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Julián Marías
Julián Marías
JAVIER MARÍAS
Ana Alejandre
Escritor y filósofo, nació en Valladolid el 17 de junio de 1914, aunque su familia se trasladó a Madrid, ciudad en la que estudia en el Colegio Hispano. Posteriormente cursa el Bachillerato en Ciencias con gran aprovechamiento, pues consigue el Premio Extraordinario, y también en Letras, estudios que finaliza en 1931 en el Instituto Cardenal Cisneros.
Se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras, especialidad e Filosofia, licenciatura que finaliza con gran éxito académico en 1936, el mismo año en el que comenzaba la Guerra Civil, y de la que obtuvo el Premio de Licenciatura, en 1939, año en el que finalizó la contienda. En la Universidad de Madrid es alumno de insignes filósofos como son Ortega y Gasset, Xavier Zubiri, Manuel Garcia Morente y José Gaos, entre otros. En sus aulas enseñaban intelectuales de la talla de Menéndez Pidal, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Pedro Salinas, elenco irrepetible y que como afirmaba el propio Marías en sus memorias Una vida presente: "…la mejor institución universitaria de la historia española, por lo menos después del Siglo de Oro".
En 1934 realizó su primera publicación de cierta importancia en el libro Juventud en el mundo antiguo, en el que narraba de forma conjunta con otros universitarios el crucero que realizaron por el Mediterráneo. En dicho año también publica una traducción de Auguste Comte, por encargo de su profesor Ortega y Gasset.
Cuando estalló la guerra se alistó a las filas republicanas, pero debido a su miopía que le incapacitaba para el frente, fue destinado al servicio de traducción por sus amplios conocimientos de francés, inglés y alemán.
Comienza a colaborar en revistas como Hora de España y apoyó en el ABC republicano, con textos suyos que se publicaban sin firma, la creación del Consejo Nacional de Defensa que fue propuesta por su profesor en la Facultad Julián Besteiro, además de por José Miaja y otros. Acabada la guerra fue denunciado por dos de sus amigos y encarcelado, corriendo el peligro de ser fusilado. Le ayudaron para ser liberado la familia de Ortega y Gasset y Camilo José de Cela, entre otros. A pesar de haber recuperado la libertad, se le cerraron todas las puertas para la docencia, su otra gran vocación además de la filosofía, dedicándose a realizar traducciones.
Su idea final de la Guerra Civil, una vez terminada, fue amarga y desesperanzada, ya que opinaba que dividió en dos a los españoles, lo que expresaba con una frase en la que utilizaba la paradoja como expresión de u juicio: "Los justamente vencidos y los injustamente vencedores".
Comenzó también la carrera de Química, pero la abandonó porque se dio cuenta de que su verdadera vocación era la Filosofía, disciplina a la que se dedicó plenamente durante toda su vida. En la Universidad conoció a la que después fue su mujer Dolores Franco (hermana mayor de Jesús Franco, el director de cine), con la que contraería matrimonio en 1941.
Zubiri le aconseja que aprenda griego, además de practicar el alemán, idioma que estudió en el Bachillerato y al que perfeccionó leyendo la primera edición de la obra de Heidegger Sein un Zeit, en 1934. Su vasta cultura le llevó a escribir una Historia de la filosofía con sólo 26 años, obra en la que aparecían referencias bibliográficas de textos originales que tenía en su propia biblioteca y que fue publicada en 1941 prologada por Zubiri y, en ediciones sucesivas, con epílogo póstumo de Ortega y Gasset. Obra que por su amenidad, claridad expositiva y rigor se convirtió pronto en un manual imprescindible para los estudiantes de habla hispana y, después de su traducción al inglés, para los estudiantes anglosajones.
Julián Marías, como discípulo de Ortega y Gasset, sigue el legado filosófico que gira en torno al eje raciovitalismo, doctrina filosófica que intenta superar la dicotomía entre realismo e idealismo. Por ello en su obra antes mencionada Historia de la filosofía, define a Ortega, autor de Meditaciones del Quijote como el “máximo filósofo español”, lo que le atrajo las iras del Régimen franquista, porque Ortega era desde el principio del franquismo un autor maldito. A pesar de ello, Marías siempre fue leal tanto a su ideario filosófico como a la amistad que profesaba a su maestro, tanto en su permanente colaboración con este último, como en sus obras dedicadas al filósofo: Ortega, circunstancia y vocación, u Ortega, las trayectorias.
