caso de los escritores son hermanas inseparables y van siempre de la mano.

En el caso de Gabriel García Márquez, sus memorias o autobiografía -ambos géneros son una misma cosa-, recrea su vida, sus vivencias para tomar una nueva naturaleza en forma de novela en la que el genial escritor va hilvanando todos los claroscuros de su vida, sus presencias y ausencias, la alegría y el dolor, lo soñado y lo sentido, la memoria y el olvido.

Todos estos elementos están presentes en esta obra que de no ser por la maestría narrativa de su autor, de su protagonista, sería una mera relación de hechos sin más atractivo. Sin embargo, el talento de García Márquez aflora en cada página de esta obra memorable, haciendo creíble, comprensible y emocionando no sólo lo narrado que en su día vivió, sino también lo que tal vez acaeciera y queda, por ello, en ese nimbo entre luces y sombras.

En esta obra, García Márquez demuestra lo que en realidad era: un escritor apasionado por la literatura, por las narraciones que escribía, que vivía siempre con la más absoluta intensidad, más aún que la propia vida, aunque su pasión desbordante y vehemente es como un río caudaloso que discurre por su vida y obra, de tal manera que en esos territorios en los que los límites de la realidad y la ficción se atenúan en la memoria y en el tiempo, sabe siempre perfilar y distinguir entre lo vivido y lo soñado, en los que aflora siempre la huella indeleble de la melancolía pero sin rastro de nostalgia. Recuerda lo vivido con emoción, pero aceptando el devenir del tiempo, la fugacidad de todo, y lo irrecuperable de lo que ha sido fagocitado por el tiempo y por ello no cabe nostalgia alguna, porque no hay posibilidad de vuelta atrás, pero sin dejar por ello de tamizarlo todo con una evidente, tierna y constante ironía.

Esas dos notas de ironía y melancolía abarca toda la obra, y sobre ellas se sustenta Vivir para contarla. Comienza describiendo su vuelta a Aracataca, lugar donde nació, junto a su madre, cuando sólo tenía Gabo 23 años, para vender la casa familiar. Son sólo dos días, entre un sábado de febrero de 1952, hasta su primer viaje a Europa en julio de 1955, como periodista. Esta anécdota real le sirve de disculpa para recrear a su alrededor todas las otras pérdidas no siempre materiales, además de la recuperación visual de paisajes ya abandonados y que tuvieron una gran importancia en su infancia, los recuerdos que suscita todo aquello que ve en ese regreso a un lugar que aún permanece en su memoria de forma indeleble, y que le traen de nuevo los olores -el olfato para García Márquez es el sentido que tiene un mayor poder de evocación que ningún otro- de ese mundo del que antes formaba parte y que ahora se va alejando en el tiempo, a la par que le trae a la memoria presencias ya perdidas que habitan en su recuerdo pero que son igualmente irrecuperables que los años allí vividos. Todos esos elementos recuperados le van ayudando a que vayan surgiendo de su memoria de nuevo perfiles, contornos, rostros, olores, paisajes, hechos y vivencias que sabe narrar con la maestría de un escritor que es el más cervantino de los escritores en lengua española del siglo XX, por lo que la narración de estas memorias se convierte en una nueva muestra de su prosa deslumbrante y de su prodigiosa pericia para convertir lo vivido y soñado en un ejercicio literario que deslumbra, emociona y subyuga como sólo pueden hacerlo las obras maestras de la literatura.

Si la psicología enseña que la verdad no es lo que sucedió, sino cómo la sentimos y vivimos, para García Márquez ese viaje con el que inicia la obra es un viaje iniciático, una vuelta hacia sí mismo, su pasado, que le sirvió de oportunidad de excavación en las ruinas de su memoria, esa que el tiempo va cubriendo de una espesa capa de olvido, cenizas de la propia existencia ya vivida. Las vivencias, los recuerdos al revivirlos puede ser que no sean acordes con la realidad vivida, pero es esa sutil variación que la memoria le otorga la que hace de argamasa para ir reconstruyendo esos recuerdos con nuevos materiales añadidos por la imaginación y la capacidad de autoengaño que todos los seres humanos tenemos,

Vivir para contarla es una autobiografía que se convierte en una lectura apasionante y en una experiencia lúdica, porque en ella el lector encontrará personas reales, -abuelos, tíos, amigos y conocidos, todos ellos ya perdidos para siempre-, personajes de sus obras, hechos, lugares, que se entremezclan entre sí como una crónica fascinante de esa Colombia rural que García Márquez conoció, gozó y sufrió a partes iguales.

