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Las librerías ¿en peligro de extinción?
EL concepto tradicional de librerías está en plena crisis y evolución.
Ana Alejandre
A quienes amamos los libros con apasionamiento total, entrar en una librería es una fuente de placer que proviene de poder mirar, ojear, tocar y hasta oler ese indefinible olor a tinta fresca que fascina antes de comenzar la lectura propiamente dicha, como un gozoso anticipo de las siempre excitantes horas de lectura que esperan dentro de las páginas de la obra escogida.
Ese placer exploratorio de las últimas novedades literarias in situ parece que corre peligro de convertirse, poco a poco, en un mero recuerdo del pasado, pues las librerías como tales establecimientos abiertos al público en el que se pueden comprar libros con la cata previa de la vista, el tacto y el olfato para los lectores avezados o del último best-seller para los que buscan las últimas novedades más notorias y mediáticas, con independencia de su calidad literaria, parece ser que están en peligro de extinción en su concepción clásica, porque a bajada en la ventas de libros, además de las nuevas tecnologías y sus posibilidades, entre las que se cuentan los libros electrónicos que van a terminar ganando la batalla -a pesar de la poca aceptación que hasta el momento han tenido en España en contraposición con otros países y el gravísimo problema de la piratería-, obligan a los libreros a intentar un cambio en el concepto de tales establecimientos para adecuarlos a las nuevas tendencias y gustos consumidores de la sociedad.
Las librerías pasarán a ser lugares donde el ocio, entretenimiento y el conocimiento a través de la figura central del libro, en cualquiera de sus formatos, se aunarán para ofrecer así espacios culturales en los que se ofrecerán otras actividades artísticas, musicales y hasta gastronómicas: exposiciones, bares, escuelas de cocinas, actuaciones musicales y un largo etcétera, como incentivos y complementos a la propia oferta de libros que pasará a ser una más dentro de la amplia gama de posibilidades.
En el pasado día 28 de noviembre se celebró el Día de las Librerías, con el lema «Cómo va a sobrevivir la ignorancia si está rodeada de libros», reclamando así el importantísimo papel en la difusión cultural de los libreros que son importantísimos agentes culturales que no sólo venden libros, sino que ofrecen información, ayuda y guía a los lectores en una parcela tan importante como es la difusión de la cultura de la que se nutre toda sociedad.
La confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal) afirma que el sector de librerías han sufrido una reducción de un 21% en los últimos cinco años, por el cierre de ese alto porcentaje, acuciados los libreros por la crisis económica y por la bajada consiguiente a la venta de libros, por lo que de los 5.556 librerías que había en España en 2013 (según el Instituto Nacional de Estadística), han pasado a 4.336 (sin tener en cuenta a los grandes almacenes ni centros comerciales), porcentaje lo suficientemente revelador de que las librerías tienen un reto ineludible para su supervivencia en estos momentos de cambios tecnológicos que afecta directamente al sector del libro y su paulatino efecto en las preferencias de los consumidores.
Sinn embargo, a pesar de este descenso en el número de librerías, hay un dato esperanzador en lo que respecta a la bajada en las ventas de libros, puesto que en el segundo cuatrimestre del año se ha notado que ha habido un descenso del 7,4% en las ventas y un 4,2% en el número de ejemplares, cifras que son menores a las que se produjeron en los cuatrimestres anteriores, lo que indica que se está frenando dicha caída en ventas que, sin ser cifras positivas, sí indican una cierta esperanza en que se pueda remontar la caída en ventas a medio plazo, lo que pueda permitir la continuidad en su actividad librera a muchos establecimientos que, de no ser así, se verían abocados al cierre definitivo.
Las librerías están, por tanto, bajando en su número y cambiando su concepción tradicional, en muchos de los casos, que irán aumentando a corto o medio plazo, convirtiéndose en establecimientos que, además del libro, ofrecerán otras posibilidades culturales entre los que el libro seguirá siendo el núcleo principal o estrella, pero no único en la oferta cultural al público en general que busca siempre nuevas vías de conocimiento, ocio y entretenimiento.
Diversificando así la oferta, en un intento de que el libro siga estando presente y al alcance de todos, se puede conseguir que quien entra a tomar una copa o ver una exposición puede salir con un libro, lo que siempre es bueno y deseable en un mundo tan cambiante en modas y preferencias de consumo que coloca al libro en el último puesto en la demanda de los consumidores en general –los lectores impenitentes lo vamos a seguir siendo siempre y sin hacer caso de modas o tendencias-, poniéndolo de esta forma al alcance de muchos que nunca se sintieron atraídos especialmente por la lectura y que puedan encontrar así más cercano y deseable el mero hecho de comenzar, o continuar, la siempre fascinante actividad lectora.
Todas estas iniciativas serán siempre buenas para que el libro, el mejor transmisor del conocimiento y oferente de diversión, sea una opción más de ocio, esparcimiento y cultura para muchos potenciales lectores que nunca entran en una librería, permitiendo así que los libreros puedan proseguir en su incansable labor de difusión cultural sin tener que abandonar una actividad imprescindible para toda sociedad que no quera caer en la más absoluta barbarie si el libro como tal desapareciera de su entorno y de su alcance, uso y disfrute.
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