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Crítica literaria
Charles Bukowski. Retrato de un solitario
Charles Bukowski. Retrato de un solitario,
J. Corredor,
Renacimiento
2014. Páginas: 176 pgs.
Ana Alejandre
Esta obra, es corta en extensión, pues sólo tiene 176 páginas, pero jugosa tanto en su contenido como en su exposición. No es una biografía al uso, tal como indica su autor en el prólogo de la obra cuando afirma que no cree en las biografías y cito textualmente ” …me propongo ofrecer al lector mi particular visión sobre el personaje, pues nunca he creído en las biografías al uso, llenas de datos eruditos y fechas históricas -esto lo da mejor una enciclopedia-“.
Es de justicia afirmar que su intento lo ha conseguido, aunque no tanto el propósito de desmitificar a este escritor y poeta singular, personalísimo, controvertido e inconformista, pero siempre auténtico en su propia singularidad de poeta no al uso, lo que le ha valido ser admirado por millones de lectores que lo han convertido en un poeta y escritor de culto.
Esta obra es, por tanto, la visión de Corredor, el único escritor español que se ha dispuesto a ofrecernos una visión personal, pero siempre rigurosa, de la imagen de Charles Bukowski (1920.1994), poeta y narrador estadounidense –aunque nacido en la ciudad alemana de Aldernach, de la que partió a EE.UU. con su familia cuando tenía dos años y se instalaron en Los Ángeles, su ciudad de residencia definitiva-. Bukowski es autor de una obra siempre provocadora, caústica y sórdida, pero en la que laten una profunda humanidad, emoción y sentimientos.
Su formación académica fue bastante precaria, pues sus estudios universitarios fueron breves e inconclusos, dedicándose a trabajar en oficios manuales y siempre temporales, dándose temporadas de descansos cuando la suerte le sonreía en sus apuestas en el hipódromo, afición de la que habla constantemente en su obra.
Según se aprecia en la bibliografía de la obra de Corredor, hay sólo cinco títulos publicados en castellano –contando la obra de referencia-, dedicados a plasmar la figura de Bukowski, siendo éstos Lo que más me gusta es rascarme los sobacos de la italiana Fernanda Pivano, basada en una entrevista que mantuvo con él en 1982, además de ofrecer una extensa introducción que intenta realizar un análisis de su obra; y las biografías Hank. La vida de Charles Bukowski de Neeli Cherkovski, (1991) publicada en vida del biografiado; Charles Bukowski a secas, de Barry Miles (2005); y por último Charles Bukowski. Una vida en imágenes (1998) de Howard Sounes.
Esta obra, por tanto, no pretende ser una biografía en sentido estricto (la más ajustada a ese modelo es la de Miles), ni novelar hechos reales (Cherkovski sí lo hace) ni tiene aspiraciones de ser un estudio sobre la obra del biografiado, lo que sí hace Pivano), sino que sólo quiere esbozar un retrato como indica el propio título.
Todas estas obras citadas, incluida la que sirve de objeto de este comentario, intentan aportar dato biográficos que no estén incluidos en los escritos del biografiado, aunque también los que ya constan en la obra bukowskiana, lo que provoca repeticiones ineludibles. También coinciden estas obras en que, en mayor o menor grado, intentan desmontar el mito, la leyenda que alrededor de Bukowski se tejió -a lo que contribuyó él mismo-, aunque no lo consiguen porque la personalidad de dicho autor trasciende a los deseos desmitificadores de quienes intentan suavizar o matizar ese halo de malditismo, de desgarro e inconformismo existencial que lo acompañará siempre.
La cita inicial de Bukowski es esclarecedora “El estilo es más importante que la verdad”, lo que significa toda una declaración de principios que llevó a la práctica en toda su obra, aunque para ello tuviera que modificar en ocasiones los hechos para darle una mayor intensidad o significación narrativa, tanto en prosa como en poesía, aunque no ignoraba que la forma es también fundamental para darle un sentido nuevo al contenido, es decir, a lo narrado y lo matiza y condiciona, aunque siempre la verdad emerge con fuerza arrolladora en sus escritos y pone el acento de la más genuina autenticidad. Es ese estilo personalísimo de este autor lo que lo ha convertido en un escritor que llega hasta el lector, lo emociona, lo atrapa, aunque no esté de acuerdo totalmente con lo que dice, pero no le pueda negar nunca que la fuerza expresiva de su poesía o prosa le hace profundamente adictivo para quien lo lee fascinado. Ésa es la fuerza de su estilo peculiar y único que fue el combustible que alimentó su leyenda.
