Ediición nº 19 -Abril/Junio de 2012

Introducción

Continuamos con la relación de poetas que han recibido el Premio Cervantes, y que en esta ocasión es la figura de José Hierro.

José Hierro

José Hierro, poeta.

por Ana Alejandre

Poeta que formó parte de la llamada primera generación poética tras la Guerra Civil, nació en Madrid, el 3 de abril de 1922, aunque pasó su infancia y primera juventud en Cantabria. En Santander comenzó los estudios de perito industrial, pero tuvo que abandonarlos al comienzo de la Guerra Civil en 1936.

Fue encarcelado al finalizar la Guerra Civil por ser miembro de una "organización de ayuda a los presos políticos", uno de los cuales era su propio padre.

Cuando fue liberado en Alcalá de Henares, en 1944, se trasladó a Valencia, ciudad en la que en el Café El Gato Negro, participó en una tertulia literaria a la que asistían Ricardo Blasco, Alejandro y Vicente Gaos, Angelina Gatell, entre otros. Allí desempeñó varios oficios para subsistir y permaneció en Valencia hasta 1946, año en el que había publicado su primer poemario Tierra sin nosotros y, en el mismo año, publica tambien Alegría.. Después se trasladó a Santander y, en 1948, en el Diario Alerta de Santander, publicó su primera crítica pictórica sobre la obra del pintor Modesto Ciruelos. En la capital cántabra contrajo matrimonio, en 1949, con María de los Ángeles Torres. Fue fundador de la revista Proel, junto con Carlos Salomón y hasta 1952 dirige las publicaciones Cámara de Comercio y Cámara Sindical Agraria, antes. posteriormente se trasladó a Madrid donde fijó su residencia en 1952 y, a partir de entonces, impulsó su carrera de escritor. Su actividad crítica la continuó ejerciendo en varios medios de comunicación, entre los que destacan Radio Nacional y el Diario Arriba de Madrid,

Su siguiente obra publicada es Con las piedras, con el viento (1950), , Antología poética (1953), Estatuas yacentes (1954), Cuanto sé de mí (1957) y Libro de las alucinaciones (1964). También es autor del libro en prosa Quince días de vacaciones y del texto filosófico Problemas del análisis del lenguaje moral (1970).

.. Trabajó en el CSIC y en la Editorial Nacional. Colaboró en las revistas poéticas Corcel, Espadaña, Garcilaso, Juventud creadora, Poesía de España y Poesía Española, entre otras.

A lo largo de su carrera escribió en numerosos diarios y revistas, y trabajó en Radio Exterior de España, Radio 3 y Radio Nacional de España, y en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

En 1980 se editó una Antología de su obra, más algunos poemas inéditos. En 1991 publicó Agenda y, en 1998, después de siete años de silencio, Cuaderno de Nueva York, “obra cumbre de la poesía de finales de siglo”, como la definió el académico Fernando Lázaro Carreter. En 2002 se publicó, editado por Luce López-Baralt, la obra titulada Guardados en la sombra, que contiene poemas., cuentos, ensayos y traducciones aún inéditos.

Recibió, entre otros muchos, los siguientes galardones: Premio Adonais por su obra Alegría (1947), Premio Nacional de Poesía (1953), Premio de la Crítica (1958, 1965 y 1999), ), Premio de la Fundación Juan March (1959), Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1981) , Premio Fundación Pablo Iglesias (1986), Premio Nacional de las Letras Españolas (1990), Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1995), Premio Cervantes (1998), Premio Europeo de Literatura Aristeión, en (1999), y Premio Ojo Crítico en (1999).

Fue elegido miembro de la Real Academia Española en abril de 1999, aunque no llegó a leer el discurso de ingreso debido a su grave enfermedad de la que murió en 2000, al sufrir un infarto de miocardio, complicado con un enfisema pulmonar, de lo cual murió el 21 de diciembre de 2002.





Comentario sobre su obra:

José Hierro es una de las figuras más representativas de las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo XX.

