Ediición nš 13 - Octubre/Diciembre de 2010

El papel del libro


por Ana Alejandre

El libro desde que existe como tal siempre ha pasado por diferentes problemas según la época desde que en el siglo XV Johann Gutenberg inventó la imprenta, es decir los primeros rudimentos de la impresión actual y apareció este instrumento de difusión cultural que no tiene parangón posible, a pesar de la competencia que ha surgido con la utilización de internet y, sobre todo, del libro electrónico.

Los que somos aficionados a la lectura y, por consiguiente, al libro –tanto en cuanto en cuanto al contenido como al propio continente, es decir, al papel impreso en un volumen cosido y con la forma de libro-, no solo amamos la lectura de los textos que contiene aquel en sus múltiples variedades de temas, géneros, estilos, etc., sino el hecho en sí de que esos textos conforman una unidad indivisible, fácil de leer, sin necesidad de ningún dispositivo, energía, conocimientos (exceptuando saber leer) y también ¿por qué no? el acto siempre placentero de poder ver la portada, el tipo de encuadernación de las que hay auténticas maravillas, desde el más rústico al más lujoso, el tipo de letra, papel, maquetación, diseño y un largo etcétera que convierten al libro en sí en una auténtica obra de arte cuando se conjugan todos estos factores en la obra final que llega a manos de los lectores.

Por todo lo anterior, no se debe suponer que estoy hablando de la bibliofilia, es decir el amor a los libros como objeto de culto, de coleccionismo o de simple inversión al comprar ejemplares, antiguos, raros, de ediciones exclusivas, porque esta afición no es hacia la lectura en sí, sino al libro, al soporte físico que contiene el texto y las imágenes, pero no tanto, o primordialmente, a su contenido. El libro así se convierte en un mero fetiche, en un objeto codiciado, pero no por su contenido literario, científico, artístico, etc., sino por la propia identidad de ese ejemplar único, valioso, escaso, de ediciones ya agotadas o descatalogadas. En una palabra, el mensajero (libro), pasa a ser más importante que el propio mensaje (obra escrita que contiene). El libro aquí se cosifica y pasa a tener un simple valor de mercado, con independencia del valor de la propia obra que lleva impresa.

Naturalmente, al libro le han salido competidores en su funcionalidad, no en su belleza, singularidad, comodidad y eficacia, como son los libros electrónicos y su primera versión de textos publicados en internet. Los defensores de estos últimos, dicen que no se consume papel –es curioso que siempre que se defiende una invención tecnológica, siempre se alude a la conservación de la Naturaleza, cuando los elementos que conforman el invento son todo menos naturales en el estricto sentido de la palabra-. Naturalmente, esto trae consigo que muchos adeptos a los nuevos medios que ofrece la técnica, pero raramente a la lectura, salvo excepciones, se muestran entusiasmado ante la posibilidad de que el libro de papel desaparezca y su lugar lo ocupe el libro electrónico en algunas de sus variedades, con los últimos diseños y modalidades que se anuncian a bombo y platillo.

Los verdaderos lectores que amamos al libro y sus entresijos, nos negamos a leer un mamotreto electrónico por mucha capacidad que tenga (más de cincuenta volúmenes, tipo medio) a través de una pantalla, por alta definición que tenga la misma, y por la supuesta comodidad que suponga el tener reunidos tantos libros en un solo artefacto para trasladarlo a cualquier sitio (¿quién se lee cincuenta volúmenes en un mes de vacaciones, viaje o en cualquier otro lugar adonde transporte el libro electrónico?).

