Ediición nº 19 -Abril/Junio de 2012

Biografía de Pedro Laín Entralgo

Pedro Laín Entralgo, médico, ensayista, filósofo e historiador.

por Ana Alejandre

Ensayista, historiador, filósofo y médico español, nacido en Urrea de Jaén, (Teruel), el 15 de febrero de 1908. En su obra predominan especialmente los textos de antropología médica y de historia.

Es considerado el iniciador y el máximo tratadista de la historia de la medicina en España. Cursó estudios de Medicina en la Universidad de Valencia, y obtuvo en dicha universidad una plaza de colegial-becario en el entonces Colegio del Beatro Juan de Ribera de Burjassot, hoy llamado Colegio Mayor San Juan de Ribera. Su especialidad de psiquiatría la cursó en las universidades de Zaragoza, Valencia y Madrid. Obtuvo, además, la licenciatura en Ciencias Químicas.

Fue militante falangista y al término de la Guerra Civil fundó junto a Dionisio Ridruejo la revista Escorial que representa el epíritu más liberal dentro del seno de la Falange, con lo que se intentaba recuperar todo aquello que pudiera serlo del mundo intelectual anterior a la Guerra Civil y poder así recobrar el debate intelectual en la España de la posguerra.

Mantuvo una estrecha amistad con Gerardo Salvador Merino y la misma fructificó en la obra Los valores del Nacionalsindicalismo, que tiene como base la conferencia pronunciada en el año 1941 en el Congreso Sindical.

Fue, asimismo, director de la Editora Nacional y, en 1941, publicó su primera obra de ensayos Medicina e historia y poco después obtuvo la cátedra de Historia de la Medicina en la Universidad Complutense de Madrid, de la que ocupó también el cargo de rector, aunque dimitió de dicho cargo después de los sucesos de 1956.

Impartió numerosas conferencias y colaboró en diarios y revistas. Autor prolífico, su obra ofrece distintas y variadas vertientes. Trató de su especialidad como era la medicina en obras como son La antropología en la obra de fray Luís de Granada (1946), Introducción al estudio de la patología psicosomática (1950) y La relación médico-enfermo, historia y teoría (1964), obra en la que se advierte la fuerte influencia que le supuso la figura y obra del doctor y filósofo Gregorio Marañón, tanto en su metodología intelectual como en la propia formación de su credo moral. En todas estas obras reflexiona en tonos filosóficos sobre los fines y medios de la medicina. Dentro de este tipo de ensayos relacionados con la Medicina están incluidos los siete volúmenes de la Historia universal de la medicina (1969-1975), obra colectiva que fue publicada bajo la dirección de Laín Entralgo.

Además de los temas puramente médicos, también publico temas históricos y filosóficos. Su obra España como problema (1949), tuvo un gran éxito, que se oponía a las teorías de Rafael Calvo Serer, máximo representante del integrismo católico, ofrecidas en la obra de este último autor titulada España sin problema, incardinadas ambas dentro del llamado debate sobre el Ser de España.

Además, se ocupa del análisis histórica de la cultura española, intentando comprender sus claves, especialmente en los años en los que se aparta del ideario falangista. De esta etapa son los ensayos Menéndez Pelayo, historia de los problemas intelectuales (1944), La Generación del 98 (1945) y la ya citada España como problema (1957).

Publicó, en los últimos años de vida, varios libros sobre antropología filosófica, en los que analiza con profundidad y rigor la verdadera y profunda naturaleza del ser humano. De esta inquietud surgen los títulos : El cuerpo humano. Teoría actual, Cuerpo y alma. Estructura dinámica del cuerpo humano, Alma, cuerpo, persona y ¿Qué es el hombre?

Otra faceta de este prolífico pensador es la de haber ejercido la crítica teatral en la revista Gaceta Ilustrada, por lo que escribió obras de teatro, en una búsqueda constante de cauces de expresión.

En toda su obra se nota la profunda influencia que tuvieron sobre este pensador tanto Ortega y Gasset como Zubiri.

