Edición nš 10 - Enero/Marzo de 2010

Adoración de los Reyes Magos, Velázquez, 1619.


Carta de agradecimiento a los Reyes Magos


por
Ana Alejandre

Majestades, ya sé que no es usual que recibáis cartas de agradecimiento, sino de solicitud de regalos, porque los seres humanos somos más dados a las peticiones que al agradecimiento, quizás por olvido, porque la memoria humana es frágil y tornadiza. Sin embargo, no quiero dejar de expresaros mi más sincero agradecimiento a título personal, por todo aquellos que nos habéis concedido a los españoles --y me limito sólo a España, porque está feo entrar en la casa de los demás para hablar de sus asuntos privados ajenos-.

Aunque en estos últimos años hay una gran confusión, sobre todo entre los niños y jóvenes, sobre quiénes sois los más dadivosos y a quién conviene más pedir los deseos, pues la tradición que VV.MM. representáis (independientemente de vuestra realidad histórica tan discutida, pero estas son otras cuestiones que no me compete debatir en esta carta) está perdiendo terreno a favor de la competencia yanqui encarnada en ese muñeco rojo y blanco, barrigudo y con aspecto de abuelete bonachón, creado para la casa Coca Cola y diseñado allá por los años cincuenta para una compaña publicitaria de dicha empresa y que es un paródico trasunto de San Nicolás, conocidoen los países nórdicos como Santa Claus, no olvido que sois VV.MM. quienes habéis llenado de ilusión la mente de los niños durante muchas generaciones, porque en vuestra real llegada se condensaba toda la magia de la Navidad, endulzada con el turrón y alegrada con el canto de los villancicos

Para quienes puedan leer esta carta les puede resultar extraño, paradójico y casi irritante que os haya dicho antes que os agradezco sinceramente todo lo que nos habéis concedido a los españoles en este último año, pues la crisis económica galopante que ha destruido miles de puestos de trabajo y ha traído la ruina a muchos hogares que ya no tienen, ni siquiera, el consuelo de la esperanza, porque esta dura poco cuando el hambre atenaza el estómago y nubla las conciencias. Sin embargo, tenéis que recibir mi agradecimiento porque nos traéis, año tras año, siempre renovados por ese halo mágico de toda Navidad que anuncia el nacimiento del Niño Dios al que venís a adorar, los dones más preciados y, sin embargo, los menos valoradas por quienes sólo aprecian lo material. Y esos dones que son muy importantes para la salud mental de todos los ciudadanos me vais a permitir que os lo relacione a continuación:

La ilusión de que el nuevo año, este 2010 que acabamos de estrenar, sea mejor que el año anterior, aunque esta ilusión sólo dure menos de un mes, porque una vez entrado enero y su temida cuesta, la ilusión se vaya disipando ante la cruda realidad de que todo sigue igual y el simple cambio de año no soluciona por sí solo los problemas que son muchos.

La fe en las promesas que nos hacen los políticos, responsables de la buena marcha de la cosa pública, pues en los días que anteceden a vuestra llegada, y al rico cargamento que os acompaña, entre los adornos navideños, las luces que engalanan las calles, las felicitaciones y buenos deseos que todos nos prodigamos, olvidamos, arrullados en esa especie de anestesia emocional, las promesas incumplidas, las mentiras esgrimidas como verdades absolutas, la negación de la realidad y el maquillaje que se hace de aquello que no se quiere aceptar, como sucedió con la crisis, a la que antes se llama desaceleración y, después, ante los hechos innegables, se aceptó como lo que en realidad es: un desastre económico de dimensiones inconmensurables.

La paciencia ante una realidad social abrumadora, ante la corrupción política y la pérdida de credibilidad de la clase política que en vez de generar confianza, sólo sabe despertar desprecio entre los ciudadanos hastiados de tanta mentira, de tanta ocultación y de tanta falsa promesa. Pero, sobre todo, agradezco la paciencia que nos concedéis para seguir esperando la supuesta recuperación económica, si no para este año recién nacido, para el siguiente y así sucesivamente, aceptando toda clase de argumentos peregrinos, de datos maquillados, de promesas que todos sabemos no se van a cumplir y de esa pérdida día a día sufrida, aunque no siempre confesada, de que ya no creemos en nada ni en nadie, y ni siquiera seguimos creyendo ya en nosotros mismos como pueblo.

La voluntad para levantarse cada mañana, pensando que hay que seguir poniendo cada uno el granito de arena que sirva para levantar al maltrecho país y para aceptar seguir pagando impuestos, aunque algunos sean injustos, inexplicables e inesperados, así como en esforzarse en cumplir las leyes y en seguir intentando ser buenos ciudadanos, a pesar de que los ejemplos de quienes tienen que ser los líderes sociales no incitan nada más que a la apatía, a la inacción y a la más absoluta corruptela.

