Ediición nº 15 - Abril/Junio de 2011

La ofrenda, nueva novela deAna Alejandre.

Eduardo Mendoza, escriitor, ganador del Premio Planeta 2010, con la obra Riña de gatos.  Riña de gatos Eduardo Mendoza Editorial: Planeta 432 páginas.  

El Premio Planeta

El Premio Planeta

por
Ana Alejandre


El Premio Planeta 2010 fue concedido al escritor Eduardo Mendoza, por su obra Riña de Gatos, el pasado 15 de octubre, fecha ya unida indefectiblemente a este premio literario al que se podría denominar el de las tres “c” por ser el más controvertido, criticado y comercial de las letras españolas.

Creado por José María Lara, fundador del Grupo Planeta, allá por 1952 para promocionar a los escritores españoles y dotado con 600.000 euros en la actualidad, lo que le hace ser el más importante en términos económicos dentro del panorama editorial español. Además de su supuesta índole literaria, se ha convertido en un acontecimiento social indudable, por lo que cumple a la perfección el fin para el que fue creado: ser unegocio rentable y una plataforma de difusión y publicidad de los ganadores que no tiene parangón.

En esta última convocatoria de la que ha salido ganador un escritor de la talla de Eduardo Mendoza, y a pesar de que ha coincidido con la concesión del Premio Nobel a Mario Vargas Llosa, lo que le restó cierto protagonismo por ese motivo, no deja por ello de recibir las críticas cada vez más aceradas sobre la idiosincrasia de este premio literario y los métodos y maneras de su concesión, que no obtiene ahora, como en décadas pasadas, el silencio cómplice de algunos o indiferente de otros, porque cada vez se oyen más voces disidentes contra este galardón que parece tener visos de ser un mero producto comercial y de mercadotecnia y poco o nada de acontecimiento literario.

La característica más sobresaliente de este premio y que ya nadie intenta callar, es que es un premio que parecer ser más un nombramiento a dedo, que el resultado legítimo de una pugna entre obras presentadas y elegida por el jurado por su calidad u originalidad. Este nombramiento al que aludo, al igual que de ciertos cargos políticos que nada tienen que ver con la idoneidad del elegido para el puesto a desempeñar, sino por la oportunidad de su apellido, relaciones, patrimonio, etc., le supone tener que cumplir después y durante un cierto tiempo con todos las molestias que derivan las sucesivas presentaciones, conferencias, entrevistas y un largo etcétera que sirven de telón de fondo y de gran campaña publicitaria a favor de la obra ganada, el autor y, por supuesto, de la editorial Planeta; pero también para que esa designación del ganador –y que siempre es anterior no sólo a la ceremonia de entrega del premio, sino a la propia convocatoria del premio de cada año-, evita cualquier tipo de denuncias o quejas sobre el siempre turbio escenario de intereses que se esconde detrás de este premio apabullante en su dotación económica.

Por esa mala prensa que tiene el Premio Planeta, muchos prestigiosos escritores se niegan a presentar una obra al mismo, por el temor a perder su prestigio literario. Y cuando alguno cede a la tentación dineraria que supone el preciado galardón, y mientras más afamado sea como escritor y goce de un mayor reconocimiento, es cuando más problemas tiene para justificar el haberse presentado y aceptado dicho premio, para lo que tiene que hacer uso de las excusas más peregrinas, como es el caso de Eduardo Mendoza cuando explicaba que se había presentado en esa ocasión porque el ya fallecido José María Lara le decía en convocatorias anteriores a los que le invitó a participar, y cuando el propio Mendoza se excusaba diciendo que “no tenía nada”, es decir obra a presentar, Lara le respondía “ lo que no tienes es un par de cojones para presentarte”. Y, según decía Mendoza en la entrevista que le hicieron para La Vanguardia al día siguiente de la concesión del premio, “llegué a pensar que era verdad” y sólo faltó que añadiera que para demostrarle a título póstumo que estaba equivocado, se presentó con la obra ganadora Riña de gatos, además de añadir, en dicha entrevista, otras razones peregrinas sobre el papel de la literatura en una sociedad mediática como la actual. Todo un ejercicio de malabarismo intelectual.