La estructura de esta obra no se ajusta completamente a la cronología, ya que contiene capítulos que tienen como objeto ciertas características personales de Bukowski y de su obra, así como también ofrecer una visión de la complejidad de su personalidad no del todo conocida, intentos que se plasman en capítulos como “Hombre y política”, “El periodista”, “El crítico”, “Poética”, “Narrativa”, etc. También hay otros capítulos dedicados a narrar distintas vivencias del biografiado como son “Primeros trabajos”, “Encuentro con un mecenas”, “Viaje a Europa”, “Un final made in Hollywood·, que por su naturaleza de exposición de hechos reales se ajusta más a la cronología.
Toda la obra muestra el conocimiento de Carretero que conoce profundamente la obra de Bukowski, tanto narrativa como poética, en la que brilla la inteligencia, la mordacidad de un autor que parece que primero degusta la vida y después la escupe en novelas, relatos o poemas, sin olvidar sus múltiples artículos de opinión y numerosas críticas literarias, que siempre ofrecen un chispazo de inteligencia crítica, demoledora y cáustica; pero, a la vez, con una nota burlona que la dota de un profundo calado humano y la convierte en buena literatura, no siempre reñida con el más evidente ejercicio de irónica inteligencia y soterrada sorna que despiertan la complicidad del lector.
Bukowsky aparece reflejado en su contradictoria personalidad de hombre que aspiraba siempre a ganar mucho dinero y a vivir de forma acomodada, en casas lujosas, gozar de mujeres bonitas y coches de alta gama, según manifiestan sus personajes de ficción (Chinaski, Hank o Henry) –trasuntos del propio escritor siempre-, que reflejan los propios deseos del escritor que consiguió sobradamente en sus últimos años y que no intenta ocultar ante los lectores, aunque sea una faceta contraria a su imagen de escritor que rechaza, desencantado, la sociedad de consumo y materialista en la que vive y que, por el contrario, intenta conseguir una vida lo más cómoda y placentera posible, lo que sólo puede ofrecerle el dinero. Una vez conseguida esa bonanza económica lo refleja en una de sus mejores obras El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco (1998), en la que reconoce lo muy a gusto que vive una vez alcanzada la fortuna y solvencia económica, lo que no resta un ápice a la originalidad de su obra después de conseguir su dorado sueño de tener dinero, lo que desmiente el tópico que existe sobre su figura y la decadencia de su obra después de hacerse rico, porque su talento se fue depurando con el oficio y ganó una mayor claridad que no le hizo perder su fuerza expresiva ni desdecirse de sus propias manifestaciones y posturas vitales y estéticas del pasado. Carretero demuestra en esta obra que conoce bien a Bukowski, figura a la que trata con consideración, admiración y respeto que se muestra en todo momento, pues trata de mostrar el retrato humano de un escritor que no perteneció a ninguna de las dos generaciones literarias: la que le precedió llamada la Generación Perdida (Fitzgerald, Dos Passos, Hemingway, Faulkner, Steinbeck) porque los autores que están comprendidos en ella ya escribían y eran conocidos cuando Bukowski nació, en 1920, ni a la Generacion Beat (Kerouac, Ginsberg, Burroughs, Ferlinghetti, Corso…) con la que no tiene ningún vínculo, por lo que su obra goza de un marchamo personal e independiente que lo hace inclasificable en ningún movimiento literario y sumamente atrayente.
Hay que destacar que Carretero defiende también la teoría muy común de que Bukowski creó a su propio personaje para venderlo y que ocultaba su propia realidad, lo que era su propia verdad con propósitos interesados y mercantilistas.
Esta obra, pues, ofrece una visión panorámica del biografiado sin caer en innecesarios análisis críticos o teóricos de su obra, ni tampoco se extiende en prolijos datos biográficos, aunque no aporta nada nuevo a las biografías de Bukowski que hay en el mercado; pero su amenidad no exenta de rigor es su mayor atractivo de cara al lector interesado en la figura del escritor estadounidense y su siempre e inextinguible leyenda a la que ningún biógrafo podrá matar con argumentos y consideraciones variopintos que no calan en el ánimo del lector apasionado de su singular obra a la que siempre vuelve fascinado.