Las conversaciones que se van desgranando en toda la obra y que cuentas las historias que discurren por toda la obra, sirven también de recurso para que el escritor ofrezca sus íntimas confesiones, lo que piensa y siente: afirma que la realidad siempre es mejor que la nostalgia, pero también que la ficción es mejor que la nostalgia

Todo ello escrito con un lenguaje en el que aparecen metáforas siempre oportunas, juegos de palabras, y todos los recursos que el propio lenguaje literario ofrece al escritor para ayudarle a construir ese mundo recreado en el recuerdo cuando se dispone a escribir sus memorias, pero sin dejar de lado su fantasía inagotable y su extraordinaria capacidad creativa para con todos esos elementos configurar un mundo que fascina al lector desde el primer momento de la lectura de esta obra.

En 1998, cuando presento el primer capítulo de esta obra, el propio autor anunció dos volúmenes más que hasta ahora no han visto la luz. García Márquez afirmó que esta obra de memorias iba a ser su mejor obra de ficción, la gran novela que siempre quiso escribir.

Vivir para contarla demuestra que este escritor sólo vivió para contar y contaba para vivir. La pasión por narrar era su vida y a ello la dedicó de forma apasionada y vehemente.

 

Un hombre enamorado. (memorias noveladas)

Un hombre enamorado. Mi lucha. Tomo II. 
Karl Ove Knausgård 
Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.
Anagrama.
Barcelona, 2014. 629 páginas

Ana Alejandre

En este segundo volumen de las memorias noveladas de Karl Ove Knausgård, el escritor noruego nos cuenta su vida cotidiana de forma minuciosa, sincera y prolija, convirtiéndose así en el protagonista y personaje de una trilogía, con 4.000 páginas en total, de la que será, sin duda, la obra de su vida, dicho esto sin ironía.

Si en el primer tomo, La muerte del padre (publicado en castellano en 2012), narra la lucha que mantuvo contra su padre alcoholizado y fallecido en 1998, en este segundo volumen que lleva un título que ya anuncia su contenido Un hombre enamorado, relata el final de su primer matrimonio, su posterior salida de Noruega, la aparición en su vida de su segunda mujer y el nacimiento de sus hijos. Todo ello, desde la perspectiva de un hombre ya maduro que ha dejado de vivir la ansiedad y problemas de ser hijo, para pasar a la nueva situación también problemática de ser padre.

Cualquier lector se preguntaría qué le puede importar saber las peripecias cotidianas y normales de este autor que serán como las de cualquier otro ciudadano que se dedique a cualquier otra actividad. Los detalles cotidianos de cualquier vida aburren a quienes no forman parte integrante de la misma, porque los detalles nimios de qué comió, dónde ha ido, o la última travesura de alguno de sus hijos pueden resultar baladíes y aburridos. Sin embargo, esta cotidianidad cuando está escrita con la pulsión narrativa de su autor, propia de un escritor ya avezado, que en mitad de una descripción de un detalle cualquiera, todo ello dicho con laconismo y sin mayores pretensiones que realizar una crónica de los hechos sin más emotividad, y cayendo en todos los tópicos habituales y adjetivos al uso que no parecen revestir interés alguno para el lector, de pronto, como un fogonazo, irrumpe en la narración la evocación del pasado a través de los olores, de los colores que matiza la luz reinante, la sensaciones que despierta en el autor algo que antes parecía trivial y deja de serlo, porque esa cascada de sensaciones, de matices, de recuerdos que despiertan en él, inunda al lector que se ve envuelto y se siente también parte integrante de esa narración que despierta en su ánimo, también, la tensión emocional de quien se siente aludido por unas sensaciones ajenas, pero que le envuelven porque en ellas se reconoce, se agudizan sus recuerdos personales a través de unos hechos que nada le incumben, pero sí le afectan como si le hicieran recordar sensaciones y vivencias propias.