En honor a esa lealtad y profunda amistad, funda junto a Ortega y Gasset, en 1948, el Instituto de Humanidades de Madrid que tuvo una vida muy breve pero fecunda en resultados. Mucho después, crea el Seminario de Humanidades por el que pasarían muchos de los principales intelectuales españoles del último tercio del siglo XX: Miguel Artola, Carmen Martín Gaite, Gonzalo Anes, Heliodoro Carpintero y otros. Hasta 1951 no pudo obtener el doctorado, con su tesis sobre el padre Gratry, presentada en 1942, y suspendida en un acto de evidente y vergonzoso sectarismo.
Miguel de Unamuno fue otra influencia decisiva en Marías, a quien conoció en la Universidad Menéndez y Pelayo, en 1934. Por ello dedicó tiempo a estudiar los principales temas unamunianos, como son el problema de España, Dios, la muerte, el sentido de la vida, o la novela como instrumento filosófico, temas que le inspirarán sus obras Miguel de Unamuno, Filosofía española actual, Antropología metafísica o La felicidad humana. Igualmente, los escritores Víctor Hugo y Gustave Flaubert representan una influencia literaria evidente para Marías, como reconoce expresamente.
Marías se trasladó a Massachusetts, en 1951, para impartir clases de literatura española en Wellesley College, sustituyendo a Jorge Guillén. Posteriormente, en 1956, fue profesor de Filosofía en Yale, y después impartió cursos en las universidades de California, Indiana (Bloomington), Nueva York, Arizona o Harvard. Igualmente, ejerció la docencia en distintas universidades de Hispanoamérica.
En esa época ya conoce y tiene contactos con importantes personalidades del pensamiento o la literatura: filósofos como Heidegger, Gadamer, Etienne Gilson o Gabriel Marcel; el novelista Graham Greene, el historiador Paul Hazard, o el escritor norteamericano Thorton Wilder, al que llegó a proponer a la Academia Sueca como candidato al Premio Nobel de Literatura.
Desde 1951 comienza a publicar en los principales periódicos españoles como son ABC, La Vanguardia o La Nación de Buenos Aires. Muchos de esos artículos serán publicados y recopilados en forma de libro, con títulos como El oficio del pensamiento, La libertad en juego o El curso del tiempo. Todas esas colaboraciones y obras publicadas le van otorgando un reconocimiento paulatino en España.
Marías publicó hasta más de setenta libros, ya que con la escritura trató de paliar su imposibilidad de acceder a la enseñanza universitaria, además de no querer incurrir en lo que sus dos maestros principales Ortega y Gasset y Unamuno hicieron: dejar varios libros anunciados pero no escritos y varios proyectos inacabados.
Recibió innumerables premios que se citan en el apartado correspondiente y entre los que destacan el Premio Fastenrath por su obra Miguel de Unamuno, en 1947; el Premio Kennedy otorgado por el Instituto de Estudios Norteamericanos de Barcelona, en 1964. En ese mismo año ingresó en la Real Academia Española de la Lengua, ocupando el sillón «S». En 1971. obtuvo el Premio Juan Palomo por Antropología metafísica. Obtuvo el Premio Gulbenkian de Ensayo, en 1972. Al año siguiente, recibió el Premio de Ensayo de la Académie du Monde Latin. En 1975 obtuvo el Premio Ramón Godó de periodismo.
Fue elegido senador por designación real entre 1977 y 1979. También pasó a formar parte del Consejo Internacional Pontificio para la Cultura, en 1972, creado por Juan Pablo II. En 1985 recibió el Premio Mariano de Cavia por su artículo “La libertad en regresión”; y en 1987 recibió el Premio de las Letras de Castilla y León. En 1990 ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En 1993 recibió la Insignia francesa de la Orden de las Artes y de las Letras. En 1996 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, junto al periodista e historiador italiano Indro Montannelli. En 2001 le fue concedida la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. En 2002 el XVI Premio Internacional Menéndez Pelayo, así como el Premio Cristóbal Gabarrón de Pensamiento y Humanidades. En 2003 el Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid.