Su obra tiene como característica principal que habla y medita sobre lo sencillo, al igual que lo hicieron poetas coetáneos suyos como Blas de Otero y Gabriel Celaya, aunque con resonancias evidentes de poetas como Gerardo Diego, Pedro Salinas, Juan Ramón Jiménez y otros de la Generación del 27, aunque después se decantó su poesía por el estilo existencial y con tonos metafísicos.

Toda su poesía es hondamente evocativa y profundiza en una intimidad que va siendo socavada por el curso imparable del tiempo.

Aunque su primera obra ofrecía un tono claramente reivindicativo y testimonial, el de un niño de la guerra, no se le puede considerar un poeta social como otros; ya que paulatinamente fue haciéndose su obra más existencial en cuanto que su experiencia pasa de ser personal a colectiva.

Tierra sin nosotros (1947), su primera obra, nos permite desvelar las claves de la desolación de la que surge y que se volverán a encontrar en buena parte de su obra, porque toda ella es un clamor hacia la propia patria que ahora está arrasada por la pasada Guerra Civil y las dolorosas cicatrices que ha dejado en todos sus habitantes. Ese mismo año publica también, Alegría (1947) (Premio Adonáis), el que sigue con la misma voz reflexiva de Tierra sin nosotros.

Quinta del 42 (1953) Con Quinta del 42 (1953) comienza la expresión de su inquietud solidaria, siempre presente en Hierro, pero, hasta ahora, mantenida siempre a la sombra. Sin embargo, la suya no es una poesía social al uso, y su tono diferenciador es el que provoca, con antelación de muchos años, las vías de escape de un realismo que atenazaba a la poesía española.

La expresión de su giro contra el realismo es, Cuanto sé de mí (1957), libro en el que muestra una mayor preocupación por la cuestión verbal, justifica y manifiesta la necesidad de crear ámbitos imaginativos y se aparta de las dimensiones espacio temporales, olvidándose de la “actualidad histórica” para intentar buscar la «sonora gruta del enigma».

Todos estos elementos se ponen de manifiesto aún en un mayor grado en el Libro de las alucinaciones (1964). Esta obra culmina su alejamiento de la realidad, ya que está impregnada por una poderosa vía irracionalista que se manifiesta sobre todo en el versículo. Este poemario pone fin a las coordenadas espacio-tiempo, para asentarse en un plano metáfisico.

En 1974 publicará una nueva edición de Cuanto sé de mí; en 1991, un poemario titulado Agenda; en 1995 Emblemas neurorradiológicos y a finales de la década de los 90 Cuaderno de Nueva York, que ésta considerada una obra maestra contemporánea.

Como todo escritor tenía algunas supersticiones y la suya y principal era la de no poder escribir nunca en su propia casa; por lo que siempre lo hacía en algunos cafés de Madrid, en los que escribió toda su obra. Sin embargo, poseía un capacidad de trabajo lenta y rigurosa, por lo que: tardó años en darle forma definitiva a muchos de sus versos..

Como había iniciado su carrera con una crítica pictórica, sentía atracción hacia toda expresión artística, lo que le llevó al dibujo ocasionalmente.

Poesía

Alegría (1947)

Tierra sin nosotros (1947)

Con las piedras, con el viento (1950)

Quinta del 42 (1952)

Estatuas yacentes (1955)

Cuanto sé de mí (1957)

Libro de las alucinaciones (1964)

Agenda (1991)

Prehistoria literaria (1991)

Cuaderno de Nueva York (1998)

Guardados en la sombra (2002


Antologías poéticas

Antología (1953)

Poesías completas. 1944-1962 (1962)

Cuanto sé de mí (1974). Poesías completas.

Cabotaje (1989)

Emblemas neurorradiológicos (1995)

Sonetos (1999)

José Hierro. Poesías completas (1947-2002) (2009)


Otros

Problemas del análisis del lenguaje moral (1970), ensayo.

Reflexiones sobre mi poesía (1984), ensayo.

Quince días de vacaciones (1984), prosa.