Además de lo expuesto, el verdadero lector disfruta paseando por una librería tradicional, rodeado de libros, oliendo el aroma inconfundible de papel impreso, viendo las múltiples y variadas portadas (elemento imprescindible en todo libro y que puede ser un reclamo o, por el contrario, producir rechazo en los posibles lectores y esto lo saben todas las editoriales). Esa búsqueda del libro deseado, novedad o no, ese contacto piel/papel que sólo saben apreciar los verdaderos lectores y no aquellos ocasionales que leen un libro de vez en cuando porque se lo han regalado, al igual que leerían varias páginas de un libro electrónico por aquello de la novedad y lo dejarían aburridos cuando se cansaran de aprenderse el manual de uso –para los amantes de las novedades de todo tipo, el hecho que les fascina es aprender a manejar el cachivache último modelo, hasta que una vez conseguido se aburren y lo dejan en un cajón y van en busca de otra novedad-. Todos estos factores confluyen en el placer y amor a la lectura.

El papel del libro es fundamental en doble sentido: primero porque le aporta al mismo una calidad insuperable que ningún artefacto electrónico puede otorgarle, y en segundo lugar porque no existe ningún artefacto más sencillo, fácil de usar, simple, eficaz, atrayente y cómodo que el libro de papel, ya que nada más que necesita la energía del lector para abrirlo y comenzar a leer, sin tener que aprender el manual de uso, utilizar pilas o corriente eléctrica, ni correr el peligro de que, en mitad de una interesante lectura, el artefacto electrónico se apague por falta de carga en sus baterías, y se acabe así el placer la lectura por fallo de la propia técnica que la propicia.

Es que el libro, además de cómodo, eficaz, sencillo, bello de forma y tacto, siempre está dispuesto a acompañarnos, entretenernos, emocionarnos, hacernos pensar, reír o recordar, porque le pasa como a los buenos amigos que con el tiempo vamos apreciando más a medida que los vamos conociendo y tratando. No hay nada que aprender para poder leerlo, a excepción del simple hecho de saber leer y de tener ganas de hacerlo. Esto último suele ser lo que desaparece cuando tenemos en la mano un libro electrónico que quiere sustituir al otro, al de siempre, el que nos reclama con esa voz callada en la que nos esta hablando desde antaño, desde que aprendimos a leer en una cartilla escolar y después nos ha acompañado en buenos y malos momentos, en todos aquellos en los que necesitábamos la compañía silenciosa e inteligente de un buen amigo, pero siempre pleno de sugerencias y de sabiduría, y a cuyo lado aprendimos a conocer un poco mejor al mundo y a nosotros mismos, como nos sucede siempre cuando conversamos con un fiel e inteligente amigo

El papel del libro de papel es insustituible, y los demás recursos que ofrece la técnica sólo serán sustitutos provisionales de aquel para momentos concretos y presurosos, o para consultar un dato en enciclopedias, diccionarios, etc., al igual que sucede con internet –nadie soportaría leer un libro completo a través de la pantalla del ordenador por mucha definición que tuviera ésta-, pero si se pueden consultar datos concretos en los múltiples recursos que ofrece a través de bibliotecas y hemerotecas, videotecas on line: consultar enciclopedias, diccionarios digitalizados, pasajes determinados de libros, descargar videos y música, etc..

El libro de papel, además de su contenido de información y entretenimiento, nos habla de naturaleza, de verdad, de algo que vienen desde lo más profundo de nuestra memoria, ya que siempre ha conformado el paisaje mental, el imaginario de todo lector que ha acudido a él en busca de conocimiento, de entretenimiento o de belleza a través de una lectura sosegada. Eso solo lo puede dar aquello que viene de la propia naturaleza, de la tradición de siglos, de la cultura acuñada en los libros y transmitida a través de ellos y de la propia identidad del ser humano; lo que niega la técnica a pesar de todas sus infinitas posibilidades porque carece del hilo sutil que nos una a lo que somos y que viene del pasado, de las propias raíces, de los recuerdos y de lo que conforma y define el mapa mental y personal de cada individuo.

El libro de papel es por ello el símbolo y el testigo de todo el tesoro de cultura, de sabiduría y de ciencia que está impreso en él y que le da su peculiar protagonismo y que, por ello, sólo éste puede tener por haberlo ganado a través de los siglos, esos mismos que lleva alumbrando la noche oscura del hombre a través del conocimiento y la transmisión de la cultura.