Ese es el gran poder y la gran magia de la buena literatura. La vida que discurre en ella, sus personajes pasan así a convertirse en una parte del imaginario personal del lector, porque llegan a formar parte integrante de su propia vida. Entre el gran amasijo de detalles anodinos, de hechos irreverentes, aparece de pronto la catarsis que supone toda revelación y en este caso no es otra que la vida que va describiendo Knausgård, la suya propia, es la vida de todos, en una palabra, está describiendo la vida humana y lo que tiene de común para todos: de gozo y de sufrimiento, de fracaso y de triunfo, de amor y desamor, de pérdida y de descubrimiento.

En esta biografía novelada se encuentra el gran misterio que sólo la buena literatura puede ofrecer: convertir unos hechos reales, cotidianos, mínimos en su importancia e intrascendente, en el mármol donde esculpir la vida de su autor, dándole consistencia, materia, densidad y, sobre todo, significado perdurable. El mismo significado de prodigio, de misterio y de revelación que trae consigo el gran desfile de los días, meses y años, magnitud temporal que cuantifica una vida, y le da sentido, justificación y valor.

 

Amado mio, Pier Paolo Pasolini

Amado mío
Pier Paolo Pasolini
Seix Barral,
Barcelona, 2014, 256 pp.

Ana Alejandre

El año próximo, se cumplirá el 40 aniversario de la muerte de Pier Paolo Pasolini, ocurrida el 2 de noviembre de 1975 en una playa de Ostia, cuando por buscar compañia, terminó acompañado por un joven de 17 años que se declaró autor de su asesinato, sin que se sepa bien cuáles fueron los verdaderos autores de su muerte, los motivos, y si fue una venganza política, un crimen de Estado, o un ajuste de cuentas entre homosexuales.

Por este próximo aniversario, la editorial Seix Barral conmemora dicha efeméride publicando dos textos de su autoría: Amado mío y Actos impuros que escribió entre 1946 y 1948, en plena juventud. Como no podría ser de otra manera tratándose de Pasolini, estas obras son una clara exposición y alegato del amor o eros homosexual, pero sin que falte en ningún momento la confesión de Pasolini de que vivió y sintió la homosexualidad como una cadena perpetua, según manifestaba en unos momentos; otras, como una pena impuesta, o como pecado, en ocasiones, pero sin dejar por ello de asumirla y vivirla con un innegable fondo de alegría que subyacía y afloraba en momentos en que el gozo de vivir el eros homosexual le compensaba de todos los miedos, el sentimiento de culpa o la propia pena. Pero esa íntima alegría, no era tanto por la propia emoción erótica, como por la vivencia última de la pasión que sólo puede nacer de la más absoluta belleza, belleza que era imprescindible y necesaria para poder vivir y sentirse vivo.

Estas dos narraciones autobiográficas sólo se publicaron después de la muerte de Pasolini -cuyo asesinato aún no está claro-, y después de las pertinentes autorizaciones de sus herederos,y muestran el rostro más íntimo, la verdad personal de un hombre que, como tantos otros personajes famosos, vivían una vida de cara a la sociedad y otra, muy distinta, en la intimidad. El trabajo filológico de Concetta d'Angelo ha sido fundamental para que la publicación póstuma de estos dos textos vieran la luz, 1982.

El inicio de Amado mío, titulo de la obra, comienza con el texto de Actos impuros, parte que muestra su lado más oscuro y secreto, cuyas primeras líneas demuestran la naturaleza íntimamente confesional de esta obra:

"I
30 de mayo de 1946Es el aniversario de una semana desgarradora. Hace un año, por estos días, estuve a punto de llevar a cabo ese gesto que involuntariamente se me presenta a la imaginación cuando pienso en mi pecado: el gesto de mi mano
alzándose armada contra mí. Me vuelvo a ver echado en la cama, con el rostro vuelto hacia la pared..."

La acción transcurre en el localidad natal de la madre de Pasolini, Casarsa (Friuli), lugar al que considera su única "patria", en el sentido coloquial de ese vocablo, ya que su familia se trasladaba continuamente de ciudad, lo que le provocaba la normal inestabilidad. Ese pueblo siempre representaría para el autor una tierra en la que la Naturaleza marcaba el ritmo de las horas, en una vida rural, simple y auténtica que le enamoró, y por ello empezó a escribir en friulano por una doble razón: amor y respeto a ese dialecto materno, por un lado; y, por el otro, como un primer gesto provocador contra el fascismo imperante que prohibía todo dialecto y exigía el italiano como único idioma nacional.