Fue miembro de la Real Academia Española desde 1953, de la que fue director (institución que dirigió desde 1982 hasta 1987), de la Real Academia Nacional de Medicina y de la Real Academia de la Historia.

En 1991 recibió el V Premio Internacional Menéndez Pelayo.

Falleció en Madrid, el Madrid, 5 de junio de 2001.

Comentarios sobre su obra

La aportación más importante de este pensador ha sido la creación de una antropología filosófica que tiene como elementos principales la biología, la fisiología y la neurología, lo que Laín llama la “antropología de la esperanza”, en un intento de análisis de los mecanismos en los que se basa el “esperar” humano.

Tuvo en cuenta siempre la realidad y los supuestos metafísicos y fisiológicos del “otro”, lo que está siempre presenta en la formación de todo “encuentro” del “yo” con ese “otro”, cuestión ésta que es de de importancia fundamental en toda vida humana.

En otros estudios de este pensador se encuentra lo que él mismo denomina la “metafísica intramundana”, que define el problema de la realidad y el de la persona.

En la década de los 40 se advierte en su obra una cierta y moderada modernización que se pone de manifiesto en sus libros Sobre la cultura española (1943); Las generaciones en la historia (1945); España como problema (1949).

En años posteriores, se advierte su inclinación por los temas antropológicos y entre las obras de esta etapa se pueden citar los títulos La espera y la esperanza (1957), Teoría y realidad del otro (1961) y Antropología médica (1984). En Descargo de conciencia (1976). También escribió una obra autobiográficas, escrita en la etapa de transición de la dictadura a la democracia, en la que describe su proceso de evolución intelectual y político “desde la desgarradora experiencia de la Guerra Civil”, además de afirmar su compromiso individual y de grupo en algunas propuestas de modernización del país que fracasaron y en la propia evolución de su pensamiento en el transcurso de los años..

Sus creencias cristianas aparecen evidentes en sus estudios y ensayos antropológicos. Las mismas son resumidas por Laín Entralgo en los puntos siguientes: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, la trascendencia del hombre porque pervive tras la muerte terrenal y, mientras el ser humano vive se puede comunicar con Dios.

Por su formación científica, insiste en la enorme importancia de los últimos descubrimientos científicos tanto en el campo de la evolución como en en el de la neurología, entre otras parcelas de la ciencia. Por ello, hace una crítica del concepto del alma a lo largo de la historia, partiendo desde Platón hasta el momento actual. La influencia recibida de Zubiri, especialmente en lo concerniente a la exposición de los diversos niveles estructurales que ha creado el universo en su propia naturaleza dinámica, se ofrece en la obra de Laín Entralgo Estructura dinámica de la realidad.

A pesar de su vasta y excelente formación intelectual, no deja de reconocer las limitaciones del conocimiento humano. Por ello, afirma sin ambages que las cuestiones sobre las que se puede tener un cierto conocimiento sólo pueden ser aquellas que son consideradas penúltimas, pero nunca se podrá llegar a conocer la naturaleza de las cuestiones últimas, sobre las que sólo se podrá alcanzar un conocimiento parcial, siempre incierto y sólo probable.

<Pedro Laín Entralgo, médico, ensayista y filósofo.

Nota.-

Textos extraídos de la obra de Agustín Albarracín Teulón, Pedro Laín, historia de una utopía. Madrid, Espasa-Calpe, 1994.

