Edición nº 23 Abril/Junio de 2013

El transmiseriano.

por Paco López Mengual

Llamaban el transmiseriano al autobús que anduvo acarreando emigrantes murcianos a Cataluña, durante los primeros años de la década de los 30. También Carlos Sentís tituló así el mítico artículo que escribió por esas fechas, tras infiltrarse como un pasajero más en ese mugriento viaje. Acabo de volver a leerlo. Tan sólo veintiocho horas de trayecto y 30 pesetas de billete separaban a los murcianos de un futuro esperanzador. Una especie de cayuco, con ruedas y motor, que rodaba por carreteras de segunda categoría para evitar el encuentro con la Guardia Civil.
Familias enteras, a las que el miedo y la inquietud se les reflejaban en el rostro. Niños con las uñas negras y mocos secos en la cara. Hombres solos, que ya no lograban arrancarles a la tierra que los vio nacer nada con lo que tapar las bocas de sus hijos. Putas. Buscavidas que soñaban con aligerarle los bolsillos a la opulenta burguesía catalana. Todos juntos en un autobús con asientos de madera, jaulones con palomas, cestas de huevos, muebles, y hasta dos pavos que corrían y cagaban por el pasillo. Veintiocho lentas horas daban para mucho: cantar fandangos, oír ronquidos, conocer las miserias de las que huían cada uno de los usuarios de aquella partida clandestina. También, para insultar desde la ventanilla a los transeúntes que encontraban al paso o agredirles lanzándoles mondaduras de naranja.

Carlos Sentís murió el pasado año, con los cien cumplidos, y hasta ese momento aún escribía un artículo semanal en La Vanguardia. Al igual que las veintiocho horas del trayecto que escribiera, su larga vida dio para mucho. Acompañó a De Gaulle por África durante la II Guerra Mundial; ejerció de secretario personal del ministro Rafael Sánchez Mazas, durante el primer gobierno franquista; fue el único periodista español acreditado en los Juicios de Nuremberg y, quizás, la última persona que departió con el escritor Saint-Exupery, autor de El principito, antes de que su avión se perdiera en las aguas del Mediterráneo. Compartió un almuerzo con J.F. Kennedy y, también, asistió a su funeral; acompañó a Tarradellas en su regreso a España; fue conseller de la Generalitat y diputado de la extinta UCD por Barcelona; se bañó con Fraga y el embajador de EEUU en la playa de Palomares. Escribió un par de libros fundamentales para conocer el siglo XX y un artículo, El transmiseriano, que 79 años después, cambiando la ciudad de origen por la destino, sigue siendo de una actualidad demoledora.




















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