Ediición nº 15 - Abril/Junio de 2011

La ofrenda, nueva novela deAna Alejandre.

El machismo

por
Ana Alejandre


Esta palabra “machismo”. tan usada y denostada, aunque se encuentra en otras culturas, no es otra que la que designa la actitud o manera de comportarse el hombre en relación con la mujer y que en España tiene una gran influencia por estar reflejada desde tiempos seculares en el carácter del hombre español, incluso de los más jóvenes aunque estén educados en unos cánones más democráticos e igualitarios a la mujer.

El hecho de que esta actitud o lacra educacional, porque no se trata nada más que de una mala educación con respecto a la conducta que “debe tener” el hombre en sus relaciones con y hacia la otra mitad de la población que está formada por las mujeres, mitad que va siendo mayoría en cifras demográficas, esté tan arraigada en la idiosincrasia del ciudadano español, tiene raíces culturales, históricas, religiosas, sexuales y económicas, porque en todas ellas subyace el deseo del hombre, pero secularmente consentido y fomentado por la propia sociedad, de someter a la mujer al imperio de su voluntad, bien por la fuerza o, simplemente, por la costumbre impuesta durante siglos de leyes que convertían a la mujer en un ser incapaz de ser dueña de su propio destino, el que quedaba siempre en manos del varón: padre, marido o hermano mayor, en caso de tenerlo, o bien del tutor designado al efecto.

Según la definición de la Real Academia Española, machismo es “la relación de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”. Y si se busca la definición de “prepotencia” nos encontramos con que es: la calidad de prepotente, y según la propia RAE éste es: 1. aquel que es más poderoso que otros o muy poderoso,2. Que abusa de su poder o hace alarde de él.

Por eso, todo machista no sólo alardea de una superioridad hacia la mujer que no demuestra en ningún sentido, sino que se le debe reconocer y admitir Iuris et de iure y, por lo tanto, no admite prueba en contrario, porque parece estar basada únicamente en su condición de hombre y, por ese sólo motivo, tal superioridad debe ser un hecho incuestionable para toda mujer que justifica por sí misma cualquier tropelía o abuso que pueda cometer contra ella.

Para comprobar dicha afirmación de que España es un país de machistas en sus cuatro puntos cardinales, sólo hay que ver la prensa o escuchar los telediarios para encontrarnos día tras día, en un reguero sangriento de muertes anunciadas, algunas, e inesperadas, otras; pero no por eso menos macabra la larga lista que crece cada día, en un continuo y sangrante desfile de mujeres víctimas de malos tratos, a las que la muerte les llega como un fin esperado en su inevitable devenir, asesinadas por las parejas o ex de esas víctimas que se debaten día a día entre el horror, el miedo y la impotencia de ver la inutilidad de su lucha solitaria, en la mayoría de las ocasiones, a pesar de las denuncias continuas, de las llamadas de socorro a unas fuerzas de seguridad que se ven impotentes para atender de forma eficaz -a pesar de los medios puestos a su alcance pero siempre insuficientes-, de las mujeres atrapadas en el largo calvario que las lleva siempre, de una u otra forma, a su propia muerte a manos de quien un día les juró que las iba a querer hasta la muerte, promesa que se convierte en una frase sarcástica, viendo el final de esas víctimas de un error fatal: haber confiado en unas malas bestias que las querían tanto como para matarlas antes de perderlas.

Las cifras son escalofriantes ya que todos los años, en una fatal estadística de horror y muerte, perecen a manos de sus parejas, ex parejas o simples relaciones incipientes que no han llegado aún a consolidarse, más de setenta mujeres, lo que es no sólo un altísimo número macabro de muertes a manos del machismo enloquecido de quienes, por no poder ser hombres, son sólo machos con furia asesina por no poder someter a la mujer a la misma esclavitud y sumisión que desearían para poder así masacrarlas, si no en un rapto de furia homicida, sí en un continuo y solapado asesinato moral hecho de vejaciones, sevicias, humillaciones y todo el repertorio que los sádicos machos, con complejo de inferioridad real pero no manifiesta, tratan de suplir con la violencia. Por eso, pueden llegar a perpetrar cualquier vileza, cualquier canallada, para así sentirse más fuertes, poderosos, inteligentes y, por supuesto, más cabrones que sus parejas que no reaccionan porque tienen miedo a enfurecer más a la mala bestia que tienen al lado, o porque el propio terror les impide reaccionar, sumidas en la depresión, la alineación y la pérdida total de la propia autoestima.

