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Julio Llamazares

 

Julio Llamazares

Ana Alejandre

Poeta, ensayista y novelista, nació en en Vegamián, (León), el 28 de marzo de 1955, poco antes de que fuera inundado su pueblo natal por el embalse de Porma.

Cursó estudios de Derecho, pero su vocación literaria le llevó pronto a dejar la abogacía para dedicarse de lleno a la literatura, trasladándose a Madrid para dedicarse al periodismo, como antesala de la literatura.

Su primer poemario La lentitud de los bueyes (1979), le dió el espaldarazo como poeta, y es un profunda reflexión sobre el paso ineludible del tiempo y la soledad, el sentido de la vida y la muerte. Después de publicar otra obra, mitad ensayo y mitad biografía, con tintes esperpénticos, titulada El entierro de Genarín (1981), publicó la que sería su consagración como poeta Memoria de la nieve (1982) que obtuvo el Premio Jorge Guillén, poemario con ecos épicos y en el que trata de recuperar la memoria colectiva, la que habla de la antigua época rural que vivieron sus antepasados, un mundo y una forma de vivir que ya está en plena extinción.

Sus obras de narrativa no han sido muchas, pero ha conseguido también el elogio por parte de la crítica y del público. Títulos como Luna de lobos (1985), obra en la que trata de los avatares de un grupo de guerrilleros que se refugian en las montañas y su lucha por sobrevivir en un medio hostil doblemente: por las condiciones de penuria que padecen y por el acoso y persecución que sufren.

La lluvia amarilla, (1988), título de su siguiente novela, narra la despoblación sufrida por una aldea ignorada en el Pirineo aragonés, obra en la que se define su propia estilo narrativo en forma de monólogo-evocación, logrando con ello una perfecta simbiosis entre la fantasía y el paisaje.

También ha publicado El río del olvido (1990) que es un hermoso relato de viajes, pues Llamazares ha sido y es un impenitente viajero, libro en el que parecen encontrarse algunas claves de su narrativa. Posteriormente, en 1991, publica En Babia que contiene artículos de opinión, reportajes y relatos. Los recuerdos infantiles de un niño aparecen en Escenas de cine mudo (1994). Nadie escucha (1995), obra que une opiniones y relatos.

En mitad de ninguna parte (1995), y Retrato de un bañista (1996), son guiones cinematográficos como lo es El techo del mundo (1998) escrito en colaboración con F. Vega para un documental sobre la llamada memoria histórica.

De ese mismo año es Tras-os-montes, recuerdos de viajes que realizó durante varios años y que consiguió un gran reconocimiento por la crítica que lo define como un escritor viajero esencialmente, porque considera su obra Los viajeros de Madrid (1995), recopilación de artículos publicados en el periódico Villa de Madrid, durante la década de 1980.

Hasta 2005 no volvió a escribir novela con el título El cielo de Madrid que narra la vida de un pintor y se desarrolla en el Madrid de la década de los 80.

Aunque hace años que o escribe poesía, Llamazares se considera fundamentalmente un poeta.

Su obra posee un gran intimismo y una gran sensibilidad que trasciende el texto, sea poesía y prosa. Su lenguaje es sencillo y claro, pero extremadamente cuidado en las descripciones.

Ha obtenido varios premios a lo largo de su carrera literaria, entre los que destacan en Italia los premios ITAS y Nonino, sin olvidar otros españoles que se detallan en el espacio dedicado al efecto.

 

 

Bibliografía y premios de Julio Llamazares

Julio Llamazares, poeta y novelista.

BIBLIOGRAFÍA

Narrativa:

Luna de lobos (1985)

La lluvia amarilla (1988)

Escenas del cine mudo (1994)

En mitad de ninguna parte (1995)

Tres historias verdaderas (1998)

El cielo de Madrid (2005)

Las lágrimas de San Lorenzo (2013)

Poesía:

La lentitud de los bueyes (1979)

Memoria de la nieve (1982)

Ensayo y varios:

El entierro de Genarín: Evangelio apócrifo del último heterodoxo español (1981)

El río del olvido (1990)

En Babia (1991)

Nadie escucha (1995)

En mitad de ninguna parte (1995)

Los viajeros de Madrid (1998)

Tras-os-montes (1998)

Modernos y elegantes (2006)

Entre perro y lobo (2008)

Guión:

Retrato de un bañista (1984)

Luna de lobos (1987)

El techo del mundo (1995)

