Ediición nš 13 - Octubre/ diciembre de 2010

Contrastes y peligros


Contrastes y peligros

por Mario Soria


Túnel que cruza por debajo del Banco de España, de la calle Alcalá al paseo del Prado. Sirve dicho subterráneo, además de facilitar el paso de peatones, de entrada o salida a la estación de metro homónima del citado banco. Tiene trazado algo caprichoso: tres tramos que se enlazan en ángulo recto y cuatro salidas mediante escaleras de no muchos peldaños. El tramo principal, algo más ancho que los otros: aproximadamente de unos siete metros, y bastante más largo: cerca de sesenta.

En toda época del año circulan por estos pasadizos corrientes de aire: más o menos templadas, en primavera y verano; gélidas, en invierno, cuando al frío propio del subterráneo se suma una brisa heladora. Con todo, la hediondez nunca se disipa del todo, pese al aire circulante sin cesar: fetidez de ropa sucia, orines, sudor. A veces riegan las mangueras municipales este heteróclito recinto, volviendo más resbaladizo el mármol del suelo, para riesgo de los viandantes; pero tampoco disipan las miasmas.

Aquí se ha establecido una especie de catacumba o hipogeo de miserias. Cartones, colchones, mantas, papeles de periódico forman cubículos y yacijas; dividen el espacio; establecen una parodia de propiedad. Jóvenes, mujeres, individuos maduros, españoles, extranjeros, personas sin oficio ni beneficio, mendigos que rehúsan refugiarse en los albergues existentes, porque no se someten a los horarios rígidos; población muestra de la legión de pordioseros habitantes en la capital debajo de los puentes, a la entrada de ciertos bancos, por los parques, en verano; rebuscadores de basureros, pedigüeños para comer o adquirir un poco de heroína adulterada o de marihuana de ínfima calidad en suburbios malfamados. Sólo que en este caso viven a lo largo y ancho del subterráneo situado debajo del mismísimo Banco de España, donde se guarda el tesoro nacional y donde se decreta cuanto han de tener o no tener los sufridos ciudadanos, salvo que hayan invertido sus ahorros en paraísos fiscales.

Pero, al otro extremo de la escala social, con motivo de la visita de Nicolás Sarkozy y su mujer, reyes efímeros de Francia, ¡qué fasto, que gasto, qué reuniones políticas suntuosas, qué almuerzos y cenas, cuántos invitados, qué abundancia de luces brillantísimas en palacios refulgentes como soles, qué montañas de viandas y caudalosos ríos de vino, cuántos automóviles costosísimos, qué sube y baja de secretarios, lacayos, conductores, doncellas, modistas, guardias, porteros, alabarderos, guardaespaldas, sicarios, mercenarios! ¡Qué recalcar el lujo de los atuendos, especialmente femeninos, y su precio, y los modistos célebres, autores de los mismos! ¿Qué divulgar fotografías y películas de los hombres y mujeres renombrados y relumbrantes, sentados, de pie, de frente, de culiespalda, sonriendo, hablando, acariciándose, corriendo, escuchando, caminando, sonriendo, nunca ausentes ni aburridos, despiertos como dioses, con inmarchitable verdor espiritual, henchidos de proyectos benéficos para el pueblo atento, boquiabierto, feliz por contemplar tanto esplendor que, democráticamente, casi es suyo, aunque sólo lo disfruten otros. Como en la Unión Soviética nadie era dueño de nada, pero había bienes muy preciados que sólo los usufructuaban los dirigentes del partido.

Entre estos dos extremos, el de los beati possidentes y sus acólitos mastuerzos, de un lado, y el de los privados casi absolutamente de todo, se abre un abismo, no infranqueable, ciertamente, porque pueden atravesarlo las ratas y los reptiles, deslizándose, trepando por las paredes, tendiendo puentes frágiles, uniéndose, subiendo unos sobre otros, como al cruzar un río caudaloso sirven los cadáveres de los soldados ahogados para que crucen por encima tropas frescas y armamento. Entonces sonará la hora del asalto, el dies irae, los gritos salvajes, el lamento tardío.

Nada es más peligroso que polarizar así la sociedad. Y nada más peligroso que quienes con sus ideas económicas patrocinan una especie de darwinismo social. Y nos preguntamos si para remediar la situación, evitar los peligros, salvarnos todos del caos, no será imprescindible, aparte de una enérgica política benefactora, cortarles el cuello a algunos de tales darwinistas, envenenadores del común, empecatados corruptores?

Y que ese peligro de subversión todavía desorganizada, al contrario de lo que era hace algunos años el partido comunista, mas ahora en forma de erupciones anárquicas, individuales u ocasionalmente conjuntadas; que ese peligro está latente lo prueba el reciente (mayo de 2009) atentado contra la familia real holandesa por parte de un desdichado que acababa de perder trabajo y casa, y que no teniendo ya nada quería que lo acompañasen en la ruina algunos felices de su patria. Porque da que pensar que en un país tan pacato, de ciudadanos gordos y fofos, más semejantes que a hombres a vacas voluminosas, pasivas, de continuo rumiar y mirada ausente, haya irrumpido la violencia social.























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