Ediición nº 19 -Abril/Junio de 2012

EL CINE NEGRO ESPAÑOL

Cartel de la película "No habrá paz para los malvados".

José Luis Muñoz

La última edición de los Goya coronó, valga la redundancia, al actor español Jose Coronado por su interpretación en la película, también galardonada, No habrá paz para los malvados de Enrique Urbizu, un director vasco que años atrás había impactado al público con otra película, La caja 507, que pertenecía al género negro, como la premiada.

Pero nuestra devoción por ese tipo de películas viene de lejos. Este género policial, negrociminal, negro a secas, cuya máxima época de esplendor lo solemos situar en la década de los cincuenta en EEUU con maestros de la talla de Stanley Kubrick, John Huston, Orson Welles, Billy Wilder, Fritz Lang, Otto Preminger, Robert Siodmack y un larguísimo etcétera, ya ejerció su fascinación entre los espectadores y los creadores españoles hace buen número de lustros. Sin llegar a la calidad y cantidad del cine galo, que, en ése como en otros muchos géneros, nos llevó siempre ventaja, los realizadores españoles hasta se aventuraron a filmar notables películas policiales en tiempos del franquismo, eso sí, con inequívocos mensajes moralizantes de que el que la hacía (atracadores, ladrones, asesinos) la pagaba y que los policías que llevaban a cabo esas detenciones o desentrañaban los crímenes eran excelentes profesionales amén de personas de una sola pieza, intachablemente morales. Así, curiosamente, mientras escaseaba o, más bien, no existía ningún tipo de literatura que pudiéramos calificar como negrocriminal en España, salvo la excepción de García Pavón y su policía municipal Plinio que deshacía entuertos en su Tomelloso natal, se rodaron un buen puñado de películas, de factura impecable y con excelentes guiones, en el más riguroso blanco y negro, que tuvieron un considerable éxito y eso que España empezaba a estar colonizada por el cine norteamericano. Y cito, de memoria, películas como Brigada criminal (Ignacio F. Iquino, 1950) El cerco (Miguel Iglesias, 1955); Distrito quinto (Julio Coll, 1957); A tiro limpio (Francisco Pérez-Dolz, 1963); El salario del crimen (Julio Buchs, 1964); Los atracadores (Francisco Rovira Veleta, 1962); las numerosas películas salidas de la factoría de Jesús Franco, el todoterreno del cine español, a las que podríamos añadir también la extraordinaria La caza (Carlos Saura, 1965), Furtivos (José Luis Borau, 1975) y La familia de Pascual Duarte (Ricardo Franco, 1976) que, aunque posteriores, son muestras de un cine negro rural con sabor patrio.

Con la muerte de Franco y la desaparición de la férrea censura, el cine negro español adoptó el punto de vista del delincuente y surgió el subgénero quinqui cuyas películas más emblemáticas fueron Perros callejeros de José Antonio de La Loma, los filmes de Eloy de la Iglesia El pico, La estanquera de Vallecas, o Deprisa, deprisa, de Carlos Saura, protagonizados, muchas veces, por actores marginales que acabaron sus días con una aguja de heroína en la vena o tiroteados por la policía.

Un cine negro, como reflejo del momento, ilustrando sucesos reales acaecidos, es el que salió, con notable fortuna, de las manos de Vicente Aranda que filmó la vida delincuencial de Eleuterio Sánchez El Lute en un díptico protagonizado por Imanol Arias, adaptó con fortuna la novela Prótesis de Andréu Martín tomándose alguna libertad en Fanny Pelopaja (convertir al protagonista masculino en mujer) e ilustró un sonado asesinato real en Amantes, una de sus mejores películas. Imanol Uribe transformó la novela negra de Juan Madrid Días contados en un trhiller sobre el mundo de ETA, y Rovira Veleta adaptó a Francisco González Ledesma en Crónica sentimental en rojo. Y esa buena relación de nuestros cineastas con el negro siguió como demuestran Agustín Díaz Yáñez en su espectacular debut en la pantalla con Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, y La noche de los girasoles de Jorge Sánchez Cabezudo, una de las mejores películas que han rodado dentro del género en nuestro país y a la que no se le ha hecho justicia, dos películas excepcionales que destacaron sobre la media de aquellos años.

El reconocimiento a Enrique Urbizu y su excelente film No habrá paz para los malvados, que ha sido todo un éxito comercial además de ser reconocido por la crítica especializada y competía con una de las mejores películas de Almodóvar, La piel que habito, otro film negro que es una adaptación de la extraordinaria novela Tarántula del autor francés Thierry Jonquet, no es más que una confirmación de que el interés cinematográfico, como el literario, por el género que explora la parte más oscura del ser humano sigue teniendo una vigencia extraordinaria desde que Caín mató con una quijada a su hermano Abel. Temas no faltan. Ni crímenes.



* José Luis Muñoz es escritor. Sus últimas novelas publicadas son Tu corazón, Idoia (Corona Borealis, 2011), Llueve sobre La Habana (La Página Ediciones, 2011) y Muerte por muerte (Bicho Ediciones, 2011). En abril de 2012 publicará Patpong Road (La Página Ediciones), una novela que gira en torno al mundo de la prostitución de Bangkok.

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