Flores de otro mundo (1999)

PREMIOS

Premio Antonio González de Lama, 1978

Premio Jorge Guillén, 1982

Premio Ícaro, 1983

Libro de Oro de la CEGAL, 1988

Premio de Periodismo El Correo Español-El pueblo vasco, 1992

Premio Nonino, 1993

Premio Cardo D´Oro, 1994

Premio de la Semana Internacional de la Crítica en el Festival Internacional de Cannes, 1999

 

 

ARTÍCULOS

 

El sueño de Juan Benet

Julio Llamazares, poeta y novelista.

por Julio Llamazares

Conocí a Juan Benet ya en sus últimos años, cuando el ingeniero y escritor paseaba su prestigio por Madrid después de décadas ignorado por una crítica literaria anclada en el realismo y por su propia actividad como ingeniero, que le llevó a pasar largas temporadas lejos de la capital. Por los primeros años ochenta, época a la que me refiero, Benet había impuesto su opción estética y narrativa y, aun cuando no fuera un autor popular, cosa que era imposible dadas sus características, gozaba de un gran prestigio que él se encargaba de subrayar con su aire displicente de escritor anglosajón (o de general sudista, como dijo creo que Manuel Vicent) y su carácter provocador, que mucha gente tomaba por arrogancia. Doy fe, aunque nunca disfruté de su amistad, de que, detrás de esa careta de hombre híspido y soberbio, inteligente pero distante, se ocultaba una persona muy diferente, quizá un sentimental avergonzado de reconocerlo, bien es verdad que mi relación con él se vio influida desde el principio por el hecho nada común de que una de sus obras como ingeniero, el embalse del río Porma, en la provincia de León, supusiera la desaparición del pueblo en el que yo nací, cuestión que le hacía dirigirse a mí con cierto recelo, como si supusiera que yo le odiaría por ello, pero también con curiosidad. Al fin y al cabo, yo era unregionato vivo, esto es, un habitante del territorio que él había imaginado en sus ficciones al modo en que William Faulkner, su maestro literario, imaginó en las suyas Yoknapatawpha, y que se inspiraba precisamente en el de mi región natal.

La interconexión de ríos preconizada por el escritor choca con la insolidaridad de las autonomías

Aparte de algunas copas y de alguna conversación nocturna en los bares madrileños que los dos frecuentábamos por entonces, él con cincuenta y muchos años ya y yo sin cumplir los 30, apenas tuvimos más relación, salvedad hecha de una entrevista que le hice para la televisión, pero, a pesar de ello, siempre sentí por él una simpatía que me gustaría pensar que fue mutua, pese a que polemizamos más de una vez, verbalmente y en la prensa, por nuestras diferentes opiniones sobre el cierre de la presa de Riaño, que él defendía, lógicamente, y a la que yo me oponía por convicción, pero también por mi biografía.

Todo ello no me impidió compartir, no obstante, su visión idealizada de un país que él imaginaba otro si, como preconizaba, se pudiera irrigar completamente a base de interconectar sus ríos, llevando el agua sobrante de las regiones lluviosas del norte peninsular hasta las más resecas del sur y el este. Algo así como un sistema de transfusiones monumental que permitiría que el agua, como la sangre en el cuerpo humano, llegara a todos los puntos de la geografía española.

Benet murió con su sueño intacto, pero de vez en cuando alguien lo trae a colación, especialmente cuando las prolongadas sequías acentúan la necesidad que España tiene de una planificación hidrológica. Me temo, sin embargo, que hoy todavía menos que entonces el sueño de Benet podría verse realizado, a la vista de la insolidaridad regional que el Estado de las Autonomías ha introducido en este país, por más que nuestros políticos insistan en lo contrario. Cuando los Estatutos de muchas autonomías se reservan la gestión de sus ríos y afluentes, incluso cuando éstos trascienden sus fronteras, y cuando hasta las provincias y las comarcas defienden su propiedad sobre ellos ("¡El agua es nuestra!", proclaman los regantes de León para evitar que parte de la del Esla vaya a regar comarcas de las vecinas provincias de Palencia o de Zamora, mientras que los catalanes hacen lo propio cuando exigen al Gobierno el trasvase del río Ebro a Barcelona a la vez que se niegan a ceder agua de éste a las regiones de más abajo al grito de "L'Ebre és nostre"), es imposible pensar que una explotación del agua común e igual para todos será posible en nuestro país, como lo es la de cualquier otra riqueza o beneficio. Basta asistir al debate sobre la financiación autonómica que está teniendo lugar actualmente para entender que la solidaridad en España ya es un mito.