Así empieza lo malo (novela)
Asi empieza lo malo
Javier Marías
Alfaguara, 2014, 534 págs.
La última novela de Javier Marías en la que el suspense, el sexo y el descubrimiento de la verdad son sus protagonistas.
Ana Alejandre
Esta última novela de Javier Marías (Madrid,1951) es una nueva muestra de que su narrativa tiene un cariz intelectual, alejada de las exigencias de total relevancia de la trama y, por lo tanto, está a mucha distancia del estilo realista para dar mayor énfasis al examen minucioso del mundo subjetivo e interior de los personajes, en una continua expresión de sus pensamientos, recuerdos, temores, ideas e intuiciones, por lo que la narración se ve continuamente salpicada de digresiones, reflexiones de los personajes, especialmente de la voz narradora que, desde su madurez, va explicando la historia de cuando era un joven de veintitrés años, Juan de Vere, al servicio como secretario personal de un famoso director de cine, Eduardo Muriel, en los años ochenta, y del extraño encargo que recibió de éste para saber si eran verdaderos ciertos rumores que le habían llegado de un viejo amigo, el doctor Jorge Van Vechten, los que le tenían perplejo y en un total desasosiego, por no saber si eran una falaz mentira o tenían, por el contrario, alguna verosimilitud, lo que podría acabar con una amistad de muchos años con el mencionado doctor. Todo ello desemboca en una investigación del joven de Vere, que tendrá como telón de fondo la destructiva relación matrimonial de Muriel y su esposa, Beatríz Noguera, quien será la artífice del trágico final.
En esta novela se aprecia una continua reflexión política por parte de algunos de sus personajes sobre todo lo relacionado con la Guerra Civil y con la dictadura franquista, reflexiones continuas sobre aquella terrible tragedia y el silencio posterior que mantuvieron, una vez llegada la democracia, todos los estamentos sociales y políticos para hacer viable aquélla, sin despertar viejos rencores, odios, venganzas y delaciones sin fin.
Se destaca, igualmente, las continuas divagaciones, como las ondas concéntricas surgidas en el agua al arrojar una piedra y que parecen no tener fin, que va suscitando en el personaje narrador cualquier conversación o hecho, por nimio que éste sea, lo que convierte a Marías en dueño de un personalísimo estilo inimitable, en el que predomina la puntillosa matización caracterológica de los personajes que habitan esta novela; al igual que un misterioso desarrollo de la trama durante toda la narración y la ya mencionada divagación discursiva continua que puede hacer perder el hilo de la narración a un lector no demasiado atento; pero de esta forma crea un salto cualitativo en el arte de narrar que recuerda, en cierta forma, al más genuino William Faulkner, escritor muy admirado por Javier Marías, según ha manifestado en varias ocasiones.
Este estilo peculiar se advierte también en novelas anteriores de Marías como son Los enamoramientos, penúltima de sus novelas, en la trilogía Tu rostro mañana o uno de sus primeros títulos, Corazón tan blanco, aunque en la obra que sirve de referencia se advierte aún con mayor intensidad como si fuera afianzando y consiguiendo, obra tras obra, una mayor maestría estilística.
Toda la novela es una constante reflexión sobre la importancia del engaño y la mentira que propician la vida social y sus servidumbres; la continua pregunta de lo que pudo haber sido y no fue; la presencia innegable del misterio siempre presente en la vida cotidiana, sin olvidar la importancia real de un secreto, aparentemente trivial, pero de máxima importancia para los propios interesados.
El título de Así empieza lo malo, está inspirado en la frase de William Shaskespeare que aparece al inicio de la página 393 y que dice: "Así empieza lo malo y lo peor queda atrás", lo que el personaje de Muriel acepta como una máxima vital inevitable que afirma la gran importancia que el azar tiene en toda existencia humana.
Como nota curiosa, en la ficción que es esta novela, aparecen citados personajes reales como es el profesor Francisco Rico, persona real y erudita, aludida ya en otras novelas anteriores de Javier Marías, como un personaje más del que hablan otros y lo definen, en un juego cómplice y guiño al lector con el que parece decirle su autor que no todo es ficción dentro de la obra.