Compra de votos, política caciquil (pp. 15-16)

"De 1921 a 1923 se me hizo, a la par, una realidad más concreta y más compleja: ello, en mi etapa pamplonica: el desastre de Annual, las subsiguientes "responsabilidades", la reconquista del Rif, el contacto, a través de compañeros de estudios, con el mundo vasco...» «Y algo más, que por entonces no comprendí: el contacto con la baja política caciquil, del que fui, sin proponérmelo, protagonista inocente. Se lo contaré —se anima su rostro ante el recuerdo de esta "picardía" política—: en las elecciones generales y locales, la mayoría conservadora siempre era en mi pueblo muy considerable; pero mediante un convenio económico entre el Ayuntamiento y el candidato liberal —piensa un momento—, creo que don Baldomero Barón, aquél se comprometió a reducir en la medida que fuese el margen de tan habitual ventaja numérica, Así se hizo. Y en mi memoria todavía me veo camino de Híjar, cabeza del distrito, llevando dentro del bolsillo veinticinco mil pesetas, toda una fortunita, con la encomienda municipal de depositarla en la Caja Postal de Ahorros. El alcalde debió pensar que un buen chico como yo muy bien podía ser, sin la menor sospecha de nadie, quien en beneficio del vecindario pusiese a buen recaudo el precio del secreto enjuague electoral.» Se ríe un instante, y luego me confiesa, casi infantilmente: «Sólo más tarde tuve yo noticia precisa de la turbia procedencia de ese dinero.»

Proclamación anticipada de la República (pp. 21-22)

«¿Sabía usted que en la noche del 13 al 14 de abril de 1931 "proclamamos" la República —por supuesto como meros testigos— un grupo de melómanos en el café María Cristina de Madrid?» Y ante mi cara de asombro: «Solíamos acudir allí con alguna frecuencia mi hermano y yo por las noches para oír los con-ciertos interpretados por un septeto del que formaban parte el violinista Rafael Martínez y el pianista Aroca. Aquella noche acudimos al café, tanto para escuchar al conjunto de Rafael Martínez como para otear el ambiente político que se respiraba. Y al concluir la primera interpretación anunciada, un clamor unánime del público que abarrotaba la sala: "¡El Himno de Riego! ¡El Himno de Riego!" El violinista no conocía su música, pero solemne, puesto en pie sobre el mármol de un velador, interpretó una sonora y entusiasta Marsellesa, pronto unánimemente coreada. Por eso le decía —sonríe— que antes que lo fuese en Vigo y en Éibar, proclamamos la República en Madrid los melómanos del café María Cristina.»
Está algo cansado. Se ven sus ganas de concluir este período histórico. Por eso, «lo demás ya se sabe. La casi universal ilusión de las almas, la esperanza de un futuro inmediato que hiciese olvidar la monarquía de Sagunto con todos los contratiempos que me había tocado vivir, la recuperación de la vida cotidiana, con visitas al Ateneo —donde por primera y única vez pude ver y oír a Unamuno—, asistencia a la Universidad, una tenue sensación de que se va a lograr la nacionalización social de la recién nacida República... y de repente el aldabonazo bronco de la quema de iglesias y conventos".
Integrismo en las oposiciones universitarias (pp. 58-60)