Además del reguero mortal de víctimas, está el crecente número de mujeres apaleadas, quemadas o apuñaladas que han conseguido sobrevivir al destino fatal que les había dictado sus verdugos en el papel de pareja, y viven aún con el terror de haber sobrevivido al intento de asesinato, a las palizas constantes, a las amenazas de muerte y a un largo etcétera de horror, barbarie y todo lo que trae consigo la prepotencia del varón que se convierte, en muchas ocasiones, en una soez figura en la que la brutalidad, la indecencia y los más perversos instintos se apoderan de sus mentes poco lúcidas donde brillan por su ausencia la cultura, el conocimiento, la inteligencia por mediana que sea, la dignidad y el respeto debido a todo ser humano, sobre todo a su propia pareja a la que ha elegido libremente que, por ser mujer, no es igual en fuerza física, aunque lo sea igual o superior, en muchas ocasiones, en inteligencia, sensibilidad, dignidad y valor como para seguir queriendo, a pesar de todos los malos tratos recibidos, a un ser abominable que sólo tiene como argumentos el golpe, el insulto, el empujón o la humillación.

España, en sus cuatro puntos cardinales, es un país machista, aunque las políticas educativas quieran cercenar ese mal atávico que convierte a muchos hombres en locos homicidas, aunque, afortunadamente hay otros que, además de ser hombres saben serlo en su significado real y, por eso, respetan a la mujer como compañeras de vida. Sin embargo, no hay que achacar la culpa de este mal nacional a la influencia árabe que estuvo siglos asentada en el Sur de la Península, porque el machismo existe en el País Vasco –no hay que olvidar las famosas sociedades gastronómicas, baluartes donde no puede entrar la mujer por el mero hecho de serlo, sin más razones ni argumentos,-, en Cataluña, en Castilla y en cualquier otra Autonomía, como se puede comprobar en las noticias macabras de mujeres asesinadas, en las que siempre se producen hechos igual de sangrientos y protagonizados por el machismo que impera en donde hayan hombres y mujeres, porque la educación machista es tradicional en cualquier zona española sin excepción.

Aunque los más jóvenes dicen ser menos machistas al ser educados en la igualdad y no en la ficticia superioridad del hombre, sin embargo, entre ellos se encuentran también ciertos flecos machistas que contradicen esa supuesta consideración de la mujer. ¿Qué tipo de hombre será mañana el adolescente que grava en su móvil a compañeras de estudios, amigas, etc., en actitudes más o menos eróticas, divertidas, ridículas, etc., para colgarlas en la red y presumir así de su hazaña? ¿No se empieza a entrever en esas aparentes inocentadas, una actitud de machista incipiente que considera a la mujer como objeto de burla, desprecio y humillación? O en el lenguaje soez con el que hablan los adolescentes y jóvenes de las chicas llamándolas “tías”, “titis” y similares palabras de la jerga juvenil, en un evidente trato vejatorio hacia la mujer que cuando sean adultos se puede convertir en una conducta más agresiva y no sólo verbalmente. Naturalmente, se dirá que las chicas utilizan la palabra “tía” para referirse unas a otras, pero es diferente la connotación sexual que el varón, joven o no, le da a esa palabra cuando se refiere a una mujer, porque ésta adquiere un significado de “mujerzuela” o “fulana” que en la misma expresión usada por las chicas no tiene.

Por otra parte, la supuesta superioridad masculina que se basaba hace décadas en la ausencia de mujeres en las aulas universitarias, en los centros de poder, ahora se ha visto derrumbada cuando las mujeres son mayoría en las Universidades, sacan las mejores notas y tienes los expedientes más brillantes. A eso se le suma el hecho anecdótico, pero real, de la ausencia de accidentes automovilísticos protagonizados por mujeres que provocan una bajada en la cuota del seguro y que mosquea a los hombres, acostumbrados a presumir de que ellos eran los amos del volante y las mujeres unos simples estorbos en las carreteras. A eso se suma la asunción, no de forma voluntaria sino obligada por las circunstancias, por un cierto número de hombres de las tareas hogareñas por tener parejas que trabajan también; además de una mayor implicación en la educación y cuidado de los hijos que obligan a muchos hombres a tener que dejar a un lado sus prejuicios machistas, aunque sea a regañadientes, para así colaborar en esas faenas que anteriormente sólo eran femeninas, haciendo tambalearse esa ficticia superioridad que proclamaba el hombre que se ve bajado de su pedestal para poner los pies en la tierra y las manos a la obra, o sea, en las faenas domésticas que antes le parecían propias del sexo femenino y ahora tiene que pechar con una pequeña parte de ellas.