Falleció en Madrid el 15 de diciembre de 2005, a la edad de 91 años, dejando tras de sí una extensa, variada y rigurosa obra que ha sido leída y traducida a muchos idiomas
El 5 de abril de 2011 se le otorgó la distinción a título póstumo de Hijo Adoptivo de la ciudad de Soria, ciudad donde pasaba los últimos veranos y que estaba presente siempre en los recuerdos del filósofo, como se aprecia en esta frase suya, refiriéndose a dicha ciudad castellana: «En ella se puede asistir a lo que está pasando en España y gran parte del mundo; y se puede prever lo que podría ser el porvenir si no se renuncia a lo que es inexorablemente la vida humana”.
A pesar del reconocimiento que obtuvo en los últimos años de su vida, el 14 de junio de 2014 se conmemoraba el primer centenario de su nacimiento que pasó desapercibido y no obtuvo resonancia mediática y académica alguna, salvo contadas y honrosas excepciones.
Bibliografía de Julián Marías
Juventud en el mundo antiguo. Crucero universitario por el Mediterráneo, Espasa Calpe, Madrid, 1934,
Historia de la filosofía, con un prólogo de Xavier Zubiri, epílogo de José Ortega y Gasset, Revista de Occidente, Madrid 1941,
La filosofía del Padre Gratry. La restauración de la Metafísica en el problema de Dios y de la persona, Escorial, Madrid 1941
Miguel de Unamuno, Espasa Calpe, Madrid, 1943
El tema del hombre, Revista de Occidente, Madrid, 1943
San Anselmo y el insensato y otros estudios de filosofía, Revista de Occidente, Madrid, 1944
Introducción a la filosofía, Revista de Occidente, Madrid, 1947.
La filosofía española actual. Unamuno, Ortega, Morente, Zubiri, Espasa Calpe, Madrid, 1948
El método histórico de las generaciones, Revista de Occidente, Madrid, 1949
Ortega y tres antípodas. Un ejemplo de intriga intelectual, Revista de Occidente, Buenos Aires, 1950
Biografía de la Filosofía, Emecé, Buenos Aires, 1954
Ensayos de teoría, Barna, Barcelona, 1954
Idea de la Metafísica, Columba, Buenos Aires, 1954
Aquí y ahora, Revista de Occidente, Madrid, 1954.
Ensayos de convivencia, Revista de Occidente, Madrid, 1955.
La estructura social. Teoría y método, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1955
Filosofía actual y existencialismo en España, Revista de Occidente, Madrid, 1955
Los Estados Unidos en escorzo, Revista de Occidente, Madrid, 1956.
El oficio del pensamiento, Biblioteca Nueva, Madrid, 1958
La Escuela de Madrid. Estudios de filosofía española, Emecé, Buenos Aires, 1959
Ortega. I. Circunstancia y vocación, Revista de Occidente, Madrid, 1960
Los españoles, Revista de Occidente, Madrid. 1962
La España posible en tiempo de Carlos III, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1963
El tiempo que ni vuelve ni tropieza, Edhasa, Barcelona, 1964
Análisis de los Estados Unidos, Guadarrama, Madrid, 1968
Antropología metafísica. La estructura empírica de la vida humana, Revista de Occidente, Madrid, 1970
Obras, Revista de Occidente / Alianza Editorial, Madrid 1958-1970
Visto y no visto. Crónicas de cine, Guadarrama, Madrid, 1970
Imagen de la India e Israel: una resurrección, Revista de Occidente, Madrid, 1973
La Justicia social y otras justicias,Ed. Seminarios y Ediciones. 1974
Problemas del cristianismo, BAC, Madrid, 1979
La mujer en el siglo XX, Alianza, Madrid, 1980
Ortega. II. Las trayectorias, Alianza, Madrid, 1983.
Breve tratado de la ilusión, Alianza, Madrid, 1984.
