Las asesinas piadosas

Las asesinas piadosas

José Luís Muñoz

Hace uno meses vi una película de la directora francesa Anne Fontaine sobre unos hechos acaecidos en Polonia después de la Segunda Guerra Mundial que me conmovió. Las inocentes se llamaba ese film excelente. Durante ese conflicto interminable que convirtió el suelo europeo en un enorme cementerio, los soldados soviéticos no se distinguieron precisamente por sus buenos modales y acuñaron una merecida fama de violadores. En esa Polonia, cuyos despojos se disputaron los dos bandos en contienda, en esa Polonia en donde estuvo el mayor matadero de la humanidad jamás conocido, Auschwitz, los soviéticos tomaron el relevo de los alemanes en sus tropelías con la población. Las monjas del convento de la película de Las inocentes fueron violadas sistemáticamente por los soldados soviéticos que se instalaron en sus dependencias, y quedaron embarazadas. La madre superiora, que no podía aguantar la humillación de ver a toda la congregación gestando, y para evitar el escándalo, ese terrible qué dirán, la maledicencia, va dejando a la intemperie a cada uno de esos recién nacidos, las criaturas inocentes, una vez se produce el parto para que la voluntad de Dios las salve o las condene. Las condena, claro. Los inviernos son crudos en Polonia. Un crimen execrable, una violación, se salda con un asesinato de su fruto inocente.

No hace mucho se descubrió en Irlanda, país ultra católico en donde la Iglesia ha sido pionera en multitud de abusos de todo tipo que han ido aflorando en los medios de comunicación, una fosa común con casi tres mil cuerpos de niños, tres mil, en las proximidades de un orfanato regido por monjas. Niños anónimos, sin padres ni madres, sin parientes, abandonados a su suerte, eran llevados a esa letal congregación y allí los cuidaban tan mal que no sobrevivían. Un ejemplo de humanismo y caridad cristiana la de las novias de Jesús, esas monjas irlandesas, que se produjo hace casi cien años y que actuaron con total impunidad porque los seres que murieron por su desatención, o porque fueron directamente asesinados (no hay muchas diferencia entre una cosa y otra), no tenían nadie que los reclamara, no estaban registrados, no existían.

Acabo de leer una buena novela negra llamada Soles negros del asturiano Ignacio del Valle, uno de esos escritores de raza que tenemos en nuestro país, y habla de las tropelías del llamado Auxilio Social franquista, que ni auxiliaba ni era social. Ese chupadero, casi siempre gestionado por monjas, se encargaba de la custodia de los muchos niños huérfanos de aquella época, víctimas de la recién acabada contienda civil que enfrentó a esas dos Españas que siguen enfrentadas. Los niños que iban a parar a esas casas de acogida acababan, muchos de ellos, esclavizados en familias de adopción o simplemente se iban consumiendo en vida víctimas de una mala alimentación y una peor higiene. La mortalidad era espantosa. Aquello también fue un crimen por dejación.

Seguramente ni las monjas irlandesas, ni la priora del convento polaco, ni las monjas y cuidadoras del Auxilio Social franquista sentían ningún remordimiento por sus conductas que llevaban a la tumba a los niños bajo su custodia: la impunidad les ayudaba.

 

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