En esa Arcadia feliz, descubrió la sexualidad a la corta edad de trece años, aunque su llamada hacia una determinada forma de vivirla la había sentido desde muy pronto, como así confiesa en esta obra.

Pasolini está considerado como uno de los más grandes artistas del siglo XX y su obra conoció muchas de las facetas del arte: literatura, cine, pintura, poesía etc., También tuvo veleidades políticas, por lo que fue militante del partido comunista, por lo que en 1943 escapó de un campo de prisioneros y se refugió en Friuli, la tierra materna, y de allí marchó a Roma en 1950. Escribió poemas, ensayos y narraciones, siempre influido por el pensamiento del pensador italiano Antonio Gramsci. Por ello, criticaba ferozmente a la sociedad de su tiempo, a los valores puramente mercantilistas que defendía y que la convertía en una sociedad aburguesada y sin más horizontes que el consumo desaforado.

Todas estas experiencias, aficiones y su amor apasionado por los muchachos, miembros de ese "lumpenproletariado" romano que siempre aparecían en sus películas, le inspiraron estas dos narraciones que están escritas con lucidez y sinceridad, pero con el desgarro y fuerza de quien quiere mostrar cómo es, cómo siente y cómo piensa, sin mayores cortapisas ni freno que la sociedad de su época le ponía como traba para poder hacer un ejercicio de sinceridad tan subyugante y deslumbrador. No quiso que se publicaran en vida estas dos obras íntimamente relacionadas, porque sabía que eran excesivas para la sociedad de entonces, pero tampoco le importaba escandalizar después de muerto, porque defendía el derecho a escandalizar y también el placer de ser escandalizado.

El estilo narrativo de esta obra está sustentado en una armazón en la que va exponiendo sus propias confesiones, a modo de diario de un desertor durante el inicio de la II Guerra Mundial, que se esconde en casa de su madre, pero utilizando el recurso narrativo de escribir, algunas veces, en primera persona, más cercana e íntima, alternándola con la tercera persona, con lo que consigue un mayor distanciamiento en la narración.

Va describiendo su pasión por el joven Nisiuti, además del descubrimiento de su sexualidad, pero siempre bajo el temor a ser descubierto, aunque sin dejar de sentir el deseo apremiante de vivir esa homosexualidad recién descubierta con el adolescente, puro e inocente, al que cree haber corrompido. Esta historia real, fue la causante de que en 1949 fuera acusado Pasolini de corruptor de menores, primer juicio por esa causa a la que siguieron otros muchos -hasta 33-, que le perseguirían de por vida, marcándole indeleblemente.

Aunque nunca había denuncias por parte de los padres de los menores implicados, pero su propia condición de intelectual, comunista y anticlerical le hacía ser blanco de todas las miradas y críticas, por lo que fue expulsado del PCI y también del instituto en el que daba clases. Sus relaciones personales también se vieron afectadas como le sucedió con su madre, aunque siempre contó con su apoyo, lo que le ayudaba emocionalmente en su mala relación con su padre, militar, duro y violento y de ideología fascista. Fue entonces, cuando acaeció ese primer juicio, cuando tomó la decisión de marchar a Roma, aunque regresó de vacaciones a esa tierra prometida donde conoció la felicidad al lado del joven Nisuiti, con el que vivió días de plenitud y de goce de un verano en el que la vida le ofrecía todos sus dones. La marcha al final de las vacaciones y la promesa de un regreso al año siguiente, finaliza ese período feliz.

Para muchos lectores, a pesar de estar en una sociedad en la que la homosexualidad tiene ya carta de naturaleza y a nadie parece escandalizar, las palabras de estos dos textos de Pasolini, serán como una sacudida no sólo emocional, sino también literaria. Lo mismo que en sus películas, Pasolini retrataba la realidad con los ojos lúcidos de un verdadero artista, en estos textos alcanza una altura estética inigualable, cuando describe cada sentimiento, cada momento vivido y recreado con su pluma con la finura y la hondura poética de un poeta, pero con la cruda realidad de un artista consumado que primero disecciona un cuerpo para conocer sus entresijos y después esculpe con palabras acertadas y siempre apasionadas y sinceras en la fría y dura superficie de una realidad social que le rechazaba en su condición de homosexual, pero le aplaudía en el de escritor y cineasta, como si se tratara de un monstruo de dos cabezas que no tuvieran nada que ver la una con la otra. Siempre fue motivo de escándalo, porque su voz crítica contra las injusticias era el aldabonazo que despertaba conciencia y también ira y persecución.