España inteligible. Razón histórica de las Españas, Alianza, Madrid, 1985
La mujer y su sombra, Alianza, Madrid, 1986
Ser español, Planeta, Barcelona, 1987.
Una vida presente. Memorias, Alianza, Madrid, 1988-1989, 3 vols.: I (1914-1951), II (1951-1975), III (1975-1989).
La felicidad humana, Alianza, Madrid 1989
Generaciones y constelaciones, Alianza, Madrid, 1989
Cervantes, clave española, Alianza, Madrid, 1990
Acerca de Ortega, Espasa Calpe, Madrid, 1991
La educación sentimental, Alianza, Madrid, 1992
Razón de la filosofía, Alianza, Madrid, 1993
Mapa del mundo personal, Alianza, Madrid 1993.
El cine de Julián Marías. Escritos sobre cine, compilación de Fernando Alonso, Royal Books, Barcelona, 1994
Tratado de lo mejor. La moral y las formas de la vida, Alianza Editorial, Madrid, 1995.
Persona, Alianza, Madrid, 1996.
España ante la historia y ante sí misma (1898-1936), Espasa Calpe, Madrid 1996.
Sobre el cristianismo, Planeta Testimonio, Barcelona, 1997
El curso del tiempo, Tomos I y II, Alianza, 1998.
Tratado sobre la convivencia, Martínez Roca, Barcelona 2000.
Entre dos siglos, Alianza, Madrid, 2002.
La fuerza de la razón, Alianza Editorial, Madrid 2005.
Una vida presente. Memorias. Páginas de espuma, Madrid, 2008.
PREMIOS
Premio Fastenrath por su obra "Miguel de Unamuno"(1947).
Premio Kennedy del Instituto de Estudios Norteamericanos de Barcelona (1964).
Premio Juan Palomo (1971).
Premio Gulbenkian de Ensayos (1972).
Premio Ramón Godó de periodismo (1975).
Premio Castilla y León de las Letras (1988).
Premio Bravo (1988).
Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (1996).
ENLACES
http://www.aguilarsolucion.com/videos/marias/julian_marias.html
http://www.conoze.com/index.php?accion=autor&autor=Juli%E1n+Mar%EDas
http://www.filosofia.org/bol/not/bn050.htm
http://video.google.es/videosearch?q=Juli%C3%A1n+Mar%C3%ADas&num=10&so=0&start=0#
http://www.javiermarias.es/PAGINASDEVARIOS/julianporjavier.html
http://www.ucm.es/info/especulo/numero1/jmarias.htm
http://www.hottopos.com/mirand16/sylvio2.htm
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=3564
http://www.fundacionprincipedeasturias.org/esp/04/premiados/trayectorias/trayectoria468.html
Kant y las generaciones
En el centenario de la "Crítica de la razón pura"
Julian Marías
(El País, 10/05/1981)
Hace doscientos años, en 1781, apareció el libro que había de iniciar el «giro copernicano» dentro de la filosofía moderna: la Crítica de la razón pura, de Immanuel Kant. Centenares de libros, millares de artículos en todas las lenguas, se han escrito sobre la obra de aquel oscuro profesor de Königsberg (ciudad que hoy es soviética (i) y se llama Kaliningrad). Se ha desmenuzado ilimitadamente el contenido de la Crítica y, en general, de todo el pensamiento kantiano; no parece fácil añadir nada nuevo a lo que se ha dicho en dos siglos; sin embargo, quizá es posible mirar a Kant desde una perspectiva no ensayada; tal vez muestre una nueva faz de su realidad.Hace algún tiempo se me ocurrió examinar la figura y la obra de Cervantes desde el punto de vista de las generaciones (en Literatura y generaciones, Austral). Resultó que una buena parte de las anomalías que Cervantes presenta, y que se han tratado de explicar recurriendo a teorías arbitrarias e injustificadas, se aclaran tan pronto como se tienen presentes unos cuantos hechos de todos conocidos y se los toma en serio, en lugar de pasarlos por alto.