Bibliografía

Peña, P. J. de la : Individuo y colectividad: el caso de J. Hierro (Valencia, 1978).

Corona Marzol, G.: Bibliografía de José Hierro (Zaragoza, 1988) y Realidad vital y realidad poética (Poesíapoética de J. Hierro) (Zaragoza, 1991).
Albornoz , A. de : José Hierro (Madrid. 1981).
González, J.M.: Poesía española de posguerra: Celaya, Otero, Hierro (1950-1960) (Madrid, 1982).

Torre, E. E. de: José Hierro: poeta de testimonio (Madrid, 1983).

Jiménez, J.O.: «La poesía de J. Hierro» , en Cinco poetas del tiempo (Madrid, 1972),

González, J.M.: Poesía española de posguerra: Celaya, Otero, Hierro (1950-1960) (Madrid, 1982).

Otros enlaces

José Hierro en el Centro Virtual Cervantes;

Biblioteca Virtual Cervantes;

Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1981;

A orillas del East River

En esta encrucijada,
flagelada por vientos de dos ríos
que despeinan la calle y la avenida,
pisoteada su negrura por gaviotas de luz,
descienden las palabras a mi mano,
picotean los granos de rocío,
buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas.

Siempre aspiré a que mis palabras,
las que llevo al papel,
continuasen llorando
-de pena, de felicidad, de desesperanza,
al fin, todo es lo mismo-,
porque yo las había llorado antes;
antes de que desembocasen en el papel blanquísimo,
en el papel deshabitado, que es el morir.
Dejarían en él los ecos asordados, empañados,
de lo que tuvo vida.
Alguien advertiría la humedad de las lágrimas,
lloraría por seres que jamás conoció,
que acaso no es posible que existieran
aunque estuvieron vivos
en el recuerdo o en la imaginación.
Lloraríamos todos por los desconocidos,
los -para mí -difuminados
en la magia del tiempo.

Contra las estructuras
de metal y de vidrio nocturno
rebotan las palabras aún sin forma,
consagradas en el torbellino helado,
y no me hacen llorar.
Yo ya no sé llorar. ¡Y mira que he llorado!

II
Yo ya no lloro,
excepto por aquello que algún día
me hizo llorar:
los aviones que proclamaban 
que todo había terminado;
la estación amarilla diluida en la noche
en la que coincidían, tan sólo unos instantes,
el tren que partía hacia el norte
y el que partía hacia el oeste 
y jamás volverían a encontrarse;
y la voz de Juan Rulfo: «diles que no me maten»;
y la malagueña canaria;
y la niña mendiga de Lisboa
que me pidió un «besiño». 

Yo ya no lloro.
Ni siquiera cuando recuerdo
lo que aún me queda por llorar.

De "Cuaderno de Nueva York" 1998

La mano es la que recuerda...


La mano es la que recuerda
Viaja a través de los años,
desemboca en el presente
siempre recordando.

Apunta, nerviosamente,
lo que vivía olvidado.
la mano de la memoria,
siempre rescatándolo.

Las fantasmales imágenes
se irán solidificando, 
irán diciendo quién eran,
por qué regresaron.

Por qué eran carne de sueño,
puro material nostálgico.
La mano va rescatándolas 
de su limbo mágico.

De "Cuaderno de Nueva York" 1998


Alma dormida

Me tendí sobre la hierba entre los troncos
que hoja a hoja desnudaban su belleza.
Dejé el alma que soñase:
volvería a despertar en primavera.

Nuevamente nace el mundo, nuevamente
naces, alma (estabas muerta).
Yo no sé lo que ha pasado en este tiempo:
tú dormías, esperando ser eterna.

Y por mucho que te cante la alta música
de las nubes, y por mucho que te quieran
explicar las criaturas por qué evocan
aquel tiempo negro y frío, aunque pretendas

hacer tuya tanta vida derramada
(era vida, y tú dormías), ya no llegas
a alcanzar la plenitud de su alegría:
tú dormías cuando todo estaba en vela.

Tierra nuestra, vida nuestra, tiempo nuestro...
(Alma mía, ¡quién te dijo que durmieras!)

