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Mario Vargas Llosa y los héroes anónimos.

"La gente decente es la reserva moral para el futuro de un país y cuando un país pierde esa reserva moral entra en bancarrota aunque las cifras económicas digan que progresa" (Mario Vargas Llosa).

por Ana Alejandre

Mario Vargas Llosa presentó en el pasado mes de septiembre su última novela El héroe discreto (Alfaguara) en la Casa de América. El anfiteatro donde se realizó el acto de presentación que lleva el nombre de Gabriela Mistral, estaba ocupado por más de un centenar de asistentes entre periodistas, amigos, familiares, conocidos y los sempiternos seguidores que tiene cada escritor y que no pierden nunca la ocasión de conseguir un ejemplar firmado de su ídolo literario.

Sin embargo, a pesar de la fama que rodea a Vargas Llosa, especialmente desde que obtuvo el Premio Nobel de Literatura que le dio el último y más importante espaldarazo como escritor, no recibió a su llegada al acto la calurosa acogida que fue bastante menos entusiasta que a su salida, cuando lo despidieron unos aplausos en los que se notaba que había aumentado considerablemente el fervor del público.

Al principio, todos los asistentes, especialmente los periodistas, se preguntaban de qué hablaría el galardonado escritor, si sólo lo haría de su obra o si se extendería en aquellas cuestiones de actualidad, tanto españolas como iberoamericanas, que están candentes en estas últimas semanas, como son la tensión política que se vive en España por las aspiraciones independentistas catalanas, la grave crisis económica o los problemas que vive el continente sudamericano.

Vargas Llosa comenzó su intervención hablando del proceso de creación literaria, insistiendo en que “la imaginación no trabaja en abstracto sino a partir de imágenes reales. La fantasía necesita trabajar con recuerdos y la fantasía es el corazón de toda ficción”, diciendo esto para explicar el origen de su última novela, de cuya creación dio, en repetidas ocasiones, numerosas claves de su escritura.

Esta última novela es un regreso literario de su autor al Perú y también un volver a sus orígenes vitales y literarios. Las dos ciudades peruanas donde se crió Vargas Llosa, Lima y Piura, vuelven a ser el territorio-escenario de sus creaciones, además de volver a recrear de nuevo a personajes que ya estaban en obras anteriores, como son don Rigoberto, de su obra Los cuadernos de don Rigoberto y el sargento Lituma, de su novela Lituma en los Andes.

El héroe discreto
está escrita en clave de melodrama, pero trufado de humor, y es la historia que cuenta la vida de dos hombres: Felicito Yanaqué e Ismael Carrera, que intentan sobrevivir en unas vidas marcadas por el fracaso y la penuria, pero sin renunciar a sus sueños e ideales y evitando caer en la bajeza moral de toda derrota.

Esta novela es como un recorrido por Perú, país que ya no es el mismo que el escritor conoció y en el que vivió durante muchos años de sus 77 que ha cumplido, lo que le hace estar satisfecho de la situación en general que vive Hispanoamérica y que achaca el autor "a la apertura económica, el libre mercado y su apuesta por la empresa privada. La clase media ha mejorado. Esto ha creado oportunidades que antes no existían”, manifestoó en dicho acto. Sin embargo, asegura que aunque las desigualdades e injusticias continúan, los países de ese área están en buen camino gracias a la elección del sistema democrático de gobierno, la apertura económica y la inversión privada.

Advirtió que el verdadero problema, al que llama cáncer, es la corrupción, tema del que trata en su novela, ya que en esta obra califica como tales a las que son las consecuencias indeseables del desarrollo económico: la corrupción y las mafias. Esto, según matiza el autor, alimenta el cinismo y la idea en los ciudadanos de que todos los políticos son corruptos y eso es malo para la propia salud moral de los pueblos.

En esta novela habla de temas tan comunes como son las relaciones familiares, el dinero, la vida cotidiana y sus afanes y la necesidad de invertir en el desarrollo, pero especialmente incide en un tema que se podría considerar como esencial en esta obra: la decencia.

Según sus palabras "La gente decente es la reserva moral para el futuro de un país y cuando un país pierde esa reserva moral entra en bancarrota aunque las cifras económicas digan que progresa" . Y añade que lo que hace progresar a una sociedad son los héroes anónimos, los que le han inspirado a uno de sus personajes, Felícito Yanaqué, que no acepta ser chantajeado por la mafia y lo afirma así en un periódico local, tal como hizo en la vida real un empresario en Perú.

También accedió a responder a las preguntas que le hicieron los periodistas sobre la Diada, sin hacer caso a su mujer ni a su editora que le recordaban que sólo tocaba hablar en ese momento de literatura. Les respondió que hablaría literariamente y para ello utilizó una frase de Karl Popper quien decía: “Salir de la tribu es el comienzo de la civilización, del progreso de la adquisición de soberanía. Pero el llamado de la tribu nunca desaparece y, a veces, es muy fuerte. El nacionalismo es ese regreso a la tribu, es la abdicación de elegir por uno mismo. Ha traído guerras. Es una tara de la que es difícil librarse. Es terrible que el nacionalismo vuelva a sacar la cabeza”.

Terminó hablando de algo tan esencial para toda vida como es el paso del tiempo, pero lo hizo con el entusiasmo de quien ha saboreado la vida en todos sus matices dulces y amargos y no pierde por ello la ilusión, la pasión de crear y vivir. Su frase define muy bien su talante de creador y de ser humano con pasión vital recordando que “lo importante es vivir como si uno fuera inmortal. Con ilusión, con la capacidad de proyectarse. Me gustaría mucho morir escribiendo, con la pluma en la mano. Hay que vivir hasta el final”.

Magnífica forma de finalizar la presentación de su novela, porque en toda su obra siempre está el hálito creador de quien no vive sólo para escribir, pero sí escribe para vivir y encontrar en ello el sentido de la propia vida.

 

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