Edición nš 7 - Abril/Junio de 2009
Poemas de José María Gómez
El libro y la sombra / poemas de José María Gómez Gómez; ilustrado por Fidel María Puebla . Toledo : DB Comunicación, 2006
El Soñador
Yo os hice de planetas y de días,
del entregado amor de las doncellas.
Yo dibujé el poniente y las estrellas,
tracé las rosas y las melodías.
Yo di a Shakespeare la gloria y los gusanos.
Yo di la lluvia al inocente lirio.
Borré del tiempo al persa y al asirio.
Maté a los mártires y a los gusanos.
Yo soy el responsable, el fatal dueño
de vuestros actos, del jazmín y el lodo.
Y soy vosotros. Lo ha soñado todo.
Y soy yo mismo mi infinito sueño.
Ahora el tiempo y el hombre que lo puebla.
Después la dispersión y la tiniebla.
Gnoseología
No sé quién soy. En esta quieta esfera
vertiginosa que es el universo
todos los versos son el mismo verso
y todas las palabras la primera.
En este fiel retorno soy el dueño
de un dolor que ya ha sido antes escrito.
Se confunden los mitos y mi mito,
un aluvión de sueños y mi sueños.
Todo lo que ha pasado en mí confluye.
Todo lo que seré y lo que he soñado
ha sido, es y será del otro lado
de este río que eternamente fluye.
Vuelve el mañana y el ayer y el hoy.
Vuelve el mañana... Y no sabré quién soy.
Yegua de la noche
Me busca en los rincones de mi alcoba,
suena en la soledad de mi escritorio
este aciago cuadrúpedo notorio,
esta tumultuosa y terca loba.
Viene de la lejana pesadumbre
que roe los enigmas de Proteo.
Es Sísifo que rueda de la cumbre,
el buitre que devora a Prometeo.
Está en las sombras que ha soñado el Griego,
en libros infinitos, en las rosas,
en las frágiles formas sigilosas
del ser, la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Hurga en mis labios, bebe de mis ojos.
Sólo soy su ceniza y sus despojos.
Alguien
He escuchado otra vez estas pisadas.
Conozco estas cadencias insidiosas
que se acercan y huyen misteriosas
en los ocasos y en las madrugadas.
De pronto se detienen. Yo vigilo.
Sospecho algo siniestro. Las paredes
me observan con inédito sigilo.
Retumba la penumbra. Siento redes
fatales, asfixiantes telarañas
que entretejen las sombras en acecho.
Surge la angustia. Hoy suenan más extrañas.
Crece el estruendo. Va a estallarme el pecho.
Al fin. Se acercan. Golpes en la puerta.
¿Quién podrá ser? La calle está desierta.
Anagnórisis
Alguien puso en mi mano la quijada.
No lo entendí. En el rojo mediodía
un dictamen sacrílego me urgía.
De pronto vi la tierra ensangrentada.
Eran las guerras y las dispersiones
del átomo, la hoguera y el verdugo,
la ciega flecha y el postrado yugo,
la larga serie de devastaciones.
Me alarmó que un pretérito proceso
de crímenes poblara mi memoria.
No había empezado (era el primer suceso
de la trama) y ya vi toda la historia.
Ahora alcanzo la clave de mi nombre.
Sé que maté a mi hermano. Soy el hombre.
El castillo
¿Quién ha trazado el invisible plano,
el ciego espacio de hostigosa hiedra
y el álgebra infinita de la piedra?
¿Qué Mente cruel, qué despiadada Mano?
Ante nosotros se abren las prolijas
galerías, los vastos corredores,
falsos peldaños y devoradores
pasillos que se estrechan. No hay rendijas.
No hay puerta ni guardián. En el perfecto
centro la silenciosa Hidra te espera.
No tiene copia la rotunda esfera.
En vano buscarás el Arquitecto.
No está, No te atormentes. Sólo existe
el laberinto inútil que ya viste.
La máscara de oro
Rescatada de un mágico tesoro,
fantástica y real, duerme en su hueca
soledad de metal la ciega mueca
de una desierta máscara de oro.
Ni el tiempo, ni los mares, ni la espada
han mordido el espectro sorprendente.
Preguntarás en vano por la ajada
sonrisa del guerrero. Inútilmente
buscarás en la forma repetida
las atroces facciones del Atrida.
En el profundo espejo de la historia
el verdadero rostro se ha borrado.
Sólo queda este molde desolado.
Máscaras
Hilando hipótesis nominalistas
(el nombre es “flatus vocis” meramente)
concluyen las doctrinas empiristas
que el ser es un reflejo de la mente.
Los Místicos, en cambio, me aseguran
que en un mundo ulterior que no imagino
las Perfectas Esencias de Plotino
mágicamente fluyen y perduran.
Yo, al cabo, confundido y abrumado
por tantas minuciosas teorías,
me desangro entre máscaras vacías
y no sé si algún día, liberado
del tiempo especular y de su avara
devastación, veré por fin mi cara.
Toledo
Siempre estuve en Toledo. Aunque mis pasos
se hayan perdido en otro laberinto,
sé que nunca salí de este recinto
de hondas nieblas y de íntimos ocasos.
Siempre llevé conmigo las callejas,
los rumores del río, los gastados
oros de los ladrillos aljamiados,
los mágicos rincones de perplejas
urdimbres y la mística maraña
de blasones, de espadas y de piedras
que ennoblecen los hielos y las hiedras
de Castilla, magnífica y huraña.
Siempre estuve en Toledo. Cuando muera,
sé que hay algo en mi entraña que me espera.
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