De "Agenda" 1991

 

Amanecer

                                                                                
                       Imagínate tú...
                                                                  Imagínatelo tú por un momento.
                                                                                                                            R. A.

La estrella aún flotaba en las aguas.
Río abajo, a la noche del mar, la llevó la corriente.
Y de pronto la mágica música errante en la sombra
se apagó, sin dolor, en el fresco silencio silvestre.

Imagínate tú, piensa sólo un instante,
piensa sólo un instante que el alma comienza a caerse.
(Las hojas, el canto del agua que sólo tú escuchas:
maravilloso silencio que pone en las tuyas su mano evidente.)

Piensa sólo un instante que has roto los diques y flotas sin tiempo en la noche,
que eres carne de sombra, recuerdo de sombra; que sombra tan sólo te envuelve.
Piensa conmigo «¡tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo,
antes que todo se desvaneciese!»

Imagínate tú que hace siglos que has muerto.
No te preguntan las cosas, si pasas, quién eres.
Procura un instante pensar que tus brazos no pesan.
Son nada más que dos cañas, dos gotas de lluvia, dos humos calientes.

(¡Tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo!)
Y cuando creas que todo ante ti perfecciona su muerte,
abre los ojos:
                            El trágico hachero saltaba los montes,
llevaba una antorcha en la mano, incendiaba los bosques  nacientes.
El río volvía a mojar las orillas que dan a tu vida.
El prodigio era tuyo y te hacías así vencedor de la muerte.

De "Agenda" 1991


Acelerando

Aquí, en este momento, termina todo,
se detiene la vida. Han florecido luces amarillas
a nuestros pies, no sé si estrellas. Silenciosa
cae la lluvia sobre el amor, sobre el remordimiento.
Nos besamos en carne viva. Bendita lluvia
en la noche, jadeando en la hierba,
trayendo en hilos aroma de las nubes,
poniendo en nuestra carne su dentadura fresca.
Y el mar sonaba. Tal vez fuera su espectro
porque eran miles de kilómetros
los que nos separaban de las olas,
y lo peor, miles de días pasados y futuros nos separaban.
Descendían en la sombra las escaleras.
Dios sabe a dónde conducían. Qué más daba. «Ya es hora
-dije yo-, ya es hora de volver a tu casa.»
Ya es hora. En el portal, «Espera», me dijo. Regresó
vestida de otro modo, con flores en el pelo.
Nos esperaban en la iglesia. «Mujer te doy.» Bajamos
las gradas del altar. El armonio sonaba.
Y un violín que rizaba su melodía empalagosa.
Y el mar estaba allí. Olvidado y apetecido
tanto tiempo. Allí estaba. Azul y prodigioso.
Y ella y yo solos, con harapos de sol y de humedad.
«¿Dónde, dónde la noche aquella, la de ayer...?», preguntábamos
al subir a la casa, abrir la puerta, oír al niño que salía
con su poco de sombra con estrellas,
su agua de luces navegantes,
sus cerezas de fuego. Y yo puse mis labios
una vez más en la mejilla de ella. Besé hondamente.
Los gusanos labraron tercamente su piel. Al retirarme
lo vi. Qué importa, corazón. La música encendida,
y nosotros girando. No: inmóviles. El cáliz de una flor
gris que giraba en torno vertiginosa.
Dónde la noche, dónde el mar azul, las hojas de la lluvia.
Los niños -quiénes son, que hace un instante
no estaban-, los niños aplaudieron, muertos de risa:
«Qué ridículos, papá, mamá». «A la cama», les dije
con ira y pena. Silencio. Yo besé
la frente de ella, los ojos con arrugas
cada vez más profundas. ¿Dónde la noche aquella,
en qué lugar del universo se halla? «Has sido duro
con los niños.» Abrí la habitación de los pequeños,
volaron pétalos de lluvia. Ellos estaban afeitándose.
Ellas salían con sus trajes de novia. Se marcharon
los niños -¿por qué digo los niños?- con su amor,
con sus noches de estrellas, con sus mares azules,
con sus remordimientos, con sus cuchillos de buscar
bajo la carne. Dónde, dónde la noche aquella,
dónde el mar... Qué ridículo todo: este momento detenido,
este disco que gira y gira en el silencio,
consumida su música...