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Novela, por tanto, de exigente hechura, excelente prosa y un estilismo muy consolidado, pero que ofrece cierta dificultad a lectores que busquen acción y una trama argumental que se desarrolle velozmente por encima de todo, porque esta obra es una muestra más de que Javier Marías no es un escritor al uso y busca una forma de expresión diferente y peculiar, propio de un estilo innovador en la novelística española actual. En esta novela el continuo análisis de personajes y situaciones, con frecuentes digresiones y, especialmente, con reflexiones políticas recurrentes y abundantes, la acercan más al ensayo novelado que a la propia y tradicional novela, sin dejar por ello de ser buena literatura, pero sólo apta para lectores avezados y buenos degustadores del personal estilo de este autor que alcanza en esta obra su más alta y genuina expresión.
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Este artículo ha sido publicado en República de las Letras (publicación en papel) de la Asociación Colegial de Escritores de España), edición de Enero 2015.
Ser amigo mío es funesto (epistolario)
Joseph Roth, Stefan Zweig
Ser amigo mío es funesto
Correspondencia (1927-1938)
Traducción: J. Fontcuberta ,Eduardo Gil Bera
Edición: Madeleine Rietra y Rainer Joachim Siegel
Acantilado Editorial, 2014, 432 págs.
Correspondencia de los dos autores y testimonio válido de los testigos presenciales de una época convulsa y trágica.
Ana Alejandre
Esta obra perteneciente al género epistolar, ofrece la intensa correspondencia entre los escritores Joseph Roth (1894-1939) y Stefan Zweig (1881-1942) ambos de nacionalidad austríaca, que mantuvieron entre 1927 y 1938, años en los que Europa había salido maltrecha de la I Guerra Mundial y se disponía a entrar en otra gran contienda bélica, de cuyos albores fueron testigos de excepción.
Stefan Zweig, escritor y biógrafo, fue un declarado pacifista, actitud que se pone de manifiesto en la primera de sus grandes obras como es el caso del poema dramático Jeremías en el que denunciaba lo que él consideraba que era la locura extrema de la guerra, entre otros títulos como son: Tres maestros (1920), estudios sobre Honoré de Balzac, Charles Dickens y Fiódor Dostoievski y La curación por el espíritu (1931), y obras en las que analiza las ideas de de Franz Anton Mesmer, Sigmund Freud y Mary Baker Eddy.
José Roth había luchado en la I Guerra Mundial, interviniendo en la ocupación de Ucrania, y fue afín a la ideología socialista hasta que, desengañado de dicho ideario por una visita a la URSS que le puso de manifiesto dolorosamente la verdadera realidad de la revolución marxista, se alejó de dicha ideología y comenzó a interesarse profundamente por la trágica experiencia de los judíos en la Europa central que describió en obras como Fuga sin fin (1927), La marcha Radetzky (1932) o El profeta mudo (publicada póstumamente en 1966).
Tanto Zweig como Roth conocieron el exilio: Zweig en Zurich, ciudad a la que se trasladó al inicio de la II Guerra Mundial, huyendo a Gran Bretaña en 1934, por ser judío y conocer la persecución que el régimen nazi llevaba a cabo contra su pueblo, país del que pasó a EE.UU., en 1940, y a Brasil, en 1941, país en el que se suicidó acuciado por la soledad y un profundo sentido de desencanto, fatalidad y desánimo espiritual. Roth se exilió en París, en 1933, cuando se produjo la expansión del nacionalsocialismo, ciudad en la que ejerció el periodismo y siguió publicando y en la que falleció, en 1939, sumergido en el alcoholismo y en la más absoluta miseria.
Por las diversas afinidades intelectuales de los dos escritores, su correspondencia resulta interesantísima y una fuente de datos de primera mano de una época turbulenta que desembocaría fatalmente en la II Guerra Mundial que asoló a Europa dejando más de veinte millones de muertos.
Los comentarios sobre la literatura, los acontecimientos políticos, intereses intelectuales mutuos, confesiones personales de índole sentimental, consejos de diversa índole e intercambio de ideas, alimentan toda la correspondencia en la que se muestran los distintos temperamentos de ambos escritores, destacando el pesimismo casi fatalista de Roth que presentía el trágico destino de Alemania desde la llegada al poder de Hitler y sus funestas consecuencias en un fuerte contraste con la actitud más esperanzada o menos pesimista de Zweig. Define bien este sentimiento negativo en un párrafo de una de las cartas de Joseph Roth a Stephen Zweig y que forma parte de dicha correspondencia: “Alemania está muerta. Para nosotros, está muerta … Ha sido un sueño. ¡Véalo de una vez, por favor!”.