Además, y de forma generalizada, más o menos, vienen a decir todos los ganadores con una trayectoria literaria consolidada, de la conveniencia de acceder a un mayor mercado de lectores, la gran publicidad que este premio conlleva y la proyección que tiene tanto dentro como fuera de España el famoso Premio Planeta y un largo etcétera de justificaciones que, aunque son reales, suelen ocultar la verdadera e irresistible atracción fatal que ejerce sobre ellos y que no es otra que los 600.000 euros que permiten tener una buena temporada de tranquilidad para dedicarse a escribir cosas serias o para pagar algún que otro capricho. O sea.

No hay que buscar otras explicaciones para justificar que un escritor del indudable talante independiente, excelente prosa y un gran número de lectores, como es Eduardo Mendoza, se haya presentado a este controvertido premio, porque salta a la vista, al igual que en otros casos similares, que es la altísima dotación económica, sin más artificios ni martingalas. Aunque, claro, esto no se va admitir por ninguno de los escritores famosos y premiados con el Planeta de forma explícita.

La lista de premiados de los últimos años, por citar unos pocos, es esclarecedora porque en ella aparecen nombres tan consagrados en la literatura como los de Mario Vargas Llosa (1993) por Lituma en los Andes, Camilo José de Cela (1994) por La cruz de San Andrés -que le supuso una querella por plagio-, Juan Manuel de Prada (1997) por La tempestad; Alfredo Bryce Echenique (2002) por El huerto de mi amada; Juan José Millas (2007) por El mundo, ;Álvaro Pombo (2006) por La fortuna de Matilde Turpín; Fernando Savater (2008) por La hermandad de la buena suerte, junto a otros tan dispares y alejados de una firme trayectoria literaria como Carmen Posadas (1998) por Pequeñas infamias, o la entonces desconocida Espido Freire (1999) por Melocotones helados; y María de la Pau Janer (2005) por Pasiones romanas, libro que desató las iras del miembro del jurado y escritor Juan Marsé, irreductible en su independencia, por ser la designada como ganadora y que provocó su dimisión como miembro del jurado, afirmando que se había premiado “a la novela menos mala”.

Aunque hay muchas voces disidentes, es curioso que quienes más critican a este premio son quienes se han presentado al mismo y no lo han conseguido, porque aquellos que siempre se manifestaron en contra del susodicho galardón, cambian de opinión radicalmente cuando salen premiados, a pesar de todas las dudas y sospechas que suscita el entramado de este premio. Naturalmente, los que disfrutaron de tan suculenta bolsa, cuando pasan los años y ya no tienen obligación de manifestarse a su favor por el contrato editorial consiguiente, vuelven a arreciar las críticas, más o menos encubiertas, contra el mismo porque el dinero ganado ya ha sido gastado y la fama volátil y siempre perecedera que ofrece el Planeta, como cualquier otro premio de la índole que fuere, no se sostiene por sí sola si no va acompañada del rigor, la profesionalidad y el talento narrativo para aprovechar el impulso que, sin duda, da este millonario premio para seguir con una brillante carrera literaria. Sobre todo, cuando la obra premiada y su autor no tienen más méritos que los turbios intereses que están en liza y que lo han elegido como ganador de un premio que sólo puede servir de trampolín por el fuerte impulso inicial, pero no puede sujetar perenmente en la cima de la fama a quienes no demuestren después con sus obras posteriores su condición de escritor genuino y con talento.

No hay que olvidar que el Grupo Planeta está formada por más de cuarenta sellos editoriales de dentro y fuera del país, por lo que es un emporio que permite a muchas editoriales absorbidas por dicho grupo empresarial poder seguir adelante en plena crisis económica, inyectándole la potencia empresarial, económica y publicitaria que las pequeñas o medianas editoriales no pueden asumir y seguir así con sus proyectos, dentro de la gran variedad de publicaciones, géneros, autores y potenciales lectores a los que van dirigidos la intensa, constante y variada producción editorial de este gigante como es el Grupo Planeta, al que sirve de mascarón de proa la propia editorial Planeta que le da nombre.

