María Coronel y Arana (La dama azul)

La dama azul

Sor María de Agreda o "La dama azul"

Laura López-Ayllón

MARIA CORONEL Y ARANA

CONOCIDA COMO SOR MARIA DE AGREDA O “LA DAMA AZUL”

SOR MARIA SE CARTEO AL MENOS 600 VECES CON FELIPE IV DESDE SU CONVENTO DE SORIA

SE LA CONOCE COMO “DAMA AZUL” PORQUE ASI LA LLAMABAN LOS INDIOS CUANDO LOS VISITABA SIN DEJAR SU CONVENTO

ES LA AUTORA DEL LIBRO “MÍSTICA CIUDAD DE DIOS” QUE TRATA SOBRE EL MISTERIO DE LA INMACULADA CONCEPCION


María Coronel y Arana, que ha pasado a la historia como Sor María Jesús de Agreda, nació el 2 de abril de 1602 en esta ciudad soriana, en el seno de una familia numerosa de pretensiones hidalgas pero de hacienda mermada, con antecedentes conversos en la rama paterna, nos cuenta la historiadora María Victoria López Cordón.

En su propia casa, con una madre voluntariosa, alfabetizada y lectora que estaba dotada de honda religiosidad y tuvo una revelación del Altísimo, se fundó el convento de la Concepción el 13 de enero de 1619. El convento era de la rama recoleta o descalza y en él ingresaron no sólo María sino también su madre y su hermana Jerónima. El padre, Francisco Coronel, ingresó como hermano lego en el convento de San Antonio de Nalda, mientras que dos hijos varones habían ya ingresado en la orden franciscana.

María tomó el hábito en 1620 y adoptó un modo de vida austero y ascético, y tuvo enseguida experiencias místicas en forma de arrobos y éxtasis, pero, renunciando a la fama de santidad, encauzó su actividad a la fundación de conventos, a la obra literaria, y a las relaciones epistolares con personas de la época, entre ellas el propio rey Rey Felipe IV.

María Jesús, además de fundar conventos, actividad que con la familia eran las dos formas de asociación primaria para la mujer de la época, se dedicó de lleno a lo que parece ser su auténtica vocación: la escritura.

La escritura ejercida por María Jesús se convirtió en una proyección social con la que ejerció una red de relaciones con los grandes personajes de la España de su tiempo, mientras que el claustro le permitió canalizar su fuerza y su dinamismo hacia la maduración espiritual y eso dio cuerpo a su producción literaria, nos dice Victoria López Cordón.

La historiadora nos cuenta que sor María de Agreda fue un mujer de cierta cultura, capaz de expresarse con total corrección e incluso con ciertos tecnicismos doctrinales y eruditos. Al principio se consideró que su cultura era una gracia y fue infusa, hoy sabemos que fue autodidacta y no contó con formación reglada.

La relación epistolar con el rey Felipe IV, que se inició el 4 de octubre de 1643, se mantuvo de forma regular durante 22 años y sólo terminó con la muerte de ambos. En las cartas predomina la confianza aunque bajo unas estrictas normas establecidas por el rey que era el único que podía introducir los temas y que escribía a medio margen para que ella diese su opinión en la otra parte del aunque en determinados momentos le enviara documentos adjuntos.

Los consejos de sor María se centran fundamentalmente, además de ayudar a reforzar la personalidad del Monarca, en tres puntos: la obligación de gobernar por sí mismo, la búsqueda de la paz y el respeto por el ordenamiento constitucional y social de la Monarquía.

Por otra parte su obra literaria, la “Mística ciudad de Dios” se centró en la literatura devocional y está centrada en la ortodoxia de la Contrareforma, sabiendo que como mujer ha de mostrarse de determinada manera y obedeciendo a su confesor, fray Francisco Andrés de la Torre, que también le ordenó copiar las cartas del rey. La “Mística ciudad de Dios” reivindica la figura de María y su participación en los misterios de la Encarnación y de la Redención.

Cuando una expedición de 26 franciscanos al mando de fray Alonso de Benavides llegó a las tierras de Nuevo México para evangelizar a los apaches, navajos, comanches y xumacas, los indígenas afirmaban haber recibido la visita de una extraña mujer que ellos llamaban la “Dama azul”. Esta situación fue contada por el general de la orden fray José Jiménez Samaniego. En la localidad de Isleta, los nativos señalaron a sor María como la mujer joven y hermosa que les había hablado de Dios. Conminada a decir la verdad bajo juramento, sor María declaró en su convento que había sido llevada por ángeles para evangelizar a los indígenas.

Oficialmente identificada esta dama con la monja de Soria por la Inquisición, que contabilizó más de 500 bilocaciones o presencia en dos sitios a la vez, sor María no quiso atribuirse méritos, y en los momentos de mayor tensión espiritual, se mostró siempre prudente, y procuró evitar excesos que pudieran ser peligrosos, lo que contrastó con el entusiasmo de sus compañeros de Orden, que avalaron la veracidad de las apariciones e informaron a las Instituciones.

Tras la muerte de sor María en 1665, la orden franciscana inició el proceso de beatificación, pero el contenido de su obra “Mística ciudad de Dios” no le abrió el camino. El proceso sufrió vaivenes según los papados y ya en el siglo XVIII, Benedicto XIV elaboró un documento advirtiendo del inconveniente de continuar el proceso y, más tarde, Clemente XIV la paralizó definitivamente con un decreto de perpetuo silencio.

“Mística ciudad de Dios” ha alcanzado no obstante gran difusión y en la actualidad cuenta con 173 ediciones en diez idiomas.

El cuerpo de sor María se encuentra todavía incorrupto en su convento de la ciudad donde vivió toda su vida.

 

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