Ediición nš 13 - Octubre/ diciembre de 2010

Rosario Acuña

Rosario Acuña, grabado.

ROSARIO ACUÑA (Madrid 1850-Gijón 1923)

Laura López-Ayllón

Pensadora en una época en la que la mujer no podía pensar y feminista consideraba por algunos la Flora Tristán española.

Rosario no fue sólo dramaturga, poeta y articulista, sino masona, librepensadora y republicana, en una época en que tras la firma del Concordato entre España y la Santa Sede se asumió que las autoridades eclesiásticas pudieran velar sobre la pureza de la fe y las costumbres incluso en las escuelas públicas.

En aquella época Rosario Acuña, nacida en una familia madrileña acomodada, renunció a muchas ventajas para defender sus ideas. Era hija de Felipe de Acuña y Solís y Dolores Villanueva y Elices, familia culta y aristocrática vinculada al Partido Federal, Rosario recibió una esmerada educación de su época, primero en colegios religiosos y más tarde en su casa tutelada por su padre, pues tuvo que abandonar el colegio por culpa de sus problemas de visión.

Su obra, que mudó del romanticismo al librepensamiento, estuvo vinculada a los sectores progresistas de la sociedad española y su reivindicación de la igualdad de la mujer la convirtió en una de las primeras feministas españolas.

Comenzó a escribir en “La Ilustración Española y Americana” en 1874 y dos años después estrenó una obra en Teatro del Circo de Madrid con el nombre de “Rinenzi el tribuno”, una obra de gran aceptación popular que le valió entre otros el elogio de críticos como Clarín, y compuso sus primeros poemas como “La vuelta de la golondrina”.

Poco después Rosario casó equivocadamente con un teniente de infantería, pero, al no funcionar la pareja por la infidelidad del marido, ella se refugió en la escritura. Separada poco después, acabó enviudando en 1901. En esta época Rosario escribió una de sus mejores obras, “La siesta”, intervino en el Ateneo de Madrid, que abrió con ella por primera vez sus puertas a las mujeres, y protagonizó una velada poética que resultó muy controvertida. Colaboró durante esta época en revistas y periódicos como ”El Liberal” o “El Imparcial”.

Cuando comenzó a escribir para “Las dominicales del Libre Pensamiento” de Madrid, denunció constantemente la situación de la mujer española por la desigualdad y la esclavitud que sufría en aquel momento y el año 1886 ingresó con el nombre de Hipatia en la logia masónica Constante Alona. Otra de sus preocupaciones más importantes fue la educación de la infancia para los que escribió “La casa de muñecas” y “Certamen de insectos”.

En 1891 Rosario quedó ciega como consecuencia de la enfermedad de la vista que había tenido desde la infancia y estrenó el drama “El padre Juan”, en la que puso sus ahorros, pero la obra únicamente se representó una vez por la reacción de los conservadores madrileños que desanimó a los empresarios que podían haber continuado con la representación.

Tras el fracaso de su siguiente obra, “La voz de la Patria”, Rosario Acuña se retiró con su compañero Carlos Lamo a Cueto, pequeña localidad próxima a Santander, en la que se dedicó a su pasión por la naturaleza y puso en marcha experiencias que dieron lugar su obra “Avicultura”, con la que obtuvo aquel año la medalla de plata de la Exposición Internacional de Madrid.

Cuando su granja tuvo problemas económicos, que algunos achacan a las presiones ejercidas a los que le arrendaban la explotación, se trasladó a Gijón en 1907, donde vivió hasta 1911. Este año los estudiantes de Filosofía y Letras de Madrid apedrearon a unas jóvenes que pretendían matricularse y Rosario Acuña publicó en “L,Internationale” el artículo “La jarca de la Universidad”, cuyo subtítulo explicaba “Los chicos de la Facultad de Letras son hijos de dos faldas, las de su madre y las del confesor”. Entre las reacciones de este artículo, difundido por “El progreso” de Barcelona, fue la reacción de los estudiantes de Barcelona, el cierre de la Universidad y una querella de Acción Católica por la que Rosario tuvo que huir a Portugal,

Cuando volvió en 1915 se instaló en Cervigón, una aldea próxima a Gijón, y colaboró con el Ateneo Obrero.

Rosario Acuña, ya prácticamente en la pobreza. Había sido y murió inconformista y defendió los movimientos sociales de su tiempo tanto el librepensador como el obrero. De ella dijeron en 1884 que para los hombres era una literata, para las mujeres una librepensadora, pero que entre unos y otros no provocaba simpatía.















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