De "Libro de las alucinaciones" 1964

 
 El héroe

Oí latir el corazón del mar
unido al de otras músicas -el vals, la polka, el tango,
el chárleston,  el pasodoble,  la rumba,  el twist,  el mádison-,
lo eterno y la que pasa, mano a mano.
La vida. El mar. Y las ciudades: hermosa Viena,
desasosegadora Nueva York,
pasando por París y por Madrid.
Músicas muertas en los tocadiscos
de los muchachos, como antaño en pianolas y organillos.
Música viva, como un mar que transcurre para los soñadores
-Bach, Schumann, Brahms o Debussy-;
señales de otras músicas futuras, de otras vidas,
de otros tiempos -Boulez, Berio, Stockhausen, Luis de Pablo-,
viejos probablemente cuando leáis estas palabras
viejas también, que ahora arrojo al olvido.

Entonces lo vi allí, al héroe, indiferente,
con su uniforme de guardarropía,
anacrónico. El pecho cubierto de medallas y de nobles cintajos,
maravillas de seda y cobre.
Vi al héroe, descansando sobre el banco de piedra.

Los jóvenes que pasan, navegan por la música.
Otros, ya con arrugas, oyen el canto de las olas.
Yo sólo, aquí, entre ellos, el más viejo de todos,
oigo música y mar al mismo tiempo. Es la armonía
de quien nació y ha muerto muchas veces.
No es frecuente que sea así, pero sucede, como ahora:
de súbito se encienden mar y música;
estallan tiempo, espacio, fuera y dentro;
giran deslumbradores vida de ayer y sangre fresca:
es como un huracán irresistible.

Es como un fuego. Yo iba andando
con la felicidad de adentro
y la felicidad de afuera,
suma de aquella humanidad entre la que pasaba.
Y vi al hombre: «Qué harás aquí -le dije-,
descorazonadora criatura,
carcomiendo la plenitud. Qué se habrá muerto
dentro de ti».
                           
                        Y yo, que oía
todos los sones, sólo oí el silencio, su silencio,
el silencio del héroe,
sordo al mar, a la música, a sus recuerdos y proyectos.

Nueve décimas partes de su vida
debieron de pasar sin acercarse al mar,
sin sospechar siquiera qué paciencia salada,
qué artesanía de olas y de días
son necesarias para producirse
el prodigio de un árbol de coral,
la fantasía helicoidal de un caracol.
Era un héroe deshabitado, sin corona de roble
que le ciña de días gloriosos.

Despojad un instante a esta palabra
-héroe- de tantas adherencias literarias. Borrad
las iconografías consabidas:
Grecia y piedra rosada, cara al mar,
héroes ecuestres del Renacimiento...
Era otra cosa el hombre que yo vi.
Nació en alguna aldea del interior de España-
La piel endurecida, impasibles los ojos
que nada vieron nunca si no fue la llanura
circundada de encinas, donde nació y vivió.

(Donde vivió esperando
su tren de muerte, como yo ahora espero,
mientras nerviosamente escribo estos recuerdos,
al tren que ha de llegar a Medina del Campo
casi al amanecer. Estos sucesos
ocurrieron lejos de aquí, y en mí vivían
solicitando forma, para no ser pura nostalgia.
Sólo esta noche pude hallarles la palabra.)

Allí vivió veinte años. Un día, le hizo hombre
la guerra: le dio fe, lejanías y llamas.
Llegó hasta el mar; el mar le hizo sentirse libre;
mojó en el mar su cuerpo,
conquistó tierras, hizo prisioneros,
bebió vino de muerte, sintió tristeza y sintió ira;
tal vez fuera marcado por la metralla. Estuvo vivo
como nunca lo estuvo ni volvería a estarlo.
Dio razón y entusiasmo a su vida:
se la jugó con alegría a una carta tapada.
Luego, volvió a su pueblo a ensartar días y cosechas,
a dorar con melancolías
su estatua coronada de olas. 