Esta correspondencia es, por tanto, el testimonio válido de los dos corresponsales de la tragedia que supusieron los antecedentes y consecuentes de la II Guerra Mundial que sumió a Europa en una espiral de violencia, destrucción y muerte, vista por la mirada incisiva y siempre lúcida de dos escritores que se manifiestan impotentes ante la fuerza de los trágicos acontecimientos de la que millones de personas fueron víctimas, entre las que se cuentan Zweig y Roth que fueron testigos y dan su valioso testimonio de unos años en los que Europa se desangraba sumida en la oscuridad de la sinrazón y la barbarie.
Lucrecia Borgia, la hija del Papa (biografía)
Lucrecia Borgia, la hija del Papa.
Dario Fo.
Traducción de Carlos Gumpert
Siruela.
Madrid, 2014. 272 pp.
"Lucrecia Borgia, la hija del Papa", de Dario Fo, proyecta nuevas luces clarificadoras sobre esta denostada figura histórica.
Una biografía novelada insólita en su retrato del personaje.
Ana Alejandre
Lucrecia Borgia (Subiaco,1480 - Ferrara, 1519) además de su belleza extraordinaria que pintó Pinturicchio, siempre ha sido considerada como un personaje maléfico, poseedora de todos los vicios y símbolo de la más genuina maldad, a pesar de que ejerció el mecenazgo de escritores y artistas, y supo acoger y proteger a sus familiares después de producirse la caída de su padre, el Papa Alejandro VI.
Fue el último miembro de la poderosa, influyente y temida familia de los Borgia (apellido al que latinizaron más adelante convirtiéndolo en Borgia), oriunda de Borja, región española que se encuentra en los confines orientales de la sierra del Moncayo (Zaragoza), aunque se estableció dicho linaje en Valencia en el siglo XIII. Uno de sus antepasados fue el obispo Alonso de Borja (1378-1458) que llegó a Roma procedente de Játiva y fue elegido Papa con el nombre de Calixto III, y quien se hizo famoso por su carácter déspota y cruel que le ganó el odio y rechazo de los romanos, de lo que se benefició su sobrino Rodrigo, padre de Lucrecia, quien consiguió sortear la animadversión que el apellido Borja había cultivado por la actuación de su tío y a la muerte de éste, gracias a la fortuna heredada, consiguió el papado con el nombre de Alejandro VI.
Lucrecia vivió y creció en el seno de las poderosas, cultas, pero siempre depravadas cortes renacentistas italianas, en las que era práctica habitual la terrible costumbre de envenenar con diversas pócimas -especialmente arsénico-, a los invitados que representaban un estorbo o un peligro en el camino de ambición y búsqueda del poder de los anfitriones, obsequiosos en apariencia y criminales en su evidente intencionalidad. Dicha actividad criminal ha sido imputada a la propia Lucrecia, creando así su halo maldito que la convierte en un personaje temible y morboso que ha pasado a la historia.
Dario Fo, el actor y dramaturgo italiano, Premio Nobel de Literatura en 1997, ha escrito esta biografía novelada que sirve de objeto de este comentario, en un deseo de rehabilitar la siempre denostada figura de Lucrecia Borgia, otorgándole una luz clarificadora que despeja las muchas sombras que se cernían sobre esta desdichada mujer que murió con sólo treinta y nueve años y en cuya corta vida vivió intensamente en pleno esplendor del Renacimiento. Desde su nacimiento su vida estuvo marcada de forma indeleble por la lucha por el poder, la ambición y los avatares políticos en el seno de su famosa estirpe. Este insólito personaje ha despertado la atención de escritores, historiadores y filósofos, y ha hecho correr ríos de tinta en diversas biografías, libros de historia dedicados a su figura, ensayos y un largo etcétera, al que se suma esta obra de Dario Fo, escrito como un póstumo homenaje a la memoria de su esposa recientemente fallecida.
En esta obra sobre Lucrecia Borgia, tan diferente a las anteriores que sobre dicha figura se han escrito, Dario Fo ha abandonado todas las teorías que sobre dicho personaje han sido las que han vertido sobre ella toda clase de conjeturas escandalosas, malévolas y distorsionadoras, para recrear su figura desde el punto de vista de la vertiente más humana, alejada de toda clase de corrientes históricas escandalosas, borrando la imagen de mujer viciosa, malvada e incestuosa, pero siempre teniendo como telón de fondo la época histórica en la que vivió y el día a día de la vida cotidiana. Todo el esplendor de las cortes renacentistas envuelve su figura, bajo la sombra del Papa Alejandro VI, su padre, el Pontífice más siniestro y corrupto de la historia; además de la inquietante presencia de su hermano Cesar Borgia, otro personaje en el que la crueldad, la maldad y la maquinación se aunaban al servicio de su ambición.