Así las cosas, uno vuelve la mirada hacia el pasado, al tiempo en el que creía que las autonomías eran un avance, una manera de desarrollarnos todos, cada uno según su idiosincrasia y su cultura, pero desde la solidaridad común, y se arrepiente de haberlo pensado tan siquiera. Perteneciendo como pertenezco a una región olvidada, a un lugar sacrificado tantas veces en aras del "bien común", no puedo menos que compartir la sentencia de un vecino de mi pueblo, ese que Juan Benet borró del paisaje, cuando decía que, cada vez que oía hablar de solidaridad, le daban ganas de salir corriendo.

(El País, 27/1/2009)

 

La leyenda de la mujer fatal, por Julio Llamazares

por Julio Llamazares

Leeuwarden, la capital de Friesland, en Holanda, es un lugar muy tranquilo. Lo prueban su aspecto idílico y ganadero (la región de Friesland produce casi el 40% de la leche de todo el país) y sobre todo las esculturas que presiden sus paseos y su plazas principales. Al revés que en otros lugares, donde éstas rememoran normalmente el nombre de militares y de políticos, en Leeuwarden las estatuas son mucho más apacibles. Y originales. Hay una al caballo frisón, típico de la región; otra a un niño futbolista; otra a una vaca, apodada Nuestra Madre, que al parecer dio ella sola en vida, a mediados del siglo XIX, la nada desdeñable cantidad de 13.800 litros de leche, y otra, en fin, al borde de uno de los canales que atraviesan la ciudad de parte a parte, a la frisona más conocida en el mundo, por encima incluso de las vacas: Mata-Hari.

La casa de Mata-Hari está en el centro de la ciudad, en el número 28 de la Grote Kerstraak, y hoy alberga el Museo Literario de Friesland, cuya bandera de franjas blancas y azules, con siete corazones rojos, ondea en el balcón de la fachada. El museo no tiene gran interés (salvo para los interesados, supongo, en la cultura frisona), pero permite al viajero la emoción de entrar en la casa en la que nació y vivió la que sería pasado el tiempo la más famosa espía del siglo XX. Ésa a la que en dos vitrinas (con unas pocas fotografías, unos cuantos objetos personales y el cartel de Greta Garbo en el que interpretó su vida para la gran pantalla) el museo rinde también homenaje, casi por obligación. Se ve que sus promotores están más interesados en difundir la cultura frisona que la leyenda de su compatriota.

Y, sin embargo, Margaretha Geertruida Zelle, hija de un comerciante de sombreros cuyo destino parecía ser el de una chica más de Friesland, casada con otro comerciante o un ganadero y dedicada a criar sus hijos igual que hizo su madre, se convertiría por causa de su destino en la espía más famosa de la historia y en la imagen de la mujer fatal. De ahí la fascinación que sigue ejerciendo casi un siglo después de ser fusilada cerca de París, y de ahí la peregrinación que Leeuwarden continúa recibiendo cada año, pese a que siempre se avergonzó de ella.

Mata-Hari, no obstante, nació en Java, hacia donde la joven Grietje, como la conocían familiarmente en Leeuwarden y en su familia, se encaminó junto a su marido, un oficial del Ejército holandés destinado en las Indias orientales al que conoció por un anuncio en el periódico tras sufrir en el internado en el que la metió su padre, a la muerte prematura de su madre, el acoso del director, que se había enamorado de ella. No era el primero ni sería el último, pues la joven, según parece, era de una belleza espectacular. Pero su matrimonio resultó un fracaso. Violento y bebedor, el oficial de Indias que se casó con ella a través de un anuncio en el periódico sometió a la joven Grietje a un infierno de celos y agresiones, motivados según él por su absoluta amoralidad y adicción al sexo (¿"Cuándo podré librarme de esta zorra sin que me quite a mis hijos?", llega a escribir a su hermana), hasta que aquélla consiguió el divorcio, muerto ya el mayor de sus dos hijos. Pero Margaretha Geertruida Zelle, aunque regresó a Europa, no estaba dispuesta a volver a Holanda y a la provincia. Durante su estancia en Java, la ya más madura Grietje había aprendido los secretos del sexo y de las danzas orientales, por las que siempre sintió gran fascinación, y ello, unido a su ambición, la llevó a instalarse en París, ciudad en la que se convirtió en seguida en la bailarina más famosa y deseada por los hombres. Con una vida inventada, bailando semidesnuda, salvo los pechos, que siempre llevó cubiertos (dicen que a causa de la falta de pezón en uno de ellos, que le arrancó su ex marido, el violento oficial de Indias, de un mordisco), cubierta de brazaletes y de exotismo, Mata-Hari, la Pupila de la Aurora, como ella misma se bautizó para subrayar aquél, cautivó a todos los hombres de París tras su debut en el Museo de Arte Oriental, en función promovida por el coleccionista Guimet.