Y he aquí que al cabo de los años 
llega otra vez junto al mar luminoso.
Donde dejó entusiasmo, vida y fe,
ha encontrado el silencio,
el mismo de las eras de su aldea,
mas ya sin esperanza.
Ha desfilado entre banderas, entre cánticos;
resucitaron las palabras en la garganta joven;
ha bebido el vino de antaño
y paseado su embriaguez gloriosa.
Desde las doce a la una y media
ha durado el desfile de estos supervivientes,
nostálgicos representantes
de un drama, escrito hace quién sabe cuántos años.
Después de la comida y los discursos
cayó el telón. Y oyó el silencio de los espectadores.
Y el silencio del mar. Y el de su vida.
Dijeron: «A las nueve al autobús;
hay que llegar temprano a casa.»
Oyó el silencio de su vida.
Desconocido entre desconocidos,
anduvo por las calles, sin rumbo. Se sentó
enfrente de las olas. Volvió el naipe
y no había figura pintada en él. Y oyó el silencio.

¿Comprendéis? El nordeste cesa al atardecer.
Ya ni siquiera hace temblar la ropa de este hombre.
No le deja en la mano el aroma del arma
con que mató a la muerte hace ya tiempo.
Van los muchachos por su lado, destruyen
la muerte con la música, como ayer con la pólvora.
Destruyen con la música la vida.
Con la música crean un inmenso silencio.

De "Libro de las alucinaciones" 1964


 La sombra

¿Todo en Él es presente:
el futuro, el pasado?
Lo que será y ha sido
¿es actual en sus manos?
¿A un tiempo toca
la semilla y el árbol?
¿En el brote ve el tronco
talado y abrasado?
Nos contempla y ¿tan solo
puede llorar, llorarnos?
¿Nos tiene ya en su gloria?
¿Nos tiene condenados?
¿Ve en nuestros pobres huesos
el alba y el ocaso?
¿No puede detenernos
ni puede apresurarnos?
¿Llora por lo que tiene
que pasar (y ha pasado)?
¿Llora por lo que ha sido
(por lo que aún no ha llegado)?
¿Nos arranca del tiempo
para que no suframos
nosotros, sus heridas
criaturas, esclavos
sombríos? ¿Nos ve ciegos
y no puede guiarnos?

De "Cuanto sé de mí" 1957-1959

Interior

Tu piel me devolvía
algo remoto. (¿Es esto
un poema de amor?
¿Es un canto de duelo
o de esperanza? Un himno
triunfal o una nostalgia
acariciada sobre
la realidad?)
                     No había
nadie, sino nosotros.
(Los demás no existían.) 
Una botella, un libro,
un cenicero. Ahora
la vida es de cristal,
de metal, de papel.
Ahora es la botella 
más bella que una flor.
El cenicero tiene
el sonámbulo brillo
de las olas. El libro
es una roca... (¿Es esto 
un poema de amor?)
En una habitación
en penumbra, entre el humo
que nos aleja... (¿Es esto
un Poema de amor?) 
...sin hablar...(nada está
dicho aún...).
                      Olvidaba
otra cosa: la música
frutal, el corazón
errante de los siglos, 
suena para nosotros.

Toqué tu frente como
si me fuera a morir
un instante después.
Igual que si me anclases
a la verdad. (¿Es esto
un poema de amor?
¿Fuimos sus criatura
melancólicas...?)

                         Libro,
botella, cenicero.
(No flor, ni ola, ni rocas.)
He llamado a las cosas
por su nombre, aunque el nombre
rompa el hechizo. Quiero
todo aquello que ha sido
el instante, su carne
y su alma (no sólo
su alma), lo que el tiempo
roe (no lo que el tiempo
purifica).