La esperanza
en que todo cambiará, aunque la realidad niegue con su crudeza todo atisbo a que la realidad económica, que es la que vertebra el tejido social, pueda cambiar con tantas decisiones equivocadas, alternativas fallidas, pronósticos erróneos, promesas incumplidas y contradicciones continuas.

La memoria, para no olvidar la historia realmente vivida y no la que nos quieren contar desde los estamentos oficiales, tratando a los ciudadanos como niños pequeños a los que hay que adoctrinar en las consignas del partido en el poder, y negando la tradición, la cultura, las creencias, la historia y la verdad vivida que no puede ser alterada por el sólo deseo artero de quienes desean reescribir la historia según convenga a sus intereses.

El entendimiento, para saber discernir la verdad de la mentira, a los culpables de los hechos de los verdaderos inocentes; a las promesas sinceras y lúcidas de los meros engaños con intereses electorales, al deseo de hacer justicia del simple chanchullo para no perjudicar a los culpables que son aliados y un largo etcétera que, al ser discernido con lucidez, convierte al ciudadano en un ser dotado de juicio y de razonamiento y lo salva de ser un simple borrego dentro de una manada que sigue lar órdenes del pastor, aunque los lleve hasta el precipicio.

Y por todos estos dones, aunque sean pasajeros y fruto de la euforia de vuestra llegada y de toda la jarana navideña, tengo que agradeceros que a la espera de vuestra augusta llegada, aún sigamos tomando las uvas con ilusión renovada cada año, aunque en cada una de ellas vayan insertados los recuerdos lacerantes de los últimos fracasos, la preocupación por conservar el puesto de trabajo, el temor a esa hipoteca por pagar y la sospecha de que VV.MM. no vengáis cargados como otros años, porque de todos es sabido que la crisis afecta a los Reyes también, pues algunos Monarcas, incluso, tienen bastantes problemas para poder seguir llevando la corona entre tanto desmadre, tanta confusión, tanta memoria histórica desmemoriada y tanta alianza de civilizaciones en la que, si os descuidáis, Majestades, pueden intentar cambiaros los camellos y los pajes por simples mensajeros para que no tengáis que venir a traer los regalos en persona, y así el paisaje ciudadano no se vea afectado por vuestra augusta presencia que puede molestar a los inmigrantes de otras culturas no acostumbrados a las coronas, símbolo decadente para algunos y ofensivo para otros.

Por eso, Majestades, si os proponen disfrazaros para que paséis inadvertidos, por los motivos antes expuestos, no aceptéis, por favor, porque vuestra real presencian es lo único que nos alegra la vista cuando llega enero y su temida cuesta y nos recuerda, a los mayores que dejamos la niñez atrás hace décadas, que es verdad que existió una época en la que las tradiciones, las creencias y la propia cultura eran signos distintivos de una realidad histórica y social en la que los niños no recibíamos tantos juguetes, pero sí recibíamos las enseñanzas en casa del respeto a los demás, empezando por los padres, los profesores, las personas de edad y cualquier otro ser humano de cualquier edad y condición; y aunque no nos hablaban de la alianza de civilizaciones (entelequia imposible, por ilógica, ( sólo se pueden aliar las culturas) si nos enseñaban a aliarnos con los de nuestra propia civilización, es decir, occidental, europea, española y cristiana, porque poco se puede respetar al prójimo si no se comprende, acepta, respeta y dignifica lo que uno mismo es y representa.

Por eso, Majestades, os agradezco vuestra llegada un año más, porque no sólo traéis juguetes y demás regalos y, sobre todo, ponéis ilusión en la mirada de los niños que nos hace recordar con nostalgia, a los que ya no lo somos, la misma espera anhelante y emocionada de vuestra llegada y nos devolvéis la memoria de lo que un día fuimos y a lo que no queremos renunciar a ser jamás, porque en ello nos va nuestra propia dignidad que muchos parecen querer hacernos olvidar a costa de aliarse con todos menos con lo que somos y fueron nuestros mayores, en un suicidio cultural en el que no podría sobrevivir ni siquiera ese descafeinado Papá Noel que sólo representa el victorioso avance de la cacareada globalización en la que pereceríamos todos, porque no se puede sobrevivir si se matan las propias raíces que nos nutren.

Majestades, aceptad mi humilde agradecimiento por vuestra augusta llegada que será siempre bienvenida en el corazón de todo ser humano que aún mantenga vivo dentro de sí mismo el niño que un día fue.

Vuestra fiel súbdita en el país imaginario de la ilusión y la esperanza que es la patría común de todo ser humano de buena voluntad.









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