(En el año 1942, Pedro Laín oposita a su cátedra de Historia de la Medicina en la Universidad Central de Madrid. En la Guerra Civil, luchó del lado de los falangistas, era "camisa vieja" y director de Editora Nacional, la editora que había creado el franquismo, reconocido cristiano que ha hecho pública profesión de fe en publicaciones y artículos. Aún así, se escruta minuciosamente si es o no "confiable)
«Pese a lo serio del tema; pese a la abrumadora tarea que sobre mis hombros tomé para poder demostrar la autenticidad de mis propósitos ante el tribunal que debía juzgarme, dos lecciones saqué de mi intento: atañe una al mundo de la intransigencia; la otra, con ella mezclada, al del esperpento. Me explicaré. Antes de comenzar los ejercicios me informaron que el presidente del tribunal, decano de la Facultad de Medicina, católico integrista que me consideraba ideológicamente "no seguro", quizá "peligroso", había afirmado que "Laín podía despedirse de entrar en San Carlos". Y a la par, tuve como contrincante en los tres primeros ejercicios, a "uno de esos genios que de cuando en cuando produce nuestra raza" —palabras textuales de otro catedrático, conmilitón político del decano—. Con este panorama ante mí comencé mis actuaciones. Y en efecto, ya en la trinca del primer ejercicio, y pese a que deliberadamente yo había omitido en mi exposición toda alusión a mi tarea publicística extraña a la materia de la oposición, mi contrincante dogmatizó: "En sus artículos el doctor Laín afirma tal y tal cosa (y aislándolo astutamente de su contexto, leyó con voz campanuda el fragmento en cuestión). En el Santo Evangelio, Nuestro Señor Jesucristo nos enseña esto otro (nuevo golpe de lectura). Pues bien: como comprenderán los señores miembros del tribunal, entre el doctor Laín y Nuestro Señor Jesucristo, yo me quedo con éste".»
Ninguno de los dos podemos contener la risa. «Desgraciadamente —afirma Laín—, tal era el marco en que se desarrollaba en aquellos momentos la vida universitaria.» Pero por favor, le insto, ¿cómo acabó el «piadosísimo alegato» del aspirante a catedrático? «Pues verá: en aquel momento recordé que poco antes de las oposiciones, el padre jesuita E. Guerrero había publicado en Razón y Fe un artículo sobre mí —"Moral nacional y moral religiosa"—, en el cual, sin mengua de ciertas reservas críticas, muy propias de aquellos años, abierta y generosamente afirmaba la fecundidad que para la adecuada inserción del catolicismo en la sociedad civil podía tener una actitud como la mía. Ni corto ni perezoso, le opuse: "El doctor A. —aquí el nombre de mi coopositor— sostiene la incompatibilidad entre mis ideas y el Evangelio. En cambio, el padre Guerrero, de la Compañía de Jesús, escribe en Razón y Fe esto y esto. Pues bien, comprenderán los señores miembros del tribunal que yo, en materia de religión, entre las opiniones del doctor A. y las de un padre jesuita, me quede con estas últimas." Allí acabó todo. Mi contrincante abandonó las oposiciones en el tercer ejercicio y al fin yo fui votado por unanimidad.»
Este era el ambiente de la Universidad española en 1942. Sectarismo —las famosas depuraciones iniciadas el año 1937 habían acabado con gran parte de lo mejor del profesorado—, confesión de un cristianismo beligerante, mediocridad por doquier. «Y para colmo —me interrumpe Laín—, en lo que concierne a mi Facultad —entonces comenzaban para mí los problemas en la Universidad—, la mutua inconexión entre sus docentes no podía ser mayor. No se celebraban juntas de Facultad; la autocracia del decano era absoluta; cada uno sólo hablaba dentro de San Carlos con sus amigos personales; en determinados casos, ni siquiera nos conocíamos unos a otros".

Los problemas de Laín rector (pp. 63-66)

(Laín fue rector entre 1951 y 1956, siendo ministro de Educación Joaquín Ruiz-Giménez. Tuvo serios enfrentamientos con la Iglesia porque quiso suprimir las llamadas "tres Marías" que se impartían en todas las carreras universitarias: la formación del espíritu nacional, la formación religiosa y la formación física)