Algo parecido sucede con Kant. Hay un extraño paralelismo entre los dos grandes creadores. Cervantes era un autor más bien oscuro, estimado, pero no de gran importancia, hasta la publicación del Quijote, en 1605; como había nacido en 1547, tenía 58 años. Kant no alcanzó notoriedad -ni su pensamiento tuvo verdadera originalidad- hasta la publicación de la Kritik der reinen Vernunft; como había nacido en 1724, tenía 57 años. Es decir, Cervantes y Kant comienzan a ser grandes creadores -y a tener influjo- casi a la misma edad, en lo que eran los confines de la vejez. Aunque sus biografías son enteramente diferentes, y también difiere su posición dentro de sus generaciones respectivas, este hecho tiene graves consecuencias. De Cervantes me ocupé en1973; veamos ahora qué sucede con Kant, visto desde análoga perspectiva.
Según mi escala de generaciones, Kant pertenece a la de 1721 (es decir, los nacidos entre 1714 y 1728). ¿Quiénes fueron sus compañeros de generación, esto es, sus coetáneos? En Alemania, Baumgarten, Crusius, Winckelmann, Lambert; en el resto de Europa, Vauvenargues, Helvetius, Condillac, d'Alembert, Turgot, Holbach, Adam Smith, Gainsborough, Ventura Rodríguez, los tres grandes políticos Aranda, Campomanes y Floridablanca, y su rey Carlos III.
Si se considera, entre estos hombres, a los que tienen una significación intelectual, en especial filosófica, la impresión es que son enormemente antiguos, absolutamente prekantianos. Representan un nivel anterior, incomparable con el que pertenece a Kant. Se pensará que la genialidad de Kant lo explica. Lo malo es que si se echa una mirada sobre la generación siguiente (la de 1736) resulta igualmente «prekantiana». ¿Quiénes son sus miembros? Lessing, Mendelssohn, Hamann, Jacobi, Condorcet, Bernardin de Saint-Pierre, Beaumarchais, Haydn, Hervás y Panduro, Villanueva, Juan Andrés, Cadalso, Capmany.
Lo que resulta asombroso es que esa impresión «prekantiana» la produce igualmente la generación que sucede a ésta, es decir, la de 1751. Entre sus componentes se cuentan: Herder, Pestalozzi, Goethe, Salomon Maimon, Reinhold, Mozart, Joseph de Maistre, Louis de Bonald, Destutt de Tracy, Laromiguière, Cabanis, Bentham, Dugald Stewart, Volta, Alfieri, Jovellanos, Masdeu, Arteaga, Goya, Tomás de Iriarte, Meléndez Valdés, Forner, Sempere y Guarinos, Carlos IV.
¿Qué quiere decir todo esto? La entrada en la historia de cada generación se produce globalmente hacia los treinta años; cuando la generación, como tal, tiene 45, alcanza el poder social; este período termina a los sesenta, y entonces la generación que estaba en el poder pasa a la reserva, reducida a un número limitado de «supervivientes». (En nuestra época hay un segundo período de vigencia, entre los sesenta y los 75, por lo menos, para lo que he llamado la «generación augusta», para distinguirla de la «cesárea», de los 45 a los sesenta.) Pues bien, el poder social de la generación de Kant termina en 1781, es decir, cuando se publica la Crítica de la razón pura, cuando empieza el kantismo original y creador, lo que se llamó el criticismo. Es decir, Kant entra realmente en la filosofía cuando le corresponde a su generación salir del escenario histórico. Todo el Kant creador es posterior a su tiempo (como le ocurre a Cervantes). Cervantes y Kant existen como tales porque tuvieron un plus de longevidad que les permitió realizar su obra más allá de su tiempo histórico, y Kant es, en rigor, posterior a sí mismo.
Toda la obra eficaz de Kant -la kantiana y no «precrítica»- es generacionalmente póstuma. La existencia verdaderamente histórica de Kant -desde 1781 -coincide con la entrada en la historia de la generación de 1751, tercera respecto a la suya propia. Sus nombres son los que en algún sentido nos suenan a «kantianos», nos parecen tener cierta afinidad con el nivel de la obra de Kant. Lo curioso es que son dos generaciones más jóvenes que él. Estos hombres -tómese el nombre capital, Goethe- se encuentran con Kant al iniciar su actividad histórica, y lo encuentran como la gran novedad.