El Premio Planeta no premia a la calidad literaria de una obra, cuestión ésta sabida y aceptadas por todos mas o menos a regañadientes, pero no hay que olvidar que la obra premiada es sólo una excusa para hacer un excelente negocio y que el libro, como medio de transmisión cultural sea noticia de forma constante, año tras año, y atraiga a cientos de miles o millones de lectores que se ven tentados de comprar la obra ganadora, por eso de la publicidad y no por su hábito lector, fomentando así la lectura, la presencia del libro en los medios de comunicación como un objeto de deseo -ya que lo que no se anuncia no existe en esta sociedad tenga la calidad que tuviere-, por lo que este controvertido premio es el agente publicitario más eficaz para la literatura (buena, regular y mala) y los escritores, aunque no estén premiados con tan millonario galardón.

En esta época de crisis económica que arruina empresas, proyectos y vidas, hay que reconocerle un mérito innegable a la editorial Planeta que realiza esta impresionante campaña de mercadotecnia, porque quien publicita un libro y lo convierte en un bien apetecible para el lector, no sólo se está beneficiando económicamente de millonarias ventas de la obra en sí, y al autor no sólo en lo que le corresponde por sus derechos sobre la obra, sino en la publicidad inconmensurable que recibe su propia persona de la que podrá después rentabilizar si es un buen escritor y no un sucedáneo. Además, y por si esto fuera poco, está permitiendo que en esta sociedad tecnificada en la que se editan muchos libros que nadie llega a saber que existen, se lee tan poco y se prefiere otros medios audiovisuales como transmisores de información y diversión, el libro no desaparezca del imaginario del ciudadano como bien de consumo y, por ello, de lectura.

El Premio Planeta tiene un papel importante que cumplir y no hay que exigirle más de lo que ofrece, aunque no sea buena literatura. Quizás el premio Planeta sea merecedor del premio al fomento de la lectura. Quien compra hoy un libro ganador de este premio, mañana comprará otro de otras editoriales, de otros autores, mejores, iguales o peores en calidad literaria., pero libros al fin y al cabo.

ara los autores y ediciones de cientos de miles y millones de ejemplares.
El papel que desempeña el Planeta de creador de best-seller es suficiente en una sociedad en la que el libro está dejando paso a otros medios que le van ganando terreno y esto es encomiable. Aunque, según afirmaba Francisco Umbral: «con la muerte del estilo viene la muerte de la literatura que es lo que representan los grandes best-sellers». Lo malo es que este autor de gran calidad literaria, tenía un buen estilo, sin duda alguna, pero desgraciadamente, no tenía muchos lectores. Le sucede lo contrario a Arturo Pérez-Reverte, al que el propio Umbral le negaba también el estilo, pero sí tiene infinitos lectores.

El lector debe elegir qué libro leer, en uso de su libertad y criterio, y el Premio Planeta lo único que puede ofrecer al lector es la presencia sonada, publicitada en grado sumo y con una excelente distribución que le permite llegar a todos los lugares, tiradas millonarias de obras de escritores conocidos, en la mayoría de los casos . El hecho de que es un premio que no puede quedar desierto y la evidencia de que un nombre conocido vende mucho más que otro desconocido, por lo que entre obras buenas y anónimas, en cuanto a sus autores, se prefiere premiar a la obra menos buena pero de escritor famoso o cas, pero que le da prestigio al Premio, cada vez más desprestigiado, es responsabilidad de Planeta ysus responsables de la política a seguir en consonancia. Pero lo que es indudable que en cuanto a la calidad de la obra premiada, es responsabilidad exclusiva de cada escritor que acepta llevarse el premio cuantioso y ofrece a cambio un bodrio literario