"¿Enfrentamientos? «Con todos los estamentos, comenzando por la Iglesia. Como anticipo de una proyectada Junta de Rectores, el ministro nos reunió en Madrid a todos los que entonces lo éramos, y en una conversación informal —aquel era el espíritu de este primer encuentro— planteé la necesidad —recuerde mi programa— de ir pensando en revisar con seriedad, para impedir el desprestigio tanto del Estado como de la Iglesia, aquellas tres disciplinas obligatorias que los estudiantes denominaban "las tres Marías".» (...) «Así fue; pocos días después de esta conversación, repito que informal, el cardenal Segura, en el Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, publicó una "Admonición Pastoral" en la que denunciaba la existencia de "rumores sumamente peligrosos" tocantes a la supresión del carácter obligatorio de la enseñanza de la religión en las Universidades. Sin nombrarme, la alusión a mí era expresa y tajante. El cardenal proclamaba el derecho sacrosanto de la Iglesia a enseñar su doctrina en todos los Centros del Estado y a todos los alumnos en ellos inscritos, aun cuando no fueran católicos. Era preciso luchar contra los que osaran afirmar otra cosa.» (...) Debo reconocer que la acometida del cardenal Segura me afectó, por lo que de sintomática tenía ya en los comienzos de mi rectorado, e incluso planteé mi dimisión a Ruiz-Giménez. Éste no la aceptó; contestó en la prensa al cardenal y, esto era lo grave, aun sabiéndolo tantos, la enseñanza de la religión en la Universidad siguió constituyendo una farsa y, en consecuencia, una práctica contraproducente desde el punto de vista puramente religioso.
»Y luego la incomprensión de tantos que haría fracasar la feliz iniciativa del Ministerio al organizar la Asamblea Nacional de Universidades; la fallida Ley de Especialidades Médicas que, aprobada por las Cortes, jamás logró la publicación del Reglamento que la hiciese viable; el imposible convenio entre la Universidad y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas; nuestra impotencia frente a la creciente conjura que casi todo el franquismo —el catolicismo oficial, la derecha de siempre, el Opus Dei, e incluso, al fin, ciertas fracciones de la Falange— opuso a nuestro intento "liberalizador", proclamando la presunta "desviación ideológica de la juventud". En relación con este último tema le contaré una anécdota: Ruiz-Giménez inició en su domicilio reuniones periódicas, como de quince a veinte personas, para comentar la marcha de su Ministerio por el pequeño mar de la vida y la política españolas. En una de estas primeras reuniones, dos de los presentes se permitieron sugerir que el Ministerio iba demasiado lejos en sus contactos con los "rojos" y en la readmisión de funcionarios procedentes de este campo. Este era el ambiente de la Universidad que intentábamos hacer renacer olvidando, en lo que así se pudiera, las viejas heridas y los enconos antiguos.» Usted hizo mucho para ello, ¿no? «Realmente, cuanto pude: di nueva vida a la
Revista de la Universidad de Madrid, organicé en el Paraninfo de la calle de San Bernardo una serie de actos en honor de los maestros ya jubilados —que perseguía, además, mostrar mi resuelta voluntad de afirmar, en tanto que rector, mi solidaridad con las altas cimas de la Universidad anterior a la guerra civil—, creé varias escuelas intra o interfacultativas, resucité varios seminarios, hice cuanto en mi mano estuvo por reparar o compensar las graves heridas que la guerra civil infligió en el cuerpo docente —el prestigioso patólogo José Casas volvió a su cátedra de la Facultad de Medicina, el eminente físico Arturo Duperier regresó de Londres y se reintegró a la suya de la Facultad de Ciencias—, promoví la presencia en la Universidad de personas prestigiosas, etc.»
Arturo Duperier. Muchas veces he oído la odisea que supuso, una vez en Madrid, la instalación del rico material para la investigación de los rayos cósmicos que tan generosamente le había regalado el Reino Unido, ¿lo recuerda? «¡Cómo olvidarlo!: ahí tenemos una prueba más de la mezquindad de nuestra sociedad. Ese material llegó a la aduana y no se movía de allí. Con Duperier inicié una triste, vergonzosa y al fin ineficaz peregrinación para rescatarlo. Duperier murió sin lograr reanudar la admirable labor, de altura internacional, que había iniciado durante su exilio. Un baldón más para la España oficial, tan celosa de mantener su incontaminación frente a tan peligrosos "rojos".»
Una pausa. Luego prosigue. «Tan cierta era esta última aseveración, que no cesaban los ataques de la derecha española: "Se está envenenando el alma de nuestros jóvenes universitarios, y precisamente por los que se hallan al frente de su educación." (...) ¿Cabía esperar un giro aperturista del sistema? Se iniciaba el año 1956. A partir de la primera decena del febrero subsiguiente, los acontecimientos iban a mostrar la imposibilidad de cualquier evolución homogénea hacia la democracia."











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