Los demás, los verdaderos coetáneos de Kant y aun los de la generación siguiente, se encuentran con que Kant les sobreviene cuando ya están dentro de la vida, plenamente activos. Cuando Kant publica su libro genial era muy poco conocido dentro de Alemania y prácticamente nada fuera. Y cuando sus coetáneos y sucesores inmediatos están ampliamente metidos en actividades intelectuales, dentro de la madurez, les sobreviene Kant con su Crítica. En cambio, los hombres de la generación de Goethe la encuentran al salir y, por tanto, condiciona su trayectoria intelectual entera. Véase cómo esa aparente masa amorfa que es la historia empieza a articularse en un relieve, como un mapa en que se indican las altitudes y aparecen las montañas, los valles, las mesetas, las llanuras, las depresiones.
Pero esto quiere decir algo muy interesante, y es que los que podemos llamar discípulos de Kant son mucho más jóvenes que él. Los seguidores y continuadores de Kant no son, por supuesto, sus coetáneos, pero tampoco los de las dos generaciones siguientes, sino los de la de 1766. Es decir, los kantianos son poskantianos. Es curioso que el nombre que se da usualmente al idealismo alemán no es «filosofía kantiana», sino «filosofía poskantiana». De tal modo que cuando en la segunda mitad del siglo XIX hay un rebrote de kantismo no se llama a ese grupo de escuelas «kantismo» ni «poskantismo», sino «neokantismo». Los primeros kantianos son mucho más jóvenes que Kant.Filosóficamente, Kant no tuvo hijos, sino nietos.
El más viejo kantiano creador, el primer discípulo -indirecto- que continuó el kantismo fue Fichte. Pero Fichte nació en 1762, es decir, pertenece a la generación de 1766, cuarta si se cuenta desde la de Kant. Estas son las anomalías en que nunca se repara; esto es lo que no se dice nunca, porque no se ve; se toman las fechas de un modo inerte, que a lo sumo indica cantidad, no de un modo histórico. Históricamente, en tres generaciones posterior a Kant.
Sus coetáneos son Schiller, Baader, Scheiermacher, Hegel, Hölderlin, August Wilhelm y Friedrich Schlegel, Alexander y Wilhelm von Humboldt, Novalis, Fries, Beethoven, Saint-Simon, Mme. de Staël, Chateaubriand, Maine de Biran, Royer-Collard, Degérando, James Mill, Malthus, Wordsworth, Walter Scott, Coleridge, Moratín, Conde, Mor de Fuentes, Marchena, Godoy y -no lo olvidemos- Napoleón.
Esta es la primera generación poskantiana. Por tanto, hay dos generaciones históricas posteriores a Kant que no son poskantianas, porque Kant, filosóficamente, es ya poskantiano.
Estos hombres son ya clara e inequívocamente románticos, la primera generación romántica. El resto de los poskantianos, del Idealismo alemán pertenece a la generación siguiente, la de 1781; es decir, los nacidos en torno a la Crítica de la razón pura: Schelling, Herbart, Krause, Bolzano, Heinrich von Kleist, Jakob Grimm, Uhland, Schopenhauer, Hamilton, Southey, Turner, Byron, Washington Irving, Lamennais, Stendhal, Gay-Lussac, Foscolo, Manzoni, Lista, Blanco White, Gallardo, Martínez de la Rosa, Andrés Bello.
En rigor, las cosas son todavía más extremadas que lo que acabo de mostrar. Kant publica la Crítica de la razón pura en 1781, justamente al terminar la vigencia social de su generación; pero ni siquiera entonces tiene demasiada influencia. Tardó varios años en hacer efectos. Hasta la segunda edición (1787), que introdujo importantes cambios, la Crítica no fue verdaderamente actuante. Fichte -primer verdadero kantiano- no leyó el famoso libro-hasta 1790, y eso porque un estudiante te pidió lecciones sobre la filosofía kantiana, que apenas conocía; se puso a estudiarla, y el 12 de agosto de ese año le escribe a su novia que se ha lanzado «de golpe y porrazo» (hals und kopf) en la filosofía kantiana. El año siguiente ha tenido la gran revelación que lo hace sentirse feliz: la doctrina de la libertad en Kant, que va a impulsar su filosofía personal.