Por sus brazos enjoyados y su cama pasaron infinidad de hombres, todos rendidos a su belleza. Políticos, militares, poetas, compositores, toda la aristocracia de la preguerra, con contadas excepciones, sucumbió a su misterio y a su exotismo, que ella misma se encargó de alimentar inventándose una vida que no tuvo. Contaba que era hija de una bailarina hindú, del templo de Kanda Swany, que murió a los 14 años, al nacer ella. Decían que dominaba todas las técnicas delKamasutra, un ejemplar del cual fue encontrado, a su muerte, cuidadosamente anotado en el apartamento en el que vivía. Sus contorsiones y sus miradas eran famosas en toda Europa. Eran los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, y el mundo era un cabaret en el que mujeres de largas piernas cantaban canciones militares y profanas para un público que se acercaba al abismo sin darse cuenta.

Pero la fama de Mata-Hari fue también su perdición. Su fama y su pasión por los militares ("Siempre he amado a los militares. Prefiero estar con un militar cualquiera que con el banquero más rico de la ciudad", declaró ante el tribunal que la juzgó), por los que siempre dijo sentirse irresistiblemente atraída. Y le daban igual sus nacionalidades: alemanes, franceses, austriacos, italianos... Con todos se acostó y a todos los volvió locos con sus caprichos y sus desdenes y su conocimiento del sexo y de la miseria humana. Cuando estalló la Guerra Mundial, actuaba ocasionalmente en Berlín y era la amante del jefe de policía de la ciudad. Luego lo fue del cónsul alemán en Amsterdan, quien la introdujo, al parecer, en los servicios secretos de su país como la agente H-21. Pero ella, inconstante en los afectos igual que en los amores, se convirtió en agente doble, también para los franceses. Ante el Tribunal de Guerra que la juzgó dijo que sólo se acostaba con los militares por placer, no por sacarles información. Quizá fue la única vez que no mintió en su vida, pero no la creyeron. Maquillada como para una ceremonia, con los ojos abiertos y despidiéndose del pelotón que la ejecutaba mirándolos fijamente (hay quien dice que se abrió el abrigo negro, bajo el que estaba completamente desnuda, para confundirlos, e incluso quien asegura que sólo cuatro soldados lograron acertar a causa de ello), murió en el campo de tiro de Vincennes, cerca de París, al amanecer del 15 de octubre de 1917. Nadie reclamó el cadáver.

En Leeuwarden, mientras tanto, tan lejos y tan cerca al mismo tiempo de París, la gente seguía a lo suyo, ordeñando a las vacas y alimentando a los caballos, además de a sí mismos y a sus familias, sin sospechar que aquella famosa espía de la que hablaban todos los periódicos era la hija del sombrerero Zelle, conocido en la ciudad por su imaginación y por su afición a contar historias que nunca fueron verdad, pero que él aseguraba haber vivido en persona. En eso se pareció seguramente a su hija. Extraña más por ello la pequeña figura de la muerte con guadaña que un pintor de brocha gorda de Leeuwarden que se encontraba pintando la casa de Mata-Hari la mañana de su fusilamiento pintó debajo de la escalera con la fecha grabada y bien visible junto a ella: 15 de octubre de 1917. Los responsables del hoy museo, más preocupados por la literatura y la cultura de Friesland, tienden a pasar de ella, pero allí sigue como un extraño testimonio de que el misterio y la fantasía continúan persiguiendo a Mata-Hari después de muerta como lo hicieron toda su vida y como lo seguirán haciendo, pues es ya uno de los arquetipos de nuestra historia y de nuestra imaginación: el de la mujer fatal, que tanto atrae a los hombres.

(El País, 11/8/2005)

 

POEMAS

De "La lentitud de los bueyes" (1979)

7. Hay racimos de soledad en tus manos..
.

Hay racimos de soledad en tus manos, desposesiones más antiguas
que la sangre.