Todo estos cambios de conductas, propiciadas por la nueva situación social y económica de incorporación masiva de la mujer al trabajo, hace que muchos hombres aún sumidos en el concepto machista y patriarcal de la familia y las relaciones conyugales o de pareja, no sepan asimilar estas nuevas directrices por falta de cultura, de inteligencia, de adaptación y exceso de soberbia basada en su simple condición viril, ni tampoco saben dominar sus reacciones bestiales, agresivas y asesinas, en muchos casos que demuestran las estadísticas, porque tratan de conseguir con la fuerza de la sinrazón lo que no consiguen con la razón de su supuesta y ficticia superio superioridad supèrio superioridad de la que se han visto desprovisto aunque nunca la tuvieran.
superioridad que desdicen con su conducta brual.

El hombre actualmente, hablando de España en particular, tiene una guerra abierta consigo mismo, porque no es contra la mujer con la que lucha, sino contra sus prejuicios ancestrales, su sentido equivocado de la virilidad que proviene de la educación recibida en la que se le decía que los hombres no lloraban, que tenían que ser siempre los dominantes, los fuertes –aunque estuvieran confusos, temerosos y muertos de miedo-, que no podían demostrar debilidad, sensibilidad ni, mucho menos, darle la razón a la mujer aunque supiera que la llevara y estuviera en contra del punto de vista masculino. Esta educación malsana, encorsetada, rígida y viciada, convertía al hombre en una simple caricatura de si mismo, en la que no cabía la sensibilidad, la comprensión, la colaboración con la mujer ni la ternura. No es extraño, por ello, que se produzcan casos lamentables y trágicos como las continuas noticias de asesinatos, de mujeres maltratadas, amenazadas y muertas a manos de quienes, por no saber o poder ser hombres de verdad, se han convertido en monigotes llenos de ira, de rencor, de impotencia y de agresividad que descarga contra quien tiene más cerca, más sola y más débil físicamente que el propio asesino, y sólo porque le demostró hace tiempo que es más fuerte, más generosa, más íntegra o más inteligente y eso no lo puede perdonar nunca quien, por no ser capaz de dominarse a sí mismo y a sus más bajos instintos, intenta dominar a quien, una vez, se le entregó por amor en un gesto de total confianza en la que estaba prendida su propia feminidad de quien no tenía que demostrar ser superior cada día, porque sólo buscaba en el hombre al compañero y no al enemigo al que vencer, someter o humillar.

Pero ni todos los hombres machistas son violentos físicamente, pero sí están empapados de esta cultura machista que rezuma la sociedad en la que la mujer se ha covertido en un objeto sexual a la que exhibir en cualquier anuncio, con cualquier pretexto, en su desnudez, convirtiéndola así en un objeto de deseo, de uso y disfrute, y no en un sujeto dotado de los mismos derechos a ser respetado que el hombre. Además, el lenguaje sexista en todas sus manifestaciones; los trabajos pagados en menor cuantía cuando son desempeñados por una mujer en desigualdad con el sueldo que cobra el hombre que desempeña la misma tarea: Las descalificaciones, burlas, acoso sexuales que sufre la mujer desde su adolescencia en los institutos, colegios, por unos compañeros que no admiten que la compañera de pupitre o aula obtenga mejores notas y que después vuelve a revivir en el ambiente de trabajo, en los que si demuestra que está capacitada, es responsable, brillante, incluso, pasa a ser tildada de "marimacho". `porque el papel de la mujer tiene que ser siempre sumiso, inferior, supeditada en todo al hombre, incluso en sus manifestaciones de excelencia profesional e intelectual.

El hombre no es peor que la mujer, no hay que caer en falsos maniqueísmos, es la otra parte de la humanidad que aún tiene un largo recorrido por hacer antes de llegar a ser, de verdad, el compañero que la mujer ha esperado encontrar en él desde hace miles de años. Sólo entonces, el hombre y la mujer podrán ser aquello para lo que han nacido, para lo que han evolucionado y a lo que tendrán que llegar, antes o después: a comprenderse como seres distintos en su igualdad, a complementarse en sus diferencias y respetarse como los dos únicos géneros de la especie humana.

Hay que recordar la frase de un escritor que no es sospechoso de ser feminista, Francisco Umbra, cuando refiriéndose al machismo decía sin ambages: "Se empieza a ser machista, cuando se deja de ser macho". Es que la hombría de bien y real y el machismo están en completa oposición y son excluyentes, por eso hay tanto machista poco hombre, pero sí muy acomplejado porque la mujer que tiene al lado le demuestra constantemente que es demasiada mujer para tan poco hombre.