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Una mañana de caza

Una mañana de caza

cuesta de los ciegos, en la actualidad

Antonio Machado Sanz


Aquella mañana de mayo, Micifuz, el gato, abandonó el rincón y salió a disfrutar del tiempo maravilloso que le ofrecía su Madrid.

Al pasar junto al Palacio Real se encontró con su colega Zapirón y juntos acordaron ir a la caza de algún descuidado pajarillo.

Al pasar por el Viaducto de la calle de Bailén, este último le preguntó:

-¿Qué es aquello, esa especie de escalera muy inclinada, que da comienzo en las Vistillas y acaba en la calle de Segovia?

-Le llaman la Cuesta de los Ciegos.

Y hasta allí se acercaron. Desde su comienzo en la plazuela de la Morería, pudieron admirar La Catedral de la Almudena, el Palacio Real, la Casa de Campo y Madrid más allá del Paseo de Extremadura.

Bajaron los 254 escalones de granito y fueron a beber de la fuente instalada por la II República en el año 1932 junto a la calle de Segovia, pero comprobaron que tenía cegados sus caños.

No supieron admirar los dos escudos de la Villa con la corona de las primeras monedas del Gobierno Provisional, tras el destronamiento de Isabel II en 1869.

Tampoco pudieron saber que existen dos leyendas sobre el nombre de la Cuesta de los Ciegos, aunque ambas mantienen un nexo de unión, los invidentes.

Una de ellas cuenta que, San Francisco de Asís, en el Siglo XIII, habitaba un chamizo en el solar donde hoy se eleva la Real Basílica de Ntra. Sra. de los Angeles, conocida como San Francisco el Grande, y al volver hacia su morada con el aceite de una vasija, que había cambiado por unos peces al Prior de San Martín, ungió los ojos de los invidentes y los pobres mendicantes recuperaron la vista.

La otra, según relata Pedro Répide, nacido en la calle de Morería, en el Siglo XVIII, a los pies de la cuesta, unos ciegos tañían sus destartalados instrumentos para que los viandantes depositaran sus óbolos en sus vacías escudillas.

Hilario Peñasco de la Puente y Carlos Cambronero en su libro titulado “Las calles de Madrid” hablan solamente de unas chozas en donde se resguardaban unos ciegos de los rigores meteorológicos.

Se comenta que por debajo de la Cuesta existe una galería que podría contener restos medievales, fue construida para salvar la muralla medieval y todavía mantiene sus enormes dimensiones, 2 metros de altura y 1,20 de ancho.

En el plano de Texeira (1656), no consta ninguna construcción en el declive hacia el Arroyo de San Pedro, hoy calle de Segovia.

Mesonero Romanos (1803-1882) habla de la Cuesta como entrada al laberinto de callejas conocido como Morería.

Después de 1939, los vecinos del barrio de la Morería comenzaron a llamar al desnivel “Cuesta de los Arrastraculos”, por utilizarlo la chiquillería como tobogán y ver cómo, en los días de lluvia, al resbalar muchos de los transeúntes arrastraban sus posaderas por el lodo.

Los felinos regresaron sobre sus pasos, subieron las 254 gradas y llegaron a sus hogares tan cansados, tan sedientos, que no tuvieron ganas ni de comentar la fallida cacería.

Micifuz no me hizo la menor manifestación sobre la aventura.

Y se enroscó en su rincón.





 

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