Ediición nš 13 - Octubre/ diciembre de 2010

Miradas pordioseras


Miradas pordioseras





Tienen los mendigos muchas maneras de conmover: pedir lastimeramente, contar una historieta corta pero emocionante, extender la mano, acompañando el gesto de una expresión suplicante en la cara; tocar mejor o peor un poco de música. Generalmente todo ello me impresiona poco, salvo en ocasiones la música, cuando resulta melodiosa, porque el estrépito de un acordeón o una trompeta más bien me induce a escapar que a acercarme al ruidoso para darle algunas monedas.

Sin embargo, suele emocionarme casi siempre la mirada, particularmente la de los negros. Hablo de los adultos, por estar prohibida la mendicidad a los niños. Suele estar el pedigüeño a la puerta de los mercados, ofreciendo La Farola y esperando que, si uno no compra la revista, al menos dé un socorro. Y sus ojos, obscuros como la piel de quien mira, sin escucharse una sola palabra, suplican, esperan, son humildes y hasta ocultan algún temor. Si se le da limosna a esa petición muda, esos mismos ojos se animan, parece nacer en ellos una chispa sonriente, reflejada en la cara, que también agradece, pareciendo feliz por un momento. Hay quienes barbotan con voz gutural unas palabras amables o esbozan una genuflexión.

Hablan por los ojos los negros y las diferentes razas musulmanas más que los occidentales. Pero esa lengua es de sugestiones y emociones, no de gestos, guiños, sonidos: pensamiento en germen. – Claro está que no es plácido, agradecido, amistoso, el único idioma. También entrecierran los negros los ojos y miran de través con mirada que puede estar llena de odio o preparar un ataque mortal.

No mendigan los niños. No es posible observarlos pidiendo por nuestras ciudades. Pero tienen sus ojos, cuando miran a la cámara de televisión o consigue fijarse la atención en ellos, yendo uno por la calle o el metro, una especie de asombro, de ingenuidad muy poco frecuentes en los occidentales. Suelen ser grandes y luminosos dichos ojos, lagos profundos de azabache, donde no parece asomarse formada todavía ninguna idea.

El título de estas observaciones alude a un pordiosero. Pero, en realidad, ya casi no existe esta clase de mendigos, porque muy pocos piden por Dios. Se solicita simplemente y se agradece de manera escueta, sin deseos piadosos para el donante como antaño. También se ha secularizado la caridad. Ni siquiera en las parroquias y conventos donde se reparte aún (y de nuevo) la sopa boba, se escucha un agradecimiento devoto. Si acaso, una blasfemia o una maldición obscena contra las monjas dadivosas y sus colaboradores.




























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