Su entusiasmo viene en realidad de la lectura dé la Crítica de la razón práctica (aparecida en 1788), aunque reconoce que esta parte moral de la filosofía kantiana «resulta incomprensible sin estudio de la Crítica de la razón pura».
No digamos cuándo se producen los efectos exteriores de Kant. El interesante libro de Charles Villers Pitilosophie de Kant, primera presentación, llena de precauciones, a los lectores franceses, se publicó en Metz en 1801. El largo prefacio de 62 páginas es un documento revelador que merecería ser estudiado a fondo para aclarar unas cuantas cosas que afectan a Alemania, a Francia y a la transmisión de las ideas.
¿Cómo puede entenderse la historia del pensamiento si no se ven las «distancias» reales, las relaciones de coetaneidad o contemporaneidad, la figura efectiva con la cual ingresa cada autor en las mentes de los demás, las verdaderas relaciones entre unos y otros? ¿Cuándo se comprenderá que ni la cronologíani la estadística bastan para hacer historia, para entender algo humano, sino que hace falta además la razón histórica?
Destrucción y creación
Julián Marías
(El País, 26/08/79)
En mi último artículo de EL PAÍS hacía mía una frase de Rubén Darío: «Hace siempre falta a la creación el tiempo perdido en destruir.» He escrito muchos miles de páginas en mi vida, y sólo una mínima fracción de ellas tiene carácter polémico -nunca personal, sino referido a realidades importantes y que solían estar indefensas- Quisiera quitar a las líneas que siguen todo aire negativo, para buscar un planteamiento positivo de una cuestión que afecta decisivamente al porvenir de España.El 10 de agosto publiqué en estas columnas un artículo titulado «Entre San Polo y San Saturio»; hoy, 23, contesta a él José Luis Liso, alcalde de Soria, que amablemente me invita a visitar la ciudad para poder conocer el proyecto de puente sobre el Duero, entre San Polo y San Saturio precisamente. Agradezco la invitación y lamento que no la haya hecho cuando estaba en Soria, donde escribí mi artículo; no ahora, cuando estoy en vísperas de viajar a Estados Unidos.
Pero no es necesaria la visita. Conozco Soria y su provincia muy bien, tal vez mejor que muchas de sus autoridades actuales, simplemente porque soy más viejo, porque la he recorrido incansablemente desde 1946. Por eso conozco otra Soria que la que ahora puede verse; he asistido contristado, casi siempre impotente, a su destrucción progresiva, a la pérdida de piezas urbanas insustituibles, de perpectivas encantadoras, de partes esenciales de sus alrededores, de su emplazamiento urbano.
El alcalde se equivoca cuando cree que he escrito mi artículo de «oído», «en un paseo con viejos amigos, camino de San Saturio». No, conozco los lugares con toda precisión; he visto con minuciosidad un inmenso plano en que se detalla el proyecto. Si se lleva a cabo, no podrá verse el paisaje de que hablábamos y que recoge la guía telefónica. No sólo por el puente, que ya sería bastante, sino por la carretera que se proyecta construir a la orilla misma del Duero, justamente enfrente de San Polo y San Saturio, lo que ocasionaría una transformación total e irreparable de todo el paisaje, entre el castillo y el cerro de Santa Ana.
Yo mismo decía que Soria necesita un puente. Lo que no necesita es que se haga donde va a destruir algo de sin par belleza y significación. Y la protección de Santo Domingo (que, por lo demás, dificilmente se aseguraría con el proyecto en cuestión) no puede ser pretexto para llevar a cabo una destrucción más en la ciudad que ocupa el puesto número cincuenta -el deterioro máximo- en el estremecedor libro de Fernando Chueca La destrucción del legado urbanístico español (Espasa-Calpe. Colección Boreal. 1977).
