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La partida del terror
La partida del terror
José Luis Muñoz
Nuestro país, por desgracia, ha tenido una enore experiencia en materia de terrorismo y yo, en parte, lo he reflejado en alguna de mis novelas de forma muy directa (La caraqueña del Maní y Tu corazón, Idoia, por ejemplo, sobre el fenómeno etarra) y tangencialmente en Ciudad en llamas (el terror global, desde las propias instituciones, el llamado terrorismo de estado. que aún es peor).
ETA durante más de cuarenta años utilizó el terrorismo para atacar al estado y luego, en su etapa más cruenta, para socializar el terror, cuando su atentados afectaron directamente a la ciudadanía, en una escalada enloquecida por tener aterrorizada a la población: de asesinar a políticos, miembros de las fuerzas de seguridad del estado y ejército, y empresarios que no se plegaban al impuesto revolucionario, a masacrar civiles de forma indiscriminada. Aunque la banda terrorista intentó equipararse a grupos que utilizaban la lucha armada en otros rincones del mundo (IRA en el Ulster; Al F atha en Palestina) su modus operandi fue muy distinto y también el contexto. Ni en Euskadi existía una ocupación militar por parte de una potencia extranjera como en el Ulster, ni la situación de los palestinos con respecto a los israelíes se podía equiparar a los de los vascos radicales frente a los que ellos llamaban fuerzas españolistas. La simpatía con que buena parte de la izquierda vio las acciones de ETA, que aplaudió algunos de sus crímenes, se les volvió en contra cuando ellos mismos la sufrieron en sus carnes: para los pistoleros PP y PSOE eran la misma cosa. Todo aquel que se posicionara en su contra podía estar dentro de su diana. La acción de ETA paralizó, mediante el terror, a buena parte de la sociedad vasca que lo único que le interesaba era no estar dentro de su posible diana y miró hacia otro lado. La acción de ETA consiguió durante decenios convertir el país Vasco en un territorio de excepción dentro de la joven democracia española en donde comprar un diario españolista podría suponer pasar a ser una víctima de su estrategia de terror. Los etarras, cada vez menos formados, menos políticos y más carniceros, actuaron como auténticos matones acostumbrados a apretar el gatillo. Su radicalismo izquierdista se tornó puro y duro fascismo, contra el que inicialmente se habían levantado. ETA era un cáncer y despareció, paulatinamente, a medida que fue haciéndose molesta para los que trabajaba y diezmada por la eficacia policial. El paso de la izquierda abertzale por abandonar a la organización y entrar en el juego democrático fue decisivo. La organización está a punto de desaparecer pero ha dejado tras de sí una estela de dolor insoportable que no ha resarcido.
El nuevo terrorismo va asociado a una religión, el islam, y en la interpretación rigorista del Corán que están haciendo algunos fanáticos desde hace bastante tiempo. El yihadismo fue convenientemente utilizado contra el imperialismo soviético por el imperialismo de Estados Unidos y ya se sabe lo que suele ocurrir cuando se fabrican cierta clase de monstruos, que luego escapan del control de sus creadores. Como un reguero de pólvora este terrorismo religioso se extiende por Oriente Medio, en donde Israel les ofrece con frecuencia munición machacando un día sí y otro también a la oprimida población palestina (terrorismo de estado, igualmente execrable) y buena parte de África. La actividad de Al Qaeda, que tuvo su letal momento de gloria con el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York, ha declinado tras el asesinato por parte de Estados Unidos de Osama Bin Laden, pero han salido franquicias igualmente letales (Al Qaeda del Magreb Islámico) y quieren poner sucursal en la India. Boko Haram, un grupo de islamistas negros, asesinan, violan y secuestran en nombre de Alá en Nigeria encabezados por un líder que parece buscar la iluminación en las drogas, y Al Sabah lleva años campando a sus anchas en Somalia, ejemplo de estado fallido.
La amenaza terrorista se ha hecho mucho más visible con la espectacular irrupción del Estado Islámico, que amenaza con hacerse con Irak y Siria de una misma tacada, y su escalofriante propaganda audiovisual: la decapitación en directo de los periodistas a los que ha capturado al mismo tiempo que el verdugo lanza una arenga amenazadora, cuchillo en mano, a Barak Obama. Puede que éste sea precisamente el grupo terrorista más peligroso en este momento, por su número (se calcula que tienen hasta 80.000 miembros armados hasta los dientes) como por su composición heterogénea (15.000 extranjeros, entre los que se encuentran norteamericanos y europeos). El califato que pretende el Estado Islámico incluye nuestro país que aporta reclutadores a la yihad desde hace mucho tiempo y ha sufrido el zarpazo de su terrorismo (11 M). Ese nuevo monstruo que amenaza desde el otro lado del Mediterráneo es de nuevo fruto de errores políticos incuestionables (la invasión de Irak y el derrocamiento de Sadam Hussein, un régimen laico que era un sólido muro frente al integrismo) y se le quiere destruir con las armas.
Esta larga batalla entre Occidente y el islamismo radical y rigorista (alimentado financieramente, no olvidemos, por las monarquías árabes del Golfo que juegan a dos cartas) va pareciéndose cada vez más a una cruzada. Frente a los avances, sobre todo tecnológicos, de Occidente, la vuelta a un pasado medieval oscurantista de los que nos consideran infieles que deben de ser eliminados de la faz de la tierra. El problema es que los terroristas, y nosotros, hemos perdido la batalla por la ética que incluye el respeto por la vida humana. Con la misma crueldad que los verdugos encapuchados decapitan a sus víctimas inocentes, el ejército israelí ha masacrado a más de 400 niños palestinos en su enésima invasión de la franja de Gaza. ¿Puede alzarse de adalid de la ética y la civilización un país como Estados Unidos que tiene la responsabilidad de haber destrozado, quizá para siempre, a otro, Irak, utilizando una sarta de mentiras? Los islamistas radicales y fanáticos asesinan y torturan, pero también lo hacen (Abu Graib, Guantánamo) nuestros adalides. Quizá algún día la literatura, desde la ficción, explique lo que los politólogos son incapaces de explicar hoy en día: la oscura relación entre estas nuevas amenazas, convenientemente subrayadas por los medios de comunicación, y quienes manejan realmente el mundo que están por encima de las cancillerías de los países occidentales. Quizá la literatura sepa algún día montar este puzle de intereses y explicar lo que está ocurriendo en este mundo cada vez más convulso que nos aterra a diario en cuanto abrimos las páginas de los diarios y conectamos nuestros televisores. Puede que el terror no sea más que un inmenso negocio y que todos seamos peones de una partida de ajedrez en la que unos ponen los muertos y otros sacan las ga
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