Edición nš 4 - Septiembre/Octubre de 2008



Libertad significa responsabilidad; por eso le tienen tanto miedo
la mayoría de los hombres. (George Bernard Shaw)



Campo de batalla.



por Ana Alejandre


Al a vuelta de las vaciones, siempre se suele comentar en los medios de comunicación, además de la cifra de vehículos que han porticipado en las salidas y entraddas de los días punta que son a principio, mediados y fin de mes, el siniestro recuento de víctimas que se han quedado en la carretera en un viaje ya sin regreso a sus hogares.

Además, en muchas ocasiones y como haciendo una relación informativa de los hechos más sobresalientes, aunque casi siempre trágicos, de ese largo paréntesis vacacional, en el que todo el país parece quedarse paralizado en una atonía del esfuerzo y el interés por las obligaciones respectivas, a la que sólo la retirada de las altas temperaturas y el regreso a la vida cotidiana parece suspender, volviendo así a la cotidianidad de lo que es llamada “vida normal” -aunque para muchos no parece ser tan normal, porque están deseosos de escapar de esa normalidad que los asfixia entre el tedio de los deberes por cumplir y la insatisfacción de los deseos no cumplidos-, .los programas informativos y los periódicos arrojan cifras alarmantes del número de víctimas de la violencia doméstica, del incremento de las peticiones de divorcio durante los meses veraniegos, de los ancianos abandonados por familiares en hospitales y gasolineras, la mayoría hijos, aunque no merezcan tal calificación esos desalmados; amén de la aparición de bebés muertos o vivos, los menos, que son abandonados en iglesias, portales, parques y demás lugares públicos, a causa de la necesidad y los problemas de madres que se sienten incapaces de cuidar de sus critaturas, y un largo etcétera de horrores, muertes, malos tratos, rupturas conyugales y de pareja, que convierte al verano en una especie de estación del horror que dispara la violencia, el odio, la irracionalidad y el egoísmo más feroz, a pesar de ser considerada una estación destinada al asueto, el relax, el descanso y, si la economía lo permite, a los viajes.

Ante ese aluvión de cifras escalofriantes de una realidad social en la que todos
estamos inmersos y de la que somos culpables, buscamos razones que expliquen ese caudal de muertes, violencia, abondono y malos tratos que, aunque existente a lo largo de todo el año, parece incrementarse durante el verano y las vacaciones, en contraposición a la alegría que ese descanso para toda la familia debería suponer.

A la pregunta de qué es lo que origina ese clima de violencia exacerbada, surge la reflexión del motivo que causa esa escalada de violencia en esa estación del año en la que cada ciudadano, sea fuel fuere su edad o condición, se encuentra abocado a la libertad de un tiempo de vacaciones con el que muchas veces no sabe bien qué hacer. De esa duda , si no existencial sí, al menos, anualmente repetida,y la búsqueda de su posible respuesta, surge la constación de un sin fin de situaciones familiares, domésticas y personales no tan agradables como la promesa que esa época vacacional significa. Empieza el contraste de opiniones de adónde ir, cómo viajar (coche propio, tren, avión, barco, etc.) cuánto tiempo durará la estancia, el crucero, el recorrido itinerante y, además, dónde alojarse.

También, para muchas familias comienza otra serie de cuestiones más importantes que pueden girar entre qué hacer con los mayores de la familia para atenderlos debidamente, llevar o no a las vacaciones a los niños pequeños o dejarlos al cuidado de la familia, al igual qué se plantea la cuestión de qué se puede hacer con los animales domésticos, las plantas y un sin fin de problemas añadidos que convierten la decisión de comenzar las vacaciones en un auténtico laberinto de escollos a salvar que empieza a desgastar la primera ilusión que esos días de asueto y libertad representan.

Cuando todas esas cuestiones peliagudas se resuelven, en todo o en parte, comienzan las vacaciones en sí mismas que son, según las estadísticas a las que antes se aludía, un auténtico territorio bélico para la supervivencia de las parejas, de las familias y, muchas veces, de las simples relaciones amistosas.

Como se decía antes, es el verano, y las vacaciones que aquél propicia, la época en la que se producen un mayor número de divorcios, separaciones o rupturas de hecho entre las parejas; amén de la mayor confrontación entre padres e hijos, hermanos entre sí, sin olvidar a esa parcela siempre resbaladiza en la vida de cualquier ser humano como es el de las relaciones con la familia política. Parece ser, que el causante de todas esas situaciones tensas y conflictivas es el mayor tiempo libre que se tiene para compartir, disfrutar o padecer con los allegados, porque al tener más tiempo libre para estar juntos, también se tiene más tiempo para discutir y comprobar que las relaciones familiares no son tan armónicas como puede parecer el resto del año, en el que las ocupaciones personales de cada miembro de la familia impiden tener la ocasión y el tiempo necesario para comprobar que no se vive en un paraíso idílico y familiar, sino en un campo de batalla plagado de minas, por el que mientras más tiempo se transite más posibilidades hay de que se produzca la deflagración que dinamite la relación de pareja y/o la vida familiar.

Además de los problemas anteriormente expuesto, también se abandonan durante el verano un mayor número de animales, fieles compañeros domésticos, porque la época de los viajes vacacionales demuestra que su compañía se valora menos y son un estorbo para quien tiene un gato, un perro o un periquito como mero adorno en el salón, y no como una presencia cálida y viva que le da toda la lealtad y el afecto que nunca podrá recibir, a su vez, de ese ser humano que se enorgullece de la raza o pedigrí de su mascota y no de la compañía fiel que el animal le ofrece a cambio de nada.

Esta época de libertad y vacaciones es como el revulsivo que pone de manifiesto lo que, en verdad, llevamos los seres humanos dentro, porque el tiempo libre y el deseo de disfrutar de él y las posibilidades que ofrece es el mejor termómetro que indica la temperatura que hace, no en el exterior, sino en el corazón de cada uno. Es por ello, que el tiempo libre para muchos es un auténtico reto porque pone su egoísmo a prueba, y no es de extrañar que, a la vuelta de las vacaciones, regrese con la cartera un poco más vacía y también con la sensación de que en ese viaje al extranjero, a una playa de moda, o durante el crucero mediterráneo, ha gastado algo más que su tiempo libre, un puñado de dinero y las energías, porque siente la pérdida de algo aún más intimo y profundo que no sabe bien qué es; aunque sospecha que esa pérdida es irrecuperable y definitiva, porque siente que el tiempo lo ha aprovechado muy bien, consumiéndolo hasta el máximo que le ha permitido el dinero, las oportunidades y sus posibilidades personales; pero sabe, con una certeza íntima y secreta, que ese mismo tiempo lo ha perdido para vivirlo, en realidad, compartiéndolo con los demás, con los que más lo necesitaban y que, en muchas ocasiones, se han quedado lejos, o teniéndolos cerca, los muros de incomunicación o desamor que los separaba se han levantado aún más altos por falta de ganas y esfuerzo para derribarlos, por esa paradoja sarcástica de que, por tener más tiempo para estar juntos, es cuando han estado más lejos, cada uno encerrado en su propio universo opaco y egoísta que no admite fronteras abiertas, por temor a que el otro lo invada.

Las vacaciones, por ello, no son para todos una época idílica para convivr y compartir, sino para que muchos, desde su propia atalaya de intereses y apetencias personales, compruebe, muchas veces con dolor, que ese territorio y tiempo compartidos componen un campo de batalla del que muchos salen vencidos; pero ninguno sale vencedor de la lucha cuerpo a cuerpo que es la convivencia siempre difícil entre egoísmos enfrentados.








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