Huyen los años de tus ojos como bandadas de cometas por las plazas maduras.
(Sólo quedan los bueyes rumiando su tristeza.)

Has conocido, entre gavillas de silencio, el sabor amarillo de mis pasos,
el humo indescifrable de las brasas sin tiempo.

Nunca mi lejanía se amasó con barro, pero puse en tu boca las yemas más
quemadas y los besos más lentos. Nunca mi lejanía se espesó hasta tu cuerpo.

Como una fuente vieja, azul desde su olvido, arrinconaste el miedo
en arcas inviolables.

Ni siquiera el dolor estalla entre tus labios. Ni siquiera la antigua,
la salada tristeza de mis besos.

11. Si te pusiera copos de tierra sobre la boca...

Si te pusiera copos de tierra sobre la boca, sabrías la acidez que me posee.

Si apoyase mis preguntas en tus hombros, te desmoronarías como una
estatua de sal.

(¿O acaso puede alguien soportar el equilibrio de los árboles más altos?)

Pero no quiero condenarte a ser cuenco de nieve o roca muda.

Advierto en tus andenes una espera infinita y tus silencios me son agrios
como bruma.

Los mercaderes montan sus puestos de mentiras y perfumes a tu paso.
Tus recuerdos esperan, apostados como perros, el momento en que se incendie
la nostalgia.

Reconozco que mis preguntas aumentarían tu indefensión.


13.
Yo no recuerdo sino el sabor de la duda...

Yo no recuerdo sino el sabor de la duda como un alud de fresas
sobre las blandas escamas de mi boca.

He olvidado el lugar donde las nieves más azules consiguen resistirse
a su abandono.

He olvidado ya hace tiempo la dócil lentitud de los molinos.

Mucho antes de la hora de los vagabundos, y a través de arboledas heladas,
caminé largamente hacia la mansedumbre. Busqué los prados donde pastan
los bueyes más antiguos.

Rocas más amarillas que el silencio puse sobre mi incertidumbre.
Rocas más dilatadas que algodón.

Y no quedó otra cosa que la duda fluyendo dulcemente, como nata derretida.

Yo no sé si, después de la muerte, alguien vendrá a dormirme con leyendas
aprendidas en lugares lejanos.

Yo no sé si el aguacero de la nada apagará los hornos de la mendicidad.

Pero es seguro que palabras absolutas, más absolutas que vasijas de aceite
derramadas, me estarán esperando al otro lado del olvido.

Y entre esas voces acuñadas sobre moldes de arcilla y certidumbre,
mi voz sonará extraña como tomillo arraigado en las cuestas del amor.

Mi voz será como un paréntesis de duda.

*******

De " Memoria de la nieve" 1982


1. Mi memoria es la memoria de la nieve...

Mi memoria es la memoria de la nieve. Mi corazón está blanco
como un campo de urces.

En labios amarillos la negación florece. Pero existe un nogal
donde habita el invierno.

Un lejano nogal, doblado sobre el agua, a donde acuden a morir
los guerreros más viejos.

En un mismo exterior se deshacen los días y la desolación corroe
los signos del suicidio:

globos entre las ramas del silencio y un animal sin nombre
que se espesa en mi rostro.


10. Todo lo aprendí de quien nunca fue amado...

Todo lo aprendí de quien nunca fue amado: la nieve y el silencio
y el grito de los bosques cuando muere el verano.

O aquella canción celta que Kerstin me cantaba:

¿Quién puede navegar sin velas? ¿Quién puede remar sin remos?
¿Quién puede despedirse de su amor sin llorar?

Pero ahora ya la nieve sustenta mi memoria. Y el silencio se espesa
tras los bosques doloridos y profundos del invierno.

Por eso puedo navegar sin velas. Por eso puedo remar sin remos.

Por eso puedo despedirme de mi amor sin llorar.


21. Inútil es volver a los lugares olvidados y perdidos...

Inútil es volver a los lugares olvidados y perdidos, a los paisajes
y símbolos sin dueño.

No hay allí ya liturgias milenarias. Ni aceite fermentado en ánforas de barro.

Los ancianos han muerto. Los animales vagan bajo la lluvia negra.

No hay allí sino la lenta elipsis del río de los muertos,

la mansedumbre helada del muérdago cortado, de los paisajes abrasados
por el tiempo.

 

 

 

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