Tengo varios millares de fotografías de Soria, hechas a lo largo de 33 años, y son la documentación más triste de lo que la especulación, el capricho y, sobre todo, la indiferencia pueden hacer de una pequeña ciudad que fue admirable. Hoy, debo decirlo, la he encontrado en un máximo de suciedad y abandono. Si mi estado de ánimo hubiera sido un poco mejor, habría reunido unos cuantos centenares de fotograflas que muestran cómo las calles se van convirtiendo en una combinación de desmonte y, vertedero.
Hay otros proyectos, hechos por personas de alta competencia y que conocen admirablemente la Soria antigua y la actual. Soria a necesita un puente, pero no un error. ¿Por qué obstinarse en él? ¿Por qué no tratar abierta, pública, cordialmente, un tema que a tantos interesa o debe interesar? ¿Por qué engañar a la opinión pública con un amenazador «o eso o nada», como si un proyecto elaborado por una oficina fuese algo tan inmutable como las órbitas de los astros?
Me he permitido retener la atención de los lectores con estas reflexiones, porque creo que nos estamos jugando porciones esenciales de nuestro país. Las cosas que «están mal» son innumerables. Pero lo grave es que se crea que están bien. Cuando el responsable principal de los correos españoles declara públicamente que el servicio tiene gran calidad; cuando ha llegado a ser escandalosamente notorio el deterioro de algo que fue admirable, siento escalofríos. Si dijera que el correo funciona muy mal, pero se va a arreglar, tendría alguna esperanza; pero si dice que está bien, no me queda ninguna. (Por cierto, he asistido con consternación, en los últimos años, al espectáculo de un cuerpo, una profesión, que con diversos pretextos ha tirado por la ventana algo que poseía, y muy alto; algo que me parece enormemente valioso:prestigio. Si se pudiera traducir en cifras, ¿cuál sería la devaluación de una profesión que era estimada y simpática como pocas? Y ¿a cambio de qué? Y ¿quién lo ha querido, y con qué fines, seguramente con la pasiva consternación de la mayoría de los miembros de ese cuerpo?)
Sería menester que los españoles, ante cada acto, cada omisión, cada proposición, se preguntasen qué valor tiene, qué crea o destruye, a dónde nos lleva. Que apoyaran enérgicamente lo que les parece bien, lo que quieren; y que rechazan con no menor energía lo que les parece un atentado a su realidad, a sus posibilidades, a su futuro. Y, por supuesto, que determinaran con claridad quién -individuo, corporación, grupo , partido- quiere y busca una cosa u otra.
En una democracia, esto es esencial. La opinión tiene que saber qué han hecho, qué han querido, qué han propuesto los que han sido, elegidos o han intentado serlo, los que van a querer ser elegidos en el futuro. Si la suma de actos e intenciones es favorable, el porvenir de una persona, grupo o partido estaría asegurado; si el balance es gravemente negativo, esto llevaría a la descalificación, a la pérdida de un poder no merecido. En esto consiste la democracia; todo lo demás es pura demagogia -la gran destructora de la democracia, desde los griegos hasta hoy.
Un país tiene puntos particularmente delicados y vulnerables. Nombraré algunos: el paisaje, las ciudades de su conjunto -los escenarios de la vida-; los monumentos en que se conserva lo mejor que se ha sido, lo que nutre la memoria visual de un pueblo, condición de su imaginación histórica; las fiestas populares, donde cada individuo toca fondo y tropieza con la sustancia profunda de su pueblo, donde se refresca la convivencia; los usos del trato; los modelos valiosos, -pasados y presentes, estímulos de la perfección y la ejemplaridad; la lengua -sobre todo la lengua, instalación primaria en la realidad, desde la cual se vive todo lo demás.
Repase el lector cuánto de esto está amenazado, y por quiénes, y con qué propósitos. Probablemente bastaría con verlo para que el remedio fuese inmediato: la sociedad segregaría los anticuerpos necesarios para mantener en estado de salud este gran cuerpo social que llamamos España, tan duro y resistente que, al cabo de casi dos siglos de intentar destruirlo, no lo hemos conseguido. Espero que esta vez pase otro tanto.
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