                  Al contacto
de tu frente, los días
volaban desprendidos
de la copa. Pensé
que los días... ¿Amor
es eso que devuelve
el tiempo huido? ¿Eras
entonces el amor?
¿Me estoy cantando a mí,
recobrado y perdido?
¿Al amor, al que duerme
bajo tu piel, la pobre
criatura del cielo
destinada a morir
sin haber conocido
sus imposibles padres.

De "Cuanto sé de mí" 1957-1959

Otoño

Otoño de manos de oro.
Ceniza de oro tus manos dejaron caer al camino.
Ya vuelves a andar por los viejos paisajes desiertos.
Ceñido tu cuerpo por todos los vientos de todos los siglos.

Otoño, de manos de oro:
con el canto del mar retumbando en tu pecho infinito,
sin espigas ni espinas que puedan herir la mañana,
con el alba que moja su cielo en las flores del vino,
para dar alegría al que sabe que vive
de nuevo has venido.
Con el humo y el viento y el canto y la ola temblando,
en tu gran corazón encendido.

De "Quinta del 42" 1952

 
Presto

De todos los que vi (se sucedían
fatalmente), de todos los que vi,
todos aquellos que solicitaron
-de quienes yo solicité- ternura,
calor, ensueño, olvido o lágrimas...
De todos esos en los que viví,

por qué tenias que ser tú, retama
matinal, estival, voz derruida,
perro sin amo, espuma levantada
hacia las noches, agua de recuerdo,
gota de sombra, dedos que sostienen
un pétalo de sol... por qué tenías,
ciega, precisamente que ser tú...

De todos los que vi, por qué tenías
que ser tú, leño que sobrenadabas...
Por qué tenías que ser tú, muralla
de ceniza, madera del olvido...

Por qué tenías que ser tú, precisa-
mente tú, con el nombre diluido,
con los ojos borrados, con la boca
carcomida, lo mismo que una estatua
limada por los siglos y las lluvias...
De todos los que vi, desenterrados
de las mañanas y los cielos grises...
De todos, todos, todos, por qué habías
de ser tú sólo quien me entristeciese,
quien se me levantase, puño de ola,
me golpease el corazón, con esos
instantes sin nosotros, caracolas
duras, vacías, donde suena el mar
de otros planetas...
                                      Modelada en sombra
y en olvido, tenias que ser tú,
melancolía, quien resucitase...

De "Quinta del 42" 1952

Para un esteta

Tú que hueles la flor de la bella palabra     
acaso no comprendas las mías sin aroma.
Tú que buscas el agua transparente
no has de beber mis aguas rojas.

Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda
ni cómo vida y muerte  -agua y fuego-  hermanadas
van socavando nuestra roca.

Perfección de la vida que nos talla y dispone
para la perfección de la muerte remota.
Y lo demás, palabras, palabras, y palabras,
¡ay, palabras maravillosas!

Tú que bebes el vino en la copa de plata
no sabes el camino de la fuente que brota
en la piedra. No sacias tu sed en agua pura
con tus dos manos como copa.

Lo has olvidado todo porque lo sabes todo.
Te crees dueño, no hermano menor de cuanto nombras.
Y olvidas las raíces ( «Mi Obra», dices ), olvidas
que vida y muerte son tu obra.

No has venido a la tierra a poner diques y orden
en el maravilloso desorden de las cosas.
Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas
sin alzar vallas a su gloria.

Nada te pertenece. todo es afluente, arroyo.
Sus aguas en tu cauce temporal desembocan.
Y hechos un solo río os vertéis en el mar
«que es el morir», dicen las coplas.

No has venido a poner orden, dique. Has venido
a hacer moler la muela con tu agua transitoria.
Tu fin no está en ti mismo ( «Mi Obra», dices ), olvidas
que vida y muerte son tu obra.

Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día
por la música de otras olas.

De "Quinta del 42" 1952


Alegría interior

En mí la siento aunque se esconde. Moja
mis oscuros caminos interiores.
Quién sabe cuántos mágicos rumores
sobre el sombrío corazón deshoja.

