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El final del mundo (relato)

Alberto InfanteQuedaban quince minutos para el final del mundo así que me puse a hacer la lista de las cosas que no podía dejar de hacer.
Escribí, corregí, tache. Al final salían veintitrés. Miré el reloj y habían pasado ya cuatro minutos. Comprendí que eran demasiadas y decidí priorizar.
Las numeré. Las agrupé en tres bloques: A, B y C. Repasé el bloque A. Eran cinco. Miré el reloj. Habían pasado otros cuatro minutos. Cinco cosas para siete minutos. Eso significaba noventa y seis segundos para cada cosa.
– ¡Uffff! – me dije – Quédate con una o dos.
Pero ¿cómo hacerlo? Medité. Luego las numeré del uno al cinco. Metí papelitos con los cinco números en un sobre. Solo sacaría dos. Y ésas serían.
Salieron los números 1 y 4. Miré el reloj. Habían pasado otros tres minutos.
Leí las dos seleccionadas. “Reconciliarme con mi ex mujer”, decía la número 1. “Pagarle al casero”, decía la número 4. El casero estaba de vacaciones. Mi ex mujer vivía en Australia y allí era de madrugada. Me pregunté si en Australia ya se habría acabado el mundo. Me asomé a la ventana. No vi luces en las ventanas ni a nadie por la calle.
- Estarán haciendo lo que yo - me dije – Prepararse para el final del mundo.
Miré el reloj. Quedaba un minuto. Me fui al dormitorio. Me metí en la cama. Cerré los ojos. Aguardé.
Un minuto después sonó el despertador. Eran las siete y cuarto y tal como me sentía, solo podía ser lunes. Recordé. Me dije: - Esto debe ser el final del mundo.
Me levanté y fui hasta el baño. Me lavé la cara. Me enjuagué la boca. Salí y caminé hacia la cocina. En el pasillo tropecé con una hoja de papel. Estaba muy arrugada, hecha una pelotita. Me agaché, la cogí. La desdoblé. Había sido escrita por las dos caras. La letra era menudo, nerviosa. El texto tenía tantas tachaduras que resultaba ilegible. Solo el título se distinguía con claridad: “Quedaban quince minutos para el final del mundo” rezaba.
Seguí hasta la cocina. Enchufé la cafetera. No se oía ningún ruido en el edificio. Era un silencio desacostumbrado, extraño. Pensé asomarme a la ventana del patio. No me atreví. Me serví el café. Bebí un sorbo. Abrasaba. Dejé la taza sobre la mesa.
Seguí pensando.

 

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