 

Las veladas ultraístas (estudio poético)

Las veladas ultraístas José Antonio Sarmiento Universidad de Castilla-La Mancha Cuenca, 2013, 222 páginas

Las veladas ultraístas
José Antonio Sarmiento
Universidad de Castilla-La Mancha
Cuenca, 2013, 222 páginas

Ana Alejandre

En esta interesantísima recopilación de los textos leídos en las tres veladas ultraístas (Ateneo de Sevilla, 2 de mayo de 1919; Parisiana, Madrid, 28 de enero de 1921, y Ateneo de Madrid, 30 de abril del mismo año), ofreciéndolos a la par con las numerosas críticas y opiniones que ofreció la prensa española de aquellos convulsos años sobre dichas lecturas, y acompañados de un riguroso prólogo en el que su autor ofrece una completa genealogía del ultraísmo y analiza su evidente relación con el futurismo, el cubismo y el dadaísmo, corrientes imperantes en esos años en Europa.

El ultraísmo, como movimiento poético de vanguardia, surgió en las tertulias que inició Rafael Cansinos-Assens en el café Colonial de Madrid, a finales de 1918, como respuesta y reacción al indudable hastío que provocaba en ciertos poetas el indudable amaneramiento de los poetas modernistas que seguían la corriente que había introducido Rubén Darío en el país. Influyó también en su aparición el poeta chileno Vicente Huidobro y su defensa del llamado "creacionismo".

No hay que olvidar que ha sido el más destacable movimiento de la vanguardia artística española y que ha sido postergado dentro de la historia de la literatura de nuestro país, por la escasez de obras que dicho movimiento produjo y que le hizo quedar en un minúsculo lugar dentro de la historia de la literatura española, ya que el tiempo del "modernismo" está dividido y compartimentado en segmentos demasiado pequeños y aislados uno de otros y, por tanto, sin formar una visión general de la importancia que tuvieron cada uno de ellos en relación con los demás y en conjunto.

El ultraísmo tuvo una gran difusión a través de varias revistas como fueron Grecia, Cervantes, Los Quijotes, Ultra, Horizonte, Vértice, Cosmópolis, entre otras. Los escritores como Juan Ramón Jiménez y Ramón Gómez de la Serna, así como Jorge Luís Borges -quien después renegó de su adhesión a dicho movimiento en sus comienzos-, se pueden considerar algunos de sus más importantes antecedentes o precursores de lo que llegaría a ser denominado "ultraísmo".

Las características esenciales de este movimiento son: supresión de nexos innecesarios; la búsqueda desde la "imagen refleja o simple" hacia la "imagen múltiple", lo cual provoca una mayor unión entre poesía y música, según comentario de Gerardo Diego; además de utilizar el recurso plástico de la disposición tipográfica y textual, siguiendo la idea original de los caligramas de Apollinaire.

Entre los poetas ultraístas más destacados se cuentan nombres como Juan Larrea, Pedro Garfias, Eugenio Montes, Adriano del Valle, Rafael Lasso de la Vega, José Rivas Panedas, Isaac del Vando-Villar, entre otros muchos.

Este movimiento ase eclipsó a partir de la desaparición de la revista Ultra, en 1922. Dámaso Alonso, a pesar de su feroz crítica de dicho movimiento, afirmaba que el ultraísmo era necesario para poder comprender la poesía posterior a éste movimiento una vez desaparecido.

Esta obra que sirve de objeto a este comentario es importante, pues, para volver a explorar el ultraísmo con una mirada más abierta y menos restrictiva de la que ha recibido siempre a lo largo de la historia de la literatura española, la que permitirá al lector a conocer mejor este movimiento poético tan poco conocido e injustamente valorado en su importancia, ya que abrió nuevas posibilidades a la literatura española posterior.

 

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