A veces alza en mí su luna roja
o me reclina sobre extrañas flores.
Dicen que ha muerto, que de sus verdores
el árbol de mi vida se despoja.

Sé que no ha muerto, porque vivo. Tomo,
en el oculto reino en que se esconde,
la espiga de su mano verdadera.

Dirán que he muerto, y yo no muero.¿Cómo
podría ser así, decidme, dónde
podría ella reinar si yo muriera?

De "Alegría" 1947

 Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna...


Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna
y nos pusimos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Ahora ya es tarde. Las albas vendrán a ofrecernos sus húmedas flores.
Ciegos iremos. Callados iremos, mirando algo nuestro que escapa
hacia su patria remota.
(Nuestro espíritu debe de ser, que cabalga
sobre las olas.)

Ahora ya es tarde. Apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Hemos caído en un pozo que ahoga los sueños.
Hemos sentido la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca.

Antes, entonces, con qué gozo ardiente,
con qué prodigioso encenderse de aurora
modelamos en nieblas efímeras, en pasto de brisas ligeras,
nuestra cálida hora.
Y cómo apretamos las ubres calientes. Y cómo era hermoso
pensar que no había ni ayer, ni mañana, ni historia.

Ahora ya es tarde; apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Cómo errar por los años, como astros gemelos, sin fuego,
como astros sin luz que se ignoran.
Cómo andar, sin nostalgia, el camino, soñando dos sueños distintos
mientras en torno el amor se desploma.

Ahora ya es tarde. Sabemos. Pensamos. (Buscábamos almas.)
Ahora sabemos que el alma no es piedra ni flor que se toca.
Como astros gemelos y ajenos pasamos, sabiendo
que el alma se niega si el cuerpo se niega.
Que nunca se logra si el cuerpo se logra.

Dejamos encima del mar marchitarse la luna.
Cómo errar, por los años, sin gloria.
Cómo aceptar que las almas son vagos ensueños
que en sueños tan sólo se dan, y despiertos se borran.
Qué consuelo ha de haber, si lograr una gota de un alma
es pretender apresar el latir de la tierra, desnuda y redonda.

Estamos despiertos. Sabemos. Como astros soberbios, caídos,
sentimos la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca.

De "Con las piedras, con el viento" 1950

Desaliento

«No quiero que pienses», dices
Tú sabes que sólo en ello 
puedo pensar. Pasarán
los días, las noches. Tiempos 
vendrán sin nosotros. soles
brillarán en cielos nuevos.
Ecos de campana harán
más misterioso el silencio.
(«No quiero que pienses».) 
Yo seguiré pensando en ello.

Quisiera hablarte de hermosas 
fábulas, de pensamientos
luminosos, de jornadas
soñadas, de flores, vientos,
caricias, ternuras, gracias,
secretos;
pero en la boca me nacen
palabras de fuego.
Como llamas silenciosas
me abrasan por dentro.

Debiera decirte «amor»,
«fantasía», «sueño».

Yo sólo pregunto cómo
fue posible aquello.
Seguiría, paso a paso,
la huella de tu andar. Dentro
de tu vida escondería
la vida que muero.

«No quiero que pienses». Yo
digo que no pienso en ello.
(Cómo podría olvidarlo
sin haberme muerto.)

De "Con las piedras, con el viento" 1950

 Con las piedras, con el viento...

Con las piedras, con el viento
hablo de mi reino.

Mi reino vivirá mientras
estén verdes mis recuerdos.
Cómo se pueden venir
nuestras murallas al suelo.
Cómo se puede no hablar
de todo aquello.
El viento no escucha. No
escuchan las piedras, pero
hay que hablar, comunicar,
con las piedras, con el viento.

Hay que no sentirse solo.
Compañía presta el eco.
El atormentado grita
su amargura en el desierto.
Hay que desendemoniarse,
liberarse de su peso.
Quien no responde, parece
que nos entiende,
con las piedras, con el viento.

Se exprime así el alma. Así
se libra de su veneno.
Descansa, comunicando
con las piedras, con el viento.

De "Con las piedras, con el viento" 1950

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