Lucrecia, fue así una figura útil que su padre y hermano utilizaban para crear alianzas que convenían a sus propios intereses. Los tres maridos de Lucrecia, fueron víctimas de las intrigas por el poder, siendo expulsados, asesinados o humillados. Alejandro VI casó a su hija, con sólo trece años, con Giovanni Sforza, aunque el matrimonio sólo duró cuatro años debido a las maquinaciones del Pontífice para romper esa unión, por lo que Sforza tuvo que huir, presumiblemente avisado por su esposa, lo que sirvió a los planes de Alejandro VI que pudo anular el matrimonio con la disculpa de que era impotente. Todo ello para casarla con su segundo cónyuge, Alfonso de Aragón, príncipe de Bisceglie, bastardo de la familia real de Nápoles, boda que se celebró en agosto de 1498, y con quien Lucrecia tuvo un hijo llamado Rodrigo que nació en noviembre del siguiente año. Mientras Cesar Borgia aspiraba al trono de Nápoles mantuvieron en vigor el matrimonio, pero una vez que sus aspiraciones se truncaron, Alfonso fue asesinado en presencia de Lucrecia. El tercer marido fue el duque de Ferrara, Alfonso de Este, quien la sobreviviría al fallecer Lucrecia en 1519 de sobreparto.
También las figuras de sus diversos amantes aparecen en esta obra, entre ellos el más importante para Lucrecia, el gran humanista Pietro Bembo, con el que compartía la gran pasión por el arte, la poesía y el teatro, pues Fo retrata a Lucrecia como una mujer inteligente, culta e interesada por el conocimiento.
Fo, para quitarle la negra sombra del oprobio a esta interesante figura femenina, niega el incesto de Lucrecia con su padre y hermano; y descarta que ella fuera la madre del llamado "hijo de Roma", cuya paternidad fue reconocida sucesivamente por el Papa Alejandro VI y por César Borgia. Igualmente, desmiente el supuesto romance de Lucrecia con su concuñado, el marqués de Mantua.
Lucrecia aparece así como una mujer atrapada en una vorágine de ambiciones entrecruzadas, intrigas, confabulaciones y lucha por el poder, en la que sabe que su propia supervivencia en ese ambiente insano depende de su familia y de su propia inteligencia para sortear los obstáculos y peligros que la rodean, aunque también tiene en su contra que sabe que tiene más integridad moral que todos sus familiares, sin que ello presuponga que es una mujer llena de ingenuidad e inocencia, pues posee, además de inteligencia y una gran astucia, una excelente capacidad organizativa e iniciativa que le permite formar un ejército o también realizar labores de vicaria para sustituir a su padre en ciertas ocasiones.
Toda la obra de Fo está plagada de diálogos -aunque en algunos momentos estos parecen estar supeditados a la función de ofrecer datos, lo que fuerza la propia dinámica del diálogo-, en los que demuestra su maestría dialoguista como buen dramaturgo que es; además de ofrecer múltiples notas a pie de páginas que van aclarando conceptos, ofreciendo datos y dando así un marchamo de autoridad a toda la obra, algo insólito en este género -por ser un recurso que es propio de los tratados académicos-, en el que la historia y la ficción narrativa se mezclan, creando situaciones, diálogos y escenas que son fruto de la imaginación del autor y no de la propia y aséptica realidad histórica.
Toda la narración ofrece una agilidad y ligereza que agradece al lector por hace su lectura amena que, sin duda, atrapara a los amantes de las novelas históricas y de la siempre apasionante época del Renacimiento italiano, porque encontrarán en esta obra un motivo de disfrute y conocimiento, además de una más amable imagen de Lucrecia Borgia, iluminada por una luz que proyecta nuevos y más benévolos perfiles de este personaje siempre denostado, y suaviza las sombras con las que los tratados históricos la han cubierto siempre de ignominia.
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Este artículo fue publicado en Diariio Siglo XXI/cultura